El tiempo avanza y todo continúa en el mismo estado de quietud. Llevan años compartiendo las mismas actitudes; las mismas acciones generan reacciones en ambas partes.
Cada cual con propios pensamientos envolventes concernientes al otro.
Las mentes poseen un único protagonista: Para Thomas Robinson —de 25 años de edad, castaño oscuro y de rasgos duros con una mandíbula marcada y labio inferior más grueso que el superior— es Mark Jung, el chico coreano —castaño claro dueño de unos fanales llamativos y labios abultados, de 24 años de edad— que proviene del extranjero y con quién cursó el nivel secundario tiempo atrás.
Ahora ambos son universitarios y Thomas no abandona sus intentos por captar la atención de Mark
—Mírame ... —le susurra desde la lejanía en la clase, estando en los asientos traseros.
Mark toma apuntes de la última clase de ese día desde el centro. Observa las manecillas del reloj de pared del aula: marca las 10:30 am.
Tiene un pensamiento y lo manifiesta.
—¿Qué puedo almorzar cuando llegue a casa? —ubica el lápiz contra la boca, reflexivo.
Sin embargo, se ve forzado a abandonar tal idea cuando un bollo de papel impacta contra la parte trasera de su cabellera castaña clara.
Lleva el mirar hacia atrás, dando con él. Conoce al culpable: Thomas.
—Ese idiota —musita para sí mismo.
Thomas agita una mano hacia él en el preciso instante en que guía los fanales hacia detrás.
Rechista y regresa la atención a los apuntes con dificultad. Con evidencia desea mirarlo. Thomas puede percatarse de ello. Mark es tan obvio.
—Me quiere mirar. —Sonríe para sí mismo, esperanzado.
Horas después, la jornada da término.
Entonces, Mark camina hacia la salida. De modo que él se acerca rápido y lo sigue hacia los casilleros.
—Hey. —Interrumpe la caminata del otro.
El coreano de 1.75 metros de estatura, se ve instado a detener la marcha.
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