Mucha gente piensa que la luna de sangre es algo ficticio que sólo se encuentra en las historias de hombres lobo.
Te equivocas. Lo he visto con mis propios ojos.
Mi novio y yo navegábamos de regreso de las Bahamas a Nueva York en su hermoso y antiguo velero de madera. Esa noche la luna estaba llena. Lo que no esperábamos era ver una luna de sangre gigante sobre nuestras cabezas. John y yo quedamos atónitos.
Fue una vista impresionante. Nos quedamos en cubierta. Nos abrazamos y miramos la luna roja.
Pronto, nos dimos cuenta de que era la calma antes de la tormenta. De la nada, rayos cayeron por todas partes y el viento sopló como loco. Enrollamos las velas lo más rápido que pudimos. John vio la computadora de navegación, su rostro se puso pálido. Me dijo que se avecinaba una tormenta.
John es un timonel muy cuidadoso. Siempre consulta el pronóstico del tiempo antes de zarpar. No se suponía que hubiera una tormenta en esa zona, de lo contrario, nunca hubiéramos zarpado.
Gracias a Dios, la costa de Florida no estaba lejos. John conocía el canal para llegar a la isla Anastasia. Estaríamos protegidos de la furia del mar y la tormenta una vez que atracáramos allí.
Encendió el motor y navegó con cuidado pero lo más rápido posible para buscar refugio en la bahía.
Atracamos el barco. John se sintió incómodo. Dijo que prefería que pasáramos la noche en un hotel en lugar del barco. La tormenta y los truenos eran aterradores. Lo seguí para informar a las autoridades portuarias que habíamos llegado y nos quedaríamos hasta que amainara la tormenta pero no encontramos a nadie.
Notamos que las únicas luces del pueblo eran las de las calles y el faro. Todas las casas estaban a oscuras.
Regresamos al bote y recogimos algo de ropa, dinero y una linterna. Luego nos dirigimos al centro de San Agustín para buscar un lugar donde pasar la noche.
Llamamos a varias puertas pero nadie contestó. Fuimos a la comisaría pero no había nadie allí. ¿Qué estaba pasando? Sólo encontramos un perro callejero.
John me dijo que fuera al faro. Regresaría al bote a buscar algunas mantas. De ninguna manera caminaría sola por esas calles.
Corrimos al faro y dejamos lo que teníamos allí. Corrimos de regreso al bote. De camino al barco, John tomó prestado un carro de compras en un mercado local. Lo usamos para llevar dos colchonetas, sábanas, frazadas, toallas, almohadas y su guitarra desde el bote hasta el faro.
De regreso al faro, paramos en el mercado local. Necesitábamos suministros. Sólo teníamos algunas galletas y unas pocas manzanas. John logró abrir la puerta, tomamos lo que necesitábamos, luego dejó algo de dinero en el mostrador con una nota de disculpa por entrar a la fuerza.
No sabíamos cuánto tiempo estaríamos atrapados en el faro. pero por la cantidad de comida y agua que compró John supuse que esta tormenta era peor de lo que había imaginado.
Vengo de un país donde rara vez ocurren desastres naturales. Tal vez alguna inundación debido a demasiada lluvia, o un incendio forestal ocasional en el verano, pero eso es todo, y nada de eso donde vivo. Sin terremotos, tornados, tsunamis, monzones, maremotos, etc.
Decir que cuando vi todas las compras pre-apocalípticas que había hecho John, me estaba volviendo loca era un eufemismo. Él notó mi miedo. Me dijo que todo estaría bien y que nunca dejaría que me pasara nada malo. Eso no fue tranquilizador en absoluto. ¿Qué podía hacer contra la madre naturaleza? Eso fue sólo una ilusión.
Amo a John. Es muy protector y un verdadero caballero. Es el caballero de brillante armadura que siempre soñé encontrar. Pero cuando lo escuché decir que me iba a proteger de una tormenta en mi mente sólo pude imaginar a Don Quijote luchando contra los molinos de viento.
De camino al faro, sucedió algo extraordinario. El viento dejó de soplar, las nubes desaparecieron y el cielo se llenó de estrellas brillantes. Era como si el tiempo se hubiera detenido. Casi olvidé que estábamos en peligro mientras contemplaba ese maravilloso cielo estrellado. El faro con ese cielo como escenario era una visión del celestial. Estaba hechizada.
John sacudió suavemente mi brazo y me apresuró a la seguridad del faro. Pensé que tal vez la tormenta había tomado otra dirección, pero la mirada en el rostro de John y la forma en que me empujaba para ir más rápido me dijeron lo contrario.
Al llegar al faro, John golpeó la puerta con el hombro para abrirla. Una vez dentro, metió todo lo que habíamos llevado. Invitamos al perro a entrar, pero tenía miedo. Lloraba, temblaba y tenía el rabo entre las piernas. Eso fue un mal presagio. John dijo que era por la tormenta, pero ¿por qué no entraría para estar seguro? ¿Quizás el cuidador del faro lo había lastimado? No podíamos dejarlo afuera. John lo cargó adentro. Cerramos la puerta y la aseguramos.
Le preguntépor qué había eligido el faro en lugar de la casa del cuidador. Dijo que el faro era más romántico pero de alguna manera no podía creerle. Le dije que me dijera la verdad. Mentirme no ayudaría con mi miedo a los desastres naturales. Me abrazó, me dio un beso en la frente y con una voz suave y reconfortante me dijo que subiéramos al faro en caso de que la tormenta empeorara. Si el pueblo había sido evacuado tuvo que ser por temor a inundaciones u olas gigantes.
Me quedé paralizada. John trató de consolarme. Luego insistió en llevar todo a la parte superior del faro. Me dijo que me ocupara de las cosas livianas mientras que él tomaría las cosas grandes o pesadas. ¡Oh, mi caballero de brillante armadura!
Tan pronto como comenzamos, escuchamos el viento furioso. Llegamos a un lugar seguro justo a tiempo.