Las tardes Jueves eran la tradición del barrio,
las risas de los chicos resonaban a través de las calles de barro
como una sinfonía de inocencia que cesaba al anochecer.
Recuerdo esperar con ansias el último juego del día,
"Uno, dos, ¡Tres!, juguemos a las escondidas" decían...
No existía rincón del vecindario que no fuera nuestro.
Y en aquellos tiempos, nos hacían olvidar aquella guerra del infierno.
Quizás fue por escondernos tanto que nunca oímos las sirenas ese Jueves.
Recuerdo que todos corrimos y nos ocultamos,
y esperamos a la voz de Marco gritar "¡Uno!, ¡dos!, ¡tres!
Recuerdo a las risas siendo reemplazadas por un estruendo.
El sol del ocaso abandonando el cielo y dejando pilares de cenizas creciendo.
Y recuerdo las manos de los soldados removiendo los escombros.
Pero ninguno de nosotros pudimos salir de nuestro escondite.
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