Conto
1
725 VISUALIZAÇÕES
Completa
tempo de leitura
AA Compartilhar

La verdad que no te dije

Te ves tan hermosa en ese vestido blanco. Etérea. Maravillosa. Feliz.

Camino contigo hacia el altar sin poder despegar la mirada de tu brillante sonrisa. Tu brazo se aferra más al mío conforme nos acercamos al final del pasillo. Puedo sentir tus nervios y tu felicidad. Mis ojos se humedecen y tengo que parpadear para alejar las lágrimas traicioneras que quieren escapar, atraídas como un imán por tu aura divina.

Llegamos.

Nos giramos para quedar frente a frente por unos pocos segundos antes de que te lances a mis brazos, fundiéndonos en un abrazo que lo dice todo y a la vez nada. No puedo hacer nada más que corresponderte, aunque mi corazón llora y se retuerce en agonía, exigiéndome, suplicándome que no te suelte de nuevo.
Te separas de mí y me dedicas una sonrisa tan blanca como las rosas de abril y tan luminosa como un faro de esperanza.

Una esperanza que perdí hace mucho tiempo.

—Gracias por esto, Nam. Te quiero.

La daga que penetra mi pecho se hunde un poco más, haciendo que mi alma sangre de desesperación.

—Yo también te quiero, pequeña.

No, no te quiero. Te amo.

Volteas hacia el altar y ahora son tus ojos los que se empañan con lágrimas. No quiero seguir la dirección de tu mirada, pero lo siento acercarse a nosotros. Y veo por el rabillo del ojo como extiende su mano hacia ti.
Lo peor de todo es cuando te veo corresponderle. Me giro para ver como tú, el amor de mi vida camina los últimos pasos hacia el altar de la mano de otro hombre.

De la mano de uno de mis mejores amigos.

Me dirijo a mi asiento en una de las filas de enfrente. La ceremonia comienza y dejo que mi mente nade en recuerdos tormentosos, que, a final de cuentas, me provocan menos sufrimiento que mi triste presente.

Te veo rondando por mi apartamento, con tu cabello castaño hasta los hombros flotando por ahí mientras recoges todo mi desastre porque sabías que mi madre iba de visita.

—¡Nam! ¿Por qué no puedes ser ordenado por una vez en tu vida? —Me dijiste con falsa molestia, pues sabes que todo lo que toco se hace pedazos.

Así como el amor que una vez me profesaste.

Te veo yendo hacia el puesto de helados de la calle de enfrente, comprando uno de vainilla para ti y uno de chocolate para mí, aunque ambos terminemos comiendo siempre del cono del otro.

—Toma. Dos semanas sin verte lo ameritan—me dijiste con una manchita amarilla en la punta de tu nariz.

Acerque mi servilleta para limpiarte y que no quedaras pegajosa después.

—Ya sabes cómo se pone el trabajo a veces. Unas horas extra no le vienen mal a nadie.

—Trabajar tanto no es bueno Nam. Te pierdes las cosas buenas de la vida.

Así como te perdí a ti.

Te veo dormida en mi cama, con solo una de mis camisetas blancas cubriendo tu bonito cuerpo. La mancha de humedad en la almohada me dice que te quedaste dormida recién salida de la ducha.

No puedo evitar acercarme y sentarme a tu lado apreciando tu perfil, ni puedo combatir mis ganas de pasar las yemas de mis dedos por el puente de tu nariz, bajar por tu cuello y recorrer tu silueta hasta llegar a ese dulce punto entre tus piernas. Te acaricio sin ninguna barrera de por medio, persuadiéndote en sueños de que me dejes entrar.

Tu cuerpo reconoce al mío de inmediato, y suaves gemidos emanan de tu ser, haciéndome sentir el hombre más afortunado del mundo.

Lástima que yo mismo cavé mi propia suerte.

Y ahora, te recuerdo con lágrimas de impotencia en los ojos, con tu labio inferior temblando de coraje y desesperación.

—¿Por qué te resistes, Nam? ¿Qué caso tiene seguir haciéndolo?

—Tú lo sabes mejor que nadie— jalé mi cabello, consumido por la ansiedad de pelear otra vez por lo mismo que nos había aquejado desde hacía ya unos años— no puedo hacerlo, no puedo desviarme ahora, estoy cerca de lograrlo por fin.

—¿De lograr qué? ¿Un ascenso? ¿Ganar más dinero? ¿Es eso? No es de eso de lo que se trata esto, Namjoon. Te lo he dicho cientos de veces, no me importa el dinero, me importas tú.

—Tal vez no lo veas del mismo modo que yo, pero entiéndeme. No puedo distraerme ahora — mi desesperación era cada vez más tangible.

—¿Entones soy solo eso para ti? ¿Una distracción? — ahora tu llanto era casi incontrolable.

—Pequeña, no quise decir eso. Lo sabes.

—No, Namjoon. No sé nada, ¡contigo nunca se nada! — tu voz se elevaba cada vez más —Estoy cansada de todo esto, no quiero que sigamos así Nam, por favor. Te lo suplico — los hipidos que salían de tu boca hacían casi indescifrable lo que estaba diciendo.

—Lo siento, pero no. Aún no soy lo que mereces.

Solo espera solo un poco más, por favor.

Pude ver en tus pupilas el momento exacto en el que te hice trizas el corazón, y me dolió en lo más profundo de mi esencia tener que alejarte de nuevo. Pero en ese momento, mi cabeza me dictaba que era lo correcto, después de todo, ¿qué podía ofrecerte yo?

Era solo un chico que tenía dos trabajos y que aun así batallaba para llegar a final de mes.Lo que más anhelaba en la vida era poder comprarte un anillo, una casa, y profesarte mi amor eterno mientras construíamos un futuro juntos.

Eras y sigues siendo exitosa, una buena abogada en ascenso, y yo era solo un pobre trabajador de una fábrica, que en sus descansos escribía canciones para ofrecerlas al mejor postor, que iba de puerta en puerta buscando quien quisiera contratarlo como productor o escritor para salir adelante.

Y estaba muy, muy cerca de llegar ahí, podía sentirlo.

Pero cuando te vi saliendo por esa puerta sin mirar atrás lo único que quise hacer fue correr tras de ti y decirte que lo sentía por los últimos años en los que te desplacé de mi lado, aunque siempre estuviste ahí.

Pedirte disculpas por las ocasiones en las que te mentí diciéndote que no te amaba a la par que tú no te rendías y te encargabas de recordármelo con cada cosa que hacías por mí.

Suplicarte que me perdonaras por todas esas veces en las que te hice mía, para después hacer como si nada hubiese pasado, mientras veía como tu luz se apagaba con cada gesto de indiferencia.

Caí de rodillas y lloré amargamente, tratando de convencerme a mí mismo de que hice lo mejor para ti. Que todo iría mejor cuando me contrataran en Big Hit y entonces podría ir a la puerta de tu casa con un enorme ramo de flores en una mano y un anillo en la otra. Me veía levantándote en mis brazos, besándote sin miedo, tomados de la mano por la calle, escogiendo juntos nuestra casa, y decorando de rosa pastel una de las habitaciones mientras escogíamos el nombre de nuestra hija.

Durante esas tres semanas que no supe de ti, esa gran disquera me dio la noticia de que por fin me habían contratado. Iba a ser famoso, importante. Mi sueño de por fin ser digno de ti se estaba comenzando a cumplir.

Al siguiente mes y con mi primer sueldo compré el anillo más bonito que pude conseguir y lo guardé bajo mi almohada, soñando todas las noches con el día cada vez más próximo en el que me presentara frente a tu puerta con él. Para cuando planee todo con detalle y me había decidido por fin a tocar tu puerta, habían pasado dos meses desde aquella fatídica noche. Conociéndote, primero intentarías aventarme un par de floreros por haber desaparecido del mapa más tiempo del que ambos podíamos soportar, pero después de mucho rogar, estaba seguro de que me dirías que sí. Era lo que ambos habíamos estado esperando por cinco años. Toqué la puerta de tu apartamento como lo había contemplado, con un gran ramo de flores frescas, y el anillo a salvo en uno de mis bolsillos. Me había comprado un bonito traje y mi cabello ahora estaba arreglado y peinado.

Pasaron los minutos y no abrías, muy extraño. Solías estar en casa a esas horas. Toqué un par de veces más y nada. Saqué mi ahora nuevo teléfono y busqué tu número, pero siempre me mandaba a buzón de voz. Te mandé un mensaje que nunca llegó.

Tu amiga la vecina de enfrente se dio cuenta de mi insistencia y se compadeció de mí, diciéndome que te habías mudado hacía tres semanas. Mi corazón se desplomo, después se tranquilizó un poco cuando me dijo que habías regresado a tu ciudad natal para trabajar en un bufete de abogados de allá. Decidí que viajaría ahí tan pronto como pudiera.

Guardé el anillo y el traje, y puse las flores en agua para que no murieran tan pronto, pero al pasar una semana tuve que tirarlas ya que estaban marchitas.

Paso un mes, y después otro, y la empresa me absorbía tanto que no pude ir a visitarte. Al parecer tu teléfono ya no era el mismo ya que seguías sin contestar mis llamadas y mis mensajes parecían nunca llegar.

En esos dos últimos meses llegaron chicos nuevos a la empresa, más jóvenes que yo con los cuales hice migas muy pronto. Entre ellos estaba Taehyung, un chico bastante peculiar, pero con buen corazón. Desde que llegó no dejaba de hablar de una chica que había llegado hacía unos meses a su complejo de departamentos, y que se enamoró de inmediato cuando ésta le sonrió en agradecimiento por haberle ayudado con la mudanza. Al parecer mantenían contacto frecuente ahora que Tae se había mudado a Seúl, y estaba planeando ir a verla tan pronto como los entrenamientos de lo permitieran.

No pasó mucho tiempo después de eso, un fin de semana después, acompañe a Tae a su apartamento en la ciudad vecina, dada la casualidad de que era la misma ciudad en la que te encontrabas. Tae me recibió en su apartamento y me ofreció quedarme con él mientras te buscaba. No le conté mucho sobre nosotros, prefería que se quedara así de momento, que solo fuera algo entre tú y yo.

Sin embargo, el destino me jugó una mala pasada cuando te vi salir de la puerta de enfrente al apartamento de Tae.

Me quedé sin respiración y pude ver que te pasaba lo mismo. En ese momento, Taehyung salió también de su apartamento y con un efusivo "noona" se acercó a ti para abrazarte. Te dio un beso en la mejilla que hizo que mis venas palpitaran con fuerza, marcándose en mi cuello y mis sienes.

Aún no salías de tu estupor, por lo que solo soltaste un casi inaudible me tengo que ir, y saliste de ahí.

No le conté a Taehyung quien eras, aunque se quedó extrañado con nuestra actitud. A los dos minutos recibí un mensaje tuyo, porque claro, sabías mi teléfono de memoria.

Me citaste en un café, al que llegue casi corriendo.Hablamos después de largos minutos de silencio, ninguno quería ser el primero.Pero tú siempre has sido más valiente.

No me reprochaste por los meses en que no nos hablamos, ni tampoco por que fuera en tu búsqueda después de los mismos, pero si me preguntaste que era lo que había cambiado para que apareciera de nuevo en tu vida. Te explique que había cambiado de trabajo y que ahora estaba más ocupado que nunca, pero que por fin era digno de ti. Saqué el anillo que llevaba conmigo y te lo ofrecí. Te abrí mi corazón, dejando fluir por fin todas aquellas palabras que había guardado por años. Lo mucho que te amaba y cuan mal me sentía por haberte hecho tanto daño.

Escuchaste atenta a cada palabra que salía de mi boca, pero no mostraste reacción alguna. Mi corazón comenzó a latir más despacio cuando tu expresión no sufrió cambios después de haberme declarado. Permaneciste así unos minutos, en los que quise echarme a llorar por la incertidumbre. Tomaste la cajita con el anillo y la cerraste, empujándola de nuevo hacia mí. Mis ojos comenzaron a aguarse al no entender lo que estaba pasando.

—Namjoon. No sabes todo lo que hubiera dado por haber escuchado eso hace cuatro meses—ahora eran sus ojos los que se veían tupidos de lágrimas— hubiera vendido mi alma por escuchar todo lo que me acabas de decir. Pero ya es muy tarde.

¿Qué? No, no puede estar pasando esto.

—¿Por qué es tarde? ¿Acaso ya no me amas? — expulsé esas palabras con verdadero pánico.

—No podría dejar de amarte en solo cuatro meses, Namjoon. Pero ya no eres lo que quiero, no más.

Mi corazón arde. ¿Acaso fue esto lo que sentiste aquella noche que te aleje?

—Pequeña, soy el mismo Nam. Tu amigo de toda la vida, tu cómplice, tu alma gemela — no pude evitar que mi voz se quebrara.

—Así es, sigues siendo el mismo, pero yo ya no soy la misma.

Pequeña, ¿Qué te he hecho?

—En estos cuatro meses que estuve sin ti me di cuenta de muchas cosas. Tal vez nunca deje de amarte, Namjoon, aunque Dios sabe que lo intentare. No puedo casarme contigo, no después de todo el daño que me has hecho, el amor que tengo me cegó y olvide de amarme a mí misma. Cada vez que me alejabas, cada vez que rechazabas mis "te amo" y negabas tus sentimientos me rompías un poco más. Pero no pude alejarme de ti porque tenía la esperanza de que este momento llegaría. Y nunca llegó — tus lágrimas eran incontrolables para entonces.

Mi amor, perdóname.

Me dijiste que aquella noche te diste cuenta de que no podías seguir viviendo así. Que necesitabas alejarte de mí, por mucho que nos necesitáramos el uno al otro. Que querías empezar de cero, y que por mucho que me amaras, los pedacitos de tu corazón que aún sobrevivían no eran los suficientes para sostener en pie ese amor incondicional que siempre me habías tenido.

Yo me había encargado de matar mis esperanzas contigo.

—Conocí a alguien— soltó de repente, y mi alma lloró al saber lo que venía— tenemos poco de conocernos, pero quiero darle una oportunidad. Es un buen chico.

Supe que hablabas de Taehyung.

Tu tono suave solo me hizo querer llorar más. Me sentí como un cachorro que de pronto pierde a su familia y no sabe que le deparará la vida en el futuro.

Tomé el anillo y lo guardé de nuevo en mi bolsillo. Me pediste disculpas mientras secabas tus lágrimas y te levantabas, dejando el dinero de nuestros cafés ya fríos sobre la mesa. Te acercaste a mí y dejaste un beso en mi mejilla, tu último beso.

Cuando regresé al departamento de Taehyung ya era de noche, y él me esperaba con la cena. Tuve que rechazarlo para irme a encerrar en la habitación de invitados.

A la mañana siguiente desperté con un mensaje tuyo que ponía "Todavía eres mi mejor amigo". Me deshice en lágrimas de nuevo, las cuales fueron interrumpidas por un alegre Taehyung, quien gritaba por todo su apartamento que su noona había aceptado tener una cita con él.

Te deseo lo mejor, amor mío. Espero que Taehyung te haga lo feliz que no te pude hacer yo.

—Acepto.

Un aplauso repentino me saca de mis recuerdos, y regreso a ti y a tu imagen perfecta contemplando a Taehyung como una vez me contemplaste a mí.

Ambos lucen bien juntos, desprenden un aura de tranquilidad y amor que cualquiera envidiaría. No puedo evitar que una lágrima escape de mí de nuevo al verlos tan felices, tan completos. Jimin me extiende un pañuelo mientras me mira con compasión. Él sabe lo mucho que te amo.

Otro acepto se escucha, ahora producto de tus dulces labios. Cierro los ojos y respiro, sabiendo que no hay marcha atrás. Vítores se escuchan cuando Tae y tú se besan sellando así su matrimonio.

Y sellando la tumba de mi amor.

Me levanto como todos los demás y aplaudo, pero no puedo escuchar nada. Mi vida a tu lado pasa en cámara lenta frente a mí, desde la primera vez que hablamos cuando teníamos ocho, hasta la primera vez que hicimos el amor, aquella vez que me confesaste tus sentimientos. Todas las veces que comimos helado o nos desvelábamos viendo una serie en Netflix. Tus mensajes a lo largo del día, preguntándome si ya había comido o preguntándome en tono de broma la lista de cosas que tenía por arreglar después de que yo las destruyera.

Ojalá pudiéramos volver a ese tiempo, pequeña.

Tal vez así, la verdad que no te dije hubiera sido la salvación para arreglar aquello que tanto me empeñé en destruir.

20 de Janeiro de 2021 às 23:53 0 Denunciar Insira Seguir história
0
Fim

Conheça o autor

Comente algo

Publique!
Nenhum comentário ainda. Seja o primeiro a dizer alguma coisa!
~