AGUASCALIENTES, MÉXICO
Lágrimas que obstaculizan la mirada, ojos que observan sin contención, murmullos que la abruman y solo la mano de quien la sostiene, impide a la pequeña derrumbarse en la escalera, del dolor. Su vestido negro de luto anunciaba a gritos la repentina despida de sus progenitores. La niña de cabellos castaños y ojos ámbar, de nombre Zahra, se sujetaba con fuerza a la mano de su vecina, mientras que con la otra se cubría el rostro, impidiendo a los curiosos la vista de su dolor.
Farren al otro lado de la sala, observaba la escena con evidente tristeza. Su amiga sufría más de lo que el resto imaginaba, temía por ella y su destino; con sus padres muertos y sin parientes, no tenía sitio donde quedarse. Se acercó a ella y tomó su mano libre, no sabía qué decirle o cómo mirarla, por lo que se limitó a apretar con fuerza sus dedos y respirar profundo. Esto le recordó a la niña que debía respirar y mientras lo hacía, escalofríos recorrían su cuerpo. La señora Ciut echo la vista hacia abajo, a Zahra y luego a su hijo, y sonriendo con pesar, salieron de la casa donde el clima era frío y húmedo.
La lluvia los acompañaba en el sentimiento, las gotas de agua mojaban la cara de Zahra, quien comenzó a llorar con más tranquilidad y confianza al sentirse acompañada por las del cielo. Solo tenía cinco años y su acompañante acababa de cumplir los seis. Caminaron hasta donde estaba el coche y subieron a este en absoluto silencio, a diferencia del resto de días en los que formaban grandes escándalos, que eran acallados por los vecinos. La señora Ciut, desde el volante, los miraba de cuando en cuando a través del retrovisor y se mordía los labios para contener las lágrimas por sus amigos muertos. Edgar y Sofía no solo eran vecinos, también eran padres y amigos.
Al llegar al cementerio, el señor Ciut ya los esperaba, Zahra bajo del auto mirando a la gente que iba llegando tras ellos: demasiados coches, demasiada gente, pero sus padres solo se juntaban con sus vecinos; para la cría el resto sobraba. Los recién llegados se fueron amontonando alrededor de los ataúdes de sus padres, ella los observaba con enfado, pero los ojos de Farren destilaban amor y comprensión. El chico la llevo hasta la primera fila y dejó que esta se despidiera. Zahra besó cada ataúd y apretó con fuerza el colgante de su cuello, el cual, había sido un regalo de su madre, les dedicó una sonrisa y dejó caer un par de lágrimas sobre la madera, que fueron ocultadas por la lluvia. No había paraguas y nada cubría sus cabezas, aquello incomodaba a Farren al que le gustaba mantenerse en seco, mas a Zahra le era indiferente, cerraba los ojos escuchando las palabras del sacerdote quien comenzaba la misa. Las palabras de este, no significaban mucho para ella, aun así, intentó entenderlas y se alegró al escuchar las últimas:
“No os dejéis abatir por la pena, seres amados. Mirad más bien la vida que ahora empiezo, y no la que he concluido; pues voy a unirme con Dios y os espero en el Cielo.”
Ella quería volver a verlos y según su padre, el Cielo era un lugar muy bonito. –Los veré después– aseguró aliviada mirando el cielo gris y apretando contra su pecho su colgante de piedra.
Minutos después regresaron a la casa, Zahra se fue a dormir a la planta alta en compañía de Farren, mientras que en la planta baja el señor y la señora Ciut atendían las visitas, aceptaban condolencias y ofrecían aperitivos. Hacían sus mejores esfuerzos por poner buenas caras y cuando todos se fueron, se derrumbaron en el sofá a llorar. La señora Ciut le tenía un gran aprecio a la pareja, eran unos buenos vecinos y amigos, sobre todo a Edgar, con quien compartía ideales, objetivos y aficiones. Su marido la consolaba, al tiempo en que ambos se desahogaban. –Los voy a echar mucho de menos– masculló la señora Ciut tratando de serenarse. –Lo sé, querida, yo también– aseguró el hombre destrozado. La mujer cerraba los ojos con fuerza, deseando que aquello solo fuera parte de una pesadilla de la que pronto todos podrían despertar, mas a pesar de apretar con vehemencia los ojos, la imagen al abrirlos no variaba. –Pensar que pasamos por tanto … ¿Para esto? – jadeó con rabia, –para que se fueran de esta manera– añadió riendo con amargura. – ¿Un accidente de coche? – emitiendo un fuerte suspiro que concluyó con una nueva oleada de lágrimas y quejidos, su marido la abrazó, acariciando con ternura sus cabellos sin añadir comentarios. El día paso con una lentitud fuera de lo común, la pareja veía como poco a poco el cuarto se oscurecía y el ruido de la calle desaparecía.
Al caer la noche, la señora Ciut volvió a pronunciar palabra –Zahra–, su marido asintió a su lado y suspirando comentó: espero que continué durmiendo. La mujer negó con la cabeza, no se refería a aquello –se quedará con nosotros– masculló mirando hacia las escaleras, el señor Ciut siguiendo su mirada asintió nuevamente –correcto.
Obrigado pela leitura!
Un prólogo con grandes promesas y una bellisima prosa. La autora menciona que es su primer gran obra. De ser así, no extrañaría que llevase años escribriendo.