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EL AUTOBÚS

EL AUTOBÚS.

Esa mañana era como todas las mañanas. ¿Por qué iba a ser distinta aquella mañana? Hice exactamente, paso por paso, todo lo que había hecho en todas y cada una de las mañanas laborales del año. Me puse la corbata diaria de la cordura, tomé el vaso diario de la consciencia y besé a la mujer que amaba no tan a diario como yo hubiera querido.

Me marché de casa y me dirigí hacia el autobús, rumbo a la tienda. La parada, como siempre, plagada de rostros conocidos y a la vez extraños. La mujer del abrigo negro y el rostro compungido, el señor de la gabardina gris y ojos oscuros, el niño de sonrisa alegre y ojos vivaces, la muchacha de cabellos rubios oxigenados. Todo parecía ocurrir como estaba previsto. Por fin y tras una espera de cinco minutos, el autobús. Todos montamos en él.

Permanecí durante un rato de pie hasta que pude encontrar un asiento libre. La gente se agolpaba y apenas había sitio. Por el momento, todo iba siendo normal, incluso me percaté de que el día anterior me había sentado en el mismo lugar, hacia el centro del autobús, junto a la ventana.

de pronto el vehículo, tras salir de un semáforo cambió el rumbo cotidiano. Todo el mundo parecía ajeno a la maniobra del conductor.

-Me imagino que ha variado su recorrido por causa de alguna obra- le dije a un señor de negro que viajaba a mi lado en ese momento. Sin decirme nada asintió con la cabeza pero con una mirada no muy convencida.

Tal vez debido al cansancio, el día anterior no había podido dormir a causa de ciertos problemas laborales, cerré los ojos un momento y parece ser que me quedé dormido.

No debí de estar ni tan siquiera cinco minutos cuando me desperté atónito ante la sorpresa de que el autobús había cambiado considerablemente su anterior ruta. mi sorpresa era mayúscula al contemplar que el paisaje urbano que cotidianamente había contemplado tantas veces era sustituido por otro muy distinto e inimaginable.

El calor era insoportable. Vi a través de la ventana ríos de lava ladera abajo. El suelo eran prácticamente bloques de piedra que flotaban en el magma.

-¿Todo va bien ahí atrás?- preguntó el conductor.

La gente parecía ajena a todo lo que ocurría en el interior.

-Tal vez un poco de calor.-dijo la señora de negro que no cesaba de abanicarse.

-Pondremos el aire acondicionado, pues.-señaló el conductor.

el aire acondicionado refrescó un poco el ambiente, ya muy caldeado dentro del autobús. Pero mi curiosidad por saber qué ocurría seguía tan candente como antes.¿Qué estábamos haciendo en un autobús surcando unos parajes para mi gusto dantescos y que más bien asemejaban paisajes infernales?

-¿Hacia dónde nos dirigimos? – pregunté a mi compañero de asiento que parecía seguir impertérrito clavado en el sillón.

-¿Todavía no lo sabe señor?- me contestó con otra pregunta aún más inquietante que la mía.

-No, por eso se lo pregunto.

-Nos dirigimos a un lugar del que jamás podrá regresar.

Aquellas palabras, que a mis oídos sonaron a versos infernales, parecían sentenciar un final tanto para mí como para los que estábamos allí reunidos. Pero la serenidad de la gente era lo que más me sorprendía. Parecían saber lo que les esperaba y lo aceptaban con aparente agrado.

La mujer de negro me sonrió un momento y se dirigió a mí.

-¿Se siente cómodo, señor?

-Pues la verdad es que no es en la comodidad en lo que estoy pensando ahora, ni mucho menos.

-Tranquilo. le veo un poco tenso.

-¿Cómo quiere que esté tenso? ¿Acaso usted no lo estaría?

-Ya verá como todo se soluciona. Fíjese quién está viajando con conmigo.

La señora de negro, que se sentaba delante de mí señaló a alguien que estaba junto a ella y que al volverse resultó familiar para mí.

-¿Qué te pasa hijo mío? ¿qué has hecho?

Aquellas palabras trajeron a mi mente momentos vividos durante la niñez. Siempre que algo malo me sucedía, mi madre se acercaba y, tomándome en sus brazos, me decía justamente estas palabras. Ahora, en aquellos momentos tan amargos, volvía a aparecer aquella imagen que me consolaba y me hacía sentir mejor.

-Tranquilo, hijo mío. Has vuelto a casa.

el conductor se volvió y después de sonreírnos nos dijo:

-Ya hemos llegado.

-¿Llegado a dónde?- pregunté a mi madre.

-Estaremos pronto en casa. Hemos venido todos a recibirte. Ha llegado el momento de que volvamos a estar todos juntos.

Y entonces me di cuenta de que el autobús estaba lleno de familiares, amigos, vecinos, conocidos, todos gente muerta. Incluso la señora de negro parecía cada vez más familiar.

-Es la tía Berta. Ha muerto recientemente.

-Pero ¿y yo? ¿Estoy realmente muerto?

-¿No recuerdas, hijo mío, lo que te sucedió?

-No. Yo simplemente subí al autobús, me dormí...

-¿Recuerdas el café que te tomaste esta mañana?

-Sí. Como todos los días, me lo bebo amargo, sin azúcar, con prisas para no llegar tarde a la tienda.

-Esta vez su contenido era algo más que café con leche.

-¿Qué quieres decir?

-Tu mujer no te echará de menos. Ahora hay otra persona que vela por ella.

-¿Mi mujer? ¿Quieres decir que ella...? ¡Me quería!

-Vamos criatura, todos vivimos el engaño de la existencia. Ahora todo esto en realidad es producto de la imaginación de tu inconsciente.

-Entonces, ¿estoy soñando?

-Yo no puedo decírtelo. Solo tú podrás descubrirlo algún día...

Toqué el timbre de parada y el conductor detuvo el autobús. Se abrieron las puertas y bajé. Con un suspiro de alivio descubrí que me encontraba de nuevo en mi ciudad, avenida Cesaraugusto, rumbo a mi tienda en la calle Alfonso. Ese día sonreí a todas las clientas. ¡El Infierno podía esperar..!

9 de Janeiro de 2021 às 02:29 0 Denunciar Insira Seguir história
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