marcemadeleine Marce Madeleine

Cada vez que Karen y Orpheo se cruzan, vuelan chispas. La personalidad bromista de él y las pocas pulgas de ella parecen el combustible perfecto para una catástrofe colosal. Un trabajo en pareja para salvar una materia hará que tengan que convivir más tiempo del que ella puede tolerar. ¿Podrán encontrar un punto en común y lograr una tregua entre ellos?


Romance Romance adulto jovem Impróprio para crianças menores de 13 anos.

#romancejuvenil #escuela #amor-odio #secundario #badboy #nerd #música #musica #enredos #peleas #HES
5
5.7mil VISUALIZAÇÕES
Em progresso - Novo capítulo A cada 15 dias
tempo de leitura
AA Compartilhar

01


—Vamos, Karen, tu turno — animó Portia, con una sonrisa gigante.


La ronda de adolescentes contuvo el aliento una vez más. Algunos estaban ilusionados, otros nerviosos. Ninguno era experto en el arte de besar y, más de uno, estaba ávido de experiencias. Había, incluso, amores secretos que esperaban su oportunidad para manifestarse. Era la primera vez que proponían jugar ese juego entre ellos y prometía ser divertido.


Se habían reunido después de clases. Era viernes y ya estaban saboreando el fin de semana. Estaba casi todo el curso allí, quince chicos de catorce y quince años. Se llevaban de maravilla y disfrutaban de reunirse en aquella casa para tontear todos juntos. Trataban de seguir el ritual al menos un fin de semana al mes.


Cerca de ellos, la mesa ratona albergaba gaseosa y papas fritas de forma algo caótica. No hacía ni una hora que estaban allí y ya habían arrasado con las tres cuartas partes de las provisiones. La música sonaba de fondo, pero no lograba imponerse a las risas y gritos de tantos jóvenes.


La morena giró la botella con desgana. Odiaba esos juegos. Ya tenía planeado correr su rostro en el último segundo para esquivar los labios babosos del amigo de turno. Podría haber escapado, pero a esa edad uno trata desesperadamente de no parecer un bicho raro y acepta seguir a la manada. Lo único que rogaba era no tener que besar a Dio, porque era como su hermano. Aquello sería incómodo de verdad.


—Eu, Thea —intervino Orpheo—. Mamá dice que vayas a la cocina.


Se había metido al círculo para hacerse ver, aunque no participara de ese "juego de niños", como le gustaba llamarlo. Era el hermano mayor de Thea y Dio, los mellizos que oficiaban de anfitriones de la reunión. A sus dieciséis años, ya se perfilaba como el típico galán de instituto con su cabello rubio y su porte de modelo. Casi todas las chicas presentes suspiraron al verlo, poniendo en evidencia lo enamoradas que estaban de él. El chico era una estrella.


—¡Mirá, qué suerte! —se rió, al ver que la botella se había detenido frente a él —. ¿Quién es la afortunada?


No era que quisiera besar a ninguna de esas chicas, pero no podía evitar hacerse el gracioso con ellas.


—Nadie —lo cortó Karen, mirando el suelo—. La giraré de nuevo.


Thea miró a uno y otro, y se mordió el labio para disimular la sonrisa. Cruzó la mirada con su hermano mayor, quien le guiñó el ojo. Cambió de idea. Si molestar a Karen fuera deporte olímpico, él se ganaría todas las medallas.


—No, por favor. La botella es sagrada y hay que respetar su decisión —dijo con solemnidad—. ¿Tengo razón, chicos?


Todos estuvieron de acuerdo, risueños por la situación. Karen lo atravesó con sus ojos negros y un profundo gesto de enfado. Si las miradas mataran, Orpheo hubiera caído fulminado en ese preciso instante.


"¡Será idiota!", pensó, "De ninguna manera. ¡Ni en pedo!".


—Aprovechá, Karen —susurró Portia, emocionada y gesticulando de más.


La morena negó con la cabeza. El chico a su lado le dio una palmadita en la espalda. Eso le resultaba de lo más gracioso. Karen dirigió la vista hacia el mellizo de su amiga, con el ceño fruncido.


—No seas aburrida, Karen —le dijo Dio.


No era aburrida, era solo que nunca había besado a nadie y no quería que ese estúpido tuviera ese galardón. No le importaba si era cualquier otro, incluso prefería a Dio, pero no le daría el trofeo al pedante rubio que estaba parado frente a ella. Encima el muy condenado le sonreía con el desafío en los ojos. Advertir cuánto disfrutaba poniéndola en ese aprieto, la hizo enojar aún más.


Sus amigos traidores hacían comentarios animándola y pidiéndole que no arruinara el juego. Aquello la puso nerviosa y se sintió presionada, como cualquier adolescente que quiere encajar y quedar bien con sus pares.


—Yo creo que es una cobarde —opinó el mayor, para pincharla más.


Aquello surtió el efecto deseado: Karen se levantó como accionada por un resorte y lo enfrentó en un duelo silencioso. Orpheo acentuó la sonrisa. Le encantaba ganar, sobre todo cuando se trataba de ella.


—No soy cobarde —exclamó, con los puños apretados a ambos lados de su cuerpo.


—¿No? —le preguntó con malicia.


—No.


Aquella fue la señal para que él se le acercara, con paso muy lento. Portia aplaudió con emoción, como si aquello fuera la escena más romántica de una película. Yukari la miraba con envidia. Dio y Thea se reían, pues sabían cuánto detestaba Karen a su hermano.


—Che, ¿ no te estaba llamando mamá? — le dijo Dio a su hermana.


—Ya lo sé, pero no quiero perderme esto —respondió, con una sonrisa divertida.


—Yo digo que le da un cachetazo cuando lo haga —apostó Dio en voz baja.


—No, él va a recular en el último segundo. No se va a animar a tanto —lo contradijo ella—. Vas a ver que tengo razón. ¿Cuánto apostás?


—El postre de mañana. El que gane tiene doble —sugirió.


—Hecho— acordó, chocando su puño con él.


Karen se ponía más nerviosa conforme la distancia se acortaba entre ella y el "depredador". Todas las miradas que estaban puestas en ella no la ayudaban en lo más mínimo.


Siguió firme con su idea de apartar el rostro en el último segundo. Se repitió mentalmente que aquello sería algo rápido y luego podría retomar ese estúpido juego, dejando de ser el foco de atención. Sin embargo, no pudo evitar sentir a su corazón acelerarse. ¿Por qué tenía que pasarle eso cada vez que tenía a un chico sexy enfrente?


Cuando estuvieron a la distancia perfecta, Karen levantó el rostro y miró al enemigo a los ojos. Se sorprendió al notar que él también se veía demasiado serio. Se acercó despacio a ella, dándole tiempo a retroceder si así lo quería. No lo demostró, pero también se sentía algo inseguro. ¿Acaso estaría yendo demasiado lejos?


Posó su vista en esos labios que se veían muy apetecibles, aún sin llevar nada de maquillaje para embellecerlos. Sabía que lo disfrutaría y ella también, aunque quizás nunca lo admitiera. La duda se disipó tan rápido como apareció.


Cuando sus alientos casi chocaban, Karen hizo su maniobra de rechazo de manera imperceptible para todos, menos para él. Orpheo besó la comisura de su boca, divertido con ese manotazo de ahogado que había dado ella. Con rapidez, para no darle tiempo a recalcular sus movimientos, llevó sus manos al rostro de ella, para girarla y llegar a su objetivo. Se demoró un segundo de más en sus labios, tirando apenas el inferior con mucha suavidad, antes de soltarla y separarse de ella. Le había resultado deliciosa, pero jamás lo iba a decir en voz alta a nadie.


Karen estaba congelada, con la vista clavada en el suelo y más roja que el tomate más jugoso.


—¡Lo hizo! —exclamó Thea, tapándose la boca y mirando a su mellizo, que tenía gesto idéntico.


Orpheo se retiró en medio de aplausos y silbidos, con Thea pisando sus talones para hablar con su madre. Karen se sentó de nuevo en su lugar, se limpió los labios con la manga del suéter y resopló.


—¿Tan mal estuvo? —le preguntó Dio.


La cara de su amiga no le gustaba nada y se arrepentía de no haber hecho nada para evitarlo. Le había fallado. Karen le rodeó el brazo y se arrimó a él. Apoyó la cabeza en su hombro y evitó a toda costa mirarlo. Sentía la adrenalina del momento corriendo todavía por sus venas.


—Horrible —mintió—. Decile que existe el cepillo de dientes.


Dio rió. Apartó a su amiga para liberar su brazo y poder pasarlo sobre los hombros de ella, para abrazarla mejor. La quería muchísimo, casi tanto como a sus hermanos. Le alivió saber que no había sufrido ningún trauma por lo que acababa de hacer.


— Jeff, te toca.


Portia continuó dirigiendo el juego y lo que había acabado de pasar quedó en el olvido.


******

Ya en su casa, Karen seguía pensando en su intercambio en casa de los Sterling.


Estaba acostada sobre el acolchado de su cama, para no desarmarla. Acariciaba la tela suave que la rodeaba, mientras escuchaba música con auriculares.


Si cerraba los ojos, venía a su mente lo que debería ser un recuerdo bonito o divertido, pero que no había resultado como ella hubiese querido. Orpheo Sterling se había robado su primer beso. O, más bien, ella se lo había dado por impulsiva y orgullosa.


Habría sido de lo más dulce, si no hubiera tenido en cuenta todo el contexto. No iba a negar que besaba bien, incluso con ese simple roce. Hasta la había dejado con ganas de seguir, aunque jamás lo admitiría. La había tomado con una delicadeza increíble, algo soñado si hubiera sido otro chico.


Cada vez que su nombre venía a su mente, lanzaba un gemido de frustración y tapaba su rostro con algo, ya sea una almohada, un libro, sus manos, o lo que fuera que estuviera a su alcance.


Es que lo odiaba con todo su ser. Se conocían desde pequeños, porque los mellizos estaban en la misma salita del jardín de infantes que ella. Ambos hermanitos habían forjado una relación muy estrecha con Karen desde el principio, por lo que iban a todos lados juntos como si en realidad fueran trillizos. Y Orpheo le daba exactamente el mismo trato que a ellos: le hacía la vida imposible cada vez que podía.


A ese chico, le encantaba bromear a costa de Karen, y si bien muchas veces había reído con él, terminó por odiarlo por haberse ensañado con ella. Sí, había tenido un pequeño enamoramiento a los doce años, a pesar de todo. ¡Como para no hacerlo, si era bien atractivo el condenado! Pero todo se había ido al demonio con tanta broma seguida. Karen se cansó de él y pasó a mirarlo cada vez peor.

—Cuando aprendas a reírte de vos misma, te voy a dejar en paz. —Le había prometido una vez, y observándola con detenimiento, agregó— Esa cara no te ayuda, ¿sabés?

Y acto seguido, le había estirado las comisuras de su boca hacia arriba. Ella lo había apartado a manotazos y murmurando palabras poco propias de una chica de su edad.

Como si aquello fuera a pasar alguna vez...

—Él no te lo dice en serio, Kari —le explicaba Thea, en otra ocasión, con su paciencia infinita—. No le hagas caso.

—¡Bueno, que se meta con otra persona! —exclamaba ella—. ¿A él qué le importa si soy un queso en el handball? ¡Es problema mío, no suyo!

Tenían trece años y él las había visto en clase de gimnasia. Como si fuera cosa de la Providencia, justo había aparecido cuando Karen recibía un pelotazo en plena cara y caía al piso con poca gracia. La risa le duró un buen rato. Trató de ayudarla a levantarse, pero ella lo golpeó en rechazo a su propuesta.

—Es medio idiota —concordó—, pero es bueno en el fondo.

—Medio con un solo ojo, Thea —remató, cruzando los brazos.



La vibración de su celular la trajo de vuelta al presente. Thea la estaba llamando.


—Hola, traidora —la saludó, con una sonrisa.


La risa musical de Thea se escuchó del otro lado.


—Hola, linda. ¡Perdón! —se excusó— Pero es que, de verdad, ¡creía que le dirías que no! Si vos lo odiás, ¿qué mosca te picó?


Ahora, resultaba que era todo culpa suya. Karen se indignó.


—¿Qué querías que hiciera? Nadie me llama cobarde —se defendió.


—Bueno, te entregaste solita al enemigo —se rió—. Te juro que todavía estoy en shock.


—No podía echarme para atrás delante de todos. Yo que sé —refunfuñó—. Fue un error y no necesito que me ayudes con mis remordimientos.


—¿Tan mal estuvo? —le preguntó.


—Sí —respondió tajante.


No quería dar lugar a ninguna duda. Tratándose de él, no podía sincerarse con Thea.


—La verdad, lo disimulaste re bien —observó su amiga—. Los dos, de hecho.


—Pero si tu hermano está súper acostumbrado a hacer eso... Debe ser como un deporte para él.


Aquello la asqueaba totalmente. Ese chico se las había ingeniado para probar a la mitad de las chicas del barrio, por lo menos. Y ahora, ella era una más. Maldito orgullo.


—Él sabe dónde, cuándo y con quién... La mayor parte del tiempo —reflexionó.


—Ajá...


—La verdad, no sé qué le picó. Creo que la joda se le fue de las manos —opinó, ignorando que su amiga no quería seguir hablando del tema—. Estuvo raro el resto del día, ¿sabés?


—La verdad, ojalá se haya intoxicado conmigo —acotó, mordaz.


Tuvo que separar el teléfono de su oreja, por la carcajada que le arrancó a su amiga.


—Mirá, Thea, no quiero hablar de esto —se sinceró—. No le demos más importancia de la que merece.


—Pero fue el primero, Kari. Me da pena que sea con alguien que te cae tan mal —se lamentó.

Un miedo irracional se apoderó de ella.


—No se lo dijiste, ¿no? —la preguntó con temor.


—¿Qué cosa?


—¡Que fue el primero! Si se entera, me va a hacer la vida imposible...


Ahogó otro gemido de frustración. Odiaba haber cometido ese error, por muy delicioso que hubiera sido el momento. En ese preciso instante, hasta hubiera preferido hacerlo con Dio, antes que con Orpheo. Hasta besar al pesado de Jeff hubiera sido mejor, lo cual era mucho decir.


—Oh, oh... —murmuró su amiga.


—¿Qué? Ay, Galathea, más te vale que no...


—¡De nada, bombón! —lo escuchó gritar.


El idiota se había enterado. Aquello era su fin. Rodó, quedando boca abajo y ahogó un grito de impotencia con la almohada.


—Perdón —se disculpó Thea.


—¡¿Otra vez tenías el altavoz puesto?! —le recriminó Karen, espantada.


Aquella era una práctica frecuente en su amiga, que era tan inquieta que no podía estar sin hacer nada mientras hablaba por teléfono. No era la primera vez que alguien de su familia se enteraba de cosas vergonzosas de Karen por su culpa.


—Es que me estaba pintando las uñas y... —farfulló.


—¡¡Thea!! ¿Cómo vas a sacar un tema así con el altavoz puesto? ¡Ay, te voy a matar cuando te vea! —le prometió— ¡Chau!


Le colgó y vio que tenía un nuevo mensaje de Whatsapp.


El idiota: Che
cuando quieras podes seguir practicando conmigo ;)


Tú: Sos insoportable.
¡Ni en pedo!


El idiota: se que me amas
soy irresistible, bombon


Tú: irresistibles las ganas de ponerle acento a todas las palabras que escribís.
¿Sabías que existe el autocorrector?


El idiota: vos te lo perdes
Besos, hermosa ;)

Después de eso, le envió un mensaje de audio a Thea.


—Mañana ni te me acerqués, Galathea. Y dile al idiota de tu hermano que no se me cruce porque lo ahorco.


Satisfecha con su descarga, dejó el teléfono cargando y bajó a cenar.

9 de Outubro de 2018 às 03:22 4 Denunciar Insira Seguir história
2
Leia o próximo capítulo 02

Comente algo

Publique!
Martina Lynch Martina Lynch
Aww me encanta <3
October 12, 2018, 00:47

M.P. Southwell M.P. Southwell
Esto es genial, Marce! Es una locura verlos en un mundo normal... me encanta y, como no podía ser de otra manera, ya caí con la actitud de chico malo de Orpheo!!! 😍😍 Me alegra que te hayas decidido a escribirla!
October 09, 2018, 11:19

  • Marce Madeleine Marce Madeleine
    Muchas gracias, Maru! Me alegro de que te haya gustado! Y genial que lo hayas querido a orphe en su nueva versión jaja October 09, 2018, 19:21
~

Você está gostando da leitura?

Ei! Ainda faltam 1 capítulos restantes nesta história.
Para continuar lendo, por favor, faça login ou cadastre-se. É grátis!

Histórias relacionadas