Te soñé en primavera y eras rocío, aroma a romero, a espliego, a tomillo. Entre los campos de trigo, te soñé conmigo.
Te soñé cercana, dulce fragancia de canela en rama.
Yo era tierra baldía, que espera la lluvia con el mismo deseo con el que las mareas anhelan besar la arena y llevarla consigo.
Te soñé conmigo.
Te soñé a mi lado y también soñabas, pero llegó la mañana y al despertar ya no estabas.
Entonces te añoré.
Te añoré como el solitario añora un amigo, como el mendigo unas monedas, como quien tiene frío y no encuentra consuelo, luz ni abrigo, en el brillo de las estrellas.
Entonces te esperé, te esperé sin reproches, llevando en la mano un ramo de buenas razones.
Y así, esperando, llegó el verano.
Té soñé entonces siendo un pájaro, migrando hacia el sur, volando a tu lado. Mi sueño era un lienzo, donde se mezclaba el verde del mar con el azul del cielo. Pero tanto hace que llevo esperando, que no reparé en el hecho de que me hice viejo, y es tan largo el trecho que nos separa, que mis alas cansadas no soportaron del tiempo el peso y acabé cayendo rendido al vacío.
Te soñé conmigo.
Soñé durante el otoño marchito, soñé que no estabas conmigo.
Te soñé distante, etérea y difusa, te soñé confusa, te soñé muy lejos.
Te soñé y eras nieve cubriendo las cimas, tan pura y a la vez tan fría. Temí que llegase el día, que el sol derritiera tu recuerdo.
Miedo de que acabe el invierno, de que, al llegar la primavera de nuevo,
deje de soñar contigo.
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