Acostado sobre mi cama observo el movimiento de las manecillas del reloj, lento y constante, sus vueltas me sumergen en un interminable trance. Las paredes se derriten como caramelo, y mi cama se convierte en mar olor lavanda. Navego en mares de pensamiento que me dejan en tierra inexploradas, en más de una fui feliz, pero en casi todas me perdí. Recorro el pasillo de los recuerdo, abro las puertas y recapitulo escenas de mi pasado, pero entre momentos de felicidad, me pongo a pensar en las cosas que hice mal y las que quisiera cambiar.
Buco algo que leer en los estantes de mi habitación, escogí uno al azar y a la hoguera fue a parar, maldito final, tan lamentable y tan predecible que al autor me hizo odiar. Doy vueltas en la cama, esperando el golpe de inspiración que me saque de esta cárcel, mas el único golpe que encuentro es el de mi cara contra el suelo cuando del borde caí, decidido a resignarme en esa posición me quedé. Si salgo puede que me dé una grave enfermedad, dicen en las noticias, pero la locura que poco a poco voy acumulando es más grave que cualquier enfermedad. Tengo síndrome de aburrimiento crónico y un leve caso de demencia, mi cuarto se ha convertido en un manicomio.
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