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Personajes tan dispares como un Bohemio, un Rico, un Ministro y un Vendedor, siempre coinciden en la misma taberna donde, alcohol mediante, terminan festejando las tertulias de la gente solitaria. Un día llega un Músico ambulante al pueblo. En resumen, es una historia para los nostálgicos-


Conto Todo o público.

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Requiem de Despedida

Los personajes del lugar siempre eran los mismos: el Bohemio, el Rico, el Ministro y el Vendedor. El primero tenia el cabello castaño y desordenado, llevaba siempre ropa de colores oscuros y con adornos. El segundo era un anciano formal y educado, pero muy magro para las propinas. El tercero era también viejo y muy amigo del Rico. El cuarto tenia pasión por el alcohol y era uno de los mayores chismosos.
La Camarera observo que solo estaban esos cuatro en la barra y con la tormenta parecía que no iban a llegar muchas mas personas al lugar. No era la época de los viajeros, y últimamente las cosas no estaban muy bien al sur.
La noche siguió su rutina. Todos habían nacido en el pueblo, y a pesar de las diferencias de edad y personalidad lograron aprender a tolerarse.
La Camarera deseó que no se pusieran muy ebrios aquella noche: días así eran los favoritos de los borrachos. La última vez había tenido que caminar un kilómetro de ida y otro de vuelta para que alguien fuera a buscar al Vendedor. El Tabernero era un viejito anciano que no podía hacer muchos esfuerzos, y su nueva manía era la de impedir que algún borracho pasara la noche en aquel sitio si no estaba dispuesto a pagar en plena resaca al siguiente día.
El Bohemio contó historias de amantes y viajes. El Rico narró historias acerca de fiestas y dinero. El Ministro sobre anécdotas de ricos y problemas de todos los días. El Vendedor, de sus clientes, agregó algunas quejas acerca de sus empleados, mirando de reojo a la Camarera. Esta le respondió con un gesto nada educado.
Hacía la medianoche la cuestión comenzó a ponerse alegre. A partir de ese punto podían ocurrir varias cosas: los clientes se ponían a conversar de a dos lanzando miradas de reojo al otro par, hacerlo de a tres mientras el tercero se inmiscuía en sus pensamientos (y le esperaba una buena borrachera), o que alguno tomara la voz cantante y relatara alguna historia.
Esa vez a quien le tocaba era al Bohemio. Incluso invitó una copa a la camarera, que la tomó al otro lado de la barra. Este contó acerca de como era el Sahara antes de que todo se marchitara. Oyeron de forma algo sensible sus narraciones sobre música y trato con los nativos.
Entonces se escuchó un ruido en la puerta. Al principio no lo habían notado por la tormenta, pero el sonido de un grito ahogado lo cambio todo. El viejo tabernero se puso de pie.
- Te ayudo, Claudia -.
Tuvo razón. La antiquisima tranca de madera que había puesto en la puerta se había hinchado e hizo falta de la fuerza de ambos para abrirla. Era anciano, pero la vida lo había curtido.
Una figura con capa y capucha oscuras se abrió paso torpemente, chorreando agua y trastabillando. Un bulto sobresalía de sus ropas, y la Camarera se ofreció a tomar su abrigo con precaución: no deseaba que aquella persona mostrara dobles intenciones.
Era un joven de no mas de veinte años. Su cabello era largo hasta los hombros, a medio camino entre el marrón y el negro. Su ropa estaba mojada y embarrada, la joven se lamentó en silencio al pensar que debería limpiarlo todo para el día siguiente. El bulto resulto ser un estuche de un instrumento con cuerdas.
Se disculpó balbuceando por la sorpresiva intromisión y dijo que deseaba pasar la noche allí. Con timidez se sentó un poquito alejado del grupito de siempre, observando el lugar con curiosidad mientras la Camarera partía para calentar la cena.
Para cuando volvió haciendo equilibrio con el contenido de la bandeja, los otros comensales ya habían incluido en el grupo al chico. Con mas confianza, observó de un modo mas considerado a la Camarera, quien se limitó a ignorarlo. Pensó que si se emborrachaba lo suficiente tal vez le diera alguna serenata, y lo ultimo que deseaba era ser victima de las bromas de los otros pobladores al otro día.
Últimamente estaba muy estresada, y no sabía por que.
Conversaciones y bromas. Su nombre era Alejandro y era un músico andante. El Bohemio lo llamó ''juglar'' y el Rico le lanzó una mirada de desaprobación. El Ministro deseaba ver el instrumento, pero incluso él era consciente de la corriente intima que existía entre un músico y su instrumento. El Vendedor estaba interesado por noticias.
Pasó otro rato hasta que el Músico termino de cenar y la Camarera se llevo las cosas a la cocina. De vuelta, este se encontraba en el centro del grupo, algo apartado de la mesa y con la guitarra en sus manos. El instrumento era algo viejo, pero brillaba y se notaba su buen estado.
Era evidente que sentía algo cohibido. La chica hasta incluso a sentir algo de empatía por él, usado como un juguete para entretener a los viejos aburridos. Al principio toco acordes torpes, luego fue ganando seguridad y al final empezó a formar una melodía. Era sutil y pacífica, como los susurros de una madre tranquilizando a un niño. Era seguridad y dulzura, como las voces de los enamorados. Su ritmo era pegadizo, y la camarera se sorprendió a si misma marcándolo con los zapatos.
Y él canto.
Cantó sobre dragones y fortalezas. Sobre el mar, la libertad y el viento. Sobre el requiem de las lagrimas por la perdida de un hijo. Sobre las conversaciones de los amantes y sus desencuentros.
Fue ovacionado, incluso le saco una sonrisa a la joven. Le invitaron mas copas, y el viejo Tarbernero lo felicitó con alegría.
Comieron una picada que la joven preparo por orden de los comensales. Riendo, pensó que estaba loca por ponerse a cortar cerdo faltando media hora para la una de la madrugada. Fue bien recibida, y luego de un rato incluso el Vendedor de disculpo por su comportamiento.
El Músico volvió a tocar y todos terminaron cantando en la tormenta.
Borrachos y con la tormenta finalizando, los cuatro se fueron. La Camarera guió al ebrio muchacho a su habitación, para luego bajar a limpiar. A las diez llegaba la chica del otro turno. Esperó que pudiera lidiar con el chico.
El se quedo tres días mas en el pueblo. Animó reuniones y hubo algún que otro escandalo con las doncellas del lugar. La noche de despedida no fue muy diferente de la primera.
A las dos de la mañana ya estaban totalmente ebrios y cantando. El chico ejecutó canciones para llorar, reír y bailar. Fueron varias personas a la taberna.
Entonces tocó un requiem. Un requiem para las almas fijas, para las costumbres de los ancianos y la inocencia de los niños. No iba dirigido a nadie en particular, dado que las estrofas eran inconexas y sin mucho sentido.
Y, durante unas horas, los Cuatro cambiaron.
El Bohemio habló de dinero y adulo a las personas ricas que conoció en sus viajes. El Rico contó con dulzura sus experiencias con músicos y artistas, de la sutileza de algunos y la pasión de otros. El Ministro pensó, en uno de los momentos de poca lucidez de los ebrios, que podría dedicarse a eso, en vez de trabajar todos los días con papeles aburridos. El Vendedor que debería haber mas personas que apreciaran artes como aquel y no estuvieran tan preocupadas por adquirir cosas.
Terminó y el lugar se quedo vacío, exceptuando a los cuatro de siempre, la Camarera y el Viejo Tabernero. Faltaba poco para el amanecer, el cielo había pasado del negro al gris azulado.
Entonces, el Ministro, en medio de su borrachera, alzó su copa de vino. Brindo por todas las personas y las cosas. Los otros así lo imitaron, incluso la Camarera. El Músico toco una última canción por la noche pasada. Se iba al día siguiente con un grupo de mercantes. Los caminos eran peligrosos, pese a la cercanía con la capital. De hecho, parecía que cuando mas cerca se ponía peor. Los chistes de los ricos y los nobles tenían razón sobre eso.
El Músico se fue. Los días volvieron a ser como antes, preparándose para las estaciones de calor, los festivales y las llegadas de los viajeros.
Sería lindo decir que no paso ningún músico mejor que aquel, pero eso sería una mentira. Las canciones que visitaron el lugar eran tan o mas hermosas que las que tocó el chico aquellos días. Sin embargo, ni los mas dulces recuerdos pudieron desplazar aquel Requiem de su sitio.


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Esta es una historia que escribí cuando tenía diecisiete años y publiqué en mi cuenta arcaica de fanfic.es, el formato quedó antiguo así que la resubo acá. Requiem de Despedida esta muy, pero muy influenciada por las Crónicas del Asesino de Reyes (y por Laura Gallego también), por el 2012 fue cuando descubrí la saga y me marco un antes y un después en la vida.

27 de Abril de 2021 às 21:55 0 Denunciar Insira Seguir história
1
Fim

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Scaip College student, hobbyist barista and part-time writer.

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