“Devrions-nous le tuer?”
“Je ne sais pas. Il n'est pas un soldat, ni bandit. Mais… cette caméra…”
Había dos personas armadas frente a mí, intercambiando palabras en un idioma que yo no conocía de nada. Se miraban entre ellos, y ocasionalmente bajaban la cabeza para mirarme sin que yo pudiese saber sus intenciones.
Uno era un hombre de apariencia inflexible a la vez que cansada. Quizás andaba en sus treinta, tenía el cabello rubio y lacio hasta un poco debajo del cuello, brillantes ojos verdes y una cicatriz que cortaba su ceja derecha y subía hasta su cuero cabelludo.
La otra persona era una… una niña, no, una chica. De quizás catorce años, o tal vez quince, pero no más que eso. De complexión muy pequeña, con unos brazos tan delgados que me sorprendía que pudiesen sostener el subfusil que tenía entre los dedos. De cabello negro azabache, corto pero voluminoso, bastante desarreglado y unos ojos azules… completamente desprovistos de vida.
Yo reposaba en el suelo, sentado contra la pared con mi cámara de fotos colgando en mi pecho y un insistente temblequeo en mis flexionadas piernas, la cuales intentaban fuertemente evitar tocar alguno de los cuerpos inertes más adelante.
…
Debería describir un poco el contexto antes de seguir.
Soy un aventurado periodista, de nombre Ewald Esser, que se especializa en política internacional. La guerra en Europa empezó poco después de yo recibir mi título profesional y basé gran parte de mi carrera en ella. Años pasaron, y eventualmente fui contactado por la editorial para ser corresponsal de guerra, en parte gracias a los múltiples artículos que escribí al respecto, pero… pero todo salió mal. Partí desde la capital junto a un destacamento destinado a brindar apoyo en el frente sureste alemán, en la triple frontera con Austria y Republica Checa. Poco después de llegar fuimos asaltados por las fuerzas rebeldes y… eso no importa ahora, no ahora mismo. Ese es un relato que ya escribiré otro día. Lo que quiero contarles ahora es lo que ocurrió después de eso.
Al ver mis credenciales, mi cámara y mi falta de cualquier tipo de arma, los rebeldes me tomaron como prisionero, quizás con la intención de usarme como moneda de cambio o lo que sea, no tengo idea. Me arrojaron a una habitación oscura con tan solo una ventana pequeña por la que apenas si entraba luz en una abandonada comisaria. Ni siquiera tenía muebles, o una cama, nada. Al menos me daban de comer la cantidad suficiente de veces al día, me querían tener en buen estado. Entonces un día, poco antes de la hora de la comida, escuché algunos gritos, entonces unos disparos, y cuando decidí acercarme a la puerta para espiar fuera por la cerradura, esta se abrió de golpe y fui empujado contra la pared por un rebelde encapuchado. Me gritó algo en inglés que no recuerdo muy bien y detrás de él entraron algunos más, todos alzando esos fieros fusiles de asalto que se ven en las películas de terroristas. Afuera aún se oían tiros. Me tapé los oídos, los rebeldes comenzaron a disparar a alguien del otro lado de la puerta, ese alguien devolvió fuego… y el miedo nubló mis sentidos, dificultando mi memoria.
Cuando caí en la cuenta de lo que había pasado, ya me encontraba en el piso siendo apuntado a la cabeza por una jovencita.
“¡Esper- esperen!”.
Decidí que no podía quedarme callado y tan solo dejarlos llegar a la conclusión de que lo mejor era deshacerse de mí, por lo que grité con la esperanza de que me entendiesen si hablaba en el idioma universal: el inglés. No eran soldados, no eran rebeldes; seguro eran bandidos o saqueadores, de esos que pululan en toda zona de guerra, buscando armas que recoger de los caídos para revenderlas después.
Ante mi grito, la chica volvió a apuntarme a la cara, e inevitablemente me hice un poco hacia atrás. Si realmente eran saqueadores, de poco les habría servido dejarme vivo.
“¡N-no me maten! Yo solo soy un periodista. ¡Periodista! Un corresponsal de guerra, nada más que eso. ¡No soy su enemigo!”.
La chica me miraba en silencio, totalmente desinteresada de mis palabras y tan solo esperando un movimiento en falso para volarme los sesos. El hombre ladeó la cabeza y posteriormente me respondió.
“Eres alemán, tu acento te delata”.
Su inglés era muy bueno, quizás mejor que el mío. A diferencia de mí, no era fácil adivinar su origen.
“¿Qué haces aquí? ¿Eres un prisionero?”.
“¡S-sí! ¡Exactamente! ¡Soy un prisionero! E-el grupo con el que me despacharon, al que debía cubrir, fue asaltado por estos salvajes y a mí me tomaron captivo. He estado esperando alguna oportunidad para escapar desde entonces”.
“Ya veo…”.
Hizo una expresión como de comprensión y le habló a su compañera nuevamente en lo que creo que era francés. En ese momento entendí que la chica solo sabía hablar ese idioma. La chica tan solo asintió y bajó su arma para dar la vuelta y ambos empezaron a alejarse sin más.
“H-hey, espera”.
“¿Qué?”
El sujeto volteó para mirarme.
“No nos sirves de nada, por lo que no vamos a ayudarte de ninguna manera, si eso es lo que estás por pedirnos”.
“Yo…”.
“No nos sigas”.
“¡Espera, espera! ¡Sí puedo darles algo a cambio!”.
“…”.
El tipo de mirada severa y cabello pálido tan solo esperó en silencio, estoy casi seguro de que me habría matado ahí mismo si no lo hubiese convencido con mi propuesta.
“U-ustedes son enemigos de los rebeldes, ¿verdad? Pero imagino que tampoco se llevan con los militares. No sé a quién pertenezcan, ni tampoco me interesa, p-pero sí tengo información que puede serles de utilidad”.
“Tienes diez segundos”.
“V-verán, debido a mi profesión fui confiado con información de alto secreto del ejército. ¡Conozco todos sus futuros movimientos en esta zona! E-estoy seguro de que un saqueador como tú querrá saber de antemano por dónde puede ir y por dónde no, ¿v-verdad?”.
“…”
Arqueó las cejas viéndome, no parecía del todo seguro… pero en este rubro si no tienes poder de convencimiento no puedes lograr nada, así que antes de que dijese una palabra saqué de mi bolsillo un pequeño mapa del área y se lo entregué.
“Mira, esta es una carta que saqué sin que me vieran. ¿Ves el círculo rojo al norte? En los siguientes días intentarán establecer un puesto de comando en ese lugar, deberías evitarlo a toda costa”.
Los ojos del sujeto se entrecerraron un poco mientras miraba el papel… y sé lo que estarán pensando, pero los pido que no me juzguen. Era entregar esa información o morir tirado por ahí sin tener chance de volver a casa. Además, si la corte militar decidió perdonarme por ello, ¿por qué no ustedes?
“Sí… sí es algo que me interesa saber. Tienes más que esto, asumo”.
“Sí, poseo datos relevantes de toda la región”.
Nervios de acero, nervios de acero. Aún si el miedo apenas me dejaba hablar, tenía que hacer lo posible para que no se notase.
“Bien. Te llevaré hasta una zona segura. Anotarás todo lo que valga la pena saber en un papel y se lo darás a mi compañera”.
Contener mi enorme alivio fui muy, muy difícil, pero hice lo que pude.
Ahora solo debía caminar detrás de esos dos. Revisaron los cuerpos, pero parece que no encontraron nada que les fuese útil, por lo que abandonamos la comisaria en cuestión de minutos. El rastro de muerte que esos dos dejaron fue… indecible. Había cerca de veinte cadáveres dentro de la comisaría. El solo pensar que esos dos los mataron a todos es…
“Dije que te llevaría a una zona segura, pero no puedo prometer que sea cerca de algún asentamiento alemán”.
“T-tengo este otro mapa donde se detallan las bases operativas. Aún tengo mis credenciales conmigo así que deberían recibirme en cualquiera de ellas…”.
“Veamos…”.
Se apoyó en la pared de la comisaría y se dispuso a revisar el mapa un rato. Un buen rato, se la pasó en silencio cerca de cinco minutos. Tiempo que yo aproveché para ver que hacia la otra chica, solo para encontrarme con su penetrante mirada enterrada en mí. Era como una muñeca. No, más bien como una máquina, a la espera de cualquiera que sea la orden a ejecutar. Pero no dejaba de ser una niña, o tal vez no una niña pero si una chica muy joven, muy joven aún como para llevar un arma consigo. Así que ante sus insistentes ojos azules… intenté dedicarle una pequeña sonrisa de cortesía, pero tan simplemente desvió la mirada como si no le importase y se quedó viendo a su compañero, el cual por fin habló.
“Noroeste. La base más cercana al noroeste es la que mejor ubicada está en referencia a los puestos de avanzada rebeldes que vi antes. Tendremos que pasar muy cerca de uno de estos últimos para acercarnos, pero sigo pensando que es la mejor opción”.
“¿En cuánto tiempo estaremos ahí?”.
“En veinte, más o menos”.
“¿Aun andando toda la noche?”.
“No voy a perder una noche de sueño por tu seguridad, ahora solo tomaremos rumbo y tan pronto comience a oscurecer buscaremos refugio para pasar la noche”.
“Entiendo, señor”.
Me miró con asco como quien mira el excremento que acaba de aplastar con su zapato cuando le dije señor, y decidí no hacerlo de nuevo.
Y decididamente partimos en dirección a la anteriormente nombrada base militar transitoria. No hay mucho que pueda decirles acerca de la ciudad, ya que todo era escombros, ruinas y abandono no importa hacia donde mires.
La Gran Guerra en Europa empezó por allá en el año 2020. Nunca le quedaron, a nadie, los motivos muy claros, pero al menos el relato oficial dicta que fueron los rebeldes quienes la empezaron. Empezaron desestabilizando regiones, entonces pueblos y luego gobiernos enteros. Su número siempre fue muy grande, y a todos tomó por sorpresa. Como ese cáncer indetectable a etapa temprana que golpea con fuerza cuando ya tiene el 25% del cuerpo bajo su control.
Cuando quisimos darnos cuenta, ya había países enteros que jamás iban a poder recuperarse y la paz en el continente ya era cosa del pasado.
Los dos eran personas interesantes. Deben haber llevado ya un tiempo juntos, puesto que a veces parecía que actuaban en sintonía, como moviéndose por fuerza de costumbre.
“¿Cómo te llamas?”.
“Soy Ewald. Ewald Esser”.
“Ewald. ¿No tienes teléfono?”.
“Lo perdí en el asalto. Los insurgentes me lo quitaron y lo destruyeron”.
“Entiendo…”.
Se lo veía un tanto decepcionado, pero no dijo más nada al respecto, así que como periodista tomé la iniciativa.
“¿Tampoco tienes teléfono?”.
“No hay ningún tipo de cobertura en las regiones abandonadas, no me sería útil en absoluto”.
“Eso es mentira”.
“¿Hm?”.
“Las compañías telefónicas aseguran que no se ha quitado la cobertura de estas zonas para que tanto los militares como cualquiera que acabe perdido por aquí pueda ser rescatado”.
“¿Les crees?”.
“Claro, cuando llegué aquí mi teléfono aún funcionaba”.
El tipo giró apenas la cabeza para verme sin dejar de caminar. Cada vez que me tiraba sus ojos encima era como si intentase determinar qué tipo de persona era, en qué pensaba, en qué creía, qué sentía y por qué hacía lo que hacía.
“Ese no era tu teléfono”.
No pude responderle al instante debido a la sorpresa ya que, efectivamente, había acertado.
“¿Cómo lo sabes?”.
“A todo el personal despachado se les entrega un teléfono provisto que más tarde deben devolver. Esos teléfonos están bajo la red que los propios militares mantienen abierta”.
“Sí… sí, no era mi teléfono…”.
Me dejó en ridículo, haciéndome dudar durante unos segundos de mi propia profesión.
Y así seguimos caminando, conmigo ocasionalmente haciendo preguntas referentes al entorno que no eran respondidas, o con ese hombre preguntándome acerca del mundo en las zonas seguras y yo respondiendo apresuradamente.
El atardecer llegó, y aunque aún había luz él decidió que era hora de parar. Derribó la puerta de una casa cualquiera, buscó la mejor habitación y… y me ató a los barrotes de la ventana.
“¿P-por qué? ¿Por qué ahora?”.
Aunque no opuse resistencia alguna, sí me atreví a preguntar el porqué de tan repentina decisión.
“Me dejaste ir libre todo el día sin preocuparte de lo que pudiera hacer, entonces por-“
Y me respondió justo cuando terminó de apretar la soga contra mis muñecas. Mis brazos tirados hacia arriba y desde mi espalda. Era una posición muy incómoda y tras un rato mis hombros dolían muchísimo.
“Porque de día puedo controlarte. Mi capacidad de respuesta no será la misma durante la noche. Prefiero estar seguro”.
Nada más que quejarme por lo bajo me quedó.
“Era Ewald, ¿no? Llegaremos mañana por el mediodía, así que mañana por la mañana vas a darme toda la información que prometiste y así ambos nos despediremos en paz”.
Era claro que su confianza en mí era mínima, pero incluso con esas el tipo ni siquiera pestañó cuando asentí con la cabeza y pregunté.
“Y, ¿ustedes cómo se llaman?”.
“Mi nombre es Alez, el de ella es Angelique”.
La chica que, hasta ahora tan solo estaba perdida mirando la pared opuesta a nosotros, se dio la vuelta al oír su nombre y miró al hombre que ahora sabía que se llamaba Alez. Todo en esa chica parecía inerte. Sus brazos, aun cuando sostenían el arma, parecían sin vida, sus hombros casi siempre iban caídos y, aunque la postura de su espalda era recta y su color de piel era muy blanco sin llegar a verse poco saludable, sus ojos eran simplemente vacíos.
Alez volteó a verla y puso una mano en su hombro. No sé qué le dijo, pero Angelique asintió y lo vio partir fuera de la habitación.
Era una habitación sencilla e inesperadamente ordenada. Una cama de dos plazas, un armario vacío, una ventana no muy grande y una mesita de luz, también un baño interno. Casi parecía de hotel.
“Entonces…”.
La chica se sentó en la cama y se dispuso a verme en silencio. Supuse que la orden habría sido algo como ‘observa a este tipo y si intenta escaparse le disparas’ o algo como eso. Ante mi voz, sus cejas se alzaron un poco.
“Angelique, ¿no? ¿Puedo saber de dónde conoces a Alez? ¿Es tu hermano?”.
“. . .”.
La parsimonia con la que se movía y lo discreto de su respiración me hacía preguntarme si no me respondía porque no quería hacerlo, porque no sabía hablar o porque no entendía mi idioma.
“Bueno, no creo que sean hermanos en realidad. Parecen llevarse muchos años de diferencia, y además no son parecidos en nada. Pude notar que no hablas mucho inglés. Eres francesa, ¿no? ¿Él también lo es?”.
“…”
Era inútil, nada provocaba una respuesta que no sea solamente unas cejas levemente arqueadas hacia el frente.
“… Alez… es bueno”.
Era claro que el inglés le costaba mucho. De hecho, sus ojos divagaron bastante hasta que encontró tan solo esas cortas palabras y pudo conectarlas.
Su voz era tan inerte como el resto de su ser. Era indudablemente la voz de una chica, pero no podría catalogarla como una voz femenina, y tampoco masculina. Era como… si intentaras imaginar la voz para una silueta borrosa.
“¿Bueno? ¿Quieres decir que es bueno contigo? ¿Lo conoces desde hace tiempo?”.
Lo que más quería era realmente anotar todo lo que podía en mi libreta, pero no era como si pudiese mover las manos, así que opté por la siguiente mejor idea: ahogarme con toda la información posible y así al menos recordaría una buena parte cuando pudiese usar mis dedos.
“N… ¿no?”.
Creo que su entonación se asemejó a una pregunta solo porque no estaba segura de haber entendido lo que le pregunté. Al final me rendó, de nada me servía una conversación como esa.
“Ah… no importa, no importa”.
“…”.
“Solo… ¿cuántos años tienes?”.
Esa pregunta hizo incluso que su espalda se enderezara y que su rostro se volviese tan neutro e inexpresivo como antes.
“No lo sé”.
“¿Cómo que no lo-?”.
Alez volvió. Qué pasos tan silenciosos. Cuando noté que había vuelto él ya estaba cruzando por la puerta abierta. Notó la cuasi-conversación que llevábamos y frunció el ceño. Se acercó a Angelique, le preguntó algo y esta respondió negando con la cabeza. Y siguieron hablando un rato. Mientras él apuntaba en varias direcciones como marcando puntos de interés, ella asentía en silencio o con algún ocasional ‘d’accord’.
Poco después cerraron la puerta, la bloquearon con el armario vacío y de a turnos se ducharon en el baño de la habitación.
“¿Quién es ella?”.
Tomé el coraje para hablar con Alez mientras este se sentaba en la cama. Angelique seguía aún en el baño.
“¿De qué hablas?”.
“Tras hablar un poco con ella me quedó claro que no es alguien a quien hayas conocido hace mucho tiempo. ¿De dónde la sacaste?”.
Esperablemente, que yo haya estado sacándole conversación a su pequeña compañera no le agradó para nada, su cara me lo decía, pero no me dijo nada al respecto.
“¿Por qué te importa?”.
“Porque soy un periodista”.
“¿Vas a escribir sobre nosotros?”.
“Sí, por supuesto que sí. Toda esta historia es valiosísima. ¿Te molesta?”.
“… no, no realmente”.
“Alez”.
Angelique llamó por el sujeto de ojos verdes, el cual giró la cabeza para mirarla, nada más salió del baño. No entendí lo que se decían, pero sí vi como ambos fueron a lavar sus prendas y dejarlas a secar en el baño, vistiendo entonces ropa algo más ligera. En verdad me parecían como dos hermanos muy acostumbrados a convivir.
“¿En verdad el baño sigue funcionando?”.
“Eso fui a revisar antes. El tanque está parcialmente abastecido por un sistema de recolección de agua de lluvia. Es una pena que sea agua fría, pero no podemos pedir mucho más”.
Dicho eso sacaron sus propias sábanas de sus mochilas y ambos durmieron. Yo no pude descansar así de bien. Mis brazos y mis hombros dolían, y la sensación de incomodidad era de por sí demasiado fuerte. Eventualmente terminé colapsando del cansancio, pero no sin antes asegurarme una vez más de repasar todo lo ocurrido durante el día para escribirlo al despertarme.
…
Me desperté con la caída de mis brazos a mis lados al ser cortada la cuerda que me sujetaba. La sangre circulando nuevamente por mis muñecas las hizo arder e instintivamente las froté dolorosamente.
“Ya nos vamos. Tienes cinco minutos para ir al baño”.
Era Alez quien estaba frente a mí, y Angelique no se podía ver por ningún lado. No sé en qué momento se despertaron pero estaban más que listos para salir. Teniéndolo más cerca, bajé un poco la mirada y leí las inscripciones en el rifle que llevaba con una correa en el pecho.
“HK416F”.
“…”.
“Está… bastante dañado, ¿no? No sé nada de armas, pero esas abolladuras, y la forma en que la-”.
“Tienes tres minutos”.
…
No estábamos muy lejos del punto de interés, pude darme cuenta por la frecuencia con la que él miraba el mapa.
“Solo trescientos metros más adelante. Allí quedarás a tu suerte por los doscientos metros restantes”.
“Entiendo, solo eso es más que suficiente”.
“No es imposible que los militares te acribillen nada más verte sin hacer preguntas, así que avanza con tus credenciales a la vista y tus manos bien levantadas”.
La calle por la que andábamos era angosta y silenciosa, hacía calor aunque estaba nublado lo único que se diferenciaba de los edificios departamentales a los lados era el monumento a cierto héroe militar que había quinientos metros más adelante.
Tras esas palabras continuamos en silencio. Estando tan cerca de una base militar, sólo era natural querer ser sigilosos incluso si no teníamos la intención de entablar combate. Alez iba al frente, medio metro detrás iba Angelique y un metro detrás de ella yo, Ewald. Fue entonces cuando se me ocurrió algo. Cayó en mí una idea como si el mismo Dios la hubiese soltado sobre mi cabeza. Me provocó incluso una pequeña sonrisa de orgullo. Es que, simplemente era algo tan simple, que no entendía por qué no se me había ocurrido antes.
Lo único que necesitábamos para no tener que ir escabulléndonos, era que esos dos dejen sus armas y vengan conmigo. Incluso podían ser rescatados y llevados conmigo a la zona segura. ¡No tendrían que preocuparse más por nada! No parecían malas personas, solo estaban preocupados por su seguridad. ¿Por qué no contribuir para sacarlos del infierno que es una vida en guerra constante? Yo no vivo mal, no habría tenido problemas en tenerlos conmigo un tiempo hasta que pudiesen reinsertarse a la sociedad. Además, esa chica era muy joven, definitivamente merecía llevar una vida un poco más normal. Ir a la escuela y…
Me apresuré, caminé rápidamente para alcanzar el paso de Alez, pasé por el lado de Angelique, puse una mano en su hombro izquierdo para hacerlo mirar para mi lado y justo entonces empezó la balacera.
Alez se giró para verme pero tan solo un microsegundo después me golpeó para apartarme a un lado y abrió fuego contra el objetivo recién divisado en la ventana. No sé exactamente qué vio ni a quien, pero el asunto es que el ruido de los disparos casi me deja sordo. Angelique se ubicó a su lado y disparó con él mientras yo permanecía tirado en el suelo cubriéndome las orejas.
Algo se gritaron el uno al otro, aunque no sé qué. El fuego cesó solo un instante y alcé la cabeza para ver qué pasaba, solo para sentir como Alez me forzaba a agacharme mientras disparaba con una mano. Era hábil.
“¡Están en el lobby! ¡Angelique y yo entraremos y despejaremos el área, tú te mantienes aquí hasta que te diga lo contrario!”.
Antes incluso que él, la chica saltó por la ventana rota hacia dentro del edificio y la perdí de vista. Acto seguido Alez hizo lo mismo y yo simplemente me apoyé contra la pared, obedientemente bajando la cabeza para evitar ser alcanzado por cualquier bala perdida. No sé cuánto tiempo duró el enfrentamiento, mi sentido del tiempo estaba alterado por el insoportable miedo que, a día de hoy, sigue dándome un poco de pena admitir que me dominaba.
Hubo silencio unos segundos, y levanté mi cabeza para ver por encima del marco de la ventana. Pude ver mi cara cansada, las ojeras y mi desalineado cabello castaño por unos segundos en el reflejo de los cristales rotos. Y del otro lado… esos dos, los únicos vivos dentro de la habitación. Alez se agachó y levantó algo del suelo, asintiendo para sí mismo. Pude leer el nombre del rifle que alzó y lo poco que sé del tema me provocó una terrible desazón, incluso asco.
“G36…”.
El rifle del ejército alemán, entonces las personas que ellos acababan de matar…
Angelique levantó algunos cargadores y se los guardó en la mochila. Alez se colgó el arma mientras volteaba a ver a mi lado y, sin dedicarme ni una despedida, palmeó a su compañera en el hombro y ambos corrieron en la dirección contraria. No volví a verlos.
Al darme la vuelta, me recibió un vehículo blindado que frenaba frente a mí. Unos soldados se bajaron, yo alcé los brazos, y me detuvieron.
. . .
Ahora escribo esto a salvo, desde mi hogar en Alemania.
No voy a defender la extraña moralidad de ese hombre, que mataba a cualquiera que le provocara una mínima sospecha y era siempre el primero en iniciar el combate.
No, lo único que he rescatar de él es el hecho de que aunque ya tenía la información que me había pedido y podría haberme dejado a mi suerte, él… por puro impulso me protegió hasta el último momento.
Esto ocurrió hace ya 3 años, y solo hoy me sentí con la bravura suficiente para redactarlo. En verdad espero que ambos estén bien.
Ewald Esser.
Obrigado pela leitura!
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