u7172187059 Víctor Mestre Pérez

Álvaro, un antiguo policía expulsado del cuerpo, malvive trabajando en un desguace y como portero los fines de semana. Su vida miserable parece estancada en un callejón sin salida. Sin embargo, un mafioso de la zona llegará al desguace, para hablar de negocios con su jefe. En ese instante, Álvaro verá la oportunidad de retomar el control de su vida.


Crime Para maiores de 18 apenas.

#arte #atracos #policia #corrupcion #crimen #drogas #mafia #noir #robos #valencia #violencia
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Sentía que los nudillos le ardían. El sospechoso, un pobre diablo que no daba su brazo a torcer, le miró a los ojos rogándole clemencia. Inquieto, se removió en su silla, maniatado. Cuando se acercó, el rostro del sospechoso, deforme por los golpes, se transformó en una máscara de terror.

—¡Nooggghrrr! —gritó el hombre de la silla.

—¡¿No, qué?! —alzó el puño derecho y le golpeó en la mandíbula. El crujido de los huesos rotos retumbó por la habitación—. ¿Acaso crees que nos gusta esto? ¿Estar perdiendo el tiempo, aquí, contigo? ¡Con lo sencillo que sería que nos dijeses dónde está la cinta! ¿A qué esperas?

El hombre de la silla resolló y gimoteó.

—¡Lga bogcga! ¡Mig bogcga! ¡Mge hgas pagrtgidgo...! ¡Mgal... ngacgi...!

El hombre de los nudillos doloridos estiró el brazo, agarró del cuello al sospechoso y lo trajo hacia él.

—¡No será lo último que te parta como no hables!

En ese momento la puerta de la habitación se abrió y un hombre, con barba de varios días, entró.

—¿A qué estás esperando, corazón? —preguntó el recién llegado—. ¿Quién tiene la cinta?

—¡Vgicgente Rgubgio!

—¡¿Quién?! —preguntó el hombre de los nudillos doloridos, el que lo agarraba de la pechera.

—¡Vgicgente...!

—¡VOCALIZA, JODER!

—¡VICENGTE, VICENGTE! ¡VICENTE RUBIO!

El hombre soltó al sospechoso y este se desplomó sobre la silla. Al volverse, miró al hombre de la barba de varios días y preguntó.

—¿Es posible?

—¿Qué si es posible? ¡Por supuesto que es posible! ¡Ese cabrón me la tenía jurada! Ahora, toca ir a por él —el hombre de la barba de varios días sacó un cigarro del bolsillo, se lo llevó a la boca y lo encendió—. Suficiente por hoy. Puedes marcharte.

—¿No quieres que insista un poco más?

—No, no es necesario. Ya va siendo hora de que te despiertes.

—¿De qué me despierte?

<<¡PIIIII- PIIIII- PIIIII- PIIIII!>>

—Eh.... joder...¿Qué...?

Al abrir los ojos legañosos, vio como la luz del amanecer entraba a través de las persianas de su cuarto. Una figura, baja y encorvada, se recortó contra la luz del amanecer.

—¡Gandul, levántate! ¡Llegarás tarde a ese trabajucho que tienes!

—¡Cállate, vieja!

—¿¡Cómo que vieja!? —la figura se acercó hacía la mesa cogió el despertador y le golpeó en la cabeza.

—¡AUCH!

—¡A mí no me llames vieja, mamarracho!

—¡Ya voy, ya voy!

Mientras la mujer salía de la habitación, el hombre se incorporó y se puso las pantuflas. Caminó arrastrando los pies hasta el cuarto del baño y encendió la luz. El espejo que tenía enfrente le devolvió el reflejo. Vio un hombre de espalda ancha y brazos musculosos, pero también de tripa prominente y con una cicatriz en el bíceps derecho. El pelo, enmarañado y rizado, no lograba tapar una incipiente calva que comenzaba a extenderse por la coronilla. Al mirarse a los ojos, vio unas patas de gallo que parecían arañazos mal curados; y justo en medio, una nariz retorcida y a la que le colgaba un moco blanquecino. La barba de tres días apenas disimulaba una cara hinchada y redonda.

Se pasó las manos por la pancha y dijo.

—Bueno, no estoy tan mal. En cuanto haga unos pocos abdominales y me controle con el fiambre esto se irá solo.

<<Eso no te lo crees ni tú.>> pensó para sí.

—¡Aaachussshhh! —el moco voló hacía el espejo y este explotó contra el cristal, ensuciando todo el lavabo.

—¡Mierda! —tomó un papel del rollo de papel higiénico y limpió el cristal.

—¡Álvaro! ¿Qué estás haciendo? —preguntó la mujer enfadada—. ¡Todavía te tienes que hacer el bocadillo! ¡Baja que vas a llegar tarde!

—¡Voy!

Salió del lavabo y regresó a su cuarto. Emblemas de la policía nacional, junto a fotos suyas en el gimnasio del cuerpo, se apilaban sobre un escritorio frente a la ventana. Pasó junto a estas y se sentó en la cama. Abrió un cajón de la mesita de noche, sacó una cajita y volcó su contenido. Una llave atada a un cordel y un montoncito de polvo blanco cayeron sobre la mesita de noche.

<<¡Mierda! Recién empieza la semana y no me queda ni para una clencha>> pensó Álvaro. Tomó el pantalón de la silla que había junto al escritorio y del bolsillo sacó un billete de cinco euros. Lo hizo un canuto, se inclinó sobre la mesita de noche y esnifó el polvo blanco.

—Va a ser un semana muy dura —se levantó de la cama, se puso unos pantalones vaqueros, una camisa deshilachada, un chándal azul oscuro y salió de su cuarto.

Al entrar en la cocina vio a una mujer, de rostro arrugado, enjuta y rubia platino, fumando un cigarrillo, con una taza de café en la mano y mirando una pequeña televisión que colgaba de la pared.

—¿Cuando vas a dejar de trasnochar y buscarte un trabajo decente? —preguntó la mujer sin apartar la vista del televisor.

—¡No trasnocho madre! —Álvaro se dirigió a un estante y cogió una barra de pan. Sacó un cuchillo de un cajón y cortó la barra en dos—. ¡Es trabajo!

—¿Un trabajo? ¿Custodiar la puerta de ese tugurio? ¿Recoger las mesas y limpiar la mierda de los demás?

—¿Qué quieres? ¡Si me pagasen más en el desguace no tendría que buscarme un trabajo los fines de semana! —Álvaro abrió la nevera, sacó una laminas de mortadela y las puso dentro de la rebana de pan. Cogió papel de aluminio de un tubo y envolvió el bocadillo—. ¡La cosa está jodida!

—¡No están jodidas! ¡Tú las jodiste! —la mujer se volvió hacía Álvaro y le señaló con el dedo—. ¡No estarías ahora fuera del cuerpo de policía de no haber sido por esa cabeza de chorlito que tienes!

—¡Mamá!

—¡Ni mamá ni hostias! ¡Lo único que tenías que hacer era obedecer las órdenes del subinspector! ¡Nada más!

—¡Pero si era lo que siempre hacía! Que si alterar pruebas, cambiar informes, apretar las tuercas a algún sospechoso (o incluso a algún compañero)... ¡Todo lo que me pedía lo hacía!

—¡Y vas y la tuviste que cagar con el tema del alijo! ¡Mira que eres cenutrio!

—¡Ya te lo he dicho! ¡El reparto del dinero por el alijo que colocamos no fue justo! ¡Me dieron menos de lo que te tocaba y tú lo sabes! ¡Y no me llames cenutrio!

—¿Y por eso tuviste que chivarte? ¿Para qué? ¿Para que acabaran cargándote el muerto a ti? ¿Ves como eres un completo cenutrio?

—¡No me llames así! —Álvaro salió de la cocina y se dirigió al recibidor.

—¡Y con los sacrificios que tuve que hacer por ti en mi etapa en la consellería de justicia para que ingresaras en el cuerpo! Nunca pensaste en eso, ¿verdad?

—¿Sacrificios? ¿Hablas de cuando te follaste al comisario para conseguir una copia del examen de acceso? —cogió las llaves de su coche, las llaves de casa y abrió la puerta que daba al descansillo.

—¡Por lo menos hice algo, bastardo desagradecido!

—¡No me rayes, madre! ¡Me voy a currar que llego tarde! —y sin esperar replica alguna, cerró la puerta tras de sí y descendió las escaleras hasta llegar al portal que daba a la calle. Caminó entre la hilera de coches mal aparcados y, tras un contenedor de basura abollado, vio un viejo y destartalado Ford Orion. Abrió la puerta, entró y metió la llave en el contacto. Tras expulsar una nube de humo negro por el tubo de escape, el coche se puso en marcha. Condujo por la calle y, al llegar al final, giró a la izquierda y se incorporó a una avenida llena de coches.

—¡Mira que me revienta que me trate como una mierda y que me recuerde que ya no estoy en el cuerpo en todo momento! ¡JODER! —gritó Álvaro para sí. <<Pero en el fondo, tiene razón. La culpa... es solo tuya>> pensó. <<No fui ninguna joya, lo admito, pero yo no fui el único garbanzo negro en el cuerpo. ¡Solo fui, lo que se dice, el brazo ejecutor! ¡El que se encargaba del trabajo sucio! ¡Y todos se beneficiaron de ello! ¡Y no solo eso, si no que me la quisieron meter doblada!>>

Álvaro vio un cartel que indicaba la salida de pueblo y tomo la salida. Los edificios de dos plantas quedaron atrás y condujo por un área de servicio. Finalmente, llegó a una sinuosa carretera secundaría y pasó junto a las direcciones que indicaban un polígono industrial. Edificios grises, grandes párquines abarrotados de camiones y concurridos almacenes se extendían por el polígono. Al final, poco antes de llegar a una rotonda, vio un grupo de chicas con pantalones cortos. Algunas de pie y otras sentadas en sillas plegables. La mayoría distraídas, mirando sus móviles y conversando entre sí. Una morena, de tez pálida y a la que se le marcaba las costillas, levantó el brazo y le saludó.

—Demasiado pronto para empezar con los vicios —dijo Álvaro para sí.

En una de las salidas de la rotonda, Álvaro vio un cartel que ponía "DESGUACE". Giró el volante y tomó la salida. Al cabo de cinco minutos de conducción, llegó a un recinto vallado. Aparcó el Ford Orion junto a una furgoneta roja y caminó hacia la puerta vallada. En ese momento, la puerta de la furgoneta se abrió y un hombre bajó de ella alterado. Era alto y musculoso, de tez morena y con el pelo engominado. Vestía un chándal Luanvi salpicado de grasa de motor seca.

—¡Luís te está buscando! —anunció el hombre—. ¡Parece cabreado!

—¿Cabreado por qué?

—¡Por la que montaste la semana pasada!

—¿La que monté la semana pasada? ¿De qué coño estás hablando, Juan?

Los dos cruzaron la puerta de la valla y caminaron en paralelo a una fila de coches desvencijados.

—¡Joder macho! ¡Qué poca memoria tienes!

—¿Pero de qué coño estás hablando? Por cierto, ¿tienes un piti?

—¿Ya empezamos pidiendo de buena mañana? —Juan le tendió un cigarro a Álvaro y este se lo llevo a los labios.

—¡Gracias tío! ¡Lo necesitaba para empezar la semana con fuerzas! —sacó un mechero del bolsillo y lo encendió. Tras darle una calada, preguntó—. ¿Qué era lo que estabas diciendo de que Luís estaba enfadado por no-sé-qué-motivo?

—¡Porque eres un gilipollas y tienes el cerebro del tamaño de una almendra, subnormal! —dijo una voz a su espaldas. Cuando Álvaro y Juan se dieron la vuelta, vieron como un hombre bajo, gordo y repeinado hacia un lado, bajaba cojeando las escaleras, ayudado por un bastón, de un contenedor industrial que era usado como oficina. Sus mofletes y papada temblaban espasmódicamente, con cada frase que escupía—. ¿Qué hiciste con los faros, las llantas, los espejos retrovisores y todo lo demás, de la entrega de la semana pasada?

—¿La entrega de la semana pasada? —preguntó Álvaro confundido.

—¡La del Lamborgini, imbécil! —gritó el hombre del bastón a medida que se acercaba.

—¡Lo dejé en el cajón que me dijiste, Luís! ¡Junto a los contenedores rojos de los neumáticos!

—¡Y una mierda! ¡Ahí no está! —afirmó el hombre. Al llegar frente a Álvaro y Juan se detuvo y miró al primero con desaprobación—. ¿Eres capaz de imaginar lo mal que quedé ante Radimir cuando le entregué el cajón y este, al abrirlo, comprobó que no era la mercancía que me había pedido? ¡Me hiciste quedar como un gilipollas!

—¿No estaba en ese cajón? —preguntó Álvaro desconcertado.

—¡Claro que no, subnormal! —sentenció Luís. Levantó el bastón y golpeó a Álvaro en el pecho—. ¡Y todo esto por tu culpa!

—¡Lo siento!

—¡Tu qué vas a sentir!

—¡Ya me hago cargo! ¡Ahora mismo me pongo a buscarlo!

—¡Ya estás perdiendo el culo!

Álvaro le dio una última calada al cigarro y lo tiró al suelo. Se volvió con celeridad y se perdió tras una pila de pales de madera. Luís se volvió hacia Juan y dijo.

—¿Y tú qué coño estás haciendo tocándote los huevos? ¡Ve y ayúdale!

—¡Ya-mismo! —Juan asintió, hizo un saludo militar y corrió tras Álvaro.

Tras dejar atrás una columna de coches oxidados y desvencijados, encontró a Álvaro en medio de una gran explanada, junto a una montaña de neumáticos usados, rebuscando en el interior de varios cajoneras de metal.

—Luís me ha mandado a que te eche un cable.

—Ese cajón ya lo he revisado. Pilla el otro.

—¡A la orden!

—Menuda mierda.

—Sí, la verdad es que sí. No es la mejor forma de empezar la semana. ¿Donde coño dejaste la mercancía de Radimir?

—¡Y yo que sé! —contestó Álvaro alterado—. ¡En alguno de estos cajones, supongo!

—Tío, te veo bastante mal. ¿Qué es lo que te pasa?

—¿A mí? ¡Nada, nada en absoluto! —Álvaro se volvió y dio una patada a tapacubos que había en el suelo—. ¡Que mi madre tiene razón y no sabes cuánto me jode!

—¡De qué estás hablando?

—¡Pues qué estoy viviendo una vida de mierda desde que me expulsaron del cuerpo! ¡Porque el gilipollas del subinspector Narvaez me jodió con el tema del alijo de drogas!

—Bueno, porque te chivaste de los sobornos y la alteración de las pruebas.

—¡Si no me la hubiera pegado y me hubiera pagado lo acordado yo no me hubiera ido e la lengua!

—¿Y qué esperabas? ¿Que se quedara sin hacer nada? Conociéndolo como lo conocías, era un tío que no te la iba a dejar pasar. Además, tú estabas tan pringado como él, y sabiendo la de contactos que tenía, difícilmente le ibas a ganar el pulso.

—Menuda mierda...

—Jugaste mal tus cartas.

—Ya, ya...

—No pensaste con claridad. ¿Y sabes por qué? —Juan se acercó a Álvaro, levantó la mano y le pellizcó con el dedo índice en la nariz—. Porque dejaste que tu tocha te controlase.

—¡Vete a cagar!

—Tío, te lo digo en serio. Te metes demasiada mierda. Deberías relajarte un poco.

—¡Mira quién habla! ¡El que solo se toma batidos de "proteínas" para ir al gimnasio!

—¡Sí, sí! ¡Lo que tu digas! ¡Pero yo no dejo que controlen mi vida!

—¡Eso no te lo crees ni tú!

—¡JA, JA, JA!

—Por cierto, ya que estamos hablando de estas cosas —Álvaro miró a un lado y luego a otro y, en voz baja, preguntó—, ¿no sabrás de alguien que tenga un poco de mandanga, para empezar bien la semana?

—¡Ves como tu tocha te controla! ¡JA, JA, JA!

—¿¡Conoces a alguien que me pueda pasar o no!?

—Sí, sí, sí, conozco a alguien. Tranquilo tío, solo me estaba quedando contigo.

—¿Cuando podrías hablar con él? —preguntó Álvaro. Juan sacó un móvil del bolsillo del pantalón y revisó la agenda.

—Ahora después en el esmorzar.

—Perfecto. No sabes con que bajón me he despertado esta mañana.

—Tú tranqui. Le diré que te haga precio de amiguete.

—De amiguete... claro.

—¡Por supuesto que sí! Por cierto, hablando de mandanga. ¿Tienes todavía el móvil de aquel compañero tuyo de patrulla que pasaba Dianabol?¿Rodrigo tal vez?

—¡Mira, tú! ¡El que decía que solo tomaba batidos de proteínas!

—¡Es para un amigo!

—Sí, todavía tengo su móvil.

—¿Podrías pedirle un bote de cien capsulas? Odio las inyecciones.

—¿Odias?

—Bueno, quiero decir que "odia" las inyecciones. Tú ya me entiendes.

—Si, claro. Será mejor que busquemos las piezas de Radimir antes de que Luís nos pille rascándonos los huevos.

—¡A la orden! 

3 de Agosto de 2018 às 21:14 2 Denunciar Insira Seguir história
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Pablo GaRe Pablo GaRe
Quiero saber como continua
October 03, 2019, 11:09
Pablo GaRe Pablo GaRe
Me esta pareciendo interesante la historia. Personajes de baja estofa, marginales y en situaciones que a la larga mas de uno u otro ha podido vivir ya sea en sus carnes o en las de alguien conocido
October 03, 2019, 11:08
~

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