Soy una persona tranquila poco dada a las aventuras, con una zona de confort muy reducida, que teme a los imprevistos más que a cualquier otra cosa.
Nada más cómodo y eficaz para evitarlos, que seguir las pautas que la misma sociedad te ofrece disfrazadas de "códigos de buena conducta". Dejar salir antes de entrar, aunque ello conlleve el perder el metro más de una vez. Guardar silencio y desactivar el teléfono durante la película e ignorar al mentecato que a tu lado no para de hacer comentarios en voz alta. Soportar estoicamente la cola en el super mercado sin recriminar a ese/a jeta que se cuela o a la abuela que busca pagar con calderilla hasta cuadrar el último céntimo. Tampoco el discutir va conmigo, mejor asentir con la cabeza a los argumentos del cretino de turno, por estrafalarios y ridículos que sean. Hacerme el sueco cuando me dan el cambio de menos y jamás reclamar las facturas que, curiosamente, siempre cargan de más a su favor.
Si, mi refugio es la rutina, dentro de ella me siento a salvo.
Llevo cerca de treinta años en el mismo trabajo, pagan mal y a deshora y por si fuera poco he de desplazarme más de 100 km cada día para llegar.
Nunca he pensado en la posibilidad de cambiar, "cambiar" es una palabra que me produce gastroenteritis.
A la hora de desplazarme siempre elijo la autopista. Entre gasolina y peajes se me va medio sueldo, pero no me importa, dentro de esa burbuja que es el habitáculo de mi viejo Ford Fiesta me siento cómodo. Aislado del mundo, la hora de trayecto es una catarsis en la que purgo mis miedos, en la que todas mis inseguridades se esfuman.
Hoy es diferente, una densa niebla lo cubre todo y apenas soy capaz de ver más allá de un metro de mis narices. He tenido que reducir la velocidad hasta rayar lo ridículo. No importa, siempre salgo de casa con muchísima antelación por si, cómo en esta ocasión, aparece un maldito "imprevisto".
He intentado en vano encontrar una emisora en la radio, al desplazar el dial solo suena ese desagradable ruido de "energía estática". En el viejo radio caset sigue enrollada la cinta de los Bachman Turner Overdrive, no me queda más que la compañía del silencio y me está entrando sueño.
Puede que diese una ligera cabezada, que durante una centésima de segundo perdiera la conciencia y que al abrir los ojos en estado de semi aturdimiento la imaginación me jugara una mala pasada.
Pisé el freno a fondo. Aun yendo tan despacio el vehículo giró varias veces sobre si mismo hasta que perdí por completo la orientación.
Me encuentro detenido en mitad de la autopista rodeado por una niebla que parece hace falta una moto sierra para poder cortarla.
No tardó la angustia en pasar a estado de pánico. Puedo notar cómo mi corazón late descontrolando, cómo sube por mi garganta intentando escapar por la boca. Me he aferrado al volante esperando que en cualquier momento algún otro automóvil me embista.
Pienso en un camión, en un enorme tráiler de cuatro ejes con sus treinta toneladas pasándome por encima.
A duras penas mi dedo acierta a presionar las luces de avería. Me tiembla el pulso como a un enfermo de parkinson. De tanto miedo me estoy ahogando, incapaz de respirar por no perturbar el silencio previo a la tragedia.
Los "warning" serán del todo inútiles con esta niebla. Me debato en la incertidumbre, tengo que tomar una decisión, una decisión trascendente, algo que, posiblemente, no he hecho en la vida.
Es preferible salir del coche y buscar el arcén exponiéndome a ser atropellado, que esperar a una inevitable colisión. Busco en la guantera el chaleco reflectante, por suerte sigue en el mismo lugar en el que lo puse el día que lo compré, obligado por la nueva legislación de tráfico. No sé que cuñado de qué ministro se lucró con aquella imposición, pero ahora me alegro de tener el dichoso chaleco.
Dentro de lo malo he tenido suerte, he quedado a tres palmos del quita miedos, no me he estampado de milagro. Lo tengo a mi derecha y es imposible que me haya saltado la mediana, por lo que el coche ha quedado con el morro en la dirección correcta. Nunca está de más comprobarlo, intento ubicarme con el GPS de mi teléfono, pero, al igual que la radio, parece que el móvil se ha muerto.
Ni conexión, ni cobertura... ¡Mierda de trastos inútiles!
Las 5:30 de la mañana, aun puedo llegar a tiempo al trabajo. En tres décadas nunca he sido impuntual, nunca he fallado ni un solo día y hoy no va a ser la excepción.
Rodeado por la niebla, los focos del Ford Fiesta y las luces de las farolas intentando pasar a través de ella dando una sensación inquietante.
Que extraño, ahora que lo pienso, en todo el trayecto no me he cruzado con ningún otro vehículo, tampoco ahora (por suerte) ha pasado ninguno.
Me tranquilizo. Es de madrugada y paralela hay una carretera convencional. Solo los que son como yo y los que tienen prisa circulan por la autopista a estas horas.
Me han entrado unas ganas locas de fumar, no es el lugar ni el momento. Nunca fumo mientras conduzco, necesito de mis dos manos libres y esa abstinencia durante el trayecto es por lo que lo primero que hago al llegar a mi destino sea encenderme un pitillo y saborearlo tranquilamente antes de entrar al tajo.
Sigo estando demasiado nervioso, el cuerpo me pide nicotina, la necesito para centrarme. Solo serán un par de minutos, puedo prescindir del "pre jornada" si se me hace un poco tarde.
Que silencio, parece que el mundo se haya cansado de girar.
Seguro que el tabaco te destroza los pulmones y ocasiona toda esa retahíla de calamidades con las que sanidad nos deleita las retinas en cada cajetilla, pero lo cierto, es que a mí me despeja la mente.
Algo se cruzó en mi camino, no fue una ensoñación, estoy seguro. Quizás algún animal, un perro o incluso un jabalí. Hay bichos de esos que bajan de las montañas.
Que tontería, las montañas distan mucho de la autopista, pero lo del perro no es tan disparatado. En todo caso he de seguir o perderé el plus de puntualidad.
Arrojo la colilla al suelo, he apurado tanto que el filtro está quemado. Lo piso hasta asegurarme de que ha quedado tan desmenuzado que es imposible que haya sobrevivido un mínimo atisbo de combustión en él. "Todos contra el fuego" y todo eso. ¿Por qué me pierdo siempre en divagaciones?
Entro al coche y cierro la puerta con suavidad. Respiro profundamente intentando acabar de tranquilizarme, solo consigo provocarme un ataque de tos. ¡Tabaco de mierda!
Relájate, no ha sido nada, solo un susto, pero ya pasó.
Ahora todo vuelve a estar bien, re emprenderé el camino y en un rato estaré de nuevo a salvo al amparo de mi rutina.
Busco el cinturón de seguridad, tiró de él en busca del anclaje. El "clic" me indica que estoy apunto.
—Hola.
"¡Cagonlaputa”, en la madre que la parió y en todos sus posibles padres! Ha sido tal el susto que he intentado huir sin recordar que llevo puesto el cinturón. De a poco no me rompo una costilla. No acierto a liberarme, solo hay que presionar el botón rojo, pero en mi imperiosa necesidad de escapar opto por tirar de él como un imbécil.
—¿Qué cojones estás haciendo?
Cierto, aquella era una buena pregunta.
De ser el vagabundo psicópata y asesino que mi mente, embrutecida por tantas películas de serie z había imaginado, ya me habría degollado media docena de veces.
Siquiera había reparado en su tono de voz y ahora que por fin me atrevo a mirar, compruebo que no es un él, si no un ella.
Sentada en el lugar del copiloto, una muchacha muy joven, se me antoja casi una niña, de pelo laceo muy largo y tez blanquecina, que contrasta con su cabello azabache intenso y brillante. Lleva lentes y tras ellas unos ojos de un negro tan profundo, que sentí vértigo por miedo a caerme dentro.
—¿Cómo has entrado en mi coche? — Me atrevo por fin a preguntar.
—Estaba abierto.
—No, no me refiero a eso. — Mi voz es un balbuceo. — Digo, que cómo has llegado aquí, estamos en mitad de la nada.
—Hacía autostop.
Esa respuesta no me aclara demasiado, pero tengo algunas otras preguntas que me urgen y no sé por cual empezar.
—¿Autostop? Con esta niebla no había de verte nadie.
—Lo sé, por eso he tenido que forzar un poco la situación.
Todo comienza a tener sentido.
—¡Tú, tú eres quien se ha cruzado en la carretera! ¿Acaso estás loca? Ambos podíamos habernos matado. ¡Menuda temeridad más absurda!
—Mas absurdo sería quedarse eternamente varada en el arcén, no podía desaprovechar una ocasión que se da en raras ocasiones.
Me mira con una indiferencia insultante, con esos ojos que parecen inalcanzables tras de los lentes.
Estoy atrapado en un imprevisto, en la madre de todos los imprevistos y los imprevistos me agarrotan los músculos. La cabeza me da vueltas hasta la náusea.
Incapaz de reaccionar, dejo que el sonido intermitente de los warnings sea lo único que perturbe el incómodo silencio. Abro la ventanilla para que corra el aire y enciendo un cigarro. Es como si el humo no se atreviera a salir al exterior y se condensa en el interior formando una nueva neblina.
—¿Me das uno?
Le acerco la cajetilla sin pensarlo.
—¿Negro? Menuda porquería, no puedo liarme un porro con esa mierda.
No le doy mayor importancia a su comentario y retiro el tabaco, su mano me detiene y puedo sentir su tacto cálido y suave. Giro la cabeza para encontrarme con su nariz, tan cerca, que casi le doy un cabezazo.
—Mejor negro que nada. —Clava sus ojos en los míos, una mirada desafiante que interpreto pretende dar a entender que es ella quien controla la situación. Sus pestañas son larguísimas, tanto, que se doblan contra los cristales de sus lentes.
—¿Hacia dónde vas? — Le pregunto mientras ella libera las hebras del papel.
—¿Dónde vas tú?
—A la ciudad. ¿A dónde si no?
—A mí ya me está bien.
Estoy ansioso por reemprender el viaje y por liberarme de la molesta carga. El reloj del salpicadero indica que no voy a llegar a tiempo. Bueno, espero que, siendo mi primera vez, no me lo tengan en cuenta. Quizás atiendan a razones y no me penalicen el plus de puntualidad.
El coche arranca sin problemas y nos ponemos en marcha. Intento relajarme, giro la redondela de la radio con nulos resultados, solo el maldito ruido a energía estática.
El ronroneo del motor me produce somnolencia y el fuerte olor a cannabis no ayuda a despejarme. La joven fuma largas caladas, exhalando el humo en grandes bocanadas. La miro de reojo.
—Será mejor que te pongas el cinturón.
—¿Por qué, vamos a estrellarnos?
—No se ve una mierda con esta niebla, es una posibilidad muy a tener en cuenta.
—Me gusta el riesgo.
—Pero a mí no, ponte el puñetero cinturón o me paro ahora mismo y te largo del coche.
—Coñazo de viejo.
—Y abre la ventanilla, me vas a asfixiar con tanto humo.
—No hemos de estrellarnos si circulas pisando huevos.
—De haber ido más deprisa ahora serias un amasijo de carne en la carretera. Es un poco temprano para hacer autoestop. ¿Cómo has acabado en medio de ninguna parte? ¿Te botó otro conductor con menos paciencia que la mía?
—Nunca me cuestiono lo intrascendente. El estar en uno u otro lugar no tiene la menor importancia, como tampoco la forma en la que he llegado. Todo eso es pasado, lo único sustancial es la incertidumbre de lo que viene a continuación.
—Meterse en el vehículo de un desconocido puede ser más peligroso que “sustancial”. Eres una joven demasiado temeraria.
—¿Tengo motivos para preocuparme?
—De tenerlos… ¿Crees que yo lo admitiría?
—Bueno, ya he dicho que me gusta el riesgo.
Sin mediar palabra me pisó el pie del acelerador. Ante aquel nuevo imprevisto me quedé rígido, con los ojos abiertos como panes, estirando los brazos, las manos aferradas al volante y la espalda incrustada en mi asiento.
—¡Estás loca! — Es todo lo que acerté a decir, incapaz de mover un músculo.
Aún fue peor cuando agarró el volante y lo giró hacia la derecha de forma brusca. Temí que abandonaríamos la carretera para estamparnos contra el guarda rail. Sin embargo, salimos limpiamente por un desvío.
Incapaz de desviar la mirada de la carretera balbucee.
—¿Cómo has podido ver la salida con esta niebla?
—Me conozco la carretera como la palma de mi mano.
La imaginé sonriendo satisfecha, pude comprobar que así era cuando al rato dejé de sentir la presión en mi pie y me atreví a mirarla.
—¿Dónde coño vamos?
—No te preocupes, es un atajo.
—¿Un atajo? ¡Nos podíamos haber matado!
—¿Siempre eres tan cagón? ¿Es que no tienes sangre en las venas?
—La que me queda prefiero que siga en su sitio en lugar de esparcida por el salpicadero. No necesito de ningún atajo, regresaremos a la autopista.
Intenté comprobar nuestra ubicación en el GPS, pero continuaba sin funcionar.
¡Un atajo, dice! A los diez minutos circulábamos bordeando un Despeñaperros, la carretera tenía más curvas que una Venus del paleolítico.
¡Andando avanzaría más deprisa! Con todo, estoy tan asustado que soy incapaz de volcar el enfado en mi acompañante.
La maldita niebla aquí es aún más densa.
—No seas cascarrabias y deja de poner cara de estar oliendo mierda. La autopista es un aburrimiento. Los imprevistos son los que nos hacen sentir vivos.
¡Imprevistos! Fue más de lo que podía soportar.
—No tengo idea de en donde nos encontramos y hace rato que tendría que haber llegado al trabajo. Debería de lanzarte al barranco, todo han sido problemas desde que te has cruzado en mi camino. Si estás como una regadera no quiero acompañarte en esta locura. Vas a conseguir que nos matemos.
En esta ocasión fue el freno lo que presionó con todas sus fuerzas. Por suerte circulábamos extremadamente despacio, con todo, de no haber tenido puesto el cinturón me habría tragado el parabrisas. La muchacha apenas se movió de su asiento.
—¿Matarnos? — Su expresión era muy seria, más de decepción que de desaprobación. —Tú nunca has estado vivo. La verdad, no sé que demonios tienes miedo de perder. Siquiera te das cuenta de cuando te ofrecen una oportunidad.
Se apeó del vehículo, intenté detenerla.
—No seas niña, no puedes bajarte aquí. Sube, de un modo u otro llegaremos a la ciudad. De perdidos al río, ya no me va de un par de horas. Pararemos en algún lugar a desayunar y nos reiremos de todo esto. Seguro que tienes hambre.
No hubo respuesta, se alejó hasta perderse tras una curva.
Por fin encontré de nuevo la autopista. A los pocos kilómetros paré en un área de servicio.
Ni un alma en el lugar, siquiera alguien que me atendiera. Pasé al otro lado de la barra del bar y me serví una cerveza.
Pensé en aquella extraña joven de pelo laceo y oscuro. ¿Dónde estará? ¿A quién habrá obligado a parar y a torcer su camino después de marcharse de mi lado?
Apuré la cerveza de un trago. Es extraño, echo de menos su compañía.
Monté en mi Ford y lo puse en marcha, la niebla continua inalterable, pero ya no me cuestiono lo extraño del fenómeno.
Ha sido suficiente el corto lapso de tiempo junto a la autoestopista para que mi pequeño mundo se reduzca aún más hasta alcanzar lo intangible, hasta desmaterializarse y fundirse con la bruma.
Solo me queda el relato en primera persona, ese que, de ser leído por terceros, podría quedar sujeto a interpretaciones, pero nunca a un revisionismo.
En primera persona solo hay un punto de vista, una única realidad, la mía, aunque sea una autentica mierda.
FIN.
Obrigado pela leitura!
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