A
Augusto Salvador


Cuento de humor de Guillermo Díaz-Caneja (Madrid, 14 de octubre de 1876-íd., 1933) fue un escritor y comediógrafo español.


Humor Todo o público.
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I

La operación fué laboriosa; pero al fin se consiguió extraer la bala, que había penetrado en la parte superior del muslo derecho del soldado Juan Pacheco, más conocido por el sobrenombre de Pelotón desde que, por su larga permanencia en el de los torpes, había llegado éste á estar constituído por él solamente.

Con sumo cuidado se le condujo desde la sala de operaciones del hospital militar en que se hallaba, á una de las camas preparadas para recibir á los heridos de la acción librada pocas horas antes.

Cuando los efectos del cloroformo se extinguieron, Pelotón, á causa de los violentos dolores que sentía en la herida, pues la bala había interesado el hueso, empezó á quejarse con toda la fuerza de sus pulmones, que era mucha, pues los tenía capaces de dar cabida á un ciclón.

[Pg 188]

Al oir los quejidos del herido, una hermana que á prevención había quedado junto al lecho, trató de consolarle amorosamente:

—Tenga paciencia, hermano, que otros han sufrido mucho más... ¿Qué sabe usted lo que son dolores fuertes?—decíale como supremo argumento.

Suspendió Pelotón unos segundos sus lastimeros lamentos para mirar con ojos extraviados á la hermana, como dando á entender que no le parecía una razón muy convincente el que otros hubieran sufrido más, para que él no estuviera viendo las estrellas.

La fuerza del dolor y el estado de debilidad en que el herido se encontraba, pronto le dejaron sumido en un estado grande de postración.

Cuando Pelotón abrió los ojos nuevamente, el primer quejido de la serie que se disponía á lanzar, quedó contenido en sus labios por la sorpresa que experimentó.

Entre las muchas señoras que caritativa y generosamente desempeñaban el cargo de enfermeras en aquel hospital, había una, llamada Doña Amparo, que atraía la atención de cuantos la veían, por su radiante hermosura. Se podía apostar, sin miedo á perder, que no tenía más de veinticinco años. More[Pg 189]na, de ojos grandes y negros, como su pelo, que cubría, en parte, con una cofia blanca como la nieve. Su semblante, algo aniñado, tenía una expresión dulce y bondadosa, la sonrisa, un poco tristona, jugueteaba continuamente en sus finos y rojos labios. Si hubiera sido más alta, habría parecido delgada; pero, dada su mediana estatura, sus carnes estaban en lo justo para que las formas guardaran un admirable concierto. Era el tono de su voz tan suave y persuasivo, que, cuando suplicaba algo, era una orden para el que la oía. El aroma de todas las flores de la tierra parecía encerrado en aquella mujer, y no había allí herido alguno que no sintiera aliviarse sus sufrimientos cuando ella se acercaba: tal era la mujer que Pelotón vió ante sí.

Doña Amparito, como la llamaban más comúnmente, enfriaba con la cuchara el caldo de una taza que tenía en la mano.

—¿Se siente usted más aliviado?—preguntó á Pelotón.

Este, sintiendo que la lengua se le volvía un estropajo, contestó con un movimiento afirmativo de cabeza.

—Pues á tomar ahora este caldito y á seguir descansando... ¿verdad?

Y decía aquello de una manera, con un[Pg 190] tonillo, que no había más remedio que tomarse el caldo sin replicar.

Desde aquel momento, Doña Amparito vino á ser una obsesión para el pobre soldado, y éste á convertirse en el punto negro de las hermanas de la Caridad y de las demás enfermeras; todas temblaban cuando tenían que acercarse á la cama de Pelotón para algo.

El herido oponía una resistencia heroica á tomar nada que no viniera de manos de la bella enfermera. ¿Qué culpa tenía él de que los alimentos le nutrieran más... de que las medicinas le produjesen mejor efecto cuando ella se las daba que cuando se las daban las otras?

Y no es que las demás señoras, como las hermanas, no fueran cariñosas con él... ¡qué disparate!...; es que aquélla... aquélla tenía un modo de hacer las cosas que... ¡vamos!... él no se lo sabía explicar, pero cuando ella se acercaba, con ella venía la salud, la vida, la alegría... ¡Si daba gusto sufrir para que ella consolara con sus palabras llenas de amor y de ternura! ¿Es que tenía él la culpa de tener fe en que con sus cuidados se había de poner bueno? ¿Que las hermanas se enfadaban? ¿Que los médicos le reñían? ¿Que ella misma le había reprendido alguna vez[Pg 191] por su terquedad? Ella, hasta regañando, daba gusto oirla, y en cuanto á los demás... ¡los demás, que le presentaran el artículo de las Ordenanzas en que se prohibía tener fe en una persona! ¡Porque fe y nada más era lo que él sentía por aquella señora tan guapa! Y decían que era viuda de un capitán, muerto en la campaña aquella, y que por honrar la memoria de su esposo se había consagrado á cuidar á los heridos mientras durara la guerra.

—¡Viuda!—decíase Pelotón.—¡Qué cochino enemigo habrá sido el que ha matado al marido! ¡Pobrecita!

Llegó para Pelotón el terrible momento: había quedado cojo; pero estaba curado, dado de alta, con la licencia absoluta en el canuto y con una cruz en el pecho.


Mohino y cabizbajo salió Juan del hospital. No sabía lo que le pasaba; iba triste, y no sabía por qué. Al abandonar el hospital le parecía abandonar el lugar de toda alegría y de toda felicidad que pudiera haber en la tierra. De todos se había despedido, y aunque aún le sonaba en los oídos el tono socarrón con que el médico le había dicho: «Cuídate, Pelotón, que aunque estás curado... [Pg 192]no estás bueno», lo que aún le parecía estar oyendo eran las palabras de ella:—«Ya ha cumplido usted con la patria; ahora á cumplir con los padres... y con la novia, porque usted tendrá novia.»—¡Congrio, si tenía novia!... ¡La moza más garrida y más guapa de Cornejilla la Vieja!... Y por cierto, que Dolores, que así se llamaba, no debía estar muy satisfecha del novio, porque, á decir verdad, las cartas que la había escrito desde el hospital habían sido bien cortas... y bien lacónicas.

31 de Maio de 2018 às 21:44 0 Denunciar Insira Seguir história
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