Mi nombre es Peter Lleyton Marrero y lo que me podría caracterizar a lo largo de toda mi vida es ser un viajero incansable que ha visitado un a gran cantidad de lugares que se alejan bastante de los destinos tradicionales. He conocido y vivido en lugares distintos y, lo que es importante para conocer en profundidad los destinos, residir durante mucho tiempo en ese lugar.
Aunque es cierto que esos tiempos de viajes en diversos vehículos a lugares bien diferentes, parecen haber pasado ya a la historia en mi caso. Los tipos de viajes sobre los que voy a hablar en esta novela nada tienen que ver con los viajes tradicionales ni con la forma de viajar más habitual. Y desde luego, es cierto que los viajes sobre los que voy a hablar a continuación son los que realmente importan.
Estoy meditando sobre esto y otras muchas cosas mientras me encuentro en el suelo de mi apartamento de Amsterdam; a duras penas puedo mover los ojos y diría que mi situación es la de estar completamente inmovilizado, de tal manera que a duras penas puedo entender como tengo capacidad para mover mis pulmones y respirar de forma autónoma.
Aunque llevo mucho tiempo consumiendo todo tipo de sustancias y estimulantes químicos, lo cierto es que nunca he asimilado muy bien un preparado a base de una planta que denomina Chondrodendron tomentosum, que es la base para preparar una sustancia conocida como “curare”. De hecho, no hace mucho tiempo que la estoy tomando y siempre produce en mi unos efectos devastadores. Por eso sigo tomándola, porque quiero que produzca en mi cuerpo y, mejor, en mi mente esos efectos devastadores. Me gusta experimentar y resulta que los efectos que produce en mí esta droga no los había experimentado nunca antes.
A pesar de todo, soy un gran experto en estas materias. Voy a cumplir cincuenta años dentro de dos meses y superé mi adicción a la marihuana con diecinueve años, cuando me enganché de una manera completa a la cocaína. Afortunadamente, especialmente mi cardiólogo, estaba feliz, el enganche a la cocaína no duró mucho más de tres años. A partir de entonces he tomado multitud de productos, muchos de ellos químicos, que han producido en mi cuerpo y en mi mente una gran cantidad de efectos que realmente sería incapaz de describir con palabras.
Pero lo que produce en mí en la actualidad el tomar esta planta combinada con otros productos realmente es algo nuevo. La mezcla hace de vasodilatador. A la vez es relajante y estimulante, estados contradictorios de mi organismo y de mi mente. Pero lo mejor, quizá, es que se produce una situación en la que mi mente está completamente disociada del cuerpo; como si el una y otro no tuvieran nada que ver entre si. Siento mi mente, pienso, siento..., de una manera superlativa. Pero si mando órdenes a cualquier parte de mi cuerpo, este no responde. Es una situación placentera, aunque peligrosa. Un amigo neurólogo, que además sabe de esto, me ha dicho que cabe la posibilidad de que en algún momento esa parálisis se torne permanente.
Además, que recuperar la normalidad es ciertamente costoso; mi organismo tarda en eliminar la planta y sus combinaciones; y hasta que lo hace mi estómago no para de eliminar todo lo que se encuentra en él, no solo la planta. Se trata de una planta famosa por ser una de las fuentes del curare, de ella se obtiene el alcaloide “d-tubocurarina” (un relajante muscular fuerte). La “d-tubocurarina” bloquea los impulsos nerviosos que envía el cerebro a los músculos y causan parálisis (en el caso de estrangular a los pulmones puede producir la muerte). Los primeros músculos afectados son los dedos de los pies, los oídos y los ojos, seguidos por el cuello, los brazos y piernas, y finalmente los pulmones. La “d-tubocurarina” estimula la liberación de histamina, que puede causar la dilatación de los vasos sanguíneos.
Actualmente, esta sustancia ya está más o menos estudiada y es aplicada en la anestesia y los tratamientos para el tétanos, donde el paciente tiene espasmos musculares incontrolables. En Brasil y Perú se utiliza tradicionalmente como diurético, antipirético y se utiliza en la homeopatía en el tratamiento de la inflamación y los problemas urinarios, de próstata y la dismenorrea. Y luego está como uno de los principios activos más citado en las novelas y relatos que hablan de las tribus de la América precolombina: del extracto de los tallos se obtiene el curare, una sustancia paralizante utilizada por algunas tribu indígenas de América del Sur que lo untaban en puntas de dardos y flechas. Además, este veneno, por lo general causaba la muerte.
Ahora, en estos tiempos, lo estaba tomando yo; lo cierto es que no con tanta asiduidad como había tomado otras drogas, pero si lo hacía al menos una vez a la semana. Desde luego, ya digo, mucho menos que lo había hecho con otras sustancias que había tomado con anterioridad. Pero ya he comentado que mi organismo notaba de manera extraordinaria los efectos de esta sustancia. Y no era menos de un periodo de una semana el tiempo lo que necesitaba para recuperarme y, sobre todo, lograr recuperar el control de mi cuerpo de manera que los mandatos de mi mente fueran interpretados con fidelidad.
Antes había tomado muchas otras sustancias de todo tipo, la gran mayoría estimulantes. Y en contra de lo que se suele decir, había logrado dejarlas sin grandes problemas. Seguramente porque con ninguna de ellas había logrado encontrar lo que estaba buscando. Ni siquiera habían logrado dejarme claro que era lo que estaba buscando con mi gran e indiscriminado consumo de sustancia estimulantes o alucinógenas de todo tipo y procedencia.
Hasta ahora tampoco lo había logrado con el consumo de Chondrodendron tomentosum y la mezclan que me habían preparado. Pero lo que si era evidente es que este consumo estaba dejando muy mermada mi salud y mis facultades, tanto físicas como mentales, estaban quedando deterioradas con ello. Y esto era evidente a pasos agigantados en mis aspecto físico.
Pasaron los días, ahora estaba solo, en la habitación del hotel de Londres en donde estaba alojado y, aunque sentía el deseo de llamar a la recepción del hotel para que vinieran a auxiliarme, mis piernas y mis brazos no podían levantarme del suelo y, aunque lo pudiera hacer, difícilmente mis dedos podrían descolgar el auricular y marcar el número de la recepción para comunicarme con ellos. Era evidente que tendría que esperar a que se me pasar el efecto de la sustancia y ello, por mis experiencias anteriores, no pasaría hasta dentro de unas cinco o seis horas.
Aunque no todo era malo. Como he comentado anteriormente, el hecho de que mi mente desconectara de mis funciones físicas hacía que pudiera meditar con una libertad y perspectiva con la que no era capaz cuando mi mente está ocupada en controlar mi actividad física. Por eso traté de abstraerme de mi malestar físico y fijé mi pensamiento en lo que era mi preocupación de los últimos cuatro o cinco años; discernir acerca de cual era mi función en esta vida.
Ni siquiera creía en el goce, en el placer. Tan solo quería creer que iba a alguna parte y yo quería saber hacía donde me dirigía. Aunque en ese estado podía fijar mi mente mucho más que en cualquier otra circunstancia, lo cierto es que así también era inevitable que mi mente divagara de una manera desordenada y caótica, como en cualquier situación similar. De repente, después de tres o cuatro horas, que en aquellas circunstancias me parecieron semanas, tuve claro que yo solo con ayuda de estupefacientes o cualquier otro tipo de drogas, no iba a encontrar el camino que estaba buscando.
Necesitaba ayuda, eso lo tuve claro en ese momento. Ahora la cuestión era identificar con claridad quién me podía ayudar. En ese momento sentí la necesidad de escapar de Londres; debía viajar a otra parte inmediatamente. Pero, estaba allí inmovilizado y todavía quedaban unas dos horas más o menos para que volviera a recobrar mi movilidad con toda normalidad. Entonces fijé mi mente en las cosas que debía hacer a partir de entonces. Recoger mis cosas en la maleta ligera con la que viajaba, liquidar mi cuenta en la recepción del hotel y tomar un taxi que me lleve al aeropuerto y allí coger el primer vuelo que me lleve a Gran Canaria.
Todavía no contaba con un cien por cien de movilidad. Pero ya estaba de camino al aeropuerto con una maleta mal cerrada y peor hecha y, a pesar de todo, mi mente podía pensar con una gran claridad. En el tiempo que tuve que esperar por la llegada del taxi, el recepcionista del hotel pudo mirar por internet que el primer vuelo que salía de Heathrow lo hacía dentro de tres horas. No le dio tiempo a reservar, pero confió en no tener problemas para conseguir un billete.
En Gran Canaria, yo era propietario de un apartamento en el puerto de Mogán y, a pesar de ser un apartamento que contaba solo con dos dormitorios, era lo que más cerca estaba de considerar como mi hogar. Nunca había querido alquilarlo y allí tenía la mayoría de mis cosas personales. Y eso que la agencia inmobiliaria que se ocupaba de gestionar y alquilar mis propiedades inmobiliarias, me había insistido en que con el dinero que pudiera obtener por alquiler de este apartamento, me daría para tener alquilado alguna propiedad en cualquiera de la capitales europeas y aún me sobraría bastante dinero. Como hacía ya unos cuantos años que no tenía ningún tipo de problema económico, nunca acepte cederles este apartamento para su alquiler.
De hecho, a pesar de mi lucidez mental de ese momento, no era capaz de recordar el número total de propiedades que tenía incluidas en una sociedad patrimonial totalmente de mi propiedad y que me reportaban unos ingresos mensuales de aproximadamente novecientos mil euros mensuales. En estos momentos, tan solo tengo como referencia el dato que me comentaba mi gestor de la agencia inmobiliaria que se encargaba de poner en alquiler y venta mis propiedades; hace aproximadamente dos meses me comentó que mi patrimonio inmobiliario estaría rondando los quinientos millones de euros en estos momentos. Lo cierto es que el negocio inmobiliario en Lanzarote dejó muchísimo dinero a los que estábamos allí en el momento preciso para poder aprovechar muy bien la oportunidad.
Cuando el avión despegó ya estaba recuperado -físicamente- por completo. Tuve que beber unos dos litros de agua y logré dormir por no mucho más de diez minutos y todos mis músculos habían recuperado su capacidad. Ahora tocaba pensar que iba a hacer cuando llegara a Mogán. Darme un largo baño en el mar, claro. Pero, se trataba de pensar que iba a hacer después. Pensaba en ello mientras echaba un vistazo a la prensa. Cuando le solicité a la azafata que me proporcionara un periódico, toda la prensa inglesa se había terminado y solo le quedaban algunos ejemplares de prensa local de Las Palmas de Gran Canaria. Por eso tuve en mis manos un ejemplar de “La Provincia” que fue realmente el origen primigenio de toda esta historia.
Yo tenía un poco de miedo, porque no quería que mi búsqueda se convirtiera en un círculo vicioso que volviera a llevarme a los callejones sin salida por los que me he estado moviendo durante estos cinco últimos años. Todo empezó con mi visita a un par de sicólogos que no entendían muy bien de qué les estaba hablando y que me empujaron (es posible que no lo hicieran de forma consciente) a tomar todo tipo de drogas. Yo ya había consumido con asiduidad marihuana sin que eso me supusiera ningún problema; pero a raíz de estas visitas que supuestamente tenían que ser terapéuticas, comencé a tomar mucha heroína y algo de cocaína durante un periodo que estaría rondando el año. Como evidentemente con el consumo de estas sustancias no logré encontrar lo que estaba buscando, continué consumiendo un listado inacabable de sustancias que, y eso era indudable, llevaban mi mente a unos límites que me hacían pensar que podría desentrañar las preguntas existenciales que alguna gente se hace y que nadie, ni a sí mismo ni a los demás, puede contestar.
Ahora estaba viendo en las páginas de “La Provincia” un anuncio que llamaba mi atención; era un anuncio insertado en la página 17 y que ocupaba un dieciseisavo de página: “Frederick Ode. Brujo y santero Yoruba” En ese mismo anuncio ofrecía una serie de servicios, los típicos se ofrecen en estos casos. Cuestiones amorosas, limpiezas de espíritu, etc.
Pero no me llamó la atención por eso; me fijé en el anuncio porque el nombre de este hombre me sonaba, me sonaba mucho. Y durante mas de una hora estuve tratando de recordar de que me podía sonar. Me había hablado de él un cliente de Lanzarote, aunque no lograba recordar en que términos exactamente. Me imagino que buenos y que por eso había logrado memorizar su nombre. Si, después de pensar mucho en ello logré recordar que me habló de él alguien que vivía en Las Palmas y que había puesto sus ojos en Lanzarote a la hora de invertir porque de estar en una situación precaria, desde el punto de vista económico, había logrado revertir su situación económica al lograr que muchos de sus negocios hubieran pasado de la ruina más absoluta a generar una gran cantidad de dinero en apenas dos o tres años.
Esto paso después de una serie de visitas a Frederick Ode, quién tras realizar varios rituales de la religión Yoruba, había logrado revertir la situación de sus negocios. Yo no le quise creer y todo me parecía una historia fantástica – yoruba o de cualquier tipo de filosofía – pero la fuerte convicción con la que te contaba lo que había pasado y las circunstancias que, de ser ciertas, siempre habían generado mejoras a raíz de los rituales del brujo, hicieron que terminara por creer que lo que me estaba contando mi cliente era verdad.
De hecho pensé en visitarlo cuando se diera algún viaje mío a Las Palmas. Pero no hubo tal viaje en fechas cercanas y cuando por fin viajé a la capital grancanaria, me imagino que ya me había olvidado del tema, por lo tanto nunca lo llegué a visitar. Además que mi cliente me hablaba de que le había resuelto los problemas económicos; y mis problemas, si es que en esa época tenía alguno no era económicos, ni mucho menos.
Ahora si; si sentí que era el momento en que podría visitarlo e intentar conseguir alguna de las respuestas que las sustancia estimulantes y alucinógenas no me habían podido dar. Porque lo cierto es que muchas de las personas que recurren a este tipo de sustancias, no saben exactamente que quieren conseguir. Placer, energía, una sensación nueva… Todo circunstancial, sin un claro objetivo. Yo si, yo si tenía claro que era lo que estaba buscando.
El aviso por parte de la sobrecargo que íbamos a tomar tierra en breve me sorprendió. Me dio la impresión de que el vuelo había sido mucho más corto de lo habitual. Una vez que hube recogido mi maleta de la cinta transportadora me dirigí hasta el mostrador de una compañía de coches de alquiler. Prefería alquilar un coche que tomar un taxi
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