zetismo Yuyu Caicedo

Las batallas de la humanidad se rigen por el poder y desdén del frío dominio. Aquel que tiene el poder de hacerse valer y a sustentar su voluntad es el único individuo digno de admiración. Esta historia nos narra las aventuras y el derrocamiento de un reino. Un país condenado a ser destruido.


Fantasia Épico Todo o público.

#Poderes #magia #romance
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Cargo Marítimo

"Las palabras del hambre resuenan en las barrigas del infante, adulto o en la podredumbre. Dar un alimento de esperanza es lo que hará calmarlas y así hacer que sus aullidos y lloriqueos puedan cesar."


"El amor es uno de los mejores regalos que tienen las personas. Pueden llenarse de felicidad aún estando en las peores situaciones de la vida."

Capítulo I

Cargo Marítimo

En las calles solitarias de mañana, los edificios de rocas pocos firmes y con cimientes débiles se yerguían y cuyo color palidecía ante la vejez y el poco cuidado brindado por los Corresponsales del trabajo. Claramente, esto no sería una sorpresa. El gran y nuevo Reino de Testa había sido remodelado y aún más con la Revolución de la maquinaria y sus avances los cuales daban un mejor medio de transporte, por tierra y mar, y la comercialización de algunos elementos de tecnología y medicina. Estos avances, más que un bien para la ciudad de Di Salvatore, resultó ser una desgracia, ya que el nuevo régimen de gobierno se había olvidado de este lugar y su influencia en la antigua República Testiana.



Los niños pasaban por muchas enfermedades provocadas por el moho del lugar. La situación económica y el poco empleo resultó en ser una de las peores desgracias de la localidad. Al fin y al cabo, aún siendo la antigua capital Republicana, terminó siendo un basurero de las peores calamidades de la oscuridad humana. Las personas cedieron ante la necesidad y el hambre. Desde la perspectiva del hombre una de las peores desgracias para la humanidad. Cuyas manifestaciones podrían llevar a las personas a realizar los peores actos con tal de suplirlas.



Una sombra se paseaba caminando por uno de los callejones y mientras miraba atentamente cada esquina del lugar. La brisa fría del lugar le hacía temblar sus simientes y mostraban la piel carraspeada por la suciedad proporcionada al lugar. La túnica que le cubría, aún se veían sus deleznables costillas causadas por la hambruna. Balancearse cual fantasma que pasea por el cementerio, por sobre los cadáveres y la frialdad de la muerte en su máxima expresión. A sus lados se veían a infantes y personas adultas, también algunas las cuales habían visto un sitio hermoso en el pasado, tiradas en las calles o observando desde las ventanas con vidrios rotos de los edificios a aquella sombra caminante. Los ojos de aquellos sujetos desprendían un brillo, mas no eran un brillo de felicidad, sino uno repleto de soledad y abandono. Sus rostros repletos de suciedad y la miasma de la ciudad. Una vida muy triste, la triste realidad.


La sombra caminante se alojó en uno de los edificios, a su frente, antes de entrar, tenía un letrero con un número grabado en madera. La cifra era diez. El fantasma se quitó aquel manto dejando ver su rostro. Era una chica joven, de unos veintiún años de edad más precisamente. Que vestía unos ropajes blancos sucios con manchas de licores más finos y caros. Unos permitidos solamente para la nueva nobleza y algunos mezquinos del Novo Clero, quienes degustan de tan fino líquido. En su torso portaba un corsé marrón ya añejo dejando ver el uso constante. Y en sus manos portaba unas hogazas de pan, bebida y unos cortes de carne frita envueltas dentro de una bolsa.


Ella caminó hacia la mesa que se encontraba a su frente, una completamente descuidada, con sus patas que ya casi no podían soportar ni su propio peso. Puso los alimentos sobre la mesa y abrió aquello que lo cubría dejando salir el aroma de la comida. Suspiró desde lo más profundo de su ser y se arrodilló ante la mesa. Juntó ambas palmas de sus manos y comenzó a rezar, agradeciendo por la comida. Sus palabras eran:


"Agradezco desde mi corazón a quién oiga mi rezo,

No tengo conocimiento de un Dios en específico

O enseñanza correcta de agradecimiento al altísimo

Solamente puedo dar gracias desde mi corazón

Pido que mis hermanos puedan degustar sin que su estómago quede fatigado

Y que la hambruna no vuelva a este humilde hogar

Agradezco."


Caminó hacia una de las aberturas con paso lento porque el suelo de madera, ya viejo y sin arreglo, rechinaba con gran estruendo. Se dirigió hacia una colcha que tenía sobre sí a unos infantes durmientes. Uno de ellos era una niña de piel morena, con el cabello cortado hasta la nuca y completamente arropada por unas sábanas con algodón dentro. El otro tenía su cuerpo completamente libre de cobija, con sus extremidades esparcidas por la colcha. La joven se le acercó, le besó la frente y le cubrió con las cobijas. El niño hizo un sonido de molestia y se apartó las sábanas de encima. Ella se la puso nuevamente y el chiquillo hizo lo mismo. La muchacha deshizo las cuerdas de su corsé y se lo quitó dejándolo en el suelo. Se posicionó en la colcha mientras luchaba con las manos y piernas de su hermano; luego de dar lucha pudo acomodarse a su lado. Le puso de manera reiterada la manta y lo abrazó con sus manos para que no se las quitara. Al cerrar sus ojos sintió un pequeño movimiento en la colcha.


—Lia, no te levantes, sigue durmiendo—dijo Allegra con ambos ojos cerrados.

—Sentí el aroma de la comida que trajiste y mi estómago comenzó a rugir—explicó Lia con voz soñolienta—. Quisiera un pequeño trozo, Allegra, por favor.

La joven le miró con un ojo cerrado y el otro abierto mientras que la pequeña hacía un puchero silencioso para que aceptara su petición.

—Está bien…. De hecho, también deberías levantar a Leonardo—le quitó la sábana al niño—. Ya durmió lo suficiente.

—No quiero levantarlo. Es bastante impertinente y le gusta molestar—se quejó.

—Si, pero él es tu hermano y puede que tenga hambre—en medio de su conversación se escuchó un sonido venir de Leonardo—o gases en este caso.

—¡Ayyyy! Bien, ya lo levantó, pero no quisiera tener que soportar esos gases todo el tiempo, ojalá las cosas fueran como antes.

—Eso quisiera, Lia, eso quisiera, pero no es posible—su tono era bastante triste—. Bueno, ya levantalo, necesito un pequeño descanso y no quisiera escuchar peleas ¿si?

—Eso díselo a Leonardo, no a mi—dijo Lia señalando al chico.

—Bien… si...—murmuró ya casi dormida


La pequeña Lia se levantó de la colcha y se quitó las cobijas de encima. Se dirigió a paso cauteloso por la madera fría. No quería despertar a Allegra, quien se encontraba plácidamente dormida suspirando con mucho ruido. Ya cerca de la mesa, donde se encontraba la comida, escuchó un pequeño chirrido. Volvió su mirada hacia sus hermanos, pero ambos estaban durmiendo. Luego se dirigió nuevamente hacia la mesa, pero nuevamente escuchó el mismo sonido. Se devolvió nuevamente hacia donde sus hermanos, pero en esta ocasión Leonardo no se encontraba en la cama. Miró hacia la mesa y ahí encontró a Leonardo comiendo de uno de los panes. Su boca estaba repleta de la hogaza. Su cabello era con un tono chocolate sucio y vestía unas prendas sencillas de tela.


—¡Oye! Tienes que dejar un poco para los demás—replicó Lia con las manos en la cintura.

—Noch seash moleshta, Lia—no podía pronunciar bien las palabras por la comida en su boca. Tragó con fuerza y golpeó su pecho para que bajara el pan.

—Al menos podrías masticar mejor y comer con la boca cerrada—volteó los ojos.

Leonardo hacía unas muecas como si repitiera las palabras de Lia, remedando cada gesto con burla.

—¡Ash! Eres muy fastidioso, ¿lo sabías?—tenía sus brazos cruzados.

—Si, me lo dices a diario, todo el día todos los días—dijo con una sonrisa farra—. Sabes, deberías mejorar tus gestos. Ya me los sé de memoria—le vino una idea—. ¡Ya sé! Eres como esas aves Guacayas de las que nos habló Franchesco. Que repiten y repiten lo mismo siempre, sin cansarse.

—Se dice Guacamayos y ¡no soy uno de esos!

Se tapó la boca luego de darse cuenta que habló muy alto. Miró hacia donde Allegra y la vio dormida. Volteó el rostro y sintió el puño de Leonardo.

—¡Ja, ja, ja, ja! Siempre caes—se tapó la boca por reír muy fuerte.


Ambos pequeños se miraron y comenzaron a reír en voz baja, susurrando. Luego se escuchó que el estómago de Lia rugió. Leonardo se dirigió hacia la mesa y tomó un trozo de pan y se lo entregó a la pequeña. La niña se quedó unos momentos apreciando la textura de la hogaza. Dorado y hecho artesanalmente en un caldero de piedra. Por alguna extraña razón ella podía saber, exactamente, cómo había sido preparado. No lo pensó mucho y se metió aquel trozo en la boca, lo engulló luego de masticar cada pequeña fibra.


Varios momentos después, los niños se pusieron a jugar con unos cachivaches o algunos artículos que Allegra les había traído en sus viajes y vistas a otros lugares. Les había contado historias sobre una costa repleta de personas y barcos. Lugareños pescaban o comían platillos exquisitos y extraños. De solamente escuchar de tales relatos, tan fantasiosos o irreales bajo sus condiciones, se les hacía agua la boca. Máquinas y artilugios surcaban los cielos con personas dentro. La imaginación de ambos infantes volaban al escuchar tales maravillas. Aunque muy locas, hay que decir, sonarán las narraciones ellos no dudaban, siempre las imaginaron como si fueran verdaderas. Las maravillas del Otro Lado.


En el mar se encontraba un navío surcando por las aguas costeras de Di Salvatore. Por el viraje algunos marinos podían apreciar las costas y las edificaciones antiguas de la ciudad. Y en la parte superior, por una elevación natural, se observaba un castillo antiguo. Los marineros no poseían una vestimenta fina y actualizada, ni siquiera adecuadas para el tipo de labor que estaban realizando. Todos vestían de forma común, a diferencia de los verdaderos navegantes. La Vanguardia Real, los Almirantes, la compañía Testiana de navegación e industria pesquera y los diferentes cargos marítimos, cada uno de ellos tenía una forma de vestir acorde a sus posiciones, siendo la Vanguardia Real el cargo más importante de la Marina.


Un joven se encontraba leyendo cerca de la esquina, a babor, del barco y en sus manos poseía un libro, el cual leía con recelo y concentración. Uno de los marineros, un hombre robusto que en sus manos tenía una botella de licor. Ya ebrio y desviado por tanto beber el Ron, un líquido amarillento, se tambaleaba por los movimientos propios a la fuerza del mar. El sujeto sintió algo en su pecho que subía lentamente, sus fauces se llenaron de aquello que había comido devolviéndo al lugar de entrada. Al alertarse cerró su boca y se aproximó rápidamente al costado del joven lector. Ahí soltó todo lo que su cuerpo rechazaba, sin aguantarse nada. El muchacho lo observó con una sonrisa en los labios. Al bebedor no le gustó su actitud y le habló:


—Qué haces tú, un simple mocoso, burlándote de tu querido tío—el detestable hedor que provenía de su boca le provocó asco al muchacho—. ¿Acaso no respetas a tus mayores?

—Tío, un verdadero hombre no sucumbe ante el licor o por lo menos es lo que me has dicho hace varios momentos—dijo irónicamente—. Yo soy un hombre fuerte, dijiste. No sucumbiría ante nada ni nadie, prometiste.

—No me respondas muchacho—al pronunciar aquellas palabras soltó un gas—. Tienes que aprender a respetar a tus mayores, jovencito—le dio golpes con su dedo en el pecho al muchacho.

—Con todo respeto, Tío Giorgio, no te recomendaría provocarme en esta momentos—el joven, Franchesco, tenía una mirada desafiante.

—No has siquiera probado simiente de una dama, ¡¿cómo osas desafiarme?!—el hombre alzó una mano delante de su sobrino, pero se contuvo. Franchesco solamente esperaba recibirlo.


El lector cerró su libro y se esfumó de la vista de Giorgio, el borracho, ignorando por completo las palabras que habían tenido. El hombre comenzó a replicarle y a quejarse, de la furia tiró la botella de Ron al suelo.


—Me recuerdas a tu padre, muchacho—las palabras hicieron que Franchesco se detuviera por un momento—. Tan insensato y estúpido. Sin ninguna pizca de respeto u honor. Un sucio Corsario, nada digno se puede esperar…

—¡Cierra la boca!—el joven agarró con furia el libro—No voy a ser como él, ¡nunca!

Un hombre que se encontraba en el timón del barco escuchó el grito y se dio la vuelta para ver. El sujeto portaba una casaca blanca con una chaqueta marrón sobre él hasta los muslos, unas botas hasta la pantorrilla, pantalones sencillos y un sombrero.

—Bueno, algunos por aquí dicen que el destino es algo lo cual no puedes evitar. Yo veo en ti los mismos ojos de tu padre, muchacho, son idénticos. En actitud y mentalidad. Siempre con la cabeza en las nubes, nunca piensan con los pies en la tierra—dijo Giorgio con seguridad—. Los miserables siempre serán miserables, no puedes...

Franchesco se dio la vuelta llenó de furia y le tomó, a su tío, por el chaleco marrón que vestía. Giorgio se quedó sorprendido ante las acciones de su sobrino, no se esperaba la confrontación.

—¡Oigan ustedes dos!—gritó el hombre al timón—¡Giorgio, ve a abajo y busca un trapeador! ¡Joven Franchesco Bonaventura, venga aquí inmediatamente!

El muchacho le soltó a su tío y subió por las escaleras del navío hacia donde estaba el navegante Antonio. Por su parte, Giorgio bajó a buscar el trepador para limpiar la cubierta.


Franchesco, lleno de furia, golpeó un madero de la embarcación y Antonio lo miró con mala cara.

—¡Oye! ¡Destrozar mi navío, el Justiniano, no arreglará las cosas!—Dijo Antonio sosteniendo el timón del barco.

El joven, luego de su rabieta, se quedó pensativo mientras veía al mar. Vio el libro en su mano, rozó con sus dedos derechos la parte superior y tenía por título Manual del Navegador (en lenguaje Testiana). En ese momento aquellas palabras de desprecio de su tío hicieron eco en su cabeza. Suspiró profundamente y levantó el Manual con ánimos de arrojarlo al mar, pero se detuvo y lo dejó caer en la madera del barco.

El hombre al volante observó toda la escena, hizo un gesto y luego volteó los ojos.

—Ven, joven, toma el volante—dijo el capitán Antonio—. Necesito tomarme un descanso.

—Señor, es una ley, no, una regla de todo marino respetable que no le debe ser entregado el volante del navío a un novato en cubierta—expuso Franchesco.

—No te pedí tu opinión, además no es como que yo sea muy respetable, la verdad. Y tampoco tengo porque seguir toda norma del buen Manual del Navegador que tienes en tus manos. ¡Así que anda al volante o será insubordinación no obedecer al capitán!

—Entiendo, ¡a la orden capitán!—hizo el gesto de el buen Navegador con su mano izquierda en el pecho.

Este joven es demasiado recto y empeñado en seguir ese estúpido libro.》, Pensó Antonio.


El joven Bonaventura tomó lentamente el volante del navío y con un rostro de felicidad se dispuso a llevar a su destino a los tripulantes. Sentía el viento como una fiera hambrienta. Sentía el agua golpear contra la madera de la embarcación y sus turbulentas olas. Podía oler la sal Marina y sentir la madera añeja del timón chocolatado con barniz.

Pensó unos momentos y le preguntó al capitán:

—Señor, ¿por qué me permite guiarnos?

—Te contaré una historia, Joven Bonaventura—se quitó el sombrero y comenzó a pasarle sus dedos, mientras apreciaba las abolladuras que este poseía—. Hace muchos años había un joven soñador y con esperanza en su futuro, igual que tú. Pero, a diferencia de ti, tenía un problema con las mujeres y el alcohol. Le gustaba irse de fiesta a las islas del Perdido, beber Ron hasta desmayarse y con el dinero pagar a Fieras las que podía degustar en sus aposentos. El joven prontamente perdió su futuro todo gracias a los llamados "placeres de la vida" y luego se volvió un triste navegante. Fin

—¡Capitán!—gritó Franchesco porque la brisa Marina no le hacía fácil el comunicarse—¿Cuál era el sueño de aquel sujeto?

—Dime, Joven Bonaventura, ¿cuál es tu sueño?—Antonio recogió el Manual del Navegador y se lo mostró al Joven—. Veo que no tomas Ron, ya que el bebedor de Giorgio intentó darte de beber, pero no lo aceptaste la noche anterior, así que esto no será un problema para ti—Franchesco intentó tomar el libro, pero el capitán lo sostuvo con fuerza—. Lo que sí te advierto es que tengas cuidado con las Fieras, ellas pueden ser tu perdición.

—No se preocupe por eso, capitán, solamente tengo ojos para un diamante dentro del tesoro—aseguró.

—¿Es buena chica?

—Es la mejor, la más hermosa y cariñosa—sus ojos se iluminaron. Un brillo de un joven enamorado, que había sucumbido y entregado su corazón a una dama—. Ella es perfecta. De hecho, capitán, uno de mis motivos por los cuales entré al reclutamiento del Servicio Marino de Testia fue ella. Quiero hacerla mi esposa.

—Joven, cálmate o me harás vomitar—rió Antonio y se tocó la barriga—. ¿Has llegado a tomarla o...?

—No, aún no—movió el volante a estribor—. Ella aún no me lo permite y la entiendo. Su vida es bastante difícil y primero quiere asegurar que no soy uno de esos malditos que huyen luego de tener hijos—sus palabras cargaban un peso sentimental real—. No, yo seré mejor que ellos y voy a demostrarlo.

—Pues… solamente me queda decirte que la cuides y respetes como se merece aquella jovencita—caminó hacia Franchesco y le puso el sombrero—, futuro miembro de la Vanguardia Real Marina.


El joven se sorprendió al escuchar el cargo que nombró Antonio. Realmente le tenía mucha fe a él para hacer llamado a tan honorable puesto de renombre en la Marina. Se posó una sonrisa en Franchesco y sacudió la cabeza con alegría.

Luego de eso, Antonio bajó por las escaleras y se despidió del muchacho.


Varios momentos después desembarcaron en las costas de la antigua Capital Republicana, Di Salvatore. El joven se bajó del navío completamente decidido a hablar con Allegra sobre su futuro y situación. Franchesco estaba listo para adentrarse en el pueblo e ir a verle. Su rostro no podía contener la felicidad que le provocaba su encuentro. Antes de irse el capitán Antonio le tomó por el hombro.


—No tan rápido enamorado Bonaventura—sacó un instrumento del bolsillo y se lo entregó a Franchesco—. Toma esto y dáselo a la jovencita, muchacho.

—Capitán, ¿qué es…?—el joven estaba confundido.

—No repliques y solo tómalo. Tenerlo no te hará daño, ¿entiendes?

—Gracias, capitán, agradezco la ayuda que me brinda, pero no entiendo el porque lo hace—la actitud del capitán Antonio le parecía completamente extraña. No lo conocía de hace mucho, pero aún si el hombre se empeñaba en ayudarle y brindarle sus consejos—. ¿Lo conozco de algún lugar?

—Tal vez si o no, pero esa no es la cuestión. Lo que importa es que puedas tener una mejor vida de la que tuvo el joven de la historia que te conté.


El joven Franchesco Bonaventura se despidió, le devolvió el sombrero y fue en búsqueda de su querida novia, Allegra, a la cual le contaría su futuro juntos. El capitán Antonio volvió al navío y se colocó su sombrero. Se encontró con Giorgio y el cual le detuvo.

—Le entregaste las joyas de su madre ¿verdad?—le miró a los ojos.

—Si, todas y cada una—metió las manos en los bolsillos y le mostró que no poseía ninguna—. Es el último legado que le dejó mi querida hermana. Podré haber sido, antiguamente, un Corsario, pero su madre era.... No voy a robarle lo último que dejó en vida, no soy una rata.

—Eso decía su padre y me robó mi botín de Reales de Plata—su tono era gruñón.

—El joven, Franchesco, tiene talento para ser un Adalid—susurró Antonio. Giorgio intentó escuchar las palabras del capitán, pero este le vio con mala cara, así supo que debía continuar con su labor de limpieza en la cubierta.



El joven Franchesco iba recorriendo la ciudad de Di Salvatore. La notaba cada vez más deteriorada y sucia, como una especie de vertedero. Se quedó quieto unos momentos al notar a una persona escarbando en un montón de basura en el suelo. Volvió la mirada del sitio, con tristeza, y se dijo a sí mismo: 《Te sacaré de aquí, Allegra. Viviremos juntos en un lugar mejor.》

Siguió derecho por los callejones deprimentes, pero se detuvo nuevamente a pensar. 《No he traído nada para comer.》, pensó preocupado. Se dirigió apresuradamente al muelle y vio que el barco aún no había partido. Se subió por la rampa y se topó con el capitán Antonio.


—¿Qué haces aquí muchacho?—dijo el marinero sorprendido.

—Señor… me alegra que… no se haya ido….—se encontraba agitado por correr. Se tomó un respiro y luego le habló—¡Capitán!, ¡quisiera saber si me puede vender un pez! ¿Cuántos Reales del Este costaría un pez mediano?

—Dame dos Reales del Este—el joven lo miró extrañado—. Con eso será suficiente, pero te advierto que está mojado.

Franchesco sacó el dinero del bolsillo izquierdo de sus pantalones y se lo dio a Antonio. Bajó la cubierta y subió con el pez en su hombro. A pesar de llamarse pez mediano tiene un gran tamaño. Esto sucede ya que el pez se encuentra, en mayor medida, en el Mar del Medio.


El muchacho se despidió del capitán y bajó con el pez en sus hombros. A medida que caminaba el pez le mojaba el cuerpo.


Luego de que los niños jugaran por varias horas se escuchó que alguien tocaba la puerta principal. Se podía percibir un estruendo estridente desde el otro lado de la entrada. Ambos niños ignoraron el llamado, ya que Allegra siempre les había dicho que no les abrieran a nadie. Después de tocar varias veces, la persona decidió decir unas palabras:


—¡Allegra, soy yo, Franchesco! He vuelto y necesito hablar contigo.

Los pequeños dudaron un momento si se trataba de él. Siendo que Franchesco se había ido de pesca con su padre y que no volvería pronto al pueblo. Ambos niños se miraron y Leonardo le indicó con la cabeza que abriera.

La niña se apresuró en abrir y vio ahí a aquel muchacho. Un joven y apuesto conocido había llegado de visita. Tenía una camisa blanca que dejaba ver su cuerpo por lo translúcida que la había hecho el agua. Unos pantalones sencillos hasta los talones de color chocolate oscuro. Y de calzado unos zapatos cafés sencillos de cordones. En sus manos cargaba un gran pez, de escamas brillantes y con los ojos blancos por su partida.

El sujeto puso al pez en el suelo del lugar y le dio un abrazo a Lia.


—¡Hola pequeña! ¿cómo estás?—Franchesco tenía una manera diferente de pronunciar las palabras, un acento diferente. El joven le dio un beso en las mejillas a Lia y luego la bajó de entre sus brazos.

—Estoy… mojada, pero bien—Franchesco rió a carcajada.

—Leo, ¿cómo estás?—su actitud era muy alegre con los pequeños.

Se dirigió donde el infante y le revolvió el cabello, dejándolo mojado.

—Están bastante grandes Leo y Lia, ¿cuántos años tienen?

—No, exageras, solamente te fuiste por un mes—aclaró Lia—. Tenemos la misma edad de siempre, 10 años para mí y 11 años para Leonardo.

—¡Wao! Veo que tienes bien medido el tiempo—le tomó de la cabeza a la niña.

—¡Franchesco! ¿Nos contarás de tus aventuras?—dijo con mucho entusiasmo Leonardo.

El muchacho movió su cabeza y observó completamente dormida a Allegra. Pensó unos momentos si despertarla y decirle lo que venía a contarle o dejarla dormir y que descanse para luego decirle. Tomó la decisión de dejarle descansar. Recordó que ella viajaba de tarde varios días a la semana para visitar el Monasterio cercano del Novo Clero. Ella le había contado que su trabajo era muy pesado en las labores de limpieza y cocina.


—Leo, tengo una mejor idea que esa. Sería mejor que diéramos unas vueltas por todo el bosque del lugar. Y así miramos los alrededores. ¡¿Qué dicen?!

—No lo creo—dijo Lia—. No tenemos permiso de Allegra, así que no po…

Leonardo le cayó y contestó:

—¡Si! Por supuesto que iremos contigo.

Lia suspiró con molestia y le propinó una mirada fulminante a Leonardo. El niño por su parte se encontraba completamente emocionado por el viaje.


Los tres se aventuraron en el bosque, dejando atrás a Allegra. Leonardo brincaba de alegría y mientras se dedicaba a hablarle a Franchesco sobre las muchas cosas que Allegra les contaba. Lia, por su parte, se dedicaba a simplemente admirar el paisaje sin emitir palabra alguna.


El pueblo podía tener una vista horrible, pero el bosque de sus alrededores era hermoso. Los árboles aún mantenían su brillantez y juventud, el césped era cálido y delicado, la brisa era fresca y con olores a flores.

El aroma le pareció curioso a Lia. Se quedó quieta un momento pensando, comiendo sus uñas, quedándose atrás. Franchesco notó la reacción de la niña y le habló:

—Dime, Lia, ¿qué pasa?—se agachó hasta la altura de la pequeña—¿Estás cansada de caminar? ¿Si quieres te cargo?

—No es eso… es...—Olfateó nuevamente—es el aroma a flores. Cada vez se hace más intenso y es maravilloso.

—Ahora que lo dices es cierto—Franchesco y Leonardo comenzaron a olfatear—. El aroma es bastante fuerte.

Leonardo le tomó de la ropa al joven y le haló.

—Vamos a seguir caminando y a ver otros lugares.

—Franchesco—dijo Lia con un rostro serio—, deberías ir a ese lugar.

—¡No!, es mejor seguir el camino que ver a esas rosas—expresó con molestia—. ¡Sigamos!

—No se si lo has notado, Leonardo, pero ya nos hemos apartado mucho de la ciudad—explicó comiéndose las uñas—. Allegra, cuando despierte, estará preocupada al percatarse de nuestra ausencia. Es mucho mejor ir allí y volver.

—¡Aaaa! ¡Lo sabía! Que conveniente, Lia—Franchesco veía la conversación de los niños con una sonrisa en el rostro—. Hay que ir al lugar y luego volver, justamente al sitio donde quieres ir.

—Si, pero, no te olvides de Allegra—se dio vuelta a Franchesco—. Hazme caso a mi, yo veo por la preocupación nuestra hermana y mis intereses. Es obvio que tengo razón.

—¡No! No la tienes—Replicó Leonardo.

—Si la tengo—aseguró Lia.

—No, fea

—Si, burro

—Mosca negra—Le sacó la lengua

—Decerebrado molesto—también le sacó la lengua

Los pequeños siguieron discutiendo e insultando cada vez. Ya ni siquiera les importaba el viaje, simplemente querían hacerse ofender entre ellos. Franchesco, viendo que esto no tenía remedio, decidió detener la discusión. En unos momentos se puso a pensar en Allegra y su situación. Se preguntaba si la sorprendería escuchar tal noticia.

—¡Niños!—disipó—Tengo una mejor idea. Haremos lo que dice Lia—la niña le enseñó el dedo a Leonardo e hizo un rostro de burla—, pero, también haremos lo que dice Leonardo—el pequeño iba a mofarse de su hermanita, pero se quedó confuso.

—Franchesco, ¿cómo es eso posible?—preguntó Lia, el ceño fruncido.

—Sencillo, volveremos a donde Allegra y mientras pasaremos por las flores—aclaró—. Luego volveremos a explorar el bosque, pero esta vez con su hermana. ¿Quedó claro?

—Debes explicárselo nuevamente a Leonardo, creo que el muy tonto no entendió—mostró una sonrisa burlona, mientras el pequeño frunció el ceño.

Franchesco negó con la cabeza mientras se reía. 《Estos niños tienen mucha química》, pensó. Él estaba seguro que los días de Allegra estaban llenos de diversión y risas gracias a la actitud de los niños. En un momento se llegó a preguntar si así se comportaría sus hijos una vez que los tuviera con Allegra. De solo pensarlo las mejillas se le ponían rojas. Lia y Leonardo se quedaron viendo anonadados al joven por su actitud.



Allegra se encontraba durmiendo plácidamente entre las cobijas cálidas y suaves de la colcha. La textura le cubría del frío ambiente de la costa, notable su presencia de ser un lugar con intensas neblinas acompañados de fuertes vendavales marinos. El choque de las olas, era permisible hasta el pueblo, hacía que su estancia fuera más placentera. Ya que, en vez de ser un impedimento, era como una canción de cuna para un bebé. No había aullidos ni peleas, reclamos o problemas solamente las olas y el silencio. Un extraño silencio, algo bastante extraño para sus momentos de descanso. Silenciado todo el ambiente, pero ¿por qué lo estaba? No lo recordaba, su mente se sentía en las nubes. 《Un momento, ¿estoy despierta?》, se preguntó a sí misma. 《¿Cómo puedo tener estos pensamientos si estoy dormida? Bueno, supongo que seguiré durmiendo, al fin y al cabo los niños me han dejado tranquila y no están peleando.》 Se levantó apresurada de la colcha y al fin entendió el motivo del silencio, pero al momento de levantarse cayó nuevamente hacia atrás. Se había movido muy apresurada, sin dejarse reposar al abrir los ojos. Elevó de nuevo su cuerpo y lo sentía pesado y cansado. Las labores del Novo Clero le dejaban la cintura y espalda adoloridas, llenas de abolladuras y achaques. Su rostro se veía cansado y desganado. Como si todas sus energías se hubieran esfumado y solo quedarán las suficientes para abrir los ojos. Trató de levantarse de la colcha, pero sus pies no reaccionaron. Su preocupó y los golpeó para ver si aún los sentía, pero el golpe le provocó un dolor en las piernas. Un escozor le hizo vibrar las extremidades mientras se quejaba. Luego de terminar el calambre se levantó y un dolor punzante le apareció en el costado y cintura. Se tambaleó, pero se mantuvo firme ante su condición. Caminó lentamente agarrándose de las paredes de roca repleta de malezas capaces de cortar al más ligero roce. Buscó en todas partes y no encontró a los niños. Fue a la entrada y en la mesa se encontró un enorme pescado. Lo tocó y se dio cuenta que estaba recién salido del mar. Su puso a pensar en que si la persona que se había llevado a los niños fue Franchesco, pero no le pareció lógica sabiendo que él estaría de viaje. 《Tal vez ha llegado temprano》, pensó positiva. 《Por favor, Dios, qué así sea.》

Se devolvió hacia la colcha y buscó su corsé marrón y se sujetó los cordones. Se recogió el cabello, de prisa, se colocó su capa de sombra y salió en búsqueda de los niños.


Caminó de prisa cual brisa Marina por las calles sombrías de Di Salvatore. Las neblinas comenzaban a hacer acto de presencia en el pueblo. Hacían que la ya tétrica imagen del lugar se viera más oscuras y tenebrosas. Mas, Allegra no tenía miedo. Ella en su difícil infancia tuvo que sobrevivir en los peores sitios y lugares repletos de las cosas más aterradoras del mundo. Cosas que nadie en su vida quisiera presenciar. Por eso ya tenía experiencia lidiando con sitios lúgubres com ese. Incluso la aparente amenaza de un ladrón o violador no le hacía temer. Siempre guardaba en su capa unas cuchillas para protegerse. Como una vez alguien le había dicho: "Siempre mantente alerta, porque siempre habrán personas que se querrán aprovechar de ti y más siendo una chica bonita."

Esas palabras siempre hacían eco en su mente cada vez que emprendía un largo viaje en sitios similares. También, siempre se encargaba de rezar por la seguridad de sus hermanos, Leonardo y Lia. Ellos eran su cuidado más importante. No quería que por ningún momento ellos vieran las cosas que ella había presenciado. Por eso se aseguraba de que sus relatos tuvieran siempre como foco principal la hermosura y belleza del mundo, siempre ignorando los males del mundo.


Ya habiendo salido del pueblo llegó al bosque donde la neblina se hizo cada vez más y más intensa a la vista. De repente sintió el aroma de unas flores. Su olor era muy fuerte. De repente, escuchó el grito de júbilo de unos infantes y se encaminó en esa dirección. Cuando llegó al sitio se encontró con un césped despejado de árboles repleto de flores hermosas. Colinas y colinas con abundantes rosas de un tono celeste con blanco. Toda la neblina se disipó lentamente y cada vez era más visible el panorama. Pero, en el centro de un lugar en específico del panorama se encontraba una luz blanco y celeste, en forma de esfera, flotando. Su luz no era tan espesa ni cegadora, era más bien un pétalo de sol en el lugar. La luz comenzó a revolotear en forma circular. Allegra se sorprendió y dio un respingo cayendo en el suelo. El cuerpo de la joven se quedó paralizado, su respiración apenas era lo que la mantenía consciente. La luz esférica emitió una voz, una tan clara como la brisa y tan estruendosa como un relámpago. Y esta decía:

—¿Quién es aquel hijo de Ashtar y Elish que hace acto de presencia ante mí?—el corazón de Allegra dio un sobresalto—Dime tu nombre, Fragarán.

—Yo… ¡ayúdenme!—exclamó la joven desde sus entrañas. Era lo único que podía hacer en su situación.

A lo lejos Franchesco y los niños pudieron percatarse del grito y se dirigieron con cautela al lugar de donde provenía. La voz se les hacía familiar a los infantes, mientras el joven estaba completamente seguro de quién era la persona que había pedido ayuda. Su corazón se aceleró unos momentos, preocupado por lo que le podría haber pasado a su novia, Allegra. Maldijo para sí por haberla abandonado. Y se apresuró a dirigirse al lugar, pero se detuvo. Vio a los niños indefensos, no podía dejarlos atrás por más que quisiera echarse a correr donde su chica. Ellos eran muy importante para él y Allegra. El joven Bonaventura buscó desesperadamente algún arma para defender a su novia de aquello que le hacía gritar, pero no encontró nada. Miró al suelo, a su alrededor y se desesperó al no ver nada.


—Veo que tienes miedo—la voz se hacía más tranquila—. Haré una imagen la cual puedas comprender.

La luz se convirtió en un cuerpo que tomó la forma de una mujer con vestimenta blancas puras como un traje, los ojos azules cual zafiro, cabello luminoso y rostro angelical. Su cuerpo se encontraba flotando y luego bajó del aire y mostró sus piernas descalzas.

—Ahora sí, habla hija de Elish—dijo el ser.

—¿E-e-eres Di-ios?—se voz temblaba. Se arrojó en el suelo con la cabeza pegada al césped.

—No—dijo con voz impostada—. Soy Duhma, una Aterriz. Eres muy extraña Hija de Elish

—Disculpe mi atrevimiento—aún tenía la cabeza gacha—, pero no creo que sea la persona o ser idóneo para decirme eso.

—Veo que eres respetuosa y bastante atrevida, pero sin ser maleducada—sacó una pequeña sonrisa—, aprecio tu virtud Hija de Elish.

Nuevamente me llama así.》, pensó

—Disculpe su… usted, señora Aterriz—levantó su rostro del suelo—, pero quisiera saber… ¿por qué me llama así?

—Veo que no conoces tus orígenes, niña—caminó hacia Allegra. Las rosas se apartaban del camino como si tuvieran vida propia—. Qué más da, fue hace mucho tiempo, tanto que nadie, ni aunque viviera catorce mil años, podría recordar.

—¿Qué quiere usted de mí?—preguntó con aprensión.

—Voy a probarte, jovencita, veo que eres muy virtuosa—miró atenta.

—Disculpe, señora Aterriz…

—Dime Duhma, jovencita.

—Si, seño… Duhma—tragó saliva—. No creo ser la persona indicada. Pido disculpas.

—No, nunca me he equivoca...—pensó bien en las palabras que había elegido y corrigió—Tú eres la indicada, no repliques y hazme caso, jovencita.

Allegra abrió los labios para responderle a Duhma, pero escuchó que alguien gritaba su nombre. La jovencita se percató que los clamores, que parecían vientos silbando en la neblina, eran de una persona desesperada por encontrarla. La voz era cada vez más cercana y reconocible… más familiar. Luego escuchó otras dos voces, eran más infantiles, como de niños, al comparar con la primera. Allegra miró a la Aterriz, quien achicó sus párpados mirando a la dirección de revés a la chica. De repente, Duhma se volvió nuevamente una esfera de luz brillante, pero su luz era más cegadora que antes. Se quedó plasmada en el aire revoloteando como colibrí.

—Nos volveremos a ver en otra ocasión—dijo la luz con un hasta luego inesperado para Allegra. Al parecer la Aterriz no recibiría un no por respuesta, eso percibía de su encuentro—. Hay ojos de Divan cerca—advirtió—, ten cuidado, vigorosa Allegra. Las manos del individuo se hallan a tu pedido. Exclaman tu nombre y poder, te buscan y pronto te hallarán. Acepta mi pedido sin rechistar y así poder escapar es lo que lograrás.

Luego de pronunciar aquellas palabras, unas que a simple vista no parecían tener sentido, se fue la Aterriz. Tan misteriosa y aterradora, eso era lo que sentía Allegra de su encuentro. Había llegado de la nada solamente para contarle que se avecinaban problemas y, sin elección, la obligaba a aceptar su petición carente de lógica.


Las neblinas se dispersaron del lugar. 《¿Acaso habrá sido Duhma la causante de la repentina bruma?》, pensó. Aún más importante que eso era su encuentro con un ser espiritual. Siempre había oído mitos de razas, dioses y seres de otros mundos; en especial a la raza Okash. Los únicos que Allegra se tomaba la molestia de aceptar o por lo menos utilizar era a las leyendas religiosas. Quería conocer a algún Dios o dioses que le puedan brindar un mejor futuro o camino. Algo, ahora, estaba seguro, los seres espirituales existen. Pero, ¿cómo funcionan y de dónde provienen? Eran las preguntas que se le venían a la cabeza. Asimismo, no se olvidaba de su encuentro con la Aterriz Duhma y las palabras que le dedicó.


Luego de haberse disipado la neblina vio a tres figuras moverse velozmente entre las flores. Miró con más detenimiento y se percató de quiénes eran. Lia, Leonardo y… Franchesco llegaban a ella. Sus rostros se veían preocupados y asustados.


—¡Allegra! ¡Te encuentras bien!—Franchesco le tomó por el rostro, desesperado, y la observó con detenimiento cada lado de su rostro, brazos y cabeza—¡¿Dónde está lo que te hizo gritar?!—miraba alrededor con los puños cerrados.

—Lo sentimos, hermana, no debimos abandonarte—Los infantes le abrazaron con fuerza como si no la quisieran volver a dejar, nunca más.

—No me ha pasado nada—mintió dibujando una sonrisa tonta en su rostro. No estaba segura si decir lo que había pasado. Declarar esos acontecimientos la haría parecer una desquiciada—. No se preocupen por mi bienestar, yo estoy bien.

Franchesco le miró con tristeza y le abrazó. Ella se sorprendió ante su reacción, podía sentir el corazón agitado de su novio, parecía que iba a salirse de su pecho. Ella también le abrazó y le dio palmaditas en la espalda. Prontamente se convirtió en un abrazo conjunto. Entre todos parecían una familia.

Allegra en el fondo se sentía feliz al ver la reacción de Franchesco. Él estaba muy preocupado por ella, no podía simplemente ignorar esa reacción. Ya podía estar seguro del amor que tanto él le mencionaba siempre desde hace varios años. Antes no estaba segura y no se atrevía a corresponder correctamente esos sentimientos, pero esta vez era diferente. Su amor era genuino, no una farsa.


Franchesco le tomó del rostro y comenzó a besarle la frente, mejillas y boca, con lágrimas apenas saliendo de sus ojos castaños. Ella le devolvió los besos con pasión. Lia se quedó con un rostro asqueado mientras Leonardo empezaba a ruborizarse.

—Me preocupé mucho cuando diste ese grito—dijo Franchesco con voz llorosa.

—Pues, ¡ya ves! No tenías motivo para preocuparte, estoy bien, Chesco—le miraba fijamente a los ojos con serenidad. Pasó sus dedos en los ojos del joven para quitar las lágrimas.

Todos se tranquilizaron al notar que Allegra se encontraba sana y salva. Se devolvieron de camino a la casa. Aunque los niños habían llorado y sufrido por su hermana igualmente no se escaparían de la reprimenda futura que se les avecinaba.


Estando en la casa Allegra se encontraba sentada en la colcha hablando con Franchesco.

—Dime, Chesco ¿qué haces aquí?—dijo Allegra, los brazos cruzados

—Bueno… es que...—no podía sacar las palabras de la emoción que le provocaba decir la noticia. Aclaró la garganta. Allegra le miró confusa—Vengo a decirte que ha obtenido un cargo Marítimo en la Capital Testiana.

Allegra se quedó atónita al escuchar la noticia, con la boca completamente abierta. Luego por fin hizo una reacción.

—¡Cargo Marítimo!—exclamó—Eso es excelente mi amor—de repente su rostro se vio envuelto en tristeza.

—¿Qué pasa Allegra?—preguntó, confuso.

—Te sonará como una tontería cursi, pero me da un poco de aprensión el no verte mucho tiempo y que te aventuras en viajes y ahora que serás un marino me preocupa más—hacía círculos con su dedo índice en la colcha—. Perdón por incomodarte con mis tonterías, es solo que…

—Entiendo perfectamente, Allegra—se sentó en la colcha—. Por eso tengo otra noticia. Como las políticas de alojamientos han cambiado en el Reino ahora nos permiten un hogar a causa de mi empleo. Regularmente no se dan estos privilegios a los que viven en la capital, solamente a los que viven en lugares lejanos. Como tú, Lia, Leonardo y yo somos familia nos darán ese privilegio.

—Eso no me lo esperaba—dijo aturdida—. La noticia me hace muy feliz. Te...—paró. Se contuvo de pronunciar aquellas palabras sagradas dentro de una relación. Sería mejor utilizarla en otra ocasión. No es necesario apresurarse a declaraciones muy fuertes.

Franchesco le tomó de la mano y la besó—Sé que no es mucho, pero prometo de corazón que subiré de rango rápidamente y te daré todo lo que te mereces—se levantó y fue a la mesa de madera. Sacó de entre la bolsa una caja, aquella que el capitán le había entregado—. Esto es para ti

Sacó un collar lujoso y lleno de gemas de lo más preciosas. Allegra palideció ante semejante objeto de valor. El joven le colocó el collar a la chica y ella lo admiró con felicidad.

—Esto es un regalo especial que conseguí en uno de mis viajes—dijo ruborizado—. Es una pequeña muestra de mi…

Allegra le calló con un beso en los labios y con un abrazo lleno de alegría. De pronto lágrimas comenzaron a bajar de sus ojos como si fuera un río caudaloso.

—Te amo—dijo al fin la chica.

—Yo también te amo.

Lia veía a Leonardo llorar de felicidad y lo observó con una mirada burlona. Le propinó un suave codazo en el costado para llamar su atención, pero el chico no se inmutó y siguió apreciando la escena.

19 de Fevereiro de 2021 às 15:05 0 Denunciar Insira Seguir história
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