aragonz-escritora 𝓐𝓻𝓪 𝓖𝓸𝓷𝔃

Podría decir mucho acerca de mí mas nada me haría justicia. No soy una mujer frágil, no soy buena, no soy sociable y, definitivamente, no soy una princesa. El mundo me mostró su peor cara, impulsándome a vivir en los infiernos, forjándome un carácter oscuro como única alternativa para sobrevivir. Él me ha visto, se obsesionó conmigo y se inmiscuye en mis pensamientos del modo más perverso posible. Intenta, cada noche, entrar en mi mundo sin saber lo que me rodea. No soy yo quien corre peligro con ese encuentro… él debería huír de mí. Cree que puede asustarme pero, cuando has visto la muerte de cerca y el rencor es el motor que te impulsa, el miedo deja de paralizarte. ¡Tonto lobo de pelaje rojo y mirada gris! Soy su bailarina y él ese lobo que anhela devorarme sin ser consciente de que tengo el poder de salvarlo o destruirlo con mis besos. ¿Estás dispuesto a jugar, perrito salvaje? Puedo ser mucho más de lo que pudieras soportar.


#1 em Paranormal #1 em Lobisomens Para maiores de 21 anos apenas (adultos).
58
23.3mil VISUALIZAÇÕES
Em progresso - Novo capítulo A cada 15 dias
tempo de leitura
AA Compartilhar

1. La promesa

El sudor recorre mi espalda, empapando mi vieja camiseta negra, mientras todos y cada uno de los músculos me arden con violencia.

«Una vez más» me digo, entre jadeos, empujándome a ignorar el cansancio. Nadie jamás logra el éxito sin sacrificios y yo lo sé. Nada nos es regalado en esta vida. Camino hacia mi viejo equipo de música, ese que escondo de las miradas indiscretas dentro de mi viejo casillero, y me dispongo a reiniciar la canción elegida.

Hago girar mi cuello y hombros, inspirando profundo una, dos, tres veces. Realizo rotaciones en mis tobillos y vuelvo a respirar. Abro y cierro los puños mientras retomo mi posición, imaginando que el teatro está lleno y todos disfrutan de mis movimientos. En mi mente, los reflectores caen sobre mi figura y la música se alza majestuosa, haciendo vibrar mi alma y dándome esa libertad de la cual carezco. Entonces, la fuerza de mis sueños me envuelven y me elevan hacia un universo perfecto cuando los primeros acordes llegan y me desplazo por las viejas tablas de ese escenario vacío.

Para mí, el mundo se vuelve más sencillo de vivir cuando me calzo las zapatillas de punta. No existen los gritos, tampoco los golpes y tanto el hambre como el frío son solo pequeñas manchas que desaparecen en mi burbuja perfecta. Un mundo cabal donde soy la soberana en tierras de nadie…

Yo, Melissa Fehr, me siento libre y completa.

Sonrío a la nada, disfrutando de esa coreografía que diseñé solo para mí.

Attitude. Pas couru. Uno, dos tres, caigo en plie. Eso es… ¡perfecto! Pas couru de nuevo y grand battement. ¡Sí, si, si! Sé que puedo lograrlo.

Mi respiración es profunda como amplia es la sonrisa que se instala en mi rostro. «Las verdaderas bailarinas clásicas no sonríen» las palabras de Madame Colette resuenan en mi mente y vuelvo a ese estado de absoluta perfección e impasividad que debe portar una bailarina.

Perfección, es la llave de salida que me alejará de este triste poblado. No hay opciones, no hay alternativas más que escapar.

Danzo durante todo el tiempo que mi cuerpo lo soporta, empezando una y otra vez, volando por el escenario, sintiéndome como un hada o una paloma que disfruta de estar en el aire. Repitiendo la coreografía en secreto, sorteando los obstáculos que implica mi presencia en este escenario, burlándome de las jodidas reglas que me impiden acceder a este privilegio. Un sueño bañado en capricho que me hace sentir viva. ¡Jódanse todos!

De nuevo, inicio mi rutina, aunque mi cuerpo clame por descanso. Es que ser autodidacta tiene varias contras, entre ellas, que todo me cuesta diez veces más pues debo tener la capacidad de ser crítica conmigo misma para mejorar mi estilo. De alguna manera, eso no es un verdadero problema para mí pues tengo la capacidad de reconocer las mierdas que me rodean.

A veces, desearía poder ser como las demás, poder pagar las clases de ballet y brillar sobre las tablas mientras recorro el mundo siendo cabeza de compañía pero, tristemente, ese un sueño que no se me permite soñar. Al menos, no abiertamente. Las niñas pobres y con pasados complicados no podemos aspirar a soñar con la gloria.

La furia que me provoca pensar en mi realidad se mezcla con el calor que desprende mi cuerpo, aumentando mi energía e impulsándome mucho más alto cuando realizo un grand jeté. Sonrío, sin importarme las reglas, sabiendo que fue lo mejor que pude hacer en mucho tiempo. Regreso a mi punto de salida y repito ese paso que se siente como un verdadero vuelo.

Hago un pequeño corte, me acerco a mis ropas de trabajo que quedaron olvidadas a un lado del escenario, rebusco en los bolsillos del overol y retiro la cinta negra que llevo conmigo. Vendo mis ojos y me impulso hacia la carrera más peligrosa de mi vida: bailar privada de visión.

Sé de memoria el espacio del que dispongo, reconozco cada uno de los límites y espacios con los que cuento. He visto a las bailarinas caminar concentradas, reconociendo el lugar, memorizando el espacio. Adopté esos actos y los hice parte de mi rutina; hoy es momento de probar mis habilidades.

He pasado mucho tiempo observando a la compañía mientras limpiaba las alfombras desgastadas de la sala, sorteando butacas sin perder un solo detalle. Así aprendí, así me funcionó.

Aunque mis primeros pasos los aprendí siendo una pequeña niña, no fue hasta convertirme en «la invisible que limpia el teatro» que tuve la oportunidad de aprender realmente. Algunas veces creo que logré internalizar mucho más que aquellas otras que me miran por sobre sus escuálidos hombros y me ignoran como si fuera un insecto.

Espanto esos pensamientos y me concentro en mi rutina, bailando feliz, sabiendo que nadie me robará este instante. Es más de medianoche pero no me importa pues he finalizado mis tareas y nadie me espera en casa.

No quiero pensar en mi vida, no quiero pensar en lo que me tocó en suerte pero fallo estrepitosamente. Las lágrimas ruedan por mis mejillas mientras decido que será la última vez que repita en esta noche.

Acepto, entonces, que mi vida familiar es una mierda y eso duele demasiado pues no existe nada de lo cual pueda hacerme sentir orgullosa. Mi padre se fue hace muchos años, detrás de una fulana con dinero que lo compró como si fuera un jodido gigoló. Pero lo que más me duele es que me niegue como hija. ¡Es todo tan irónico! Se desentiende de mí al tiempo que se responsabiliza por los hijos de esa vieja bruja que me mira con soberbia cada vez que me cruza por las calles.

Y así, me dejó a la deriva, viviendo con un triste cascarón vacío que simula ser un humano, al cual, debo llamar madre. Un alma atormentada que pasa su día entre drogas, alcohol y «amigos». Unos proyectos de personas que no son más que viejos asquerosos pagando por poseer su cuerpo. La furia crece y crece dentro de mí, quemando mi pecho y acelerando mi respiración.

En momentos como este, agradezco tener mi propio micro apartamento. Un lugar con entrada independiente, encima de mi casa de infancia, que me permite acallar los ruidos endemoniados que inundan la estancia. Desde mis dieciséis decidí organizarlo, arreglarlo como podía según mis recursos y mudarme sola, dejando atrás esos asquerosos bufidos que emanan de esos cerdos que abusan de mi madre por unos centavos.

¡Dios bendito! Sólo quiero encontrar una mínima oportunidad y escapar de ese infierno. No importa cuánto deba luchar, sé que al final lo lograré. No aceptaré esta condena, no viviré eternamente en esta miseria.

Los acordes, al fin se callan y, con ellos, mis pasos se detienen. Con tristeza, recojo el insulso uniforme que estoy obligada a usar y me visto apresuradamente, convirtiéndome ―una vez más― en el patito feo. La magia se desvanece y me pregunto por qué no puedo soñar con hadas.

«Porque la realidad es cruel» me recuerdo con tristeza.

Subo la cremallera, al tiempo que los vellos de la nuca se erizan. Miro hacia un lado y hacia otro, confirmando que aún sigo sola. ¿Qué me sucede? No es la primera vez que me siento observada y, como siempre, me tranquilizo murmurando que es mi conciencia y, posiblemente el sentimiento de culpa, los responsables de experimentar esta extraña sensación de exposición y persecución.

De igual manera, apresuro mis pasos, llegando hasta el carro que contiene los productos de limpieza, tirando de él para escapar de esta sensación tan profunda que me acompaña cada noche. Camino por los pasillos y tarareo una vieja canción que madre me enseñó de niña. Una especie de oda o alabanza a mundos mágicos que, durante mucho tiempo, deseé conocer.

Guardo mis elementos de trabajo, dejándolos perfectamente alineados dentro del oscuro, pequeño y claustrofóbico cuarto. Sí, sé que es un extraño hábito pero necesito sentir que tengo el control de las situaciones y las cosas que me rodean.

Dejo mi viejo reproductor en el casillero, al tiempo que me apodero de mi bolso violeta. Observo mi desgastado accesorio, al cruzarlo por mi cabeza, pensando en cuánto tiempo resistirá esa añeja tela antes de abandonarme completamente. Inspiro profundo y dejo de quejarme. Es tiempo de salir disparada hacia mi propio infierno.

Camino por las calles desiertas, sintiendo, de nuevo, que me observan. Una vez más, siento que él está ahí, acechándome como cada noche, en silencio y a la distancia. Me pregunto quién será y qué busca pues no soy más que la solitaria limpiadora de un destartalado teatro.

«Pronto, muy pronto, mi pequeña fiera». Susurra el viento.

Apresuro mis pasos y llegó a casa en un abrir y cerrar de ojos. Subo las escaleras corriendo, ansiosa por entrar a mi guarida y dar por finalizado este largo, largo día.

A lo lejos, llegan esos gritos que odio. Los de un imbécil que informa a todo el mundo cuánto ama la garganta de mi madre. ¡Vida de mierda! Furiosa, tiro el bolso sobre la cama, escuchando esa asquerosa frase que me provoca nauseas.

«Así puta, así. Nadie la chupa como tú, cerda».

Un grito oscuro y perverso se cuela, haciéndome temblar al imaginarlo como un jodido demonio y, de alguna manera, mi mente reafirma mis pensamientos cuando el lamento desesperado de mi madre se cuela hasta mí.

Coloco las manos sobre mis oídos, intentando acallar ese infierno, sintiéndome sucia y enferma por ser testigo de tanta malignidad.

Rebusco en mi bolso, tomando mi teléfono con manos temblorosas, iniciando la reproductora de música mientras me desvisto y me meto a la ducha. El agua corre por mi cuerpo, llevando a su paso esas lágrimas de impotencia que caen por mis mejillas y demuestran lo rota que estoy. Refriego mi cuerpo, necesitando exorcizar esas voces, esos sucesos y esas emociones que me ahogan.

Apoyo la espalda contra los azulejos mientras voy cayendo despacio, murmurando que ya no puedo soportarlo más. Apoyo los codos en las rodillas y me cubro el rostro con las manos. Sigo llorando por tiempo indefinido mientras imploro un milagro que sé que jamás llegará.

«Pronto, muy pronto, mi pequeña fiera». Repite esa voz que llega como susurro y se cuela en mi pecho, calmando a mi alma que agoniza.

Y así, una vez más, me acuesto en la cama susurrando que deseo creerle.

None 30 Denunciar Insira Seguir história
26
Leia o próximo capítulo 2. La Llamada.

Comente algo

Publique!
Nenhum comentário ainda. Seja o primeiro a dizer alguma coisa!
~

Você está gostando da leitura?

Ei! Ainda faltam 51 capítulos restantes nesta história.
Para continuar lendo, por favor, faça login ou cadastre-se. É grátis!