Siempre lo hacía, esperar que apagaran la luz de la sala y los dejaran solos para dormir. Se paraba de súbito y se agarraba del respaldo de bronce de su vieja cama de hospital. Le gustaba observar el ocaso y escuchar el sonido de las olas en la orilla. Lo hacía toda vez que podía, tenía una vista privilegiada, su catre estaba en la esquina de la sala cerca de la cruz colgada en la pared.
Todos los demás niños ya dormían tapados hasta el cuello. Esa noche estaba más oscuro que de costumbre, solo podía ver la terraza al otro lado de su ventana. Sintió miedo, raro en él, acostumbrado a la oscuridad en su hogar. Dio vuelta su cabeza hacia la izquierda para mirar la cruz y darse un poco de valor. No pudo evitar acordarse de lo que había escuchado en la tarde, tras la conversación de enfermeras. Ese viejo anciano solo en una habitación cerca de su sala, contaba que en la noche lo visitaban dos seres extraños tan solo para mirarlo, sin decirle nada y después de un rato desaparecían.
El anciano hace dos días que había muerto, desde ese día el ambiente se sentía raro. Algunos enfermeros se notaban con temor en el rostro, como que esperaban que algo extraño sucediera. Llevaba unos minutos mirando la cruz, cuando sintió un escalofrío en su cuello, giró la cabeza, se llevó su mano al mentón y de sorpresa observó a una persona al otro lado de su ventana. Que extraño —pensó—, para llegar a la terraza aquella persona debía pasar por dentro de su sala y él no había sentido el típico ruido oxidado que hacían ambas puertas que daban hacia el exterior. Ese hombre y él, solo, separados por una ventana. Sintió la mirada de aquel ser, penetrante y el escalofrío ahora recorría todo su cuerpo. Se dio cuenta que vestía elegantemente de corbata, con un bigote fino y cabello cortado impecablemente. No podía soltar sus manos del respaldo, algo lo detenía, pasó al pánico, trató de gritar y su voz no salió. Al hombre los ojos le brillaron y comenzó a reír, no era risa, era burla, demoníaca. Sus dientes de una blancura diferente. Reía y el niño lo sentía dentro de su cabeza. El ser apuntó en dirección al pequeño, que realizando un gran esfuerzo logró zafarse y meterse dentro de las cobijas, completamente tapado. Seguía sintiendo la risa pero ahora dentro de la sala casi encima de él. Dio un giro hacia la cruz, cuando unas manos comenzaron a tocar su cuerpo tratando de sacarlo de las sábanas, lo consumió el terror y se desmayó.
Sorprendidos de una bruma que no dejaba ver nítido los catres. Abrieron las puertas que daban hacia la terraza y esta lentamente se disipó. Al final de la sala estaba aquel niño apoyado en el respaldo mirando hacia el océano y la cruz en el fondo levemente invertida. De los otros niños nunca se supo nada…
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