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La noche más fría de todas

Esperé que mis vacaciones llegaran como cuando tenía la edad escolar y sabía que se avecinaban días espectaculares en la hacienda de mis abuelos, con paseos al río, ordeño de vacas, siembra, cosecha de naranjas, comida deliciosa y mimos.

También tenía la necesidad de huir del frío polar de Buenos Aires (Argentina, por si se confunden con alguna homónima de por ahí), ciudad en la que estudio mi postgrado. Y claro, lo más importante ver a todos los que quiero y que siempre se echa de menos.

El viaje a Ecuador tenía la logística lista con ayuda de mis incondicionales padres, que están atentos a cada detalle. De Ezeiza hasta Lima en cinco horas y desde la ciudad del puente y de la Alameda no era sino hacer una conexión y llegar a Guayaquil. Nada del otro mundo.

Ya de la perla a Zaruma, mi Zaruma, no queda más que disfrutar del viaje, porque la carretera huele a país y eso no se paga con nada.

Todo estaba very beautiful. No me imaginaba que el retorno se iba a poner “veri dificul”, para ponerlo en el inglés de Carlitos Tévez.

Cuando el capitán del vuelo de Lan anunció el aterrizaje a la capital peruana en el Meridiano de Greenwich eran las 22:30, estaba con el tiempo justo para abordar el siguiente avión. Esas cosas pasan, no estaba fuera de lo normal, a estas alturas de la vida a poca gente le sobra el tiempo, ¿no?

Antes de sentir el asfalto de la pista repasé el protocolo que George Clooney diseñó en su película “Amor sin Escalas”. Tenía que ir detrás de los asiáticos que viajan ligero, nunca mezclarme con turistas norteamericanos porque llevan de todo, y como van de relax su tiempo en la máquina de control de objetos es eterno.

Antes de dejar la nave se nos pidió que esperáramos unos minutos, porque no llegaba el bus que nos tenía que trasladar a la terminal. Qué me iba a imaginar que esos pocos minutos me pasarían una factura más cara que el tiempo de adición que le pitó Byron Moreno a Barcelona en Casa Blanca.

Al llegar a las máquinas de control tomé la vía rápida, lejos de una familia con niños pequeños que ponían en las bandejas desde juguetes hasta pañales. Nada, mi intento de ganar tiempo no funcionó.

Cuando alcé la mirada en la primera pantalla de arribos y salidas, el desastre. Mi vuelo ya estaba cerrado. El bus se había demorado menos de diez minutos en llegar, pero fueron suficientes. ¿Cuándo nos volvimos tan puntuales en esta parte del mundo?

Como dice el refrán que la esperanza es lo último que se pierde, le di a mis zapatos de suela un sprint mejor que los que les doy a los “pupillos” en un juego de fútbol sala.

El sudor esta vez fue inútil. Ni Gatorade me recuperaba todo lo que perdí. La nave se había ido.

La cara que puse y los argumentos que les arrojé a la gente de LAN hicieron que me den un ticket para el siguiente vuelo, que salía diez horas después.

Con esa demora hasta llegar a Zaruma, si es que no hubiese otro inconveniente, estaría arribando en los últimos minutos de la final de la Copa América. Para un futbolero como yo eso no se devuelve con nada. Bueno, con casi nada. Para ser rigurosos, también tenía un compromiso familiar a la noche, pero a ese evento si llegaba, cuestión de un duchazo y a la pista.

¿Y ahora, y ahooooora?, me dije desesperanzado. Encontré un pequeño aliento en un cartel que decía “Zona Wifi”. Se sabe que en el mundo moderno un lugar con Wifi gratuito se convierte en Disney de inmediato.

Lo primero que hice fue contar la triste anécdota a todos los que les podría interesar. Era media noche.

Había que elegir una buena película para mirar en la espera, tomando en cuenta que durante el primer vuelo había terminado de leer un gran libro de Marketing Deportivo, y ya mis ojos estaban cansados para más letras.

Avisados todos me dispuse a buscar la película, cuando en la pantalla del computador un anuncio me dio otra patada. “Wifi gratis por diez minutos”. Hasta donde llega mi conocimiento, la economía peruana es boyante, de las mejores de la región. ¿Qué necesidad hay de cobrarnos el wifi?

No iba a pagar un dólar por el internet, porque ya mi indignación estaba en rojo. No quedaba otra que recurrir a los libros. Decidí terminar El Príncipe de Maquiavelo, que ya llevaba días a medias.

El cansancio hacía que empiece a cerrar los ojos. Pero como la gente no lo puede ver cómodo a uno, un encargado del aeropuerto me pidió dos veces que abandonara las salas que había ocupado para pernoctar, palabra por demás burocrática.

Al fin, cuando ya encontré rincón para estirarme vino lo peor. El frío que pensé que había abandonado en mi Buenos Aires querido, retornó en su máxima expresión.

Era más fuerte que el chiflón de las cinco de la tarde en las ciudades de altura, ese tan temido por las abuelitas.

Esas salas de pre embarque se convirtieron en congeladoras. Yo tenía puesto una chompa gruesa, pero no daba batalla a la inclemente temperatura. En serio, sentía como los huesos se me helaban, no había donde refugiarse y tampoco los sillones eran los de un Ferrari.

El suplicio estaba cobrando vida. Frío, sueño, dolor de espalda, y para colmo esa sensación paranoica de que si me dormía profundamente, cosa que hubiera sido milagrosa en esas condiciones, me podían meter algo en la maleta de mano. Esa psicosis Made in USA la carga uno por tanto ver películas post 11S.

Llegué a sentirme como Gina Godoy, la asambleísta de Alianza País que dijo que en la protesta de la Shyris la gente estaba bajo el efecto de “sustancias”. Ese nivel de paranoia a uno le da en un aeropuerto extranjero, a las 2 am, completamente solo y con el frio congelándole el razonamiento.

Mi nivel de auto consolación llegó al punto de esperar que una Catherine Zeta-Jones se me acercara a preguntar si estaba bien. Eso tampoco pasó. Sépanlo, esas cosas solo le pasan a Tom Hanks.

En fin, lograba dormir por periodos de diez minutos. Sí, el diez estuvo de moda esa noche. Me despertaba el frío y sentía las manos entumecidas. A veces caminaba un poco para cansarme más y caer rendido.

No sé si lo soñé o si fue real, pero recuerdo haber visto unos cartones apilados cerca a la puerta de una de las tiendas del lugar. Rápidamente recordé que en un programa de supervivencia de Discovery Channel, había escuchado que el cartón es la materia que más calor puede proporcionar sin necesidad de fuego.

No sé por qué no tomé uno en el sueño o en la realidad.

Voy a culpar al frio por todos los sueños raros que tuve en los cortos periodos de descanso. Entre ellos recordé mis caminatas por Buenos Aires. En esa ciudad tan linda, tan romántica, tan turística, hay historias que pasan desapercibidas.

Cientos de personas duermen en los portones de edificios o en cualquier esquina. Y en Buenos Aires hace frio de verdad.

Los argentinos les llaman linyeras, los gringos homeless, en Ecuador los conocemos como mendigos. Ellos ya se hicieron parte de la cotidianidad y pocas veces nos ponemos a pensar cómo resisten ese clima inclemente. Son valientes. Sobrevivir en esas condiciones es de héroes.

Como tengo la curiosidad del periodista siempre me había preguntado: ¿cómo sería pasar una noche al estilo de un sin techo? Aunque no lo viví en la calle, la experiencia que tuve en el aeropuerto de Lima fue dura, muy dura. Pero estoy aquí para contárselas.

De bonus track les digo que el frio no era provocado por el clima, sino por el aire acondicionado del aeropuerto. Yo no sé cuál es el concepto de aclimatación de ambientes que tienen los hermanos sureños, pero casi me da una neumonía.

Les doy un consejo gratuito amigos de esa ciudad que alguna vez los Incas defendieron con su vida, bájenle al aíre acondicionado, así mejoran su hospitality, y a ver si se ganan un premio de esos que le dan frecuentemente al José Joaquín de Olmedo. Sí, el de Guayaquil. Este detalle les doy en gratitud por la exquisita voz de Chabuca Granda, estamos a mano.

Para que no me tengan tanta lástima les cuento que aunque Catherine Zeta-Jones no apareció por Lima, en Zaruma me esperaba mi novia, una hermosa chica de ojos verdes, guapísima. También me esperan siempre los brazos cariñosos de mi familia. Así que, aparte de este frio episodio, la vida me sonríe gente.

Jorge Luis Rubio Espinosa. 

8 de Julho de 2015 às 03:07 1 Denunciar Insira Seguir história
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sergio reinaldo sergio reinaldo
El primer capítulo de tu relato, Jorge, está muy bien escrito. A mi siempre me han gustado los relatos de viaje. He estado en Buenos Aires , en Patagonia y en Guayaquil, pero por suerte no he pasado por el aeropuerto de Lima... Te animo a seguir escribiendo.
February 11, 2021, 20:12
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