Esta historia de amor se sentiría mucho mejor si pudiera decirle a los lectores que fue diferente a todas las demás. Si pudiera asegurar una intensidad más avasallante y demoledora, un intercambio más profundo y complejo. Sin embargo, no hay mucho que esta historia de amor pueda ofrecerle al lector que este no haya descubierto ya, en otras lecturas o en su propia vida.
Como todas, empieza con la creencia en una divinidad que no existe y continúa con el convencimiento de que las cosas funcionaran de todas formas, aunque no sean perfectas. Al final, termina también como todas. O peor, incluso, porque no hay nada más aburrido que leer que aquella sucesión de mentiras que no se concretan, desarrollos sin desenlaces.
Y aquí, lectores, es donde les tiendo la trampa: porque se dice que los verdaderos desenlaces son aquellos en los que muere el cuerpo y no el alma pero, si mi cuerpo se estuviera pudriendo en estos momentos, no estarían leyendo estas líneas.
Así que el drama al que tendrán que hacer frente en los próximos capítulos es el mismo al que se enfrentan en su cotidianeidad y del que deseaban haber podido desprenderse para dar comienzo a este viaje. El tedio.
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