—Sonarán las primeras notas de la sintonía y millones de gargantas comenzarán a salivar lo mismo que los perros de Pávlov tras el tañido de la campana. Cinco presentadores diferentes han pasado durante quince años y el programa sigue gozando de excelente salud y de una audiencia tan fiel cómo en los comienzos. El país se paraliza cada viernes a las diez de la noche, incluso aquellos que tienen la “desgracia” de trabajar durante la emisión, no se despegan de sus transistores ni de sus teléfonos móviles y todos, sin excepción, desentumecen los dedos preparándolos para teclear sus apuestas.
En estos momentos el maestro de ceremonias aparecerá, lo mismo que un emperador romano, en lo alto de la escalinata de esa especie de anfiteatro que es el plató. Lo hará flanqueado por una docena de vestales y efebos dispuestos bajo el estigma de lo políticamente correcto.
Poco o nada ha cambiado con los años, no estando allí, puedo verlo con detalle sin temor a equivocarme. Una representación equitativa de géneros y razas le hacen el pasillo sonrientes mientras que el actual charlatán en nómina de la cadena, anegado en un baño de multitudes, se deja querer por el rebaño de cretinos. Una turba de abducidos aplaude, silba, grita y vitorea poseída por la excitación de lo que ha de ocurrir, que por muy al dedillo que conozcan el “show” y todo lo que ha de pasar, nunca dejan de disfrutarlo. Si algo no está roto ¡no lo arregles!
Cada semana les ofrecen la misma mierda y ellos la digieren sin que sus estómagos se resientan de un menú tan desagradable, tan... ¡Tóxico!
Ya lo veo exhibiendo su ortodoncia, todos esos dientes perfectos y nacarados. La cámara toma un primer plano de su cara marmolea, producto de la cirugía plástica y de los dictados estéticos de una sociedad que prima la apariencia sobre cualquier virtud. Lo veo desgañitándose mientras clama al mundo la frase que da comienzo al espectáculo. “¡Bien venidos a la ruleta de la fortuna!”
—Te has quedado a gusto. Veo que tu postura es clara, pero aquí estás. Por mucho que despotriques, formas parte del tinglado. ¿Sabes lo que pienso? Bueno, no lo pienso, puesto que lo estoy diciendo ahora mismo. Eres un hipócrita.
—Tú has forzado la conversación, con tu insistencia, has conseguido que se desate mi lengua. Me importa una mierda lo que pienses, menos aún lo que digas. Cada uno de nosotros tiene sus motivos para participar en esta pantomima.
—Claro, pero no varios, solo uno. El dinero. ¿Qué otro motivo puede haber?
—Claro, el dinero. El dinero es el agujero negro alrededor del que gira el universo, el dinero que acabará tragándose la luz y nos dejará a oscuras.
— ¿Eso es filosofía? Parafraseando tu palabra favorita... ¡Menuda mierda! Yo solo quería que nos conociéramos un poco. Ahí fuera, la mitad del país ya debe saber de nuestra vida más que nosotros mismos, todos hemos hecho la entrevista antes de ser seleccionados para participar. Un cuestionario metódico, como has de recordar. Solo disponemos de media hora antes de que se enciendan los pilotos verdes. — Señaló las cámaras dispuestas en las paredes de la pequeña estancia. — Cuando lo hagan, se habrá acabado nuestra intimidad.
Era una habitación cuadrada, pequeña y sin ventanas ni decoración. Una sola puerta que se mantenía cerrada, ocho cámaras de última generación que cubrían todos los ángulos y una mesa circular, lo suficientemente grande para que los participantes no se sentaran demasiado cerca los unos de los otros. Ningún otro attrezzo, salvo un reloj en la pared que estaba detenido en los dígitos 0.00.
Cinco jugadores en total, los dos que discutían y los tres restantes que permanecían en silencio cabizbajos.
El “despotricador” era de aspecto desaliñado. Media melena negra enmarañada, ojeras de quien no duerme lo que le conviene y una edad comprendida entre los 30 y los cuarenta años. Vestía camiseta y tejanos, ambos algo raídos, lo mismo que su calzado. No parecía que le diera demasiada importancia a la apariencia, inclusive a sabiendas de que millones de ojos iban a estar pendientes de él.
En frente se sentaba su interlocutor. Este rondaría los 50, aunque era difícil dilucidar si en realidad no cargaba con unos cuantos años más. Su aspecto era muy pulcro y lucía una abundante cabellera plateada esculpida por un sobrio corte de pelo, formal, pero sin llegar a lo vulgar. Su traje era de buena manufactura, caro, pero no en exceso. Nada en él llegaba a lo excesivo, aunque se quedaba cerca. El reloj, los anillos y las cadenas de oro, lo situaban entre lo elegante y lo hortera, todo muy a juego con su sonrisa de “granuja simpático”.
Había sopesado a sus adversarios, la chica de su izquierda tenía buena figura y seguro que era muy joven, pero se obstinaba en esconder el rostro tras una larga melena negra. Por lo oscuro de la piel, podría tratarse de una chica árabe o hindú.
A su derecha se sentaba un tipo rechoncho, de hombros caídos y con un peinado de “cortinilla” que intentaba, sin resultado, ocultar su alopecia. Todo en él era patético, su forma de vestir, el “peinado”, el físico.
Enfrente tenía al que, sin dudarlo, clasificó de “garrulo”. Pensó que debía de tratarse de uno de tantos antisistema de “boquilla”, que arremeten contra todo y todos hasta que alguien les enseña un buen fajo de billetes.
Entre la chica “tímida” y el “antisistema”, se situaba el último participante. También en silencio como los demás, pero con cara de pocos amigos y una constitución de estibador de puerto. Creyó conveniente no incordiarlo.
Tras el escrutinio había llegado a algunas conclusiones. Él era mucho más atractivo que sus adversarios varones, lo que le daba la ventaja de contar con el seguro apoyo de buena parte de la audiencia femenina. El “despotricador” era un tipo desagradable, que seguro se había de ganar la antipatía de todos. El del “código de barras” en la cabeza era tan insulso, que no apostaría ni un centavo por él. En cuanto al “estibador”, bueno, no parecía un individuo demasiado listo.
Si la chica era guapa podría ser un problema, el público masculino era superior al femenino y dos buenas tetas y una cara bonita son una apuesta ganadora. Caviló que tipo de estrategia debía de seguir, sin que eso le impidiera dejar de hablar por los codos.
—Bien, pues hablemos de esos motivos que nos han traído aquí. Ya los dimos en la entrevista, así que no son un misterio para nadie, salvo para los presentes. ¿Alguno quiere ser el primero? — El silencio como respuesta. —¿Nadie? ¡Vamos, animaros un poco! El tiempo corre.
¡Esto parece un velatorio! — Renegó después de dejar pasar unos incómodos segundos. —Necesito estirar las piernas. — Al levantarse pudieron apreciar su tamaño, era alto, de más de un metro noventa de estatura y de constitución atlética. —¿Os importa si fumo? — Una pregunta retórica, no había acabado de formularla cuando el extremo del pitillo comenzaba a combustionar. —Vale, seré yo quien rompa el hielo. Como todos, y quien diga lo contrario no solo es un hipócrita, también un imbécil, quiero el dinero del premio. Lo único que quizás nos diferencie son los matices, el “¿por qué y para qué?” lo queremos. — Se apoyó en el respaldo de la silla, acercando el cuerpo sin disimulo a la muchacha morena- Levantó la cabeza y exhaló una abundante bocanada de humo. —Soy un jugador, es algo que llevo en la sangre, puede más que yo, es como una droga. — Un ligero paso a su izquierda y se situó detrás de la joven, acercó sus labios dónde calculó que se encontraba la oreja de ella y continuó soltando saliva. —Cualquier apuesta, — Acarició su mejilla con los cabellos de la chica, eran suaves y olían a limpio. — no importa lo estúpida o absurda que sea, cualquiera... — Aspiró profundamente por la nariz con sonoridad escandalosa. —...me la pone dura. — Ella apartó su cabeza de la de él tanto como pudo, alejándose de un aliento que apestaba a nicotina.
Había conseguido incomodarla, una mueca parecida a una sonrisa se dibujó en su rostro, era el turno del hombrecillo gris. —¿Y tú...? ¿Realmente sabes dónde te estás metiendo? Llevas grabada en la cara la palabra “perdedor”. ¿Cuál es tu historia? Seguro que tu gorda mujer te ha pedido el divorcio y va a dejarte con una mano delante y otra detrás. Imagina por un momento que ganas. — Sonrisa maliciosa. — Esa puta se quedará con todo. ¿De verdad piensas que vale la pena?
—Mi.… mi hija... — Tartamudeó por fin.
—¿Tu hija...? ¿La hija de quién? Un mequetrefe como tú no tiene esperma en las pelotas.
—Mi hija... — Continuó. —Ella, ella está muy enferma. — Se derrumbó y comenzó a llorar. —Mi niña solo tiene ocho años. No es justo, no, no lo es.
—Bueno, por fin hemos sacado algo en claro. La historia triste de cada semana. A la audiencia ya no le conmueven los dramas de ese tipo, está inmunizada. ¿Es que no tienes seguro médico?
—El seguro no lo cubre. El seguro no cubre nada que sea más grabe que un resfriado. — Levantó la cabeza y pudieron ver como su expresión cambiaba del dolor a la indignación.
—En cualquier caso, a nadie le importa tu hija. No creas que eso te reportará alguna ventaja.
—Déjalo en paz. — El “antisistema” le recriminó sin levantar la voz, con un tono desencantado, que podía interpretarse como que, en realidad, estaba de acuerdo con los argumentos del energúmeno de los collares y los anillos de oro.
—¿Y tú para qué quieres el premio? — Se giró de forma brusca hacia él. —No me digas que para donarlo a alguna O.N.G. Insultarías mi inteligencia. — La animadversión entre ambos se acrecentaba en cada frase, con todo, el tipo grande de la sonrisa de niño travieso, estaba convencido de que también podría manejarlo. Los idealistas de pacotilla perdían la fuerza por la boca.
—Me importa una mierda el dinero.
—Tu vocabulario es demasiado limitado, deberías de pensar en ampliarlo un poco. Puedes comenzar con monosílabos, cosas sencillas que no te produzcan un ictus debido al esfuerzo.
—¡Vete a la mierda!
Siquiera la muchacha morena fue capaz de reprimir la risa debajo de la melena que le ocultaba el rostro.
—¡Pero si respira! — El tipo grande retomó el interés por ella. —Y bien, preciosa. ¿Cuál es tu historia?
Fue rápida de reflejos, cuando de un manotazo apartó bruscamente la mano de él de su pelo, pero no lo suficiente para evitar que todos pudieran ver su rostro. El “galán” arrojó lejos el cigarro encendido y se apartó de ella dando brincos y gesticulando. Se espolsaba el traje como si la repulsión se hubiera adherido a él, como intentando así desprenderse del asco que se instaló en la boca de su estómago.
—¡Por Dios, la ostia, joder! ¡¿Que cojones te ha pasado en la cara!? Es lo más vomitivo que he visto en mi vida.
La muchacha entrecruzó los brazos en la mesa y ocultó la cabeza todo lo que pudo entre ellos. Mas de la mitad de su parte derecha estaba deformada por las cicatrices producidas por profundas y terribles quemaduras. La podían escuchar llorar, pero eso no conmovió al tipo grande, muy al contrario, continuó largo rato escupiendo maldiciones y aludiendo a lo repugnante de la visión.
—Nada es más repulsivo que tú. Eres un auténtico hijo de puta. —Le espetó, el ahora su enemigo convencido. —No es necesario que te recrees en su desgracia, cabrón de mierda.
—¡¿Pero tú la has visto?!
El “antisistema” adivinó sus intenciones y antes de que llegara a coger de los pelos a la joven para levantarle la cabeza, lo amenazó. —Si la tocas te mato.
—¿Qué harás qué? — Sus carcajadas sonaron tan estruendosas como el desprecio que transmitían. —Eso sí que tiene gracia, mucha más que la cara de ese monstruo.
—No te hará tanta gracia cuando te aplaste la cabeza contra el piso.
—Tranquilízate, amigo. No creo que la organización del programa consienta que nos peleemos si no lo retransmiten en directo. — Volvió a escupir sus palabras hacia la muchacha, que continuaba con la cara entre los brazos, aunque sus sollozos ahora eran apenas audibles. —Ya sé para qué necesitas el premio. No te hagas ilusiones, ni el mejor de los cirujanos plásticos será capaz de remendar ese desaguisado. Es mejor que lo asumas.
—Disfrutas haciendo daño. ¿Verdad? No eres más que la encarnación de esta sociedad decadente, el espejo en el que se mira. No te importa nadie, salvo tú mismo. Eres egocéntrico, egoísta, cruel... Un producto del sistema. No me creo que estés aquí por el mero hecho de que te la pongan dura las apuestas. Hay algo más y es muy fácil imaginar de que se trata.
—¡Obvio, Einstein! Yo siempre apuesto fuerte. Por desgracia no siempre gano y hay unos señores a los que les debo una pequeña fortuna. Unos señores que se toman muy en serio a los morosos. ¿Y qué hay de ti? Aun no has soltado prenda.
—El /368.
—¿El /368? ¿Qué cojones es eso?
—Es todo lo que voy a decirte.
—¿Alguno sabe que es eso del /368? — Ninguno negó, ni asintió. La joven lloraba con la cabeza entre sus brazos y el de la “cortinilla” giró el rostro evitando la mirada.
Se sentó de nuevo, clavando los ojos en el “estibador”. —¿Tú lo sabes? ¡Tú que vas a saber, con esa cara de cretino!
El tipo se levantó de su silla como propulsado por un resorte en el culo. Alzó la cabeza hacia el techo, y con los ojos cerrados y los brazos rodeando sus hombros, comenzó a recitar a viva voz.
—Al Señor esperé pacientemente, y él se inclinó a mí y oyó mi clamor. Me sacó del hoyo de la destrucción, del lodo cenagoso; asentó mis pies sobre una roca y afirmó mis pasos. Puso en mi boca un cántico nuevo, un canto de alabanza a nuestro Dios; muchos verán esto, y temerán, y confiarán en el SEÑOR. Cuán bienaventurado es el hombre que ha puesto en el SEÑOR su confianza, y no se ha vuelto a los soberbios ni a los que caen en falsedad. Muchas son, SEÑOR, Dios mío, las maravillas que tú has hecho, y muchos tus designios para con nosotros; nadie hay que se compare contigo; si los anunciara, y hablara de ellos, no podrían ser enumerados. Sacrificio y ofrenda de cereal no has deseado; has abierto mis oídos; holocausto y ofrenda por el pecado no has requerido. Entonces dije: He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío; tu ley está dentro de mi corazón. He proclamado buenas nuevas de justicia en la gran congregación; he aquí, no refrenaré mis labios, oh SEÑOR, tú lo sabes. No he escondido tu justicia dentro de mi corazón; he proclamado tu fidelidad y tu salvación; no he ocultado a la gran congregación tu misericordia y tu verdad. Tú, oh SEÑOR, no retengas tu compasión de mí; tu misericordia y tu verdad me guarden continuamente, porque me rodean males sin número; mis iniquidades me han alcanzado, y no puedo ver; son más numerosas que los cabellos de mi cabeza, y el corazón me falla. Ten a bien, oh SEÑOR, libertarme; apresúrate, SEÑOR, a socorrerme. Sean avergonzados y humillados a una los que buscan mi vida para destruirla; sean vueltos atrás y cubiertos de ignominia los que se complacen en mi mal. Queden atónitos a causa de su vergüenza los que me dicen: ¡Ajá, ajá! Regocíjense y alégrense en ti todos los que te buscan; que digan continuamente: ¡Engrandecido sea el SEÑOR! los que aman tu salvación. Por cuanto yo estoy afligido y necesitado, el Señor me tiene en cuenta. Tú eres mi socorro y mi libertador; Dios mío, no te tardes. (*)
Tras el desconcierto inicial, tanto el “antisistema” como el “niño grande” estallaron en carcajadas. No así los dos participantes restantes.
—Lo último que habría imaginado, es que este sujeto fuese un “desvirga biblias”. — Apenas podía contener la risa y los ojos se le inundaron de lágrimas.— Los del “casting” en cada programa se esmeran más eligiendo a gilipollas. — Más carcajadas. — El de esta noche puede ser antológico.
Por una vez, y sin servir de precedente, el “antisistema” estuvo de acuerdo con él.
Muy lejos de allí, en el plató de televisión, habían dado un buen repaso a la “vida y obra” de los participantes, aportando todo tipo de detalles. En una gran pantalla, pasaron uno a uno los reportajes que sobre ellos habían preparado previamente.
El maduro “simpático”, del que exhibieron fotos atrevidas dónde lucía un físico imponente para alguien de su edad. También lo que parecía un “book” de esos con los que se promocionan los modelos, casi siempre rodeado de lujo y chicas guapas. Por último, una foto en primer plano en la que brindaba al público su mejor sonrisa. Algunas señoras suspiraron sonoramente. Su nombre era John, quizás el dato menos estimulante sobre su persona, y tal como había confesado a sus compañeros de sala, eran sus deudas de juego las que lo habían arrastrado a participar en el programa.
Luego fue el turno del hombrecillo anodino. No escatimaron ni en lo sensiblero ni en lo escabroso, exhibiendo a una familia feliz jugueteando con su hija, siendo esta poco más que un bebé, para acabar con imágenes de la chiquilla en el presente, un desecho que se consumía unida a una máquina de oxígeno. Dijeron el nombre del padre, pero la audiencia lo olvidó enseguida.
Morgan era el del tercer participante, incluso el nombre lo tenía de “malote”. Diseccionaron su carrera delictiva, un exhaustivo repaso por su ficha policial, repleta de fotos inquietantes. También aportaron varios testimonios dando fe de su carácter violento y relatando algunas de sus muchas fechorías. Su alegato para participar; la reinserción. No hay mejor modo de abandonar la mala praxis, que nadar en la abundancia.
Hasta ahora, los perfiles de los participantes eran muy comunes. A lo largo de las décadas habían pasado muchos como ellos por el programa. Por eso reservaron para el final a los dos concursantes más “pintorescos”.
Shaila, la chica de ascendencia hindú a la que un novio celoso había arrojado acido a la cara. También con ella hubo un “antes y un después” en las imágenes emitidas. Las de una joven hermosa y jovial, y las del resultado de la vil agresión. Muchos espectadores apartaron la mirada, asqueados por estas últimas.
Para cerrar las presentaciones; Mateo Espinosa, un pobre desgraciado al que le cayó encima media tonelada de mercancía en un almacén. Tras un largo periodo en coma inducido, el seguro dejó de pagar las facturas del hospital, alegando que era inútil seguir manteniéndolo con vida de forma artificial. Para sorpresa de todos, la misma mañana que iban a desconectarlo, apareció sentado en la cama tan tranquilo. Sin embargo, el deficiente riego sanguíneo de su cerebro durante la convalecencia le dejó secuelas. Convencido de que Dios había obrado un milagro en su persona, pretendía glorificarlo construyendo una iglesia en Afganistán para convertir a los talibanes.
Las risas en todo el país fueron antológicas.
Tras las presentaciones, comenzaba el cuarto de hora de votaciones.
(*) Apocalipsis.
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