Era una muchacha de baja estatura y de complexión delgada ; sus cabellos, de entre castaño y dorado enmarcaban su pálida carita. Sus ojos, negros como el ébano, misteriosos secretos guardaban. Una mañana en que las aves de vividos colores asomaron a cantar a su ventana, lágrimas de escarcha corrían incesantes por sus mejillas sonrosadas. La señorita Dunz llora su partida, dijo una de ellas; otra, vestida de negro y posándose en la repisa cerda de donde Dunz lloraba le preguntó. Mi querida niña, quién es aquel que osó lastimar tu noble corazón y bañar en amargas lágrimas tu dulce carita. Ella le respondió. Oh, pequeño pajarillo, es mi amado quien con su funesta partida destrozó mi corazón y ahora lloro desconsolada su ausencia. Cómo quisiera ser como tú, que vuelas libre por los campos sin ningún desasosiego y tus penas y tristezas ya has olvidado. El pajarillo, al ver su triste estado y conmovido le ofreció un trato. Yo puedo aliviar tus penas y extraviar los recuerdos que te lastiman, solo tienes que ofrecerme tu corazón y yo a cambio te ofreceré el mío, entonces un hechizo conjuraré y en ave te convertiré…
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