Por mucho tiempo, sintió que las miradas acusadoras la señalaban por la calle. Simplemente por el hecho de existir, sabiéndose poseedora de una belleza que era poco parecida a la de las chicas que llenaban con sus pálidas pieles y alargadas figuras las páginas de las revistas.
No era fea, pero de ella emanaba un encanto al que muchos corazones plásticos parecían ser indiferentes. Algunas veces, en la intimidad de su habitación, llegó a atentar contra su propia piel, al utilizar un cigarrillo encendido en contra de sus brazos. Pero nada de esas acciones la llegaban a llenar del todo. Aunque por unos segundos conseguía adormecer esa sensación, el vacío pronto volvía a aparecer, y a veces, mucho más fuerte que antes. Sin embargo, eso jamás la hizo pensar en el suicidio. Cada vez en que su mente la llevaba a pensar en la salida falsa, algo le recordaba que había un motivo para seguir adelante.
A veces, era algo tan relevante como el haber sido la alumna que obtuvo el mejor puntaje de toda la clase en un examen, otras, era algo tan simple con el hecho de que algún cachorrito le meneara la cola al verla pasar por la calle.
Eso del amor se le hacía un sueño distante. Una cosa creada para mantener a las adolescentes pegadas a la pantalla, leyendo novelitas cursis plagadas de clichés.
Hablando de sexo, Clara había tenido su buena cantidad de experiencias. Todas ellas con tipos incapaces de darle un buen orgasmo a una mujer, aunque su vida dependiera de ello. Simplemente se desparramaban en la cama y dejaban que ella lamiera las partes que más ansiaban ser amadas de sus cuerpos. Pocos se tomaban la molestia de besar a la joven o de hacerle suaves caricias en sus pechos. Y al terminar, simplemente se iban sin tomarse el tiempo de despedirse.
Así, aprendió a gozar del acto carnal, a gemir como si no hubiera mañana, pero siempre, tratando de guardar su corazón en un baúl, en un sitio en el que nadie le pudiera hacer daño alguno. Después de todo, cuando dos cuerpos deseosos se unen en una habitación, muchas veces, esas cosas del amor salen sobrando.
Ella pensó que su vida se reduciría a ser una amante furtiva; una simple sombra que sólo puede entregarse al deseo durante la noche, para no perturbar a las buenas conciencias. Y francamente, había comenzado a resignarse ante aquél destino. Clara sabía que muchas de sus compañeras de clase, sobre todo aquellas que gozaban postear a diario miles de fotos con su pareja, con sonrisas perfectas y en lugares fantásticos de la ciudad, eran aquellas que más sufrían a diario de la más fría soledad, solamente que ellas habían dominado el arte de ocultarlo detrás de una gruesa capa de maquillaje europeo.
Pero entonces, sucedió algo que sacudió su mundo de punta a punta. Un concierto de rock. El ambiente no podía apestar más a hot dogs y a cerveza. La multitud casi logró empujar a Clara hacia el piso, de no ser porque las hábiles manos de un joven que la detuvieron, casi en el aire.
Los estruendosos sonidos de los instrumentos llenaban el ambiente. Un par de miradas se cruzaron en medio de una multitud sudorosa. Piel contra piel, un par de desconocidos dejaron que sus pieles entraran en contacto por primera vez. Ella no tuvo tiempo de sentir temor alguno. Su corazón le decía que era momento de experimentar algo nuevo.
No tuvieron tiempo de platicar. Tanto ruido le impedía a cualquiera lograr tener una conversación decente. Intercambiaron miradas, sonrisas y terminaron saliendo juntos del lugar.
Con rapidez, las prendas fueron cayendo. Clara no supo si fue el alcohol, o la magnética sonrisa de ese chico (que después ella averiguaría se llamaba Daniel), pero se dejó devorar de punta a punta. No tuvo reparos en utilizar su lengua y jugosos labios para enfurecer la virilidad de su acompañante, y tuvo la agilidad suficiente para retirarse antes de que él terminara en su boca. Él no utilizó rudeza innecesaria, pero fue lo suficientemente firme, para que de los labios de ella se escapara un dulce gemido al momento en el que él introdujo su dureza dentro de su húmeda cueva. Clara se estaba repitiendo a sí misma que esto sólo era una sensación física agradable, y que terminara más pronto de lo que ella esperaba, pero su cuerpo se olvidó de toda lógica. Cerró los ojos y dejó que la inundara una suave ola de calor. A diferencia de otros, que buscaban abandonar el lecho a la brevedad, él se tomó el tiempo de cubrirla de besos y dejarle una linda nota en su mesa de noche. Un breve vistazo a las redes sociales de él, le sirvió a Clara para darse cuenta de que él era un chico bastante solitaria, con una tendencia natural a hacer chistes sardónicos sobre sus compañeros de escuela y familiares más cercanos, además, de vez en cuando, salpicaba sus posteos con frases existencialistas. Sin duda, un caso particular.
Sabía que se encontraba jugando con fuego, pero por primera vez en su vida, no le importó. Le contesto a ese chico de ojos verdes los mensajes que le mandaba. Ella, que había jurado tomar todo aquello que tuviera que ver con el amor con infinita frialdad, se encontró a sí misma sonriendo como una niña pequeña ante algo tan simple. Los días pasaron y ellos se volvieron a encontrar. Daniel era un espíritu silencioso, tal vez un poco menos que Clara, pero ambos encontraron la manera de hacer de sus silencios una perfecta armonía. Habían acordado que entre los dos no habría nada más que sexo, pero, casi como si nada, los dos se encontraron sosteniendo una amena conversación. Rieron como si se hubieran conocido de toda una vida. Quizás mañana eso cambiaría, pero por hoy, se sentía muy bien en el alma. Ninguno de los dos esperaba que lo suyo pasara de un par de encuentros, pero la vida los sorprendió al darles la oportunidad de vivir experiencias maravillosas juntos. Una salida a tomar café. Una escapada a la playa que terminó en ver el amanecer juntos, tomados de la mano. Era simplemente sexo. Encuentros lindos y superficiales. Pero al parecer, poco a poco los dos habían ido encontrando algo más.
Después de su más reciente encuentro, Clara se miró con atención al espejo. Curvas pronunciadas, algunos granitos rojizos y todavía se podían apreciar los fragmentos de las cicatrices del ayer. A diferencia de su yo adolescente, que seguramente hubiera sentido repulsión al verse a sí misma de una forma tan natural, pero por esta vez, la chica de ojos verdes sintió un infinito amor por ella misma. Poco a poco, sus dedos se fueron dirigiendo a la parte baja de su cuerpo. Una simple serie de movimientos, y todo en torno a ella se transformó en una dulce nube impregnada del aroma del placer. Después de una vida encerrada dentro de una cárcel construida a base de odio a sí misma, había comenzado a comprender que dentro de ella existía una fuerza capaz de sacudir al planeta entero. ¿Acaso Daniel le había ayudado a descubrirla? No. Ella sabía que dentro de ella vivía un huracán de energía. Simplemente se encontró con las persona ideal para sacarlo a relucir a la luz del sol.
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