urilnsc Uriel Sánchez

Explora sentimientos particularmente negativos: celos, ira, pánico, culpa, miedo, posesividad, locura...


Conto Para maiores de 18 apenas.

#terror #psicológico #corto #ficción #relato #paranormal
Conto
0
1.7mil VISUALIZAÇÕES
Completa
tempo de leitura
AA Compartilhar

"Caer y estar cayendo", por Uriel Sánchez

Abro los ojos. Estoy en mi cama, asustado. Parece que tuve una pesadilla.

A la mañana, cuando me levanto para ir al trabajo, le pregunto a mi esposa qué soñó anoche. Dice que no lo recuerda. También le pregunto si en algún momento la desperté. Dice que no. Su cara mostraba un rastro de preocupación. Termino mi café, le doy un suave beso en los labios y me voy.

Como salíamos a un horario parecido, ella un poco más tarde, decidí ir a su trabajo para traerla a casa. Cuando la veo, está en la puerta del edificio de al lado, jugueteando con otro hombre. La ira me cegó. Salí del auto y los confronté.

Mi mujer empalideció. Estaba quieta como una estatua mientras se tapaba la boca, en sorpresa, con ambas manos. El otro hombre preguntó qué pasaba. Sabía perfectamente qué pasaba.

Estando a apenas unos pasos, intenta irse. Lo tomo del cuello de su chaqueta, lo vuelvo hacia mí, me acerco a su oído y le digo que no vuelva a ver a esa mujer. Lentamente toma mi mano, la aleja y se va sin decir nada. Tampoco miró atrás.

Volviendo ambos en el auto, ninguno dice una sola palabra. Pero, en casa, ese silencio se olvidó: ni bien llegar, discutimos. A los gritos, golpeando cosas. Me empujó. En una voz baja, débil, me dijo que quería el divorcio.

No entiendo por qué. No entiendo qué es lo que hice mal. ¿Es esto lo que merezco? No, no lo es. Nadie va a hacerme sufrir. Toda mi vida tuve momentos así, momentos en los que me hacen daño. O intentan hacerme daño. Ya estoy cansado. No va a volver a pasar lo mismo. No esta vez. No con ella.

La estrangulo violentamente y veo cómo sus venas se hinchan. Intenta quitarme, se sacude. No puede respirar. Su fuerza se desvanece poco a poco. De sus ojos rojos, infestados de miedo, terror, confusión, caen brillantes y translúcidas lágrimas. Pero no llora por mí, llora por ella. No siento nada. Después de unos segundos, la suelto. Tiene marcas alrededor de su cuello. No tiene pulso. Está muerta.

Me invade un sentimiento extraño. Mi corazón acelerado, mi respiración pesada, mi cuerpo estremeciéndose sin parar. En mi mente, mil y un pensamientos. ¿Por qué hice esto? ¿Por qué le hice daño? ¿Por qué la asesiné? ¿Por qué terminó así? A estos mil y un pensamientos, era imposible responder. No había un por qué, no había una razón. Fue un impulso, una reacción. Y es completamente culpa mía.

Culpa. Esa es la palabra. Es mi culpa, y lo va a seguir siendo toda mi vida. Es el único peso que voy a cargar hasta mis últimos momentos en este mundo: culpa. La culpa de haber asesinado a mi esposa.

Entré en pánico. No sabía qué hacer. Y es que, ¿qué se suponía que hiciera? Miré la hora. Las 21:30 del doce de diciembre. Me acuclillo al lado del cuerpo de mi mujer, agarrándome la cabeza con ambas manos, tapando mis ojos. Me avergüenza llorar después de haber hecho lo que hice. Tengo que hacerme responsable de todo esto.

Me pongo de pie, vuelvo a mirar la hora. Faltaban dos minutos para las diez. No pienso demasiado antes de decidir: tomo un cuchillo, respiro hondo. Una, dos, tres veces. A la cuarta, apoyo firmemente el filo contra mi muñeca. Sangra. Duele. Respiro hondo una, dos, tres veces más. Cuatro, cinco. Seis. Tengo miedo. Estoy llorando. Arrodillado al lado del cuerpo sin vida, porque yo se la arrebaté, aprieto con fuerza mis ojos. Los cierro lo más que puedo. Corto. Un tajo se abre desde mi muñeca hasta la fosa de mi codo. Mi brazo izquierdo está destrozado. Rajo otra vez. Y otra. Y otra. Y otra. La sangre salta, frenética, por toda la cocina. El primer corte fue a lo largo; los otros, a lo ancho. No recuerdo en qué momento caí. Intento levantarme, estoy manchando con sangre el cuerpo de mi mujer. Había una alarma programada para las diez y media de la noche. Suena. No me deja dormir. Estoy acostado en el suelo. Mis ojos se cierran, veo borroso. Estoy mareado. Cada parpadeo se siente pesado, lento, doloroso. Cierro los ojos unos segundos y los abro rápidamente antes de quedarme dormido. La alarma sigue sonando, pero casi no la escucho. Siento que estoy debajo del agua. Cierro los ojos una vez más.

Abro los ojos. Estoy en mi cama, asustado. Parece que tuve una pesadilla.

10 de Novembro de 2020 às 15:59 0 Denunciar Insira Seguir história
0
Fim

Conheça o autor

Uriel Sánchez 21 años. Artista.

Comente algo

Publique!
Nenhum comentário ainda. Seja o primeiro a dizer alguma coisa!
~