citdenoche Citlali Pérez

Historia contada a través de la experiencia de una bici que da paseos por la ciudad con su dueña hasta que una noche todo cambio y los paseos ya no volvieron a ser los los mismos.


Conto Impróprio para crianças menores de 13 anos.

#bicicletas # #jaurias #noche #temblor #timbre #paseos #inesperada #mordidas
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Me tomaron para ir por la ciudad ya que no tenían planes. Así encontraban nuevas aventuras, pero mi dueña estaba pensativa, tal vez estaba planeando algo y dijo:

⸺¡Vamos a ver a nuestra amiga!

Yo escuchaba que hablaban a lo lejos. Me sacaron y mi compañera se veía feliz. Mi dueña empezó a pedalearme a toda velocidad. Sentía el sudor de sus manos, la notaba diferente, pero no quise parar, para no empeorar su sentir. Él cuidaba de ella, porque decía que era arriesgada para andar en la ciudad y no se fijaba al cruzar la carretera. Lo que él no sabía es que yo le ayudaba a ver cuándo era más seguro cruzar pues sentía las vibraciones de los carros. Además, a mí me gustaba cómo me tomaba con seguridad e incluso se alocaba y se ponía a bailar. A veces hasta cantamos juntas al rodar. Veo que poco a poco aprende trucos nuevos. A veces brincaba conmigo, pero esta vez la sentía nerviosa porque ella no acostumbra a andar de noche. Mi dueña miraba a su pareja constantemente y tenía más miedo que yo. La veía, quería calmarla, pero el ruido de la ciudad no me dejó decirle nada.

Cuando llegamos a la casa de su amiga, ella no estaba. Me dejaron a un lado junto de la otra bici. La mujer estaba cerca así que nos tomaron de nuevo, volvieron a salir para encontrarse con su amiga. La vieron a lo lejos: iba con su hijo y su perrita. Al acercarse, su hijo le pidió usarme por un rato; mi dueña estaba confiada en que él sabía andar en bici, pero yo tenía miedo. Nunca me había prestado con nadie. Me dejó en sus manos. Su novio bajó el asiento para que el niño me usara correctamente. Yo no quería que el niño se subiera en mí, intuía que no sabía: pedaleaba algo errado y en poco tiempo cayó de mi asiento. Sufrí pocas heridas, se corrió un poco la pintura, pero lo que más me dolió fue que se cayó mi campana. La campana me hacía feliz porque a mi dueña le divertía tocarla todo el tiempo. Parecía que éramos imparables cuando ella la hacía sonar, pero no le dijo nada a la mujer. Solo me vio triste y sobó mis pequeñas heridas.

Estamos de nuevo en la casa y me dejaron afuera con mi compañera. Nos quedamos juntitas. Adentro se escuchaban risas y conversaciones, pero de repente yo sentí que temblaba y me caí. Alguien gritó “¡Está temblando!” y todas las personas empezaron a salir de sus casas. Yo vi el pánico de los vecinos. Se preguntaban “¿estás bien?”, “¿cómo está tu hermano, tu familia?”, se abrazaban o llamaban para saber cómo estaban los demás. Mi dueña salió, pero estaba asimilando que fue un temblor y que no se había mareado, pues no había sentido un temblor así. A decir verdad, yo tampoco y al final su novio dijo “Miren, la bici también tembló y por eso se cayó”. Mi dueña me recogió, me revisó y sonriendo dijo:

⸺ Todo está bien.

Los días pasaban; mi dueña se sentía extraña porque ya no tenía mi campanita. Ella imaginaba que habían amputado alguna parte de mí. Hasta que un día cambió de ruta para irse a su trabajo porque, era la más rápida, ya se le hacía tarde para llegar a su trabajo y pensó en esa opción. Se estaba adaptando a irse sin ese sonido peculiar que llegaba emitir. Íbamos por un camino que estaba lleno de terracería. Se escuchó un ladrido, me espanté e intenté decirle que paráramos, que no teníamos el timbre de la campana. No me quiso hacer caso a pesar de que intente frenar. Conforme avanzábamos se percibían más ladridos. Hice mi último intento por moverla, pero no funcionó; era una terca y me dijo que iríamos más rápido para que no hicieran nada. No confiaba en esa idea; cada que nos acercábamos había más perros. Ella intentó timbrar en un momento de desesperación, pero recordó que ya no tenía la campana, sentía que sus latidos se aceleraban. Un perro negro enseñando los dientes se aproximó a mi volante y le dio la primera mordida a mi dueña en su tobillo izquierdo. Ella me dijo “No es para preocuparse, podemos salir de aquí”. No le creí. Llegaron más perros, uno café con ojos de color verde intentó derrumbarnos y fue entonces que llegó la manada, no sabía cómo actuar. Yo estaba desesperada, no podíamos hacer nada y nos tenían rodeadas. El primer perro negro dio un ladrido en clave y todos comenzaron a morder a mi dueña ferozmente. Ella gritó y nadie se acercó. Parecía un terreno baldío que sólo habitaban esos perros. La destrozaron hasta dejarla toda ensangrentada, algunos se llevaron partes de su carne. A mí no me hicieron nada. Días después su pareja me encontró con algunas pertenencias, pero del cuerpo ya no quedaba nada. Lo habían repartido entre diferentes jaurías de la ciudad, para que las bandas de perros pudieran controlar algunas propiedades.

30 de Novembro de 2022 às 23:19 0 Denunciar Insira Seguir história
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