El mundo ardía, habían pasado 8 años desde que aquella criatura extraña había bajado de los lugares más oscuros del universo y había descendido sobre la que había sido la especie más poderosa, creativa y destructiva del planeta.
El evento fue sin precedentes, aunque muchos grupos religiosos lo ameritaban al apocalipsis bíblico, ragnarok o a cualquier profecía que les permitiera albergar un atisbo de esperanza. Pero, esperanza no habría, solo muerte, caos y llamas.
La muerte se ciñó sobre la potencia militar más grande de la época y en no más de 2 horas la puso de rodillas. Continuaron las naciones desarrolladas y luego los países tercermundistas, nada se escapaba de aquella criatura, de ese ser llegado de las estrellas.
Lo que el ser humano había creado en milenios, desapareció en no más de 4 días. Muchos se lanzaron corriendo hacia ese ser implorando ser devorados y así ser parte de su nuevo dios, quizás fueron los únicos que tuvieron algo de suerte.
Y el mundo ardía.
Luego, el sol se apagó, y en lugar de su luz solo existía una bruma roja e incandescente producto de las miles de vidas que ardían bajo el yugo de la muerte.
Solo quedamos unos pocos, los últimos de aquella aborrecible especie que, en su egocéntrica ambición de dominar los cielos, atrajeron a la muerte negra que quemaría al mundo.
Ahora, en oscuras cavernas nos encontramos, a gatas arrastrándonos en los desperdicios de un mundo que un día fue nuestro. La poderosa raza que dominó este mundo, los creadores de máquinas, los exterminadores de especies ahora somos carroñeros, devoradores de cuerpos, caníbales desesperados por sobrevivir un día más en un mundo en llamas.
Veo al horizonte al dios oscuro caminar y volver cenizas lo que antaño fue nuestro mundo. Se arrastra y desecha sus desperdicios compuestos por millones de seres que una vez fueron humanos. Su grotesca apariencia asemeja a un antiguo dios descrito por blasfemos escritores considerados locos, dementes, y hoy vistos como profetas de una historia rechazada, hoy en día vislumbrada como realidad.
Yog-Sothoth, Shub-Niggurath o Nyarlathotep lo llaman algunos, apelando a conocimientos antiguos descritos por un escritor de Providence, de aquel mundo antiguo que en estos momentos yace en llamas. Yo lo llamo muerte, veo como se arrastra sobre el abismante sufrimiento que deja en una tierra antes viva.
Miro mientras devoro lo que antes fue el pie de un niño. Miro a mi alrededor, veo a mi gente, miro al cielo y sé que ahí afuera no hay esperanza, solo muerte y llamas. Emprendo mi camino hacia el dios oscuro, me preparo para la ascensión, me convertiré en uno con él, mientras me devora en sus oscuras entrañas.
Yog-Sothoth, Shub-Niggurath o Nyarlathotep, seas quien seas, mi dios de la muerte, gracias, gracias, gracias.
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