El reloj marcaba las siete de la mañana y la canasta de naranjas ya estaba lista para Isa. Meses atrás, su madre la había enviado a vivir con su tía, al no hallar otra salida. Tras el abandono de su marido, la tarea de alimentar cuatro bocas se había vuelto casi imposible para Carmen. Le costó despegarse de su hija mayor, pero no creía tener otra opción. Además, su hermana le había prometido que estaría en buenas manos. Y así fue al principio, hasta que Fátima le delegó su trabajo a la niña.
Isa comenzó a ofrecer las frutas después de clases. En tan solo unos días, había conseguido clientes habituales y obtenía muchas ventas. Fátima, al ver el éxito que tenía su sobrina, decidió aumentar sus horas de trabajo. Algunos días de la semana, Isa comenzaba temprano en la mañana y concluía su recorrido con la puesta del sol. Con el tiempo, comenzó a faltar a la escuela hasta que un día dejó de ir para enfocarse en su trabajo. Se llenó de frustración cuando su tía no le permitió regresar, a pesar de que ella misma la había inscripto en un principio.
Cuando vivía con su madre, no había tenido la oportunidad de estudiar, ya que toda la familia trabajaba para el sustento del día. Asistió a la escuela por primera vez al cumplir once años. Aunque no sabía leer ni escribir, se había animado a empezar de cero y las burlas de sus compañeros no tardaron en llegar. Pero a ella no le importaba nada de eso. Le fascinaba aprender y experimentar la magia de las palabras. Al llegar el momento de dejar todo atrás, fue aplastada por la desilusión. Había insistido en que podría trabajar más duro sin perder sus clases, pero las suplicas fueron en vano. La niña no entendía por qué su tía se quedaba en casa, mientras ella tenía que salir a la calle todos los días. No es que le molestara trabajar, pero creía que un poco de ayuda no le vendría mal.
Disfrutaba de recorrer su barrio y visitar a las abuelitas que compraban sus frutas aunque no tuvieran mucho dinero. Su lugar favorito era el cerro Santo Tomás. Al contemplarlo de cerca, se sentía como una hormiguita. Para llegar a esa zona, tenía que recorrer un camino solitario y en más de una ocasión se había llevado un buen susto. La última vez que decidió ir por su cuenta el sol aún estaba arriba, por lo que decidió escalar el cerro. Según los rumores, en la cima encontraría un manantial que podía concederle todos sus deseos.
Cuando estaba a mitad de camino, se encontró con un hombre que portaba un ala delta y se dirigía en dirección a la cumbre. Isa intentó ignorarlo, pero el extraño se acercó y comenzó una conversación que la aburrió hasta el cansancio. Siguieron avanzando, pero empezó a sentirse incómoda mientras el extraño se acercaba cada vez más a ella. En determinado momento, el hombre tuvo el atrevimiento de manosearla. Esa intrusión le provocó un sobresalto y terminó empujando el ala delta, que cayó unos metros abajo. Aprovechó el momento de distracción y huyó cuesta arriba, ya que el camino para descender estaba bloqueado por el intruso.
Para su alivio, divisó a una mujer que le hizo señas para que se acercara. La tomó de la mano y avanzaron por un sendero que llevaba hasta la cima. Allí se encontró con el manantial del que tanto había escuchado. Detrás de la fuente se hallaba la entrada a una gruta oscura y húmeda. A pesar de su miedo, Isa ingresó al interior para ocultarse por órdenes de la mujer.
La desconocida le prometió que se encargaría de la situación. En la seguridad de la densa oscuridad, oyó cómo el hombre gritaba despavorido. Su voz resonó en el interior de la cueva hasta que se hizo un silencio absoluto. Al abrir los ojos, la mujer reapareció y la instó a regresar de inmediato a casa. Corrió sin respiro hasta llegar a la casa de su tía. No se atrevió a contarle lo ocurrido por temor a que la regañara, pero se prometió no volver a ser tan imprudente en el futuro.
El viernes había llegado y solo le quedaba ese día para reunir el dinero faltante para cubrir las deudas de su tía. Con el fin de motivarla, Fátima le prometió que la dejaría visitar a su madre si terminaba de vender todas las naranjas. Para cumplir con su meta, Isa se levantó más temprano y preparó su canasta. Ubicó de forma estratégica las que empezaban a descomponerse, de manera que solo fueran visibles las mejores frutas. Tenía que lograr vender todo lo que tenía. Pero las cosas no resultarían como ella esperaba.
El frío había llegado para instalarse en la cuidad y pocas personas salían de casa. Sus clientes habituales no aparecieron, así que siguió recorriendo la ciudad hasta entrada la tarde. Había llegado hasta las inmediaciones del cerro con el fin de encontrar nuevos clientes, pero no tuvo mucho éxito. Cuando se dirigía de vuelta a casa, se encontró con tres jóvenes. Pensó en ofrecerles las naranjas, pero como no parecían contar con dinero, decidió pasar de largo.
Los chicos habían fijado su atención en ella y la siguieron. Uno de ellos se presentó e inició la conversación. Su nombre era Fredy. Sus amigos no se presentaron y se limitaron a seguirlo como fieles lacayos. En ese momento, Isa se habría retirado si no fuera por la promesa de Fredy. Según el chico, en inmediaciones del cerro vivía un hombre con mucho dinero. Como eran conocidos, Fredy hablaría con él para que comprara las frutas restantes. Recordando su experiencia anterior, Isa empezó a desconfiar de los chicos, pero la oferta sonaba demasiado bien como para rechazarla. Era la solución perfecta a la falta de ventas que había sufrido esa mañana.
El sol iba ocultándose y aún no llegaban a su destino. Isa apuró el paso pero no conseguía divisar la supuesta mansión del hombre rico. A su alrededor no había más que malezas y un camino que conducía hasta el cerro. En ese momento, deseó más que nada encontrarse con la mujer que la había salvado la última vez, pero no había señales de ella. Se dijo a si misma que no pasaba nada, todo iría bien. Continuaron avanzando por el sendero solitario hasta que Fredy le rodeó la cintura con los brazos. Sintió que su cuerpo se paralizaba con el toque del chico. No podía estar sucediendo de nuevo.
Intentó soltarse de su agarre, pero la tomó con más fuerza. Presa del pánico, le mordió el brazo y logró liberarse. Una vez más, se encontraba corriendo por su vida en medio de la nada. Pero esta vez sería más difícil escapar, teniendo tres hombres detrás de ella. Su canasta de naranjas la estaba retrasando y por mucho que le doliera, tuvo que arrojarla a un costado. Al paso que avanzaba, la alcanzarían en cualquier momento.
A pesar de no conocer el terreno, se aventuró en el denso bosque que cubría al cerro. Uno de los chicos la divisó y le iba pisando los talones. Para su fortuna, en ese instante se encontró con la mujer misteriosa, quien se ocultaba detrás de un árbol como si la estuviera esperando. Pero esta vez la expresión de su rostro era sombría. La apremió a seguir huyendo, mientras ella se encargaba de retrasar a los chicos.
Isa tenía que usar todas sus fuerzas para huir. A pesar de que sus piernas apenas la sostenían, reunió toda la energía que le quedaba para seguir avanzando. Después de unos minutos, por fin pudo divisar el camino de vuelta al pueblo. Se impulsó a toda velocidad hasta que oyó a Fredy llamarla. El único escondite inmediato era una enorme roca que se alzaba a poca distancia. Se refugió bajo su sombra y cerró los ojos, esperando no ser descubierta.
Oía los pasos cada vez más cerca. Su respiración se agitaba con cada rama que crujía bajo los pies del chico. Instantes después, se instaló un silencio inquietante. Isa no se atrevía a moverse un centímetro. Tenía los ojos fuertemente apretados cuando una naranja cayó sobre su hombro. Desde la punta de la roca, Fredy la observaba con una mirada febril. Sostenía un par de naranjas que Isa había arrojado durante su huida.
Intentó correr, pero otro de los chicos salió de las sombras y la retuvo. Al estar más cerca del pueblo, gritó por auxilio, pero no había nadie que oyera sus suplicas. La subieron a la cima de la roca y Fredy la sostuvo, mientras que sus amigos se limitaban a mirar. El cuerpo de su agresor la aplastaba, dificultándole la respiración. Por mucho que se retorciera, sabía que no podría escapar. Cuando Fredy rasgó sus prendas, apartó la mirada y comenzó a llorar. «¿En dónde se había metido esa mujer? ¿Por qué nadie podía oírla?».
Cuando comenzó a sentir dolor, el horror la invadió. Por alguna razón parecía incapaz de gritar, pero su cuerpo reaccionó y siguió sacudiéndose frenéticamente. No quería morir. Anhelaba regresar a casa para volver a ver a su madre. En aquel instante, la mujer misteriosa reapareció frente a ella, pero los chicos parecían incapaces de percibir su presencia.
—Lo siento mucho Isa, he llegado demasiado tarde. —le dijo, con profundo pesar.
Con sus cálidas manos, le cerró los ojos y regresaron de vuelta a la cima del cerro. Ya no era de noche y ningún hombre estaba a la vista. El sol acariciaba su piel mientras el manantial fluía con fuerza bajo sus pies. La mujer se sentó frente a ella y por fin se presentó. Su nombre era Samimbi. Le había explicado a Isa que no sería capaz de regresar con su familia, pero le prometió quedarse siempre a su lado. Juntas velarían los bosques para que no volviera a ocurrir otra tragedia como la suya.
Al día siguiente, encontraron su cadáver sobre la roca y la noticia se extendió por toda la ciudad. La policía logró atrapar a los cómplices, pero Fredy logró huir. Pasaron los años e Isa nunca volvió a verlo, aunque Samimbi le contaba que solía visitar al chico en sus pesadillas. El peso de su crimen lo aplastaría cada vez que cerrara los ojos y la sombra de Isa lo perseguiría hasta sus últimos días.
Al pasar los años, a Isa dejó de importarle la venganza. Solo deseaba que la aflicción de su madre se aliviara con el tiempo. Ahora se encontraba en paz y seguiría protegiendo el bosque hasta que estuviera lista para dejarse ir. Pronto llegaría el momento en que volaría libre junto a las aves que planeaban el cielo estrellado.
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