1566617928 Francisco Rivera

Vivir con plenitud de satisfacciones como mujer, empero, ¿Por qué no serlo como hombre? Con imaginarlo, quizá no basta...pero la envidia siempre acecha... ¿Lectoras, lectores, ustedes también tienen esta acechanza?


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Sin envidias nuestras de cada día y otras historias...

Capítulo 1


Hay cierta ocasión en que una joven mujer se encuentra frente a su espejo de toda la vida.

En ese día y momento de domingo, se encuentra serena y goza de un clima estable.

Su escenario es circunstancial y se muestra ante el experimento de un momento sin ruidos dentro de su recámara.


Ese espacio es un lugar donde años atrás nace en medio de un parto feliz y sin contratiempos.

Se le prodiga una eficiente atención entre parteras avezadas.

Y, gracias a contar con la salud envidiable de una madre fuerte y sana, es producto de la sucesión de la carne en estado de futuro hecha presente.


Desde entonces y hasta hoy día, transcurren veinte abriles.

La caracteriza una constante de soledad fructífera que la desarrolla de manera integral como vástago primerizo que crece sin distractores necios, sin mayores objeciones y oposiciones de cavilaciones de mujer.

En ese instante presente ella hila ideas en medio del dormitorio, un espacio casero donde hace cuitas de amor.


Un torrente de ideas o asociaciones por venir la inundan ante un despertar a la vida con respecto a jóvenes del sexo opuesto.

En su persona, el alambique del tiempo es benévolo y entrañable.

Crece desde recién nacida y transita sus etapas siguientes para transformar su ser de criatura frágil e inocente hasta despuntar en lozanía de edad.


A golpe de vista y sentimientos de deseo femenino que aflora, concibe en mente y corazón ser conquista amorosa sin violencias letales de por medio.

En esa tarde sobreviene una duda que nunca antes experimenta y ocupa sus pensamientos aún sin mácula de sexo sentido.

Descubre una incerteza juvenil en relación a la pregunta que tiene a flor de labios, pero sólo la piensa: ¿Quién puede ser ese afortunado prometedor y dueño de amores, cuidados compartidos y compañía de vida para mí?


Por el momento no encuentra respuesta concisa y la galería de prospectos imaginarios conjunta a chicos de su edad.

No obstante, sabe que no vive dentro de una realidad de cristal y lo que piensa o imagina, son sueños o castillos en el aire.

Tras un breve silencio se presenta siguiente duda y ocupa la serenidad de hace unos minutos atrás.


Sobreviene un algo inexplicado en ella y piensa en la imagen de la madre embarazada.

En ese estado de maternidad de promisión o idea que visualiza ante el espejo, y se le ocurre colocar ropa en su vientre plano de virgen y la abomba para recrear un estado de gestación ficticio de un hijo que le anuncia un embarazo de nueve meses.

Sonríe para sí y mueve la cabeza para desaprender, minutos después, esa mala preocupación futura.


Luego, proyecta otra imagen bajo la confianza de su naturaleza de mayor prodigio al jugar con su progenie, niña o niño, imaginando estar divirtiendo a su retoño a como Dios manda.

No obstante, no fija una cantidad de hijos como producto de uniones recurrentes desde esa pareja inexistente creada en su imaginación de inocencia de vida que hasta ahora lleva.

Acaba de regodear en su mente cierto pensamiento de familia ideal donde imagina cuatro integrantes.


Pero, de golpe, surge una tercera duda:

¿Cómo conferir cuidados formales a un estado de mujer aún no casadera, que no suele dimensionar lo concebido desde su plena soltería y sin formal relación de pareja?

Pero esto no, no le impide encontrar una proyección de futuro inmediato para recibir y brindar seguridad a sus descendientes.


Otorga cuidado imaginario a menores indefensos y recibe en justeza, beneficios económicos no sólo por parte del esposo inexistente, sino también para sí misma.

Sin que le baste ese ensoñar despierto imagina más de lo no calculado y ve a su progenie multiplicada en un máximo de dos bendiciones gemelas de sexos distintos, cuya pre-felicidad recrea dentro del hogar que sueña, y lo concreta en una medida de cuatro personas.

Agrega algo más al homologar un par de géneros: niña junto a sí misma, y niño junto al esposo y padre que juega en feliz estar.


Ahí descansa esa proyección desde la cual se promete con-gozar en igualdad entre todos, sin que existan restricciones de edad y obligaciones domésticas para esos dos pequeños vástagos, pues en la comunión de intereses adultos ella y su marido deben encargarse de lo intrínseco familiar.

Idealiza a esa primogénita al recrear a su imagen y semejanza la niña que ha sido y el crecimiento y desarrollo alcanzado desde ella en ese momento que imagina, para cuando deba llegar el día y momento de tal maternidad, por ahora, imaginada.

Siente así una manera de dar sentido a su vida y a la familia compacta a la cual se ciñe en idea.


Debido a su edad olvida que, en la vida concreta y real, ella tiene una hermana mayor quien ignora lo que ahora sueña su joven hermana, pero la chica lozana planta una mirada prospectiva de tía potencial hacia su ser de sangre y confidente de sus secretos.

Sabe bien, por otro lado, que tal tía es una luchadora incansable en su vida, pero con temperamento y resoluciones cortantes.

Una inconforme que reporta hoy día una lenta progresión propia de obtener justicia para lograr mayor equidad de géneros.


Una defensora de las oportunidades y derechos habidos y por haber en las mujeres de su núcleo familiar verdadero, más no así, de la parte extensa mal avenida por rencillas superfluas y chismes sin sustento con el resto de la familia extensa.

Estas ideas resultan contrarias a la propia madre que establece que, en la suma de fuerzas de mujeres, puede o no, partir del núcleo familiar, sin esperar mayores cosas de la parte extensa de la misma.

Ya experimenta en carne propia ver, cómo a un mismo tiempo, no sólo madres biológicas sino madres sustitutas sobresalen a falta de la presencia concreta de progenitoras que hacen ausencia definitiva de su rol y de ambos padres también, a cómo ocurre con los varones de sus primas y parientes mujeres en tercer grado consanguíneo.


En ese aspecto, la joven y futura madre de imaginaciones reproductivas no se aviene bien con la real y concreta prometedora tía en ese particular aspecto.

También visualiza, por ejemplo, a la próxima abuela, quien ha de colmar en contrario sus años mayores con penalidades, sufrimientos, hambres y sinsabores debido a que ella sola se tiene que hacer cargo de cuatro niñas, tres madres abandonadas y una familia propia ante la muerte del abuelo, dejando un clan compuesto por mujeres.

En esa historia inmediata descansa su febril imaginación para construir una etapa de próximo futuro, tanto con, como sin familia propia, dejando un resultado nada grato de sentir la vida de esa manera.


Por ahora ella se tiende en la mullida cama y con la vista hacia el techo dibuja un futuro prometedor desde su sola condición de ser la mujer que es.

Le resulta posible lidiar mentalmente con las etiquetas o roles que le otorga una sociedad abstracta.

Y deja llevar sus sentimientos de soledad al confrontar que todas las mujeres de la familia, tanto propia, como extensa conocen y viven en su comunidad bajo un estado de abnegación total para sacar adelante el compromiso de ser padres y madres de sus respectivos hijos, sin solicitar conmiseraciones de ningún tipo ante ese doble peso económico y moral, psicológico y sentimental, arrostrados en silencio y decisión resolutiva total.


En ese sentido, la joven moza habita dentro de la fracción de sociedad a la que pertenece.

Así, ser hija y hermana o prospecto de novia, esposa y madre no queda exenta de ser también y en contextos diferentes, consorte o compañera y mal, quizá también, amante o querida a censurarse en un resultado inverosímil que la puede convertir, de no tener cuidado, en una mujer errante por un sinuoso primer frente, donde ella reviente en contra de la idea que rechaza, para terminar en simple ama de casa con moral, ética y principios ajustados a valores en caos y corto alcance de realización como mujer y como ser humano.

En ese aspecto, se trata de algo que no suena superior e interesante en la vida futura y sí, en cambio, potencialmente preocupante hasta el fin de su existencia.


En verdad, en ese sentido prescinde de la enseñanza de esos pormenores que le suelen señalar o escuchar de parte de las mujeres mayores de edad, casi siempre abuelas, que ese, precisamente, es el destino de ser mujer.

En la escuela, mucho menos lo escucha y hasta en sus inmediatos círculos generacionales suele ser algo que no se plantea o que, tampoco se platica entre amigas más cercanas.

No obstante, estima o siente de modo extremo un llamado generacional dentro del día que vive.


Se presenta a su mente mediante un desvanecimiento de imágenes idílicas sobre lo recreado en privacidad.

Pero le sobrevienen otras preocupaciones no menos mundanas y diversas dentro de su estado virginal en resguardo.

En soledad aparente y sin interrupciones familiares de ninguna índole, la hace incorporar de modo súbito para reflexionar en dónde se encuentra.


Luego, se acomoda en una silla sin respaldo y queda de frente al tocador en actitud de alcanzar el cepillo de cerdas finas y pasarlo por la cabellera con displicencia inicial.

Con cierta firmeza después, y luego, con no menos furia equilibrada ejecuta cada movimiento de arriba abajo.

De lado a lado también, por lo que inclina la cabeza y observa la flexibilidad y brillo de ese cabello lustroso, sedoso y de caída natural de moza agraciada que presenta un lucimiento de corte esmerado y exacto.


Inicia así ese ritual del cepillado del cabello con inaudito alaciado de la hermosa cauda azabache donde asoman guedejas de noches cerradas.

Entre estas, musita un canto de estrellas rutilantes sobre un firmamento terso como el tratamiento que otorga a su acto de masaje del cuero cabelludo.

Establece pases caprichosos de aires nocturnales sólo apreciados desde ella.


Asiste al cumplimiento de signos secretos de personas iniciadas en los arcanos tiempos donde ocurren una sucesión de odas de un mes como el de octubre.

En ese tiempo estacional la chica adapta a su circunstancia de joven mujer una mayor firmeza corporal que engalana el resalte de los dones más perfectos que la diosa Venus le regala.

En lenta transformación de su naturaleza humana recuerda a un alambique de goteo supremo cuya acumulación paulatina muestra sus bien plantados años, por lo demás, bellamente cumplidos.


En siguiente estar, ahora prueba un extraño y envolvente sentido de ser la mujer que se pregunta si debe imaginar continuar siendo sólo por un momento una chica que debe esperar a que aparezca ese hombre cabal, en lugar de ser lo que de manera innegable es: pura ilusión de su mente.

Interroga con presteza a su mudo reflejo de tocador.

Escucha razones del corazón junto a sinrazones abstractas que sólo a chicas de su condición femenina suele atribuirse en momentos semejantes por los que atraviesa.


Siente su sino de fémina, envolvente y elocuente.

Ofrece gesticulaciones harto repetidas en momentos de incerteza, pero regresa ante una voluntad firme de su ser para dar tono de apariencia risueña al semblante juvenil.

Antes de animarse a pronunciar dos ideas contrapuestas esplende un noble sentimiento dentro de su corazón: no someter su género y naturaleza ante nadie.


Por lo tanto, debe ser fiel a su estampa femenina debido al tipo de persona que es.

Tal respuesta conjuga y alienta la marcha y continuidad de cada día.

Cuestiona ser a un mismo tiempo, una mujer soltera sin tacha y con una duda nada rencorosa para su solo estar a como acostumbra, pues desde esos años quienes la han visto transformarse en lo que ahora es, le hacen llegar las siguientes expresiones:


— ¿Cómo ha de ser el novio que te pretenda? —, se pregunta con una hermosa mirada de gacela, la madre que la ha parido.

Más de inmediato, vuelve a por inquirirse:

— ¡Y, más en momentos como estos, en los que ahora atravieso de mujer que envejece sin menos accesos de cólera y envidia ajena por ser mujer y no hombre! —, dice así, en explosivo primer momento de desesperanza mezclada con esperanza enrarecida.

En seguida retoca sus cabellos en ambas sienes y coloca con delicadeza el espejo entre su entrepierna y vuelve a las andadas:

— ¿Acaso creo entender tal deseo de no ser lo que soy, a fin de cuentas? —, dice así, con un súbito sopor en todo el cuerpo.

Luego, sin poder evitarlo, llega otra verdad evidente a su ser: atraviesa la imagen de cuando despunta en ella el inicio del ciclo menstrual sin poder reprimir su significado como proceso natural.


Enseguida, y ante los punzantes cólicos manifestados, le recuerdan que ella está más viva y despierta a la vida desde entonces, aún antes de llegar a tal estado.

Mira de nuevo esa superficie ovalada y un dolor agudo se clava en su abdomen.

Ante su fiel reflejo da un grito controlado hecho voz presencial y aplomada, justo cuando mira su zapatera de distintos modelos, colores, y una taconera que va desde lo bajo hasta lo más alto en alarde de acrobacia que todo pie de mujer puede soportar, siempre en aras de la moda casual de los días en que transcurre su flor de mujer.


A partir de un insospechado momento, cierta y no menos extraña soberbia se encuentra como imantada en sus atuendos y sobre la numerosa colección de aditamentos personales con los que engalana las extremidades inferiores del cuerpo.

Resalta en la susodicha, su modo indubitable de eterna inconformidad por llegar a rebasar nuevos dispendios, por ejemplo, ajustar su presencia a un color discreto o encendido para siempre llevar con gracia contundente sus juegos con bolsos de correa o de mano, nunca indeseados, nunca olvidados.

Recompone su malestar y retorna a ser mejor la mujer que es y no el hombre que no desea ser, al menos en pensamiento, pues reconsidera que ella está orgullosa de portar objetos de guardarropa, aditamentos de bisutería, vestuario acorde a su estado de ánimo y dar realce de su égida femenina, pero no para avasallar a sus amistades mujeres más cercanas, sino para concelebrar lo que ella es.


Sabe también que, al mostrarse en el exterior y sin proponérselo, coloca un veto de imagen ante la vista de sus novios de lista, sin que deje de lucir una talla menor para dispendiar su fisonomía de manera abierta, generosa y contundente a la vista de hombres necios que… sabéis vosotros dónde concluyen esos versos...

En otro instante de feliz apariencia, enciende su móvil y mantiene un charlo particular con su otro medio corazón imaginado, y le dedica razonamientos tales que desafían el sentido común masculino, por ejemplo:

— ¿Estás segura de entenderme, de lo que hubiera deseado no ser yo, y en cambio, yo, ser tú? —, para luego repetirle a él, una pregunta con respuesta adivinada:


— ¿Por qué nosotras debemos usar tacones, y ustedes, por lo general, prescindir de ellos? —, interroga y suelta una risa en medio de la imaginación de ver taconear a su pretendiente imaginado.

Continúa regodeándose en imágenes chuscas, pero con pretendientes virtuales que materialmente derrapan por ella sobre el pavimento, inmolados en esa referencia casual en la que los imagina congraciarse a sus costillas.

Ofrece sus zapatillas de aguja pronunciada como de ese arco que se aprieta en la estrechura de la horma y derrama el despunte de las abrazaderas al tobillo que en ella admiran sus amigos.


Son lo divino exaltado ante desorbitados ojos varones.

En cambio, esa burda falta de equilibrio en éstos los desprovee de la gracia que sólo una mujer posee: el paso firme y con sentido agraciado y pulcro donde se desprende una sinuosidad eléctrica y efectista.

El escenario propicio para desfilar en pasarela mental dónde cada mujer se desplaza en su manera de ser y sentir la vida.


En cambio, donde cada hombre imaginado se desplaza en tacones cuando asume ser tan sólo un acto de pretendida justicia de género, para concluir que se trata de un andar exento de gracia.

Así, al final de su algazara, entrega un beso en mejilla áspera de sus amigos hombres idílicos, pero reserva hacerlo en los labios de ellos.

Por su parte, sus finos labios, aún intocados, no dejan de cumplir su generación de ósculos que encienden rabietas aviesas a las chicas que le cargan rencores mayores y guardan para otro mejor momento, echarlos en cara ante los varones que sólo tienen ojos para ella...


Después de una pausa, recupera su cordura abstracta y le nace otra pregunta asociada a su esencia de mujer:

— ¿Y, si los cólicos los padeciéramos juntos, al mismo momento y con la misma intensidad y frecuencia? —, dice así, como una sugerencia justa entre géneros distintos

Pero agita su cabeza y desecha ese pensamiento por imposible, en la naturaleza corporal de ellos.


Como recurso siguiente no deja duda de haberlo lamentado, cuando se pregunta a su vez:

— ¿Qué bueno sería, no...? —, e inmediatamente repite para sí que, en tal condición, ese padecer está sujeto al invariable Antes-Durante-Después de cada período que la postra en la cama, mientras mantenga sucesivas etapas fértiles.

Con esa evidencia, cierra los ojos y musita de modo inaudible al mismo tiempo que se persigna dejando escapar un:


— ¡Por ahora… ni estarlo y mucho menos, padecerlo…! —, se dice temerosa, pero no, al punto del pavor, gracias a la edad y a su factor mismo que encuentra relación de semejanza: por una parte, alienta un microcosmos-mujer y por otra un macrocosmos-femenino, reflejos del universo entero concebido como un gran organismo.

Sin saberlo a ciencia cierta, en su sino bullen épocas y culturas diversas.

También un alma mundana.


Una corriente mágica que apareja lo micro y lo macro en concepción de igualdad de elementos y un sentido inexorable del orden diferenciado en escalas de reflejo de circunstancias determinadas.

Pondera, a su vez, otra apreciación incuestionable: ser un organismo humano viviente, actuante y pensante.

Tras esa magia se desdobla en ella cada noche una base antropomórfica.


Cada parte de su cuerpo es destino, reto y conjunción de lo que ella es entre sueños de estados de vigilia y desde estos, continúa depredando amistades conocidas que consideran anómalo ser mujer y no hombre.

Ahora se encuentra regida por la disposición de los astros.

Y a manera inversa, sus concepciones mágicas actúan sobre su microcosmos siempre en disposición para influir en su propio macrocosmos para luego, desde ahí, atraer a la varonía que se muere por ella al intentar llegar a por intimar de una vez por todas...

Pero algo en sí la lleva a desaprobar el mundo conocido al trocar su alma en cada sueño recurrente.

Siempre encuentra el modo de romper la forma del ser vivo ideal que ella se ha forjado ser.

Y asume para sí, no ser quién no es.


En el día que sigue dentro de su ser la moza, hay un momento en que sus detractores no convienen con ella engañados de la idea que le han filtrado sólo para divertirse a sus costillas: no considerarla el hombre que desea ser.

Acaso, una varona que posee una imagen del cosmos.

Y, que cuenta con una versión semejante pero no igual a la creación del hombre.


Es decir, ser una mala y parcializada imagen sin semejanza del varón que ansía ser.

Emprende entonces, un viaje astral y visita a ciertos seguidores de la cábala y a los astrólogos de fama.

Saben todos a una que ella posee una existencia compleja en términos de relaciones de correspondencia entre hombres y astros.


Determinan que las partes de su cuerpo femenino sugiere la existencia de corrientes simpáticas y empáticas en relación con ciertas figuras geométricas.

Como ocurre también entre ciertos tipos de cristales y piedras preciosas, por lo demás, compatibles con sus particulares humores corporales.

Pero ella se atiene a un número áureo regido por la mística de los guarismos: una auténtica esencia de la realidad que determina principios divinos y ordenadores de todo lo existente.


En tal sentido es tachada de mística numérica o numeral, pero no invalida los múltiples descubrimientos hechos respecto de las propiedades que cada una de esas cifras tienen en sí mismas sobre ella.

De manera ferviente concibe que siempre se abre puerta hacia percepciones de comprensión profunda de la realidad, la cual se encuentra ante su vista siempre en asociación necesaria para conducirse bajo una comunión con la divinidad.

Acude con apoyo de la matemática en calidad de ciencia reveladora de secretos ocultos del cosmos e intuye que mediante esa relación se encuentra cercana al inherente lenguaje de Dios.


Ella es además de soñadora, un alma despierta, una amiga de personalidades esotéricas.

Se encuentra influida en la relación de tipos de triángulos poliedros regulares y sus elementos.

En su fuero interno mantiene una relación con distintos tipos de triángulos y desde estos con la propia constitución del cosmos que se encuentra regido por determinadas proporciones exactas e infinitas.


No es de extrañar que esta chica resulte escasamente entendida por las mentes comunes de los varones que se le acercan.

Conviene, además, con sus más cercanos parientes secretos, ciertos pitagóricos irredentos donde ésta y los números, constituyen una verdadera realidad la cual se aprehende por medio de la razón, no por los sentidos.

Ante tales conjeturas, ahora ella anda por ahí, adivinando suertes frívolas a mujeres que pierden lo que ella atesora al contar esta historia de la mujer que no es hombre, sin recurrir a cirugías invasivas o soportar tratamientos de cambio de sexo.


Sin poder evitar eso, el peso y recuerdo de los varones muertos que carga en su haber irresuelto por no ser hombre...

Y, continuar arrostrando ese sino pesaroso por el que se han burlado de ella, tanto los hombres del pasado, como los hombres del presente en sus veinte abriles, ahora ya recién cumplidos....

Son continua devora: uno a uno, sólo por ser hombres la lleva a por asegurar así su propia e infinita continuidad de ser mujer en sus sucesivos episodios, como a continuación se han de presentar a Ustedes...


CONTINUACIÓN

CAPÍTULO 2

DE LAS ENVIDIAS SUBSECUENTES

27 de Setembro de 2021 às 22:16 0 Denunciar Insira Seguir história
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Leia o próximo capítulo De las envidias subsecuentes...

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