Nadie sabe cómo empezó y tampoco importa. Después del caos y la desesperación, solo quedaba sobrevivir o la muerte, y no había nada mas terrible que pensar en la muerte. ¿Que sucedía con nosotros?¿Nuestra conciencia permanecía allí en esos cerebros putrefactos de los caminantes?¿Eramos presas de aquellos cuerpos corruptos que podía caminar y perseguir a los vivos, alimentándose de ellos? Nadie lo sabia, y solo pensar en ello nos mantenía constantemente el estómago revuelto y las energías agotadas. Muchos tomaban el camino fácil y se volaban los sesos escondidos por ahí en las carreteras solitarias, sin haber visto un alma por meses. Otros -como yo- sobrevivíamos a duras penas, vagando sin rumbo, sin saber dónde ir, sino mas bien huyendo de las grandes ciudades, de las grandes aglomeraciones, buscando como ratas, algo qué comer, un lugar donde asilarnos, pero en tiempos de escases y miedo, hasta los humanos eramos peligrosos. De la sociedad civilizada que alguna vez conocimos, ya no quedaba nada. Hombres devastados, mujeres humilladas y esclavizadas, niños vendidos en mercados improvisados. Rapiña y guerra era la herencia que habíamos construido para el futuro. Y aquí encerrado y solo, sabiendo que hora tras hora, las hordas allá afuera seguirían aumentando lentamente hasta que las puertas de este galpón olvidado cedan, y entren esos engendros a dar buena cuenta de mi carne y mis huesos. No me quedaba ya munición, pero una sola bala en mi revólver me daba consuelo. Los caminantes allá afuera hacían oír sus estertores guturales desde lo que aún quedaba de sus gargantas, golpeando la cortina metálica y dejando en ella piel y huesos, rodeando instintivamente todo el edificio buscando algún rincón, algún lugar por donde colarse y llegar a mi. habían pasado horas, desde que desperté por los ruidos después de haber malamente dormido, la luz que se colaba por las hendijas del alto techo me indicaban que debía ser ya mediodía. malcomí algunas galletas rancias y me bebí el ultimo medio litro de agua que me quedaba. Tenía la secreta esperanza de que algo pasara, de que algún hecho venturoso ocurriera a mi favor, que se me ocurriera alguna idea afortunada, y nada. Cuando ya estaba a punto de darme por vencido, cuando todo mi cuerpo y mis músculos me obligaban a rendirme, el atronador sonido de una ráfaga de metralleta me hizo saltar de mi rincón. Por entre los agujeros de la cortina metálica, pude ver a un grupo de hombres y mujeres, quizá una veintena muy bien armados, con metralletas de alto calibre montadas en sus vehículos, rafagueando sin misericordia a los caminantes, y atravesando peligrosamente los muros de mi precario refugio, me arrojé al suelo protegido lo mas que pude, y esperé.
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