sriur Srï Ür

Un ídolo japonés hecho de metales mundanos fue robado. Este ídolo tiene la capacidad de despertar a la Divinidad Monstruosa que dio vida en el inicio de los tiempo pero hoy devora lo que encuentra como una respuesta furiosa al hurto de sus efigies con fines lucrativos; a pesar de que sus actos sean una muestra de equilibrio, está hambrienta.


Conto Todo o público.

#cuento #343 #horror #leyenda #mitologia
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Todos los Santos de Bless

Eiko es una ladrona y escapó por centímetros del acero en flechas y lanzas que se clavaron en su camino a la carretera, se detuvó y esperó con un remordimiento ensordecedor que le habría causado un colapso, pero nadie se atreve a usar a su familia como carnada y se sale con la suya, los restos no se perdonan así mueran en el camino inocentes y niños que sean hijos de perpetradores. No pasó mucho hasta que le molestó la lluvia, gotas discretas golpearon su impermeable y taparon su vista, apenas unos minutos sin moverse le temblaron las manos y ansiosa se cambió de un pie a otro el apoyo de su peso y se acercó al tronco de un cedro. Los nudillos son un martirio físico sosteniendo el saco relleno de la efigie voluminosa.


¿Cuánto lleva corriendo? Sin duda la voz de su propia calma debería hacer algo.


—Estabas débil

mi dulce posesión...

te recogí y fuiste...

la cúspide de mi ofrenda para salir...


Truenos vibrantes que regurgitan los miedos primigenios hicieron que Eiko callará y buscará a ambos lados una señal de vida. Vamos, vamos, llega de una maldita vez.


Sino fuera esta pocilga una aldea varada en las montañas con solo un camino civilizado a través habría muchas salidas, pero o son los demonios animales y las bestias parlantes o es un autobús completamente corriente que pasa cada 15 minutos. Eiko estaba segura de haber contabilizado con exactitud milimétrica, pero parece equivocada, resoplando y raspando las suelas de sus botas en la tierra de la carretera, no hay una señal.


—Oh, vamos a bailar

vamos a bailar

Desde hoy...

Toda la noche


Eiko se pegó al tronco del cedro y la niebla se espesó delante, acariciando la carretera con lenguas viperinas.


Del otro lado del camino el arpa de la mente de Eiko sonó y ambas luciérnagas (ojos) gigantescas (enormes) se fijaron en sus movimientos mientras el cuerpo helado intentaba entender que estaba observando no era una ilusión.


Algo divino se arrastró y encaró el saco maltratado que Eiko carga como un bebe, antes solo parecía ramas rotas y sombras agonizantes, ahora toda la bestia se está formando. La bestia que después formó su sonrisa.


De escucharse a sí misma gritar angustiada, Eiko no pudo apagar su razón, pues las luciérnagas enormes la rodean de un cuerpo pestilente.


—No... —Eiko tomó aire—, no es... no es para mi, nosotros solo... —su mente borraba las letras.


Una rama se partió y los ojos y luciérnagas enormes gigantescos abrieron sus fauces.


—¡Estamos aquí!


Pero las fauces no llegaron porque el autobús pasó entre ambos, atravesó la niebla y se detuvo delante de Eiko, el conductor encendió las segundas luces delanteras y Eiko se tambaleó, apenas pudiendo pisar los escalones sin parecer que se caía.


—Siempre gritan... ¡Señorita! Su pasaje.


Eiko ya iba a pasar sin siquiera decir una palabra, el saco en sus brazos se le resbalaba y estaba mas ocupada evitando que se caiga.


—¿Qué?


—Su pasaje. Esta ruta será rural, pero yo tengo gastos que cubrir, no puedo llevar personas traumatizadas con el clima cada parada que hago.


Eiko no escuchó, en realidad debería haber previsto este paso del plan, y así lo hizo porque su mano palida se movió inconscientemente a un bolsillo del impermeable y sacó la cantidad necesaria con la que pagó. Caminó otra vez y pudo llegar a un asiento muy atrás, donde se sentó dejándose caer.


Exhausta, consternada, sin entender que acaba de ocurrir, Eiko solo pudo sentir calma un momento hasta que le ganó el miedo y atravesó con los ojos la opacidad de la ventana e internó la atención en el bosque. Está apagado otra vez y sin niebla, luce ahora tan real.


¡Mierda!


Las luciérnagas ojos gigantes enormes querían pegarse a la ventana y parpadear, sus enormes y membranales párpados hicieron eso y se restregaron, hipnoticas. Eiko volvió a escuchar el arpa de locura y se levantó, cargando su saco.


¿El dios le está desnudando su ser con la mirada divina de quien juzga a quien condenar y a quien premiar en la muerte?


—¿Podemos irnos?


El conductor no parecía sorprendido de la chica sucia y mojada en su retrovisor, pero de todos modos se exasperó pidiendo que se siente y dijo:


—En un momento, alguien más quiere subir.


¿Quién más querría subir? Eiko se tuvo que alejar de las luciérnagas y con todo el temor de que algo le arranque la piel de la espalda, volvió al mundo real cuando se percató como en el bosque del lado de la puerta se movía un desfile de luces, parecía una muchedumbre de personas que hacían lo posible por atravesar los setos lo más rápido posible. Eiko no agradó de las luces que venían y se agitaban, apretó su sacó, como queriendo romper su valioso hurto.


—¿Podemos irnos?


—Debo esperarlos...


—Tengo que bajar.


—Señorita, siéntese.


Pero Eiko corrió hasta el conductor y con la efigie cubierta le golpeó la espalda y le sacó de su asiento jalando su brazo.


—¡Oiga! —el conductor fue golpeado, arañado, intentó empujarla con los hombros. Pero Eiko no se cayó, está más que aterrada por las luciérnagas que no paraban de seguirle, ni cuando corrió, ni cuando se peleó ni cuando ahora solo quería irse de ese maldito bosque. Le golpeó en la cabeza al conductor, alzando esa efigie astillada y corrompida le azotó la cabeza, una y otra vez. Lo arrancó del asiento y el conductor fue inútil al recuperar la consciencia entre toda la sangre, Eiko lo empujó al camino con el pie y cerró las puertas. Dejó la efigie en sus piernas cuando ocupó el lugar del conductor.


Las luciérnagas enormes volvieron a abrir sus fauces, pero Eiko no gritó, se armó de locura.


El autobús arrancó tan pronto el conductor se cubrió de lluvia y se embarró en el asfalto. Quien diría que Eiko sí pudo cumplir su venganza tan pronto salió de ahí y abandonó todo. Tanto tiempo después de que su familia fue masacrada por los sacerdotes que cuidaban aquella efigie que ahora... Se aleja del bosque, condenándolo a la miseria, junto a Eiko, ahora enloquecida, sin saber que eso pronto podría matarla con la misma facilidad que las luciérnagas consumen hasta saciarse.


En el frío matador de la carretera y delante de las linternas que se acercan con tanta rapidez, el conductor atontado se intentaba levantas pero solo veía las estelas... sombras de cadáveres pálidos (o fantasmas).


—¡No... por favor! —dijo apenas consciente — . ¡Esperen! ¡Ayuda!


De rodillas y metiendo la cabeza entre sus manos se deshizo a si mismo en una miserable sumisión. La imagen en su mente entrometió una bestia de fauces titánicas y ojos enormes y brillantes que entre la oscuridad observan y no rugen, solo hace ronroneos graves como una máquina, le acosa como si realmente estuviese desnudo ahí a merced del mundo. Era tan poderosa esta sensación que parecía que atravesando la carretera yace el fin del mundo.


—¡Por favor no me maten espíritus! ¡Soy una buena persona!


Algo húmedo baja por la espalda del conductor, como probando su carne.


¡Dioses por favor!


Algo doloroso…


—Levántese, ya, señor.


—¿Qué? —Está llorando como un niño, pero era un anciano quien está delante, un sacerdote, la lluvia comienza a amainar y detrás del viejo había personas pálidas pero vestidas como campesinos—, ¿qué...?


—Dígame que usted tiene el ídolo.


—¿El ídolo?

—¿Tiene el ídolo sí o no?


El conductor se asustó de tener a todos tan cerca, pero no lo rodearon para amenazarlo, buscaban en serio que buscaron alrededor.


—¿Qué ídolo? —el conductor se pudo levantar, como tomándose un momento para hacer cuenta que es un ser humano capaz de hacerlo—-. Esa loca se robó mi autobús. ¡¿Que se supone que haré ahora?!


El viejo no parecía interesado, más bien, parecía enojado, apretaba sus propios puños.


—Una ladrona... Una asquerosa ladrona, para robárselo tuvo que derramar sangre de nuestros hermanos, también es una asesina. No le felicito por no haber muerto.


El conductor no podría responder con ausencia de sarcasmo, también estaba enojado, colérico, podría haberse agarrado a golpes al sacerdote por esa contestación, pero rodeado de gente y mallugado de heridas no le parecía una idea sensata. Los campesinos que buscan en el camino no encontraron el ídolo. De hecho, cada minuto que pasaban más ahí la oscuridad se hacía más espesa, había menos luz y todo se veía más y más macabro. Algo está deformándose, y todos lo notaron, menos el sacerdote, quien seguía en transe, no interesado en el berreo pero tampoco desconectado.


—¿Podría ayudarme, entonces? No tengo como volver a casa. —protestó el conductor, pero nadie le respondió, los campesinos se fueron replegando por donde vinieron, solo que ahora no balanceaban sus lamparas como si fueran bengalas.


—Una asesina... —dijo una vez más el sacerdote, dirigiéndose solo a él—. Esa asesina hizo enojar a Beresu.


—¿Qué? ¿Ahora de que carajos me está hablando?


El sacerdote se rió un poco, volviendo también por sus pasos y dejando al conductor en la carretera, quien no esperó, fue detrás, aunque lento, desorientado.


—Existen bestias, joven... bestias que necesitan adoración para mantenerse en paz porque saben que lo merecen después de dotar de vida al mundo. —el sacerdote fue atravesando las matas, el conductor quería seguirle, pero algo le daba más desconfianza proviniendo de ese sequito que de la sensación de muerte que brota detrás de él y de todos modos parecía que no podía moverse—. Cuando Beresu durmió tanto tiempo después de su ultima masacre mi gente y yo estuvimos generaciones cuidando que no le hagan enojar, limpiando su ídolo y de vez en cuando ofreciendo voluntarios... Pero a veces... la mortalidad aumenta por estos bosques, ¿nunca ha olido ese aroma... como a podrido en el aire algunas veces que pasa por aquí?


—No...


—No se preocupe si no.


El sacerdote fue desapareciendo entre la oscuridad, sin dejar de sonreír.


—¡Oiga! —el conductor trastabilló y su pie se atoró cuando intentó ir detrás.


—Nuestro dios Beresu a veces solo necesita una pequeña ofrenda muerta de miedo para descansar mientras buscamos a esa asesina... y traemos de regreso nuestro ídolo.


Cómo que todo a los pies del conductor le comenzaba a escocer.


—¡Espéreme!


Yace la oscuridad.


—Oh, vamos a bailar

vamos a bailar

Desde hoy...


El conductor solo gritó una vez para esa voz que le lamía su hombro.

10 de Setembro de 2021 às 04:54 1 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

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Srï Ür La flor del corazón se abre en invierno y se marchita en primavera, de la tierra limpia nuestros huesos, por favor.

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Hay unos cuantos errores que con una revisión vas a notar y corregir :) Este cuento es interesante! Un consejo: los números de pocas cifras (en tu caso el número quince) es mejor escribirlos con letras.
September 15, 2021, 03:29
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