Los milagros existían. Mientras la tierra ardía con el combustible derramado y el olor de la sangre lo rodeaba Johan supo que estaba vivo por uno. El nudo en su garganta detuvo un gemido lastimero mientras sus ojos comenzaban a humedecerse. Estiro su brazo sin poder alcanzar el techo deformado que lo separaba de los cadáveres de sus padres. El espacio entre su cuerpo y la destrucción era apenas de centímetros.
Cuando lo sacaron casi una hora mas tarde todo había terminado no había humo y solo quedaban restos de lo acontecido, el olor a sangre y carne quemada se había asentado en el lugar provocando una peste que nadie olvidaría. Aunque todos celebraron aquel milagro que era la vida de Johan el niño no podía hacerlo. Solo lloro durante días.
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