1566617928 Francisco Rivera

Continuidades y discontinuidades en la vida del clan del Gran FA 1 y su genealogía, pese a lo que han sustentado sus historiadores...


Ação Para maiores de 21 anos apenas (adultos).

#Hechos-inusuales #Años-de-Vida
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Henaida Crass 1

Inicio De La Segunda Parte

Capítulo 1


—Ya corren veinte años en las vidas de los niños de Henaida Crass —, dice así el Gran FA 1, quien está a punto de fumar su cigarrillo de cannabis mientras se encuentra en la azotea del edificio de departamentos donde vive su familia.

Observa el cielo y toma un hilo del relato para recrear su momento de soledad y frustración por la pérdida de un trabajo mecánico más.

No obstante, repone para sí:

— ¡Apenas un ayer en la década de mil novecientos cincuenta! —, dice, y deja volar su imaginación bajo ese efecto que lo lleva a transferir sus problemas inmediatos sin la gracia de la responsabilidad personal.


Inspira un gran jalón de la yerba encendida (inhalar lo más que puede) al momento en que responde con gran dificultad cuál es el sentido de su propia humanidad, equivocando los años de alumbramientos, debido al estado de embotamiento mental por el que atraviesa:

— ¡No, ellos nacen en años pares, con intervalo de ocho calendarios entre sí! —, tras ese momento, se quema, literalmente, las yemas de los dedos de la mano derecha y resiste hasta un límite mientras que, con las uñas, sostiene lo sobrante para succionar lo ínfimo del carrujo. que se dispone a terminar, y prosigue con ese asunto de soliloquio:

— ¡Ja! ¡Henaida!

¿Para qué crees que tengo estas uñas, si no es para aprovechar hasta la última bacha? — concluye semi adormilado.


Ahora se dispone a cerrar los ojos mientras se encuentra debajo del tanque de asbesto que contiene el depósito de agua potable que surte a la familia, cuidando de quedar fuera de la vista de cualquier mujer que se presente en las azoteas contiguas para realizar el tendido de ropa recién lavada, airearla y dejar blanquear al sol, como ocurre cada martes, jueves o sábado acostumbrado, los mismos días y momentos en que todos confluyen en sus hábitos.

Abajo, en el departamento del clan, madre Henaida discurre entre silencios de pensamiento angustiado sobre la ausencia y comportamiento último del Gran FA 1:

Mis niños marcan una perfecta sucesión de arribos al mundo, no cabe duda.

Cada cual está en relación con cada una de las cuatro estaciones de un año... —, y, sin poder evitar un suspiro que escapa de su pecho herido, un sentimiento de amor, que desfallece, vuelve a sentir en carne propia la indiferencia del papel de padre de parte del Gran FA 1.


Mientras tanto, remueve pequeños pedazos de cebolla que sofríe en una cacerola, prueba guisos y recuerda de cuando eran solteros y pareja, y continúa su monólogo:

— ¡No, no cabe duda!

¡Así lo quiso Dios!

¿Será entonces que ésta es la mejor familia con la cual debo contentarme, dada su displicencia varonil? —.


Y un acceso de cólera la lleva a remover la espesura de otro sartén que contiene los frijoles refritos que tanto encantan a la descendencia.

Tras ese estado de embotamiento mezclado con coraje y falta de pasión de los últimos días, ríe por instantes prolongados en medio de una soledad donde humean, a su vez, la sopa de fideos con verduras.

El arroz blanco que deja escapar su vapor de condimentos y el mole negro oaxaqueño, burbujeante y listo para preparar las enchiladas de ese día, un ritual digno para esa familia que crece en medio de avatares que se presentan, como en todas las familias del país, con independencia de la clase o situación socio económica en la que se encuentren.


No sin pensar en las mujeres que se dirigen a tender la ropa, escucha su entonación a capela de cualquier canción de temporada.

Cantan en su ascenso de cuatro pisos de edificios contiguos de renta mensual para llegar hasta el área de lavaderos.

Ahí, tienden las prendas limpias mientras piensan mil y una cosas del hogar.


Otras destacan sus afanes domésticos bajo un cielo azul, sosteniendo pinzas de madera en la boca, en tanto algunas más llevan ambas bolsas de los delantales repletas de novedosas pinzas de plástico de factura americana, que se adquieren en una compra furtiva hecha hasta el barrio de Tepito, muy cerca de los rumbos de la Colonia Morelos, en la ciudad de México.

Se trata de mujeres de condiciones sociales que asumen etiquetas diversas desde su papel principal para asegurar la vida que viven junto a sus proles y maridos.

Algunas de ellas, de condición más humilde se asumen como lavanderas de familia y casa ajena.


En cambio, otras, por ejemplo, son esposas y madres de familia, un tipo de hacedoras del quehacer infinito de sus hogares donde se las deja ver cómo desplazan su humanidad entre prisas y múltiples funciones domésticas, por ejemplo, ir al mercado para anticipar y preparar la comida.

Comprar tortillas.

Pasar a la panadería.


Llegar hasta la tienda de una esquina y colocar el envase de refresco de cola mientras sostienen en una huevera el producto de gallinas que ya no son de corral, sino de aviarios, vedados al libre movimiento de esos animales.

En un par de horas más adelante se dan tiempo para pasar a recoger a los críos según se estile en número de ésos, de acuerdo a las distancias promedio entre cada casa y la escuela cercana, o bien, mediando el tiempo de recorrido, siempre dispuestas para abordar el transporte público necesario que las aproxime a cumplir con esa obligación materna insuperable.

Así llega al mundo el pequeño Iván, en la primavera de mil novecientos cincuenta, luego Daria, en una tarde de verano, en 1953.


Paolo, en la noche de un otoño extraño durante 1956 y Ada, en plena estación invernal, en una mañana de 1958, cerrando así un decenio de nacimientos completos.

Sus vidas se desarrollan dentro de una familia de clase media.

Hasta entonces ambos padres se encargan de asegurar el crecimiento y desarrollo de los hijos.


Cumplen las atenciones filiales no sólo en sus sentidos biológicos sino de los que resultan complementarios en lo psicológico y social.

En este aspecto último, los niños cumplen, por ejemplo, con su asistencia escolar.

Sellan gratos recuerdos con esa infraestructura educativa en medio de profesores, enseñanza y especial posesión de bancas y pupitres de madera de cada salón de clases.


Se trata de una órbita del conocimiento que aporta una gama de sorpresas desde el momento en que se recibe la enseñanza y se experimenta el aprendizaje de acuerdo al grado educativo en el que avanzan.

La escuela pública a la que asisten en sus momentos respectivos es acorde a las expectativas de los grados escolares que se resuelven de modo paulatino en cada hijo.

Representa una especie de aventuras educativas a la que suman sensaciones de las incógnitas que se suceden cada mañana de escuela, como ocurre con Iván.


Él no sólo inicia, sino sostiene su ingreso y permanencia hasta lograr salir de esa institución bajo una experiencia de convivir a lo largo de seis años, dentro del día a día hábil de cada una de las semanas que constituyen el año lectivo, y conserva las impresiones de su instrucción y sus efectos concentrados en un tiempo concreto en el que transcurre una parte de su propia vida de estudiante, hijo de familia y compañero de clases.

En esa marca de administración escolar se escuda una manera de pensar no sólo de él y para él, sino como hermano y destino de una familia cuyos padres se esfuerzan para que dicha experiencia de vida no resulte fatal y se adapte al interior de su conciencia dentro de ese ser social educado en los parámetros de la instrucción pública.

Cada día que transcurre en su hecho de estudiante que avanza al siguiente nivel, le recuerda el anterior momento general desde su inicio, y a cada mes y grado que se sucede difumina ese recuerdo hasta casi empezar a constituir una cuenta regresiva que se repite desde el primer momento en que se encuentra solo, en medio de otra puerta de ingreso al plantel escolar subsecuente: el de secundaria.

Como púber, años después, entre otros chicos de ambos sexos, asume con naturalidad la presencia de ellas, sus compañeras de clase y del plantel al que acuden quienes viven en el barrio o proceden de colonias adyacentes a su propia comunidad, pues es algo que los vincula desde la educación preescolar de esa lejana guardería municipal donde inicia su aventura educativa y de socialización.

No olvida al resto de los compañeros que presentan carencias inimaginables tanto de afecto como de medios económicos, pero junto a unos y ante otras, él guarda fidelidad en esa extraña asistencia ante una construcción particular convertida en escuela.

Es revelación de una verdad indiscutible: ser una vieja casa de alguna familia particular con ingresos económicos altos, que pudo haberla adquirido, o quizá, ha sido planificada después como residencia o en última instancia, haber pasado a ser una construcción adaptada para uso de centro educativo.


Por primera vez entiende, sin que se lo expliquen, que se encuentra ante una funcionalidad de centro de enseñanza por el sólo hecho de estar ubicada en un lugar que resulta icónico para las autoridades públicas, y que, pese al paso del tiempo, todavía es útil de ser aprovechada como inmueble que se destina por alguna causa pública a tal hecho, si bien, nunca explicado a satisfacción.

Le representa un tiempo de contexto de referencia importante: Ivan asocia esa construcción para destino de ser una secundaria con la que experimenta cierta continuidad tras haber dejado la anterior escuela primaria, pues es el primer estudiante de la familia del Gran FA 1 y de Henaida Crass que egresa de una casa ajena convertida en escuela pública a una siguiente, también pública, pero no menos casa particular.

En ese primer año ocurren muchas cosas y circunstancias cruzadas mientras corre cada uno de los años de la primera mitad y la segunda parte del siglo XX.


En tal año de ingreso-egreso de la educación básica, se encuentra en el experimento de los cuatro años últimos de la década de los años cincuenta y los dos primeros de la década de los años sesenta, pues en esa llamada del tiempo que vive, se encuentra entre recintos de tareas, honores a la bandera y canto de estrofas del himno nacional, los días lunes de cada semana.

Así transforma su revisión rigurosa de presentación y aseo personal.

Inicia una labor de auto-atención de sí mismo con resultado de observar en otros chicos de su edad el mismo detenimiento excesivo que pone ante sus ojos el rigor sanitario de las maestras en cada alumno.


La finalidad de detectar de manera temprana en cabezas y cuellos de camisas de estudiantes de ambos sexos la ominosa evidencia de portar piojos y liendres. También le sorprende en cuanto a la inspección de oídos limpios y uñas de las manos bien recortadas. De reparos en el vestuario, por ejemplo, la camisa blanca debe hacer desfallecer de envidia la sola pureza de las nubes del cielo y, por supuesto, de la ropa bien planchada desde la cual emana la evidencia del baño diario.


La parte que más agrada a Iván, después de superar esas franquicias mentales del profesorado y de las suspicacias de las autoridades docentes, se remite a las marchas musicales para hacer ingresar a los alumnos a sus respectivos salones de clase.

En todo ese rito hay una comunicación en determinado momento cuando se vuelve a repetir esa monomanía a través de la pequeña Daria, quien reproduce movimientos, gestos y ademanes de Iván.

Ella, previo al momento de sentir esa experiencia educativa en su primera mañana educativa, acomoda en su ser y mente, la imagen que guarda de su mano (hermano) mayor.


Sabe que se encuentra vestida de manera impecable y olorosa, gracias a un perfume discreto de su madre.

Lleva uniforme, zapatos, útiles y mochila nuevos, tan sólo para alcanzar a ver a su hermano en el ingreso al salón de niños y niñas del grado correspondiente y ser así, sin más, hermanita del Iván, la de primero.

En esos primeros momentos de verdadero empirismo educativo se encuentra ante un reconocer todo al interior de un mítico salón de clases.


Su amplia dimensión y especial ventanal le permite sentir un ingreso cálido y tranquilo de luz matinal donde le parece que baña al ambiente y le otorga un lugar único en su mente y corazón.

Por extraño que parezca, sabe que es ahí, no en otro lugar, donde se comparten risas y coros.

Preguntas y respuestas y en un sentido especial, el caso de una enseñanza que le permite avanzar en el aprendizaje cotidiano.


También siente una esencia de confianza y cariño hacia la afable profesora sobre la que deposita un trato semejante, pues queda maravillada de comprender para sí misma que se permite dialogar con una adulta.

Además de hacerlo a la perfección, su trato con los amigos y amigas del grupo en el que se encuentra, le dan un reconocimiento de niña que habla muy bien o que se expresa muy bien.

Así, sin proponerse demostrar la desenvoltura personal ante los demás, muy a lo Daria, hace referencia a sus compañeros estudiantes del primero A, y la marcan de por vida dentro de ese ambiente escolar.


Entiende por un modo único y secreto que reside en su naturaleza infantil aprehender todo con extrema facilidad, lo que le permite establecer la relación que expone y propone esa letra del alfabeto con el que se designa su grupo escolar.

Del mismo modo, con muchas otras cosas distintas, bastante diferentes que anidan en su existencia para nunca jamás olvidarlas.

Desde esos momentos se da cuenta de un juego de relaciones más generales con cuanto ocurre en su vida.


Descubre que en esas generalidades de todo hay compartimentos particulares que, incluso, le muestran ventanas más concretas o específicas que la convencen de ser un ser humano que atisba, observa y analiza la repartición en fracciones infinitas de la vida en cada niño o niña.

Desde su apreciación, sabe que siempre han estado ahí y en cualquier lugar.

En todas partes, sin fatigarse para encontrarlas semifijas o detenidas en el tiempo.


Muestran su estado de respiración pausada, graciosa, silenciosa y reservada.

Le recuerdan pequeños globos de todos los colores imaginados donde se inscriben los nombres de cada estudiante, según el color que más les gusta exhibir a cada cual.

En Daria, a diferencia de Iván, el descubrimiento de asociaciones presentes en la vida no es algo común y corriente.


Quizá, tampoco en la vida de su hermano mayor, y poco probable en las de Paolo y Ada.

Ambos, por ejemplo, en los respectivos años que cierran esa década y abren la siguiente, son los hermanos que esperan su momento de acuerdo a lo que Daria, la segunda, les filtra desde que son bebés.

En respectivos momentos de arribo hasta el centro de esa familia, cuando se encuentran ante juegos de desenvoltura humana, la madre se sorprende al llevar a cabo nada más ni nada menos, que una esencia de estimulación temprana y natural a través de Daria desde los primeros gateos a cuatro extremidades: a brazos y rodillas, primero, y luego, al sustituir éstas últimas por las manos y las piernas, para dar paso a otros instantes donde a las primeras muestras de pasos tambaleantes, caídas de incorporación súbita y correrías alocadas por toda la casa, discurren en particulares instantes de ser y actuar único, por ejemplo, al esquivar obstáculos y personas de manera temeraria.


Daria sabe, por esa condición secreta de la existencia, que mientras corre la década de los años cincuenta la proximidad con la de mil novecientos sesenta es un compás de espera.

La familia extensa ni siquiera imagina respecto de lo que se presenta en su secuencia ante sus padres y abuelos.

Y por supuesto, las consecuencias desde cada uno de los hermanos que conforman el clan de Henaida Crass, superando en más a las del propio FA 1.


Fin de la segunda parte


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Inicio de la tercera parte

Los niños de Henaida Crass

Capítulo 2


Cada uno experimenta a su manera, los juegos de canicas en pisos de tierra o desde la reunión de niñas en grupos del mismo sexo en cualquier lugar de la calle.

De saber estar en completa libertad en las inmediaciones de un parque de juegos infantiles o para practicar fútbol en canchas de cemento, sin encontrar ninguna línea divisoria sobre esas superficies que marquen la evidencia de nada en particular.

En esos momentos de vida en común, golpear el cuerpo de repente con tubos de porterías, caso de Iván, o de estructuras de tableros y aros simples, sin redes, colocados para prácticas de basquetbol, caso de Daria.


O interferir con postes para encuentros de volibol, un asunto de la sola incumbencia de Paolo, representan recuerdos de ese tipo de accidentes experimentados como niños de cualquier sexo.

Mientras que la naturaleza humana infantil pasa a la censura inmediata al encontrar en dicho espacio a cielo abierto a parejas en besos ardientes y ante la vista gorda de todos los concurrentes al mismo lugar, caso de Ada, quien siempre niega con su bella cabeza de cabellos ensortijados color azafrán, y en el realce de pecas graciosas y perfil de modo sutil en fina, recta y bien trazada nariz, lo que censura con risa maliciosa.

Los chicos, como suele expresar cualquiera de ellos, cuentan con un haber de vida: la, por ahora un ejemplo a propósito, doña Susana, mujer entrada en carnes propias y que conserva su belleza de facciones griegas, como de esa sorprendente cintura que da realce manifiesto a sus poderosas caderas, ejemplo de un andar de provocación masculina que deja al descubierto su reserva de maternidades anteriores ahora que ya cumple sus cuarenta años de edad.


Dueña de una tienda de abarrotes y compañera de un marido curioso, trabajador, ordenado y afable, nadie sabe con certeza cuándo o en qué momento él se separa de ella para promover feliz destino y vida tranquila e instalarse en departamento aparte con la última dependienta joven: la adorable Lorelei, que lo prepara para el cambio de aquella vida sedentaria y tranquila al ser un generador de trillizos.

En esa modificación de la diferencia de trato y reservas se advierte para madres entendidas y abuelas de juzgar severo, el efecto que cubre un manejo de cierta diplomacia femenina habida entre ambas mujeres al sostener un trazo sutil de línea alejandrina para conservar las buenas apariencias.

En tal ser y decir respecto del qué dirán las conciencias del barrio y sobre todo ese caballero, respecto de lo que se sabe de él, su vida continúa en medio de la afable sonrisa.


La curiosa disposición para el trabajo y el orden que imprime a su proceder como vecino sin falta alguna, excepto aquella de tal desliz, no altera el producto al que deba agregarse cualquier falta en lo sucesivos y ante su familia multiplicada desde un sólo parto.

En ese recuerdo, las mudas alambradas ciclónicas semiderruidas por el peso de parejas que por entonces muestran su feliz efecto de relación de noviazgos, tiene un ejemplo en el caso de la, entonces bella Susy y el pretendiente del que, por ahora, no importa su nombre, pues ella se encuentra interferida por la cantidad de amor a abrazos, besos y caricias manifiestas a los cuatro vientos, y ser, además, una de las hijas celebradas del barrio.

Es decir, aquellas otras, las que la celan o difaman, juzgan de modo único y perspicaz, tildándola de ser: la arrebatada Susy de tórridas y pasadas muestras de amor intenso, cuyos avatares de citas de otros novios anteriores entregan y muestran el arte de los besos prolongados, censurados en todo lo alto de sus inocencias precoces por niñas sonrientes, particularmente como es el caso de Ada...


En ese correr a toda prisa, cualquiera de esos chicos, en momentos de ráfaga y huida de correteos furtivos se llegan hasta la bomba de agua para refrescarse pies, manos y cabezas durante las épocas de calor primaveral o durante el sopor de verano.

En los llamados años cincuenta, los tempranos padres discuten sobre ciertas teorías de la disciplina que deben acomodar a sus críos.

Para estos jóvenes progenitores las diferencias estacionales son de relativa importancia, más no así los castigos a sus niños ante la mala conducta que observan en las bendiciones filiales y hogareñas del Dios y Dador de Todo, sin excluir problemas de la vida en común.


No obstante, una extrañeza inexplicada los convence de algo indudable: son ellos lo que sus padres en esa otra vuelta de tuerca anterior, pero mejorada, marcan de manera exclusiva y compartimentada sus personalidades expuestas en actividades diarias y en comportamientos personales.

En mil novecientos cincuenta, cada uno de los niños ejemplifica ser estudiante elemental al vestir ropa apropiada para cada sexo.

Marcan diferencias significativas en sus maneras de hablar y sentir, como en el caso de las niñas.


En el caso de ellos, algunos llevan pantalón largo o shorts de manera indistinta.

Juegan el salto al burro ó a las tamaladas, por ejemplo, donde un muchacho de más estatura en esta última se coloca con compás abierto, recargado ante una pared firme como lo es la del cuarto de bombas de agua, para permitir colocar la cabeza de otro con ajuste y presión exacto en la unión de entrepiernas.

Así, facilita que los hombros del primer eslabón humano queden sujetos al llamado poste.


En este agachado flexionar medio cuerpo, deja que los saltadores lleguen hasta ese sujetador del primer encorvado.

De manera subsecuente los eslabones se agregan a cada agachón que sólo muestra la espalda y aumenta la extensión de quienes se designan así para dificultar el salto de los que hacen el intento de llegar hasta el pilar erigido en un muchacho más alto y fuerte que el resto de los jugadores.

De manera progresiva y rápida esos chicos son ejemplo fiel de la palomilla de rufianes, así calificada por ciertos adultos mayores y abuelos de algunos de ellos.


En ese juego, se permiten estallar risas, muecas, pisar de manera franca esos lomos sin cabeza cuando se toma distancia para dar un salto de vallas o salto triple para caer con todo su peso lo más cerca posible del gandul poste que responde al nombre de Oscar.

Así, éste vence a puñetazos al osado que vuela por los aires para evitar o propiciar una de dos circunstancias: un estrellarse contra éste, personificado en jefe de berracos, buenos para nada, así catalogados por las madres furiosas que les observan a distancia, sin impedimentos de ninguna especie, o bien, cuando observan molestas en grado sumo, cómo caen con piernas recogidas, enterrando las rodillas sobre los lomos de esos remedos de recuas de mulas para dejar escuchar gritos de dolor, sucesión de golpes con los nudillos de las manos para aporrear a los doblados e incluso colgarse de sus hombros y terminar separando, de manera violenta y festiva a cualquier mostrador de espaldas.

En momento preciso, corresponde a Iván pegar el salto sugerido y volar por encima de cinco espaldas ajenas.


Cae sobre la primera y recibe los puñetazos de rigor que lo derriban entre gritos y carcajadas de chico gamberro que gana fama de que lo es.

Para nadie de los niños es secreto, que, al estar a punto de saltar en segundo intento, promete llegar hasta ese primer eslabón y desbancar de lugar al maldito posteador.

Pero, a una señal del llamado pilar, quien sabe que está en vuelo el Ivan, lo dejan caer al descolocarse los primeros cinco doblados, de manera convenida, y así sí ocurre: ante su propio impulso y peso, rueda de manera grotesca y termina sepultado entre todos, en medio de risas, golpes contusos y el arrastrarse de pies sobre el piso de tierra, con la inmediata finalidad: empanizarlo de modo total tanto de trasero como de frente, sin miramientos de ninguna clase.


En esa muestra de trato, estima, contento y aceptación sin reservas, se le otorga el pase de dicha prueba y queda convencido con plena certeza de lo que le ha de ocurrir una vez que lo mire y vuelva a mirar su madre, más no así, el Gran FA 1.

Imponderable como resulta, en esos tiempos se ejerce la disciplina contra niños como él en un hacer y no dejar pasar: ser estricto, duro y opresivo sin duda alguna para justificar que la Ley del Padre ha de cumplirse por ser lo que es.

Es decir, el tipo de chico que debe tratarse de acuerdo a lo que es ante ambos progenitores, exasperándolos cada vez más, pero sin mostrar cambio de conducta en ningún momento.


Iván, sin duda alguna, es persona que se ve, y se le observa a distancia.

Que se sabe que está ahí, pero no se le escucha.

Ni mucho menos se cuestiona lo que sabe él de sí mismo: ocupa un lugar en el espacio sin que se le ponga atención mínima, dejando podrir lo entrañable en cuánto se deba decir de cuanta monserga exprese un padre como el que tiene.


Como también, sin saber ambos si existe relación inversa y proporcional sobre cuánto se aman o se repudian.

Y, en el día a día se sucede una lenta transformación desde su niñez hasta su preadolescencia.

No es el adolescente que ya casi se encuentra en el umbral de la etapa de juventud, a la cual su progenitor le expone que debe madurar como muchacho, no como niño.


El problema de cómo educar a cicos que llegan de repente a la adolescencia y saltan con temeridad a la juventud, es un tema que no tiene explicación suficiente para intentar comprender dónde queda la paternidad para establecer disciplina en un chico como Ivan.

No obstante, algo seguro intuye este último: su padre tampoco tuvo disciplina de parte de su abuelo, como parece ser cierta costumbre de todo padre para con su hijo, y, por tanto, la historia se repite desde el padre de él, el Gran FA 1.

Tampoco hace resultado alguno en términos de influencia positiva el hecho de acudir con amigos de la misma generación y edad del padre, para solicitarles consejos.


Ni mucho menos para acercarse al resto de familiares y pedir sugerencias u opiniones al respecto.

Para los conocidos de la comunidad, la década de los años cincuenta muestran a los adultos en ocupaciones diversas para llevar dinero y pan a la familia.

A las esposas y hasta los hijos generados de manera abundante, todos experimentan en cada casa o lugar donde se vive, la falsa o certera impresión de que la clase media lentamente asciende en el nivel de vida y bienestar familiar, pero que ignora, o no, lo que no ocurre entre familias con menos educación e ingresos económicos.


Es notoria la diferencia en que se muestran los modos de vida, que por entonces ocurren en muchos lugares que se encuentran, tanto fuera o en proximidad inmediata con el cinturón explosivo de la llamada periferia metropolitana, donde se disparan diferencias de pobreza, marginación y miseria tan inmediatas a la realidad del entonces Distrito Federal.

Los antiguos niños del clan-madre Crass, lo recuerdan al paso de los años posteriores.

Siendo infantes viven un desarrollo en su manera de ser y de mantener su personalidad bajo grados de disciplina, si bien, esta es variada, se multiplica por la idea de mostrar mayor dureza para disminuir travesuras y malos tratos de los padres hacia los hijos, pero no es concebible que sea en contra de los padres.


Al mismo tiempo los hace temer la dureza de castigos a como lo estilan los abuelos y de éstos a sus hijos, quienes a su vez se convierten en padres de la descendencia de niños que traen al mundo como es el caso del clan de Henaida Crass.

Son tiempos de imponer buenos modales en casa y fuera de ésta.

De dar los buenos días a quien se cruce en el camino, siendo o no vecino conocido, pero por igual, las buenas tardes y sus respectivas noches, ante otros tantos.


De comer con corrección en la mesa.

De conducirse con tacto al emplear cubiertos, vasos, servilleta y, sobre todo, desterrar los ruidos molestos al tomar la sopa o al cortar la carne.

Y, por extensión, cuidar de no manchar el mantel bordado.


De masticar treinta y dos veces la comida sólida.

De no golpear la cuchara dentro de los platos de postre.

De, ni siquiera atreverse a eructar ni sorber el agua preparada y un sin fin de normas más, de normas menos, entre otras muestras por el estilo, con las que crecen bajo pellizcos en antebrazos, manos o cabellos, y aún ante la falta del clásico jalón de lóbulos de las orejas.


Pese a todo, no pueden evitar escuchar ácidos debates sobre ideologías cercanas a los socialismos que no alcanzan a definir en cuanto a corrientes o tendencias.

Más no así, por ejemplo, en lo que piensan respecto del problema del género, donde las chicas en caso muy específico hacen referencias de amigas tanto conocidas, como desconocidas con las que traban amistades ocasionales.

En ese sentido, una riña constante sostiene la madre de Obdulión I, porque se queda estacionada, anclada al viejo sinarquismo que nadie entiende, ni interesa y mucho menos se pone atención respecto del sentido defensor de la impartición de la doctrina católica, de la insistencia y necesidad de hacer confesión semanal, quincenal y mensual entre sus descendientes directos.


De censurar por lo bajo ante ese par de padres de críos que rondan a ciertos amigos de otras proles, sin que les pongan un alto en el sentido de prohibirles escuchar conversaciones centradas en un inaudito tono que repudia y que da por sentado que ha de oler a comunismo rojo: sin importar que sea, a la cubana, a la rusa, a la china o de cualquier parte del mundo.

Esta abuela rancia para los nietos es presa del catolicismo social de los años en que, más joven e inconforme, se daba al debate del mundo dentro del episodio de la llamada Guerra Fría.

Es un ejemplo de temor nunca aclarado a su hijo y ahora, padre irremediable de una chamacada (expresión incierta para denominar a niñas y niños) sometidos en sus conciencias, pues se trata de una abuela que no espera nada provechoso del futuro en el que se encuentra de manera irremediable y a la vuelta de la esquina.


Es decir, siente temor sobre cómo viven sus nietos: despreocupados de la amenaza del socialismo y del terrible comunismo internacional, que condena al país a caer en las garras del imperialismo ruso, en franca disputa ante el otro imperialismo, el yanqui. Esa lucha de oponentes colosales empieza a hacer estragos en el comportamiento y consumo ante las aparentes novedades que llegan con mayor insistencia desde cualquier parte de Estados Unidos de Norteamérica a México. Y se hace presente cada vez más en cualquier rincón de la patria.


Esa patria católica que debe defenderse de la presencia y actividades de las iglesias protestantes y de las sectas cristianas que prometen más que las perlas de la virgen guadalupana.


Fin de la tercera parte


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Inicio de la cuarta parte

La Abuela

Capítulo 3


En dicho hogar, la abuela, para ajuste de cuentas de cualquier signo, coloca una etiqueta auto adherible sobre la parte central de la puerta exterior de entrada a la casa, misma que sostiene un lema contra la perversidad del mundo exterior:

¡Este Hogar es católico!

¡Fuera el Comunismo!

¡Abajo el Socialismo!

Los niños hacen costumbre de verla y leerla de vez en cuando, tanto al salir de casa, como al regresar de la escuela.

Ahí nace el sentido de un temprano debate entre ellas y ellos y un orden del día cada vez que se activa el comentario y se debate sin sentido con respecto de lo que puede significar lo que ella expone.


Nunca antes como ahora se imaginan el modo de querer a la nación por parte de la abuela, pues por encima de todo las niñas no comprenden por qué razón esa gran madre no es capaz de amar la raíz indígena del país y sí, en cambio, la española.

No se encuentran en posibilidades de entender lo que significa un problema ideológico, porque esa anciana es así, y sólo alcanzan a comprender que ella es, ha sido y probablemente termine sus días siendo determinante en esas viejas ideas que causan extrañeza por la manera en que se identifica desde tal preferencia con algo nunca antes escuchado: el fascismo a la italiana y a la española.

De esta última, recuerdan siempre sus manotazos sobre la superficie de la mesa, principalmente al alegar que, de no ser por una y otra, el mundo donde se vive hace mucho tiempo se habría de incurrir en pecado mortal por no estar alertas ante esas otras amenazas difíciles de comprender: la rusa y la yanqui.


En esos intervalos de niñez, no advierten a como ella lo expresa mañana, tarde o noche, que recuerda, a modo de profecía que, cuando pasen a ser jóvenes y luego a ser adultos, el Altísimo los va a condenar sin más.

Y por nada de sentido común, nunca deben consentir en esas ideas extremas.

Y todavía para peor, si por ignorancia, mala fe o titubeos terminan de condenarse al ser o volverse partidarios sin remedio de salvación alguna, y se inclinan a mostrar apego hacia esas tendencias han de llevar sus conciencias hasta la penitencia del desastre en propia casa, como cree que ocurre ya, donde ella los aloja desde que nacieron.


Declarados por la abuela, todos son católicos por los cuatro costados.

Son niños de ambos sexos que ni siquiera imaginan que deben dar su consentimiento infantil a ser ante lo que aún no comprenden y sí, en cambio, no desinteresarse en cómo ser mejor para agrado de Dios.

También advierte que, con el paso de las transiciones a la adolescencia, ya no parece suficiente aparentar ser católicos.


Y entonces. una tendencia popular nacionalista se filtra en la comunidad, gracias a que otros padres trabajadores cuentan con posibilidades de estar agremiados a sindicatos.

Se dividen en dos tendencias irremediables: la de los identificados con la ideología social cristiana pero tolerantes con la influencia del partido oficial que gana todas las elecciones.

Y los de la otra parte, la de los celosos de la tendencia de la llamada: tercera posición europea, quienes se encuentran en los tiempos de convivencia entre chicos de edades más o menos compartidas, como generación que sigue de lejos y con reserva temerosa a celosos extremistas, defensores de ideas extrañas, no menos agitadas que las de la abuela.


En cierta tarde, por ejemplo, se deriva una riña callejera entre los que exponen su tendencia de falangistas españoles ante repudiados por otros españoles radicados en México, nunca renunciantes a la figura de un tal José Antonio Primo de Rivera. En cambio, algunos más repudian a cierto militar español de controversias no bien comprendidas: Francisco Franco. En esos avatares que los padres de esos niños, que lo son por entonces, debaten en sobremesa los días sábado y domingo, pero se acompañan por lo general entre botellas de vino tinto y blanco, quesos y jamón serrano.


Escuchan ideas cruzadas de defensa-ataque o de contraataque de cuanto ocurre en esos días en el contexto de Europa y sobresalen términos nunca antes escuchados, como es el caso de la llamada: acción social.

Las disputas y las agrias recriminaciones hechas entre parientes cercanos o lejanos dejan en el ánimo de los niños una interrupción momentánea a juegos de rondas y adivinanzas ante el caso de pasar cualquier adulto a las manos.

Disminuida la amenaza momentánea y solucionando el debate con copas de vino, botanas y cigarrillos, se pasa a las comidas para sobrellevar esas ideas, y manejar mejor el lenguaje en varios sentidos.


Por ejemplo, se pasa de las amenazas al flamenco.

A fumar de manera intensa mientras se corea a capela y con palmas efusivas que contorsionan a sibilas en la modalidad tradicional al cante hondo.

Se condena o exculpa al comunismo internacional o se dimensiona la noticia de comunistas internacionales y perseguidos, tanto de extranjeros como de seguidores en México.


Sin tener oportunidad de concretar sus ideas, exponen de manera arbitraria lo que representa volverse comunistas: las personas que escuchan de manera irremediable deben entregar a diestra y siniestra, bienes, dinero, joyas e incluso mujeres, lo que causa repudio de la abuela a todo aquello que sugiere o declara ser más que nada, liberal, pero no así conservador.

De acuerdo a sus experiencias de mujer, durante la segunda guerra mundial se pierde para siempre la conducta de la gente y las buenas costumbres, el trato entre vecinos y se prepara un camino irremediable a la fatalidad, entre las familias decentes que sobreviven ante esa atroz circunstancia.

Al Gran FA 1 todo esto parece no importarle.


Él, por extraño caso, sabe de antemano que entre la familia nuclear como extensa, hay, según sus palabras, en la viña del Señor, hay de todo. Sin evitarlo, en cierta ocasión una tía política, la Eduviges, así nombrada y peor conocida e inexistente respecto de más datos de su vida, resulta ser una activista desmedida que mantiene contacto con ciertos colonos asociados e identificados con preocupaciones de tendencia religiosa. Incluso, con miembros de sindicatos y hasta de organizaciones campesinas, pero de las cuales mantiene su reserva si encuentra una fisonomía de rasgos principalmente indígenas.


Así, de inmediato, interpone distancia de trato y resuelve comentarios con acidez y desconfianza ante quienes resultan ser más jóvenes que ella, sin excluir de esto a ninguno de ambos sexos.

Esta tía pegada acentúa tal tendencia desde su llegada al mundo hogareño dentro del que se ufana en sostener que, en mil novecientos treinta, cuando cuenta con siete años, su curiosidad tenaz deslumbra a propios y extraños.

Siente una misión de vida para salvar al mundo del comunismo y de la idolatría del perverso culto de la personalidad de sus dirigentes, culpables directos de llevar el internacionalismo rojo del oso sangriento de la llamada Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, hacia otras naciones.


Más adelante, al cumplir los diez años, abraza con fervor calcinante la causa sinarquista.

Hacia los veinte años y en plena década de los cincuentas, ha de cuidarse del efecto de la declarada edad dorada en la música, el comportamiento y consumo contumaz norteamericano, al enfrentar y resolver sus propios avatares existenciales, por lo que prefiere cargarse del lado del cristianismo de la doctrina católica llamada: Rerum Novarum, desde la cual jura propagar más allá de sus propias fronteras empíricas como persona, la militancia religiosa dentro de la posibilidad de hacerlo en un partido político trazado por ésa santa misión.

Así, sobreviene en todo su ser un puntilloso moldeo templario a sus actitudes personales: ataca cualquier amenaza a la fe religiosa y a su espíritu creyente.


Los cambios en su personalidad se perfilan entre las décadas de los años sesenta y sobre todo en la década siguiente, cuando surge el Partido Demócrata Mexicano.

Su feroz activismo personal, partidario e irredento en clamor de protección a la fe católica, apostólica y romana abona a favor del candidato Ignacio González Gollaz, propuesto a la presidencia del país, por ser un contendiente emergente entre varios oponentes políticos, sobresaliente por entonces, en mil novecientos ochenta y dos.

Reitera esa suerte un tanto contraria cuando, con otro candidato presidencial, seis años después, cae bajo una aflicción temprana por el deslave del partido que ama.


Pues seis años antes marca una presencia y una separación de lenta agonía de ese instituto político hasta que llega mil novecientos noventa y dos, donde sobreviene la pérdida del registro partidario y dos años después su presencia, sin evitarlo en calidad de militante, de ser testigo de la fatal disolución de ese partido.

En esa tajante división, su equívoco único en sus aspiraciones de defensa organizada y en molde de activismo de masas cristianas, la lleva a decidir volverse adepta al Partido Alianza Social, no sin cierta desconfianza, porque el hijo del general Lázaro Cárdenas del Río, el que fuera ex-presidente mexicano de la expropiación petrolera, es postulado en el año dos mil, cuando ella frisa los setenta años de edad, y lo siente como un extraño para sus ideales y tendencias en el camino hacia la presidencia, semejando una tablita de flotación que permita a su partido sobrellevar el mal tiempo electoral.

Entiende, con rabia e impotencia, las burlas de parientes cercanos respecto de dar crédito en falso a paleros partidistas, cuya razón se convierte en una profecía adversa que se cumple siete años después al perder el registro y testimoniar una siguiente lucha de intereses para evitar quedar fuera del presupuesto electoral y, por consiguiente, hacer tambalear una organización política que en poco tiempo se desmorona hasta sus cimientos, así nomás...


Ahora, ya adulta mayor, resentida hasta el ochenta, atestigua cómo otra fracción del partido que quiso creer en ser épico y grande se dirige hacia un perfil adverso contra una persona como ella: ser social, comunitarista, reconstructora y agrupadora de residuos de separaciones en tribus que se esfuerzan en recuperar lo que queda del Movimiento Nacional Sinarquista.

En una perspectiva reactiva en ella: para, por y desde las masas, incluye en éstas a los indígenas de varias partes del país, y medio la convencen de secundarlo, pero no puede impedir su aversión hacia todo aquello que remite a la raza cobriza... y que le recrimina, tiempo atrás, en una de tantas sobremesas de fin de semana el Gran FA 1, a la que trata en calidad de artera pariente-política y excedente de lo hispánico a ultranza...

Por toda seña, ella, queda desconsolada en su ostracismo personal, familiar y social.


Y consuma, cierto día de mayo de dos mil diez, su auto suicidio: se sienta en su silla mecedora.

Deja de comer.

De ir al baño.


De asearse y callar para siempre bajo un silencio cómplice en el que escucha cada vez más, indefinida para sus sentidos, la radio encendida en la estación XEW, y se harta de melancolía consustancial en su ser femenino.

Virgen, nunca entregada ante hombre alguno y sí en cambio a un Jesús siempre activo y en la punta de la lengua... honra a su Iglesia, a su Fe, y a las creencias del mundo católico amenazado incluso, desde dentro de la ésta por las conductas de jerarcas de todas las denominaciones y grados existentes en esos días.

No estando muchos de ellos, para su desgracia espiritual, contra la pobreza y la miseria.


Contra el hambre y el respeto a la dignidad de seres humanos, y peor aún, permitiendo que el rebaño sea conducido en casos extremos a la violación de sus personas y derechos en todos los sentidos a que un ser humano es capaz de soportar.

Y entrega su vida en anonimato, indiferencia, olvido y quietud de un día común como otros tantos, en que el suceso cotidiano de la ciudad de México transcurre dentro de los marcos viciados del Distrito Federal en cuanto a ignominia en lo político y económico.

En lo social y cultural a través de los últimos gobiernos de ese desarrollo estabilizador muerto hacia la década de los años setenta...


Fin de la cuarta parte


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CONTINUACIÓN

CAPÍTULO 4

OBDULIÓN I


10 de Novembro de 2020 às 17:13 0 Denunciar Insira Seguir história
2
Leia o próximo capítulo Obdulión I

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