Las gemelas se encontraban en su habitación, una recostada en el abdomen de la otra mirando el techo que se encontraba lleno de pegatinas de neón, a ninguna de las dos les gustaba la oscuridad por lo que desde pequeñas decidieron colocarlas justo allí para que alumbraran sus noches; a través de la ventana se observaba la nieve cayendo, leves vahos salían de sus labios, por la época de Diciembre el tiempo estaba frío.
— No puede ser, eso es una locura —se rio.
— Lo sé, pero la chica aún sigue tras este.
— Yo no podría hacerlo, tengo algo que se llama dignidad.
— Calé, pero tal vez así es ese sentimiento que llaman amor.
— No, Cinerla, ese sentimiento es incapaz de lastimar —comentó la mayor con los ojos verdes entrecerrados; ambas se referían a un libro que se encontraba leyendo la menor.
Los ojos azulados de la menor la observaron mientras se acomodaba un mechón de su larga cabellera azabache. La puerta de su habitación se abrió repentinamente y la abuela de ambas chicas apareció con una cálida sonrisa en el rostro, tenía alrededor de los 70 años pero aún se mantenía jovial.
— ¿De qué se ríen mis pequeñas? —preguntó al terminar de entrar en la habitación.
— Del amor que pintan en los libros —respondió Caléndula, dándole la vuelta al mundo con los ojos, la señora de cabello canoso sonrió alentándola a seguir su respuesta—, Cinerla dice que es normal, pero en el libro la chica sufre por el chico. ¡Y eso no puede ser!
— Ay, mis niñas, déjenme contarles un poco mis infortunios con ese sentimiento…
Cuando yo conocí a Albert, su abuelo, me encontraba muy joven, tenía 17 años, solo 3 años más que ustedes, para mi pesar a esa edad no tenía ni idea de lo que era el amor y lo que se sentía darlo todo por y paras alguien ajeno a ti, él era muy educado, me llevaba rosas todos los días a mi casa y me complacía en todo; aunque al principio me sentía extraña por esas acciones con el paso de los meses me fui adaptando a que me cortejara.
Sin embargo; nunca le dije nada, jamás respondía alguna de sus cartas, lo que a él le pareció sumamente descortés, por mi ingenuidad y falta de tacto él se alejó de mí un tiempo, lo busqué por muchos años y no lo encontré; así que me encontraba enamorada de una persona que ya no existía en mi vida.
La tristeza que me embargó para aquél momento fue abrumadora, y sinceramente no pude siquiera soportarlo, lo peor de todo aquello es que no fui capaz de contactar a sus conocidos para preguntar por él, porque me creía insuficiente.
Sufrí tanto, que perdí la cuenta de cada lágrima derramada.
Cuando tenía 21 Albert reapareció en mi vida, con una caja llena de rosas marchitas, en cada una de ellas un nombre de un país y una pequeña carta, la sonrisa que me dedicaba era deslumbrante y lo único que dijo fue:
Ni estando lejos pude olvidarme de tu rostro, en mi largo camino recolecté todas las rosas que no te di estos años, Gerogette.
— No entiendo qué intentas decir…—comentó Caléndula.
— Para el amor nunca se está preparado, nos puede llenar de alegría, pero también de tristeza y nostalgia. Solo el amor puro y verdadero supera todas las adversidades, disfruten su juventud y los amores que vendrán, solo así podrán saber lo que es amar.
Luego de ese día, las gemelas no se volvieron a preguntar lo que era ese sentimiento; se dedicaron a experimentarlo día tras otro.
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