Como cada noche el amante se aparta de la manada, escala la cuesta entre los ramales hasta el peñasco más alto donde se pierde entre la bruma del mar, buscando acercarse a su amada.
La dama emerge desde la lejanía, donde el cielo se tiñe de rojo previo a oscurecer, puntual a su cita se presenta altiva ante su pretendiente, vestida de luz observa al amante furtivo quien busca con sus melodías atrapar su atención.
El enamorado entona bellas notas al reanudar su serenata, implorando con ello el amor de su musa, motivo de inspiración.
La cita termina como las demás, con la dama volviendo a su escondite y el enamorado a su madriguera.
Los días pasan y se vuelven meses, los años completan una década que se acumula en el ánimo del amante, menguado en su fortaleza y propenso a desfallecer.
Por primera vez, el amante cuestiona en silencio la indiferencia recibida, obteniendo nula respuesta.
Con la cabeza baja, decepcionado se encuentra por fin con su amor al alcance, meciéndose en las crestas de las olas.
Ansioso por estar con ella, cede ante la debilidad de sus piernas para dejarse engullir por el mar, donde consigue al final unirse a su amada en el sueño eterno.
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