Cuando llegué delante del hotel Prins Hendrick y me enteré que el cuerpo sin vida en el suelo pertenecía al famoso trompetista Chet Baker, lo primero que pensé fue que aquello no iba a ser un asunto fácil de entender. Era el 13 de mayo de 1988. Nos llamó el guardia de seguridad del hotel poco después de las tres de la madrugada, cuando un transeúnte le advirtió que había un cuerpo tendido justo al lado de la puerta del hotel. El hombre hallado muerto, conocido como el James Dean del Jazz, tenía cincuenta y ocho años y era adicto a la coca y a la heroína, sustancias que encontramos posteriormente en la habitación que tenía alquilada en el hotel. Al principio alguien nos dijo que los del hotel le habían prohibido el acceso a la habitación por incidencias con el pago de la misma y que Baker se había caído intentando trepar hasta la ventana para recuperar su trompeta y, evidentemente, su droga. Pero acabamos por descartar esta opción después de haber hablado con el encargado del hotel. Muchos testigos afirmaron que Baker coleccionaba deudas de drogas con gente muy temida del subsuelo criminal de la ciudad de Amsterdam. Así que también tuvimos que considerar el ajuste de cuentas como potencial móvil del delito. Al final, la poca información que teníamos, no nos llevó hacia ninguna pista fiable. Me temo que nunca sabremos cómo murió Chet Baker. Compré uno de sus discos pocos días después de su muerte. A veces me pongo a escucharlo. Cierro los ojos y me imagino a Baker mientras toca su trompeta con los ojos cerrados y la expresión triste y melancólica de quien sabe que se va a morir pronto sin que nadie sepa porqué.
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