Los caballos se detuvieron con una simple señal de uno de sus jinetes, justo en el lugar donde los adoquines reemplazaban a la tierra en el camino. El mayor de los jinetes desmontó con su mirada fija en las casas que alguna vez habían formado una pequeña aldea, pero que ahora, con sus techos y muros desmoronados, y sus pisos cubiertos por la hierba que libremente crecía, ya no parecían ser aptas para ningún ser vivo.
Él conocía el lugar, o al menos lo había conocido en otra época. De niño esas calles de adoquines habían sido su lugar de juego, en un mundo que parecía ya no existir. Risas de niños, olores a comidas recién hechas, ruidos de caballos cabalgando entre las casas y un sinfín más de recuerdos comenzaban a cruzar sus pensamientos, mientras que su vista le devolvía un paisaje completamente distinto.
—¿Qué estamos haciendo aquí, lord Toed? —preguntó el jinete más joven mientras desmontaba de su caballo.
—Este fue mi hogar —respondió Toed, sin dejar de mirar las pequeñas casas en ruinas—. Hace mucho tiempo, mucho antes de las moscas, cuando era solo un niño. Este fue el pueblo en el que crecí, Roy.
—Parece que fue un buen lugar para crecer —respondió Roy, el joven escudero, tratando de imaginar cómo pudo verse ese pueblo en el pasado.
Toed y su escudero ataron sus caballos en la entrada del pueblo y comenzaron a caminar por sus calles en silencio, sin que ninguno de los dos supiera realmente qué estaban buscando. Roy comprendió rápidamente que fuese lo que fuese, no sería algo que él pueda ver con sus ojos. Motivo suficiente para alejarse de su señor, y dejarlo caminar en paz.
Y así fue como Toed caminó: en paz. Una paz que hacía mucho tiempo no sentía, y que presentía no volvería a sentir por mucho tiempo más. Tal vez ya no se oían risas de niños, ni se podía oler el aroma de la comida recién hecha, ni se percibía el ruido de los caballos cabalgando entre las casas, pero aun así él se sintió en casa. «Esta es mi casa…», pensó al ver la puerta de madera de lo que alguna vez fue su hogar. Finalmente miró a su joven escudero que ya había vuelto a su lado, y dijo:
—Cualquier lugar fue bueno para crecer, si creciste en él antes de las moscas.
—¿Y por qué estamos aquí? —volvió a preguntar Roy.
—Porque este es el único lugar que recuerdo con claridad —respondió mientras empujaba la puerta de madera para ingresar en la desmoronada vivienda.
Los años habían vuelto a Toed un sabio señor, pero no necesariamente uno con memoria. Y no era el único. A lo largo de todo el reino, desde la llegada de las moscas, los hombres eran incapaces de recordar. Nadie conocía ya los grandes sucesos de la historia, ni mucho menos sus pormenores. Nadie tenía la capacidad de ver más allá de los últimos treinta años, en los que la dinastía Damor había gobernado. Pero a nadie, más que a Toed, eso parecía importarle.
—Mis recuerdos están desapareciendo, como los de todo el mundo —comenzó a decir una vez que estaban dentro—. Sin embargo, hay algo en mí que se niega a olvidar esta casa, estas calles, este pueblo.
—¿Y qué cree que sea? —preguntó su escudero.
—Nostalgia, tal vez… —respondió Toed— No podría asegurarlo. Pero sí hay algo que puedo asegurar, y es que mientras algo esté vivo en mi memoria voy a seguir luchando por conservarlo.
El joven escudero examinó el lugar, sin encontrar nada especial en él. Para Roy, esa aldea no era más que otra de las tantas aldeas abandonadas que podían encontrar a lo largo del camino imperial, y esa casa no era más que una edificación en ruinas, tan en ruinas como lo estaba todo el imperio a causa de los Damor, de las moscas o de ambos.
—Viendo este lugar… —dijo Roy, sin pensar mucho en sus palabras— No parece que haya ya mucho por conservar.
—Siempre hay algo por conservar, así sean solo los recuerdos —respondió Toed, mientras levantaba lo que parecía ser un fragmento de una pequeña muñeca de porcelana del suelo.
—Tal vez sea porque usted nació antes de las moscas. Quienes no conocimos un mundo sin ellas, no creemos que haya algo que valga la pena conservar.
Toed pasó su vista del fragmento de la muñeca a los ojos de su escudero. Por momentos olvidaba lo joven que era, pero cuando algo se lo recordaba no podía dejar de sentir pena por él. Alguien que no conoció un mundo sin moscas, alguien que no conoció un mundo sin los Damor, era alguien que solo había conocido el dolor del mundo.
—¿Si no hay nada que conservar, entonces por qué estás aquí conmigo? —le preguntó sin que su mirada transmita esa sensación al joven.
—No lo sé con seguridad —respondió Roy—. No sé por qué decidí ser su escudero, ni por qué decidí seguirlo. Pero hay algo que sí sé. Algo que siempre dijo mi padre: Las moscas solo vuelan sobre la carne cuando ésta está podrida. Y nunca he visto una mosca volando cerca suyo, milord.
Las moscas solo vuelan sobre la carne cuando ésta está podrida... Leia mais sobre EL UNIVERSO DE LAS MOSCAS.
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