Viajábamos por la parte meridional del país sherpa, el Solo, región inédita para mucha gente, ajena a los circuitos más turísticos, cerca de la región del Nepal llamada Khumbu, fundamentalmente famosa porque desde Luckla hasta el monasterio de Tengboche quizá podríamos localizar la esencia budista de la zona más escondida del Nepal, en concreto nos dirigíamos a las celebraciones del Mani Rimdu, festivales que se realizaban en los monasterios sherpas más importantes. Este festival se celebra una vez al año coincidiendo con el plenilunio de noviembre-diciembre en diferentes monasterios budistas de la región sherpa del Solo Khumbu, y muy especialmente en Tengboche, Chiwong y Thame.
Las ruedas del camión que nos transportaba hubiera agradecido un buen (uno malo quizá también) asfalto; y nuestros traseros lo habrían agradecido mucho más. Llevábamos unos doscientos kilómetros allí subidos, pero nuestros cuerpos y nuestros maltrechos huesos podrían jurar que iban por lo menos mil kilómetros.
Tanto Kyon Wu, como yo mismo nos preguntábamos (no tengo idea de lo que estaba pensando mi colega seudochino, pero apuesto a que no difería mucho de mi planteamiento) si realmente merecía la pena el dinero que prometió pagarnos la señorita Lennox como compensación por acompañarla en este viaje. Eran tres mil dólares a cada uno y los gastos de alojamiento y comidas completamente cubiertos. Seguramente, si las razones y los méritos por las que la señorita Anna Lennox nos había contratado fueran correctos, lo cierto es que no estaríamos cobrando esa cantidad sino una mucho mayor. Pero lo cierto es que mis conocimientos acerca de la cultura china ni se acercaban a las referencias que figuraban en mi curriculum. Es cierto que el curso anterior había estado trabajando como profesor adjunto en el Departamento de Culturas Orientales y Estudios Asiáticos en la Universidad Estatal de Nueva York, Stony Brook; pero también es cierto que los méritos que sobre el papel me adornaban habían sido fruto de una cierta literatura creativa que estaba muy lejos de ser real. Si realmente actualizáramos ese curriculum al día de hoy con la verdad más rigurosa, además de corregir una serie de inexactitudes que contenía, tendría que decir que había sido despedido por mi irrenunciable afición al juego y por mantener una tumultuosa y nunca comprendida (por extraño que pueda parecer ella puso más de su parte que yo y aceptó de buen grado como pago de sus servicios el aprobado de la asignatura sin aparecer por la clase nada más que el día en que se inauguró el curso) relación con una alumna que quiso forzar una situación bastante parecida a un chantaje.
Así que, las cosas como son, cuando la señorita Lennox vino a contactar conmigo yo no tenía muchas cosas que hacer en un futuro inmediato. Claro que esto no se lo dije; de hecho, le dije otras muchas cosas que no tenían casi nada que ver con la realidad.
Una de ellas fue que Kyon Wu era un experto conocedor de más de cuarenta dialectos de chino; un dialecto si conocía; apenas un poco del chino americano que se hablaba en Chinatown, de donde era natural; un personaje bastante conocido de la zona en realidad, bastante más conocido que apreciado. Conocido por ser un afamado organizador de timbas de póker y cualquier otro juego de apuestas en el que se pudiera sacar el dinero a algún incauto. De esta manera (generalmente yo era el incauto) es como lo conocí, le debía una cantidad que rondaba los diez mil dólares de algunas partidas en las que había participado y en las que no pude cubrir la totalidad de mis perdidas.
Por eso, la causa para ofrecerle los servicios de Kyon, quizá también ayudó que en esos días me estaba contactando con más frecuencia de lo habitual y las amenazas para que hiciera efectivo el pago estaban subiendo de tono. A mi se me ocurrió que le podía ofrecer, como parte del pago, un trabajo remunerado con tres mil dólares y los gastos pagados para visitar la tierra de sus antepasados.
Me sorprendió lo fácilmente que el chino aceptó la proposición. Posteriormente tuve conocimiento de que a él también le estaban exigiendo por esos días una cantidad notablemente superior a la que yo le debía y que su vida, de no completar el pago, no tenía precisamente mucho valor.
El conductor del camión, que hablaba un inglés rudimentario y que, afortunadamente, era suficiente como para que nos pudiéramos entender con él, nos aseguraba que faltaba poco menos de una hora para llegar a nuestro destino, el monasterio de Tengboche, el primer destino de nuestro viaje, al menos.
Parecía estar claro que ese había sido el primer destino de Lucas Lennox, el hermano menor de Anne Lennox, que, sin que se supiera muy bien el motivo, había comenzado un viaje por esa zona (“iniciático” decía su hermana que él lo denominaba) y del que habían dejado de recibir noticias hace unos veinte meses.
La poca soltura con el chino de Kyon estaba empezando a quedar patente para nuestra patrona. En las primeras ocasiones pudimos disimularlo alegando que utilizaban un dialecto de los cientos (son varios cientos en todo el país) que Kyon no conocía; pero lo cierto es que no podíamos comunicarnos con prácticamente nadie que no chapurreara el inglés. Y esto me lo hizo notar ella cuando apenas llevábamos dos días de viaje por China.
En realidad, y a tantos kilómetros de distancia de Nueva York, me daba lo mismo que lo mandara al carajo y que solo pudiera cobrar los mil quinientos euros que nos había pagado a la salida cuando la patrona lo amenazaba con despedirlo de manera inmediata al comprobar lo poco que servía de ayuda. Así que tampoco hice mucho por defenderlo.
Por fin, en la lejanía podíamos ver la figura del monasterio de Tengboche, pequeño en comparación con los grandes montes del Himalaya, de los que parecía ser la puerta de entrada. Tengboche en realidad es una aldea en el Khumbu, en el noreste de Nepal situada a 3.867 metros de altura que cuenta con este monasterio, el más grande de la región de Khumbu; y por el nombre del pueblo se conoce a este austero monasterio.
No había señales externas en el pueblo en la tradición de las fiestas de las localidades de occidente. El festival de Mani Rimdu, en realidad, es una serie de eventos y ceremonias sagradas donde los sherpas se reúnen y disfrutan con la comunidad monástica de los monasterios budistas que se encuentran en la región.
El significado atribuido a “Mani Rimdu” es que “Mani” significa “parte del canto de Chenrezig, el buda de la compasión, una deidad budista sincretizada con la figura de la diosa madre”, y “Rimdu” hace referencia a unas pequeñas pastillas rojas que son bendecidas durante el festival. Las pastillas de color rojo son bendecidas en repetidas ocasiones durante el festival y luego se distribuye entre todos los asistentes; cobrando, claro.
El “pequeño negocio” que tradicionalmente se han montado las religiones y que apenas suponen una mínima limosna y que terminan representando muchos millones de dólares. El festival es una tradición transmitida desde su monasterio madre de Rongbuk, que se encuentra en el Tíbet a más de 5.000 metros de altitud, y que después han seguido todos los demás monasterios de la zona.
La información que le había llegado a la señorita Lennox es que durante la celebración de este festival se podría hablar con algunos monjes que normalmente están en actitud silenciosa y que, posiblemente y en el mejor de los casos su hermano estaría allí, ya que este monasterio era la última referencia conocida de este. Un mensaje de texto del hermano mencionaba explícitamente el lugar.
Nos costó encontrar una hostal, pensión o similar donde poder dormir aquella noche. Llegamos tarde y nuestro acceso al monasterio no se podría hacer hasta el día siguiente. Después de preguntar a un par de personas logramos que, en una especie de tienda de víveres, que a su vez hacía las veces de bar y casino de la localidad, nos cedieran, previo pago de trescientos dólares, unos jergones en lo que parecía ser el almacén de la tienda. En el precio iba incluido también una generosa ración de pan (o algo parecido), salchichas recalentadas para meter dentro del pan y media docena de coca colas para acompañar tan delicioso y exclusivo manjar. Cuando nos retiramos para descansar pensamos que, al menos, la paz y la tranquilidad nos acompañarían. Nada más alejado de la realidad, los gritos y las conversaciones exaltadas de los jugadores (de cartas) nos llegaban con totalidad nitidez y con idéntico volumen (muy alto) en el que eran emitidos. En algún momento nos pareció percibir que dos personas se estaban peleando; pero, por mi parte, no podría asegurar que se trataban de borrachos dando fuertes golpes a las mesas y paredes.
Kyon durmió a pierna suelta, a juzgar por los ronquidos, pero a la mujer y a mí nos costó bastante más. No sé si nuestros miedos serían los mismos; pero lo cierto es que los míos por si no volvía a ver la luz del día eran bastante considerables. Afortunadamente y a pesar de nuestros temores no tuvimos ningún tipo de incidente grave durante la noche.
Parece que no nos consideraron un botín interesante. Seguramente ayudó considerablemente la actitud de la señorita Lennox de estar regateando siempre por todo lo que tenía que pagar y que, consecuentemente, no dábamos la impresión, en el caso de Kyon y en el mío esto era cierto, de tener mucho dinero.
La posibilidad de visitar el monasterio comenzaba a las ocho de la mañana, hora local, y ya desde las seis nosotros estábamos listos; justo después de tomar algo que pretendía ser un café y que había que endulzar considerablemente para que se pudiera ingerir. Lo acompañamos por unos mazacotes de pasta extraordinariamente dulces y duros como piedras que martillearon nuestros estómagos por varias horas. Después de desayunar (o lo que quiera que habíamos hecho) nos pusimos en marcha con dirección al monasterio que estaba a una distancia inferior a un kilómetro del almacén donde habíamos pasado la noche. A las seis y media ya estábamos a las puertas del monasterio y nos sorprendió bastante el encontrarnos con no menos de doscientos peregrinos que aguardaban también la apertura de las puertas.
Todos querían estar temprano para no perderse el mándala, el más importante se mostraba ese día y había estado cubierto los días anteriores. Siempre el festival comienza con la elaboración de un mándala con arena de colores. Esta arena se extrae de lugares específicos en las colinas. Elaborar el mándala suele costar unos cuatro días, luego se cubre y es fundamental para este festival religioso. Al final del festival, cuando todos los devotos se han ido, los monjes realizan un ritual con fuego para alejar del peligro a todo el mundo. Los mándalas de arena que se crean especialmente para este festival se retira con oraciones para transmitir beneficio a todo el mundo. Como podemos observar los que somos escépticos por naturaleza, muy científico todo.
Posteriormente, una vez que todos han podido ver los mándalas, los monjes realizan el baile de máscaras en el monasterio para que entren algunas de las deidades protectoras como una manifestación del legendario santo Guru Rinpoche, el fundador del budismo tibetano. El baile también muestra la derrota de los demonios y la iniciación del budismo en el Tíbet.
El Mani Rimdu es un evento legendario que se remonta a la fundación del budismo en Tibet por el Guru Rinpoche. La creencia de los fieles está fuertemente imbuida de que el budismo se vuelve a crear durante esta festividad. Por lo que la devoción y fe con la que los visitantes asisten a esta celebración es extraordinaria en la mayoría de los casos; desgraciadamente no era el mío.
Una vez que terminó el baile, los monjes se disponían a la bendición de las pastillas; era el momento para poder hablar con alguno de ellos. “Rimdu”, como ya había mencionado, hace referencia a unas pequeñas pastillas rojas que son bendecidas durante el festival. Eran los propios monjes los que “vendían” esas pastillas. Mientras se realizaba la compra parecía factible el intercambiar algunas palabras con ellos. Esperamos hasta el final y antes procuramos fijarnos en cuál era el monje más locuaz. Lo cierto es que no parecía haber una gran diferencia. Por eso nuestra empleadora me indicó que deberíamos fijarnos en quienes no parecían de origen oriental.
Nos pusimos manos a la obra. Ya nos habían informado en el pueblo de que en monasterio habían sido ordenados; o como quiera que se diga eso en la religión budista, dos o tres extranjeros occidentales. Y, definitivamente, era a ellos a quién pretendíamos contactar para que nos dieran referencias del hombre que estábamos buscando. Por sus rasgos, pudimos localizar a uno de ellos. Lo cierto es que destacaba por su pelo pelirrojo y unas características físicas que eran claramente diferentes a la población de la zona. Su nombre era Alistair Frost y había nacido en Escocia. Nada más saludarle le lanzamos, Anne Lennox le lanzó, la pregunta y su cara reflejó una profunda sorpresa.
.- Estamos buscando a Lucas Lennox. Nos han dicho que usted lo conocíó. ¿Es eso cierto?
Lo era, su cara, sus ojos más bien, lo reflejaban con toda rotundidad. Aunque sus palabras, que siguieron unos segundos después no lo corroboraran en absoluto.
.- No me suena ese nombre. Pero como sin duda sabréis, aquí algunas personas cambian su nombre real por uno más místico y que confluya de mejor manera con su esencia espiritual. Especialmente los creyentes occidentales. Quizá si me proporcionarais algún dato personal, de alguna índole, podrían ser que diera con la persona a la que estáis buscando.
.- Es americano, se trata de mi hermano y dejamos de tener noticias de él hará unos nueve meses aproximadamente. Lo último que sabemos es que estuvo en este monasterio durante, al menos, unos días.
El hombre se quedó pensando. No parecía, en este momento, que los datos le dijeran mucho. Pero su primera expresión lo había delatado. Eso nos daba la excusa para seguir insistiendo una vez que nos diera la primera respuesta que, tal y como ya estábamos esperando era de carácter negativo. Anne parecía haberse quedado sin argumentos, así que creí que mi turno había llegado y, para eso, para poder actuar como un jugador de cartas, si que estaba algo entrenado y que le podía echar una mano a mi contratadora.
.- Es extraño, porque el si que parecía conocerlo. La última vez que habló con su hermana le mencionó un nombre: Alistair. No parece un nombre muy corriente entre la gente de aquí. Así que posiblemente se estaba refiriendo a usted.
Cuando estábamos esperando para hablar con él pudimos oír como una joven se dirigía a él llamándolo “maestro Alistair”. Así que, a falta de saber su apellido, si que podíamos contar con el nombre de este sujeto que era el único occidental que finalmente habíamos podido reconocer entre los monjes del monasterio.
.- Bueno, no sé. Por aquí pasan muchos occidentales y, evidentemente no puedo recordarlos a todos; y menos sus nombres. Pudiera ser que si, que hablara conmigo como estáis mencionando vosotros; pero os puedo asegurar que no tengo ninguna noticia de la persona de que me estáis hablando. Lo siento mucho.
La respuesta había sido firme y contundente, tanto que no nos atrevimos a continuar preguntándole e insistir en la creencia de que nos estaba mintiendo. No parecía, a juzgar por su firmeza, que el monje escocés fuera a cambiar en cuanto a sus afirmaciones. Así que, tras apenas unos segundos de duda, tomamos nuestro rimdu y nos dispusimos a salir del monasterio.
Si hubiéramos podido ver lo que pasaba tras nuestra partida, nos habríamos sorprendido con la figura del maestro Alistair Frost levantándose, siguiendo nuestros pasos mientras caminábamos por el camino con dirección al pueblo y saliendo del monasterio; nos siguió a distancia hasta el pueblo y una vez allí pudo observar que entrábamos en la tienda-bar-pensión en la que nos habíamos alojado la noche anterior.
Apenas nos dio tiempo a sentarnos y a pedir nuestras bebidas (una bebida refrescante en el caso de la señorita Lennox y dos tazones de huangjiu en el nuestro), cuando vimos aparecer por la puerta al maestro Alistair. Era evidente que nos estaba buscando.
Intentó ubicarnos dentro del local y tardó poco (en realidad el local no era muy grande); con la cabeza nos hizo una señal de que se iba a sentar en nuestra mesa y, una vez que lo hubo hecho pidió al camarero encargado del local que le trajera un tazón doble de eso que ellos llamaban vino, el huangjiu.
Se lo sirvieron con celeridad y él se lo llevó a los labios con más celeridad aún. Cuando hubo dado un buen trago del vino fue cuando nos miró y comenzó a hablar.
.- Perdonad que no os haya dicho nada. Pero no me pareció apropiado hacerlo dentro del monasterio.
Nos miramos y lo miramos a él. En realidad, nada teníamos que decir. Era él quien debía continuar con la explicación; aunque lo cierto es que no parecía tener intención de comenzar con su explicación hasta no haber dado por finalizado su tazón doble de huangjiu, una bebida fuerte que no parecía hacerle ningún tipo de efecto. Una vez que lo secó por completo, al tazón, pidió otro al camarero encargado del establecimiento que se lo sirvió con rapidez. El encargado no se mostraba sorprendido de tener que servir a un monje; muy al contrario, parecía encontrarlo bastante natural. Era evidente que no se trataba de la primera vez que Alistair estaba en el local bebiendo algún tazón del apreciado, por ellos, vino chino.
.- ¡Ya me hacía falta echar un buen trago! No es lo que suelo beber allí dentro como se pueden imaginar.
.- ¿Debo entender entonces que si conoció a mi hermano?
.- Lo cierto es que si. Yo había estado pasando una temporada de seis meses en Glasgow; y a mi vuelta al monasterio había un nuevo monje occidental, bueno, realmente eran dos; pero al primero que llegué a ver fue a su hermano. Nada más verlo me interesé por él. Primero le pregunté al maestro Campache que no fue especialmente preciso en sus explicaciones. Solo me dijo que él no era un maestro budista, que estaba en el monasterio por otra cosa que era lo mismo por lo que estaban el otro monje occidental y los ocho o nueve monjes orientales que formaban parte del grupo nuevo…
.- …/…
.- Luego, al día siguiente, logré colarme en la cocina, donde en ese momento estaba su hermano y logré que nos prepararan un té. Aparte de decirme que se llamaba Lucas Lennox y que era americano, natural de Nueva York poco más me contó. El parecía no tener demasiado claro que era lo que estaba haciendo allí. Un maestro taoista lo había contactado apenas cuatro días después de su llegada a Beijing y le había “invitado”, eso dijo él, a ir hasta el monasterio. Poco más puedo decir. A lo largo de los tres días siguientes fueron llegando diez o doce personas más, todos orientales, que parece ser que pertenecían a este grupo; fuera lo que fuera. Después se fueron todos y nadie volvió a comentar nada o prácticamente nada
.- ¿Qué quiere decir con prácticamente nada
Alistair iba ya por el tercer tazón de huangjiu y parecía ejercer un papel liberador, especialmente de su lengua, ya que parecía dispuesto a contarnos todo sin que prácticamente le hiciéramos ninguna pregunta. Un trago y cogió carrerilla de nuevo.
.- La razón de que esta gente se concentrara aquí, en este monasterio es que uno de los integrantes de ese grupo era un monje del monasterio, el maestro Kiang. Pues bien, dos días después de su partida pude oir por casualidad como uno de los novicios, los que actúan como asistentes para las tareas de cocina y limpieza en el monasterio le decía al maestro Campache algo así como que el maestro Kiang se había dejado en su cuarto algunas cosas. Y pude entender como el maestro Campache le decía a su vez que habría que mandárselas a algún lugar que, evidentemente, él debe conocer.
.- O sea, que debemos hablar con el maestro Campache para poder saber a dónde fueron tras su salida de este monasterio.
.- Bueno, hablar con el maestro Campache no es fácil. Si de ya de por sí es enigmático; con este asunto que parece contener un alto componente secreto…
.- ¿Secreto…?
.- ¡Claro! No fuimos informados; ninguno de los monjes del monasterio parece saber, o al menos no habla de ello, de que se trataba. Y, por la experiencia que yo tengo, no es este un sitio en el que se mantengan los secretos en circunstancias normales.
.- ¿Crees que podríamos hablar con el maestro Campache?¿Que nos podría facilitar una entrevista con él?
.- ¡Buff…! No es muy dado a hablar con occidentales. Y menos para contarles algo que, por lo que intuimos, no parece querer contar. Realmente lo veo muy complicado.
.- ¿Nos podría poner en contacto con él, quizá con alguna otra excusa?
.- Si me invitáis a otro tazón de huangjiu – ya era el sexto tazón al que le íbamos, la señorita Lennox íba, a invitar- lo intentaré. Solo que no le diré que es lo queréis preguntarle. Tal le diga que sois devotos de alguna divinidad y que estáis interesados en comentar con él las virtudes de ese hombre santo; eso le gusta bastante.
No lo logramos hasta tres días después. Hasta que no pasaron tres días el maestro Campache no nos mandó aviso de que accedía a recibirnos. El tiempo de espera fue tedioso para nosotros. Bueno, no para todos, Kyon tuvo tiempo de aficionarse al dou zhu di, un juego de cartas en el que los ociosos habituales de la tasca en la que nos alojábamos se jugaban bastante dinero; o eso parecía por los montones de billetes que se reunían encima de la mesa. Kyon no podía expresarse con mucha fluidez en el poco chino que hablaba, pero era indudable que el lenguaje del juego y las apuestas era universal y ponía en comunión a muchos seres cuya moralidad no llega mucho más allá de cumplir con el pago de las deudas de juego.
Anna también aprovechó el tiempo, aunque lo que necesitaba lo consiguió en un par de horas, para encontrar una divinidad budista de la que hablarle al maestro Campache. Finalmente se decidió por Amitabha, divinidad budista que pensó gustaría al maestro por tratarse de un rey que abandonó su corona para hacerse monje budista
Bueno, habría que ver la idea que Campache tenía acerca de Armitabha. Porque si en occidente los atributos de los héroes de las leyendas, de las historias míticas cambiaban, según la persona que lo contara, en oriente ni eso era más exagerado.
Finalmente fuimos solamente dos los visitantes del maestro Campache, Kyon estaba tan cautivado por los misterios de la baraja y los retos que le planteaban sus nuevos colegas que, para mí al menos, estaba claro que no iba a resultar fácil recuperarlo a la hora de continuar el camino por otras zonas del Nepal en busca de Lucas Lennox.
En la entrevista con el maestro Campache pude comprobar de manera fehaciente que la señorita Lennox no sabía mentir. No se creyó, ni por un momento que habíamos ido allí para hablar de la divinidad por las dudas y el amplio desconocimiento de la vida del personaje.
.- Muy bien…, ahora me podrían decir cuál ha sido el motivo real de su visita. Porque está bastante claro que no conocen en absoluto al maestro Amitabha, muchas de las cosas que me han contado están escitas en Wikipedia, pero son realmente falsas. Así que me imagino que son otros los motivos que les han traído a hablar conmigo.
.- Maestro, hemos venido aquí buscando a mi hermano, Lucas Lennox, y sabemos, de hecho es la última vez que hemos tenido noticias de él, que ha estado aquí por unos días antes de salir hacía un lugar del que nada sabemos y que usted sí parece conocer.
El maestro Campache se quedó pensando antes de decir nada. De hecho, pasaron unos siete minutos, lo cual hizo la situación realmente incómoda, antes de que sus labios se volvieran a abrir.
.- Usted debería dejar partir a su hermano, señorita Lennox. Él es necesario para una labor importante y usted no puede hacer nada, excepto molestarlo. Y ya le aviso de que la labor que tiene que hacer su hermano va a ser de una importancia capital.
.- No me importa, maestro. No sé si sabe que mi hermano es insulinodependiente y debe medicarse de forma regular. Si no lo hace, su salud puede sufrir graves deterioros. Yo me he venido ocupando de su medicación desde hace no menos de diecisiete años; y me consta que él no va a ser capaz de inyectarse regularmente.
.- No se preocupe, señorita, su hermano va a tener mucha gente a su lado que le va a cuidar. Ahora mucha gente se va a preocupar de él y de su bienestar. Es importante que así sea, que su hermano se encuentre cómodo y en buena armonía con su entorno.
.- Lo dudo mucho, no creo que nadie se vaya a ocupar de él como me ocupo yo. Ya tengo muchos antecedentes y experiencias de su dejadez y de que sus buenos propósitos nunca se cumplen; y, entonces, el deterioro de su salud ha sido grande mientras tanto.
La conversación tomo un curso que más parecía un diálogo de besugos, que un intercambio de argumentos sin fundamento. El maestro parecía al borde de perder la paciencia y, consecuentemente, dar por terminada la conversación. Sin embargo, y de una manera sorprendente, la que perdió la paciencia fue Anne Lennox que se dirigió gritando de forma airada al maestro Campache.
.- ¡Usted no lo entiende! Yo siempre he cuidado de mi hermano, desde que nació. ¡Y él lo necesitaba, siempre lo necesitaba!¡Mi hermano necesita que lo cuide!
El maestro se quedó mirando a la mujer y temí por unos instantes que él fuera a gritar de una manera más enérgica aún; o algo peor. Pero, muy al contrario, su rostro reflejaba cada vez más tranquilidad.
.- Si, es posible que tenga razón. Todos ellos tienen uno o varios protectores. Puede que usted sea el suyo. Nunca hubiera pensado en una mujer. Pero, ¿por qué no? De cualquier manera, los guías lo sabrán cuando te vean llegar; ellos decidirán si realmente es usted la persona que necesita y si puede permanecer a su lado.
.- ¿Nos va a decir dónde está?
.- Os voy a decir donde puede estar, aunque no lo sé seguro. Había dos posibilidades para concentrarse antes de partir hasta el destino final. Los guías son tremendamente intuitivos y no suelen decidir hasta el último momento cual es el camino a tomar; por eso no tengo la certeza de cuál es el destino en el que se encuentran actualmente.
.- ¿Y qué sitios son esos?
.- Puede ser el monasterio de Pokhara; o el de Kopan; los dos están en Nepal y relativamente cerca de este. Como he comentado, no os podría decir con exactitud.
.- ¿Y qué es lo que se supone que va a hacer mi hermano? ¿Por qué ese secretismo que rodea todo esto?
.- Más bien discreción. Tampoco yo sé demasiado. Únicamente puedo contaros una historia: “El universo era una nebulosa caótica y embrionaria que tenía la forma de un gran huevo. Allí dormía apacible y tranquilo, un gigante llamado Pan Gu. Al cabo de dieciocho mil años, el gigante se despertó. Encolerizado porque en derredor suyo reinaban las tinieblas, sacudió sus brazos, vigorosos como el hierro, para separarlas. Las tinieblas y el caos se disiparon para siempre, pero Pan Gu agotó todas sus energías y murió extenuado poco más tarde. Sin embargo, como hecho muy extraño, en el momento de su muerte, su cuerpo sufrió una metamorfosis repentina, dando origen a todo lo que nos rodea...; su ojo izquierdo se transformó en un sol brillante, y, el derecho, en una hermosa luna; sus cabellos y la barba dieron origen a incontables estrellas. Sus cuatro extremidades y el tronco dieron principio a los cuatro puntos cardinales y a las cinco grandes montañas sagradas. De su sangre brotaron enormes y tumultuosos ríos y sus tendones se transmutaron en amplios caminos dispuestos en todas las direcciones...”.
.- ¿Y eso que quiere decir?
.- Evidentemente es un mito que tiene que ver con nuestra filosofía, con nuestra religión. Pero, aunque el mito no sea cien por cien real, si que es cierto que todo lo que nos rodea tiene alma, está vivo y siente, sufre y se alegra por lo que le pasa a lo que nos rodea; y ese alma está acompañada por un corazón para sentir, por supuesto, y su cerebro para pensar.
.- Bien…
.- Tu hermano, señorita Lennox, por circunstancias y avatares que no te podría explicar del todo, forma parte de ese corazón y cerebro del universo; de nuestro universo.
.- ¿Cómo?
.- Si es necesario, si debe…; él te lo podrá explicar. Yo ya te he dicho más de lo que debería. Y no porque sea secreto o un misterio que no se debe desvelar; sino porque es una parte importante de nuestra filosofía, de nuestra religión que es difícil de entender y menos de explicar en pocos minutos, especialmente para los occidentales.
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