Milena observa con recelo los alrededores de la sala de espera, desde el feo tapizado de flores hasta la mesita ratona repleta de revistas de salud, belleza, chimentos, deportes, moda, política, cine, teatro, salud de nuevo y un catálogo de compra de Avon. La atención de Milena se detiene en la tapa del catálogo, o mejor dicho en su modelo de pelo claro y corte descuidado. Milena nota como poco a poco los rasgos de la modelo cobran vida primero empezando por una ceja que se contrae para terminar con una mueca en los labios que pregunta:
¿Qué anda pasando?
En un tris tras la imagen vuelve a quedarse quieta. Milena mira aturdida a los serenos acompañantes de la sala: un tipo tirado en el tercer sillón con un suéter torcido y ojos entornados y la secretaria que silba logrando que el sonido sobrepase el silencio de la sala de espera. Ambos parecen estar en sus mundos. Milena mira más allá de ellos y se encuentra con un extenso y oscuro corredor del cual está segura que al final puede ver las gemelas del resplandor que preguntan con voz homogénea:
¿Qué anda pasando?
Milena muerde una de sus uñas que ya no es una uña sino un recorte maltrecho y sangrante. Escucha el tic tac del reloj negro sobre su cabeza. Tic tac, tic tac, decide concentrarse en el sonido hasta que este se deforma, agrava y pregunta:
¿Qué anda pasando?
La puerta del consultorio se abre y una bata blanca sin rostro llama a Milena por el apellido. Adentro del despacho es recibida con un “mucho gusto” insípido. Luego de teclear algo en su computadora la bata blanca finalmente hace la pregunta:
¿Cómo te sentís?
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