Desde que mi madre enfermó yo la cuidaba con esmero, le daba sus medicinas, su comida, la bañaba y cambiaba con un horario muy estricto, como si tuviera que cumplir con una misión. Terminada la tarea de la mañana, salía corriendo a trabajar en el laboratorio y mi pobre madre, quedaba entristecida en manos de Érica mi medio hermana.
Erica era hija de una aventura de mi padre, que mi madre crió desde que era muy pequeña, solo por temor a que él la abandonara y no poder sostenerme a mi sola... entonces lo soportó. Mi padre falleció y en el testamento dejó muy claro que el dinero no llegaría a nuestras manos sino hasta que mi madre muriera, y Erica debía permanecer con nosotras o de lo contrario perdería lo que le correspondía.
Sabía que no podía confiar en su buen desempeño, pero desgraciadamente lo que yo aportaba con mi trabajo, era el único recurso de la casa.
Llegaba muy cansada en la noche a prepararle el alimento, las medicinas y cambiarla, porque a Erica le daba asco absolutamente todo; o tal vez había encontrado la perfecta excusa para no hacer nada.
Mi madre cada vez necesitaba más atención, por lo que requería contratar una enfermera urgentemente. La única que se prestó para tal trabajo, fue una mujer de ojos diminutos, sin brillo, sin luz; cabello grueso como una escoba; un poco desaliñada, inexpresiva, impenetrable. No me agradaba mucho su aspecto, pero con lo poco que habló, me convenció fácilmente de que tenía la experiencia suficiente para cuidar de mi madre. Utilizaba la terminología médica correcta y estaba ansiosa por trabajar.
Una noche recién llegué, comencé a notar que mi madre presentaba síntomas diferentes a los de su enfermedad, la veía cada vez más pálida, tenía náuseas y permanecía permanentemente somnolienta.
Acudí de inmediato al médico y él no encontró nada fuera de lo normal.
—Son síntomas no comunes de la condición de su madre, pero es posible que se presenten, debido a su avanzada edad y a la múltiple ingesta de pastillas —dijo el médico revisando en su planilla todos los exámenes que le habían practicado—. Vamos a mantenerla en observación para ver cómo evoluciona.
Yo confié totalmente en la opinión del experto, y más que era su médico tratante desde hacía años, así que decidí tener paciencia y no prestarle tanta atención.
Días más tarde su condición empeoró, mantenía su mirada perdida, muy fatigada y comenzó a aparecer un sarpullido extraño en sus brazos.
—¿Por qué las puertas y ventanas están totalmente abiertas? —grité—. El frío puede generarle una neumonía a mamá. ¡Puede tener más complicaciones!
—La señorita Erica no soporta el olor que sale de la habitación de su madre —respondió la enfermera.
—¿De qué olor me habla? —pregunté olfateando— Todo está perfectamente limpio.
—En las tardes ella dice que huele muy raro.
Inmediatamente me fui enfadada a buscar a Erica. Necesitaba preguntarle qué sucedía.
—No te enojes… Es que a veces la viejita huele muy raro y no lo soporto —me respondió con asco.
Me molestó en extremo la respuesta, aunque no podía esperar nada diferente de ella. Mi pelea por la ventana abierta se repitió en diferentes ocasiones, lo peor es que mi madre empeoraba sin razón aparente.
Un día me dejaron salir temprano del trabajo, ya que en el laboratorio se dio una falla de seguridad. Hubo una pérdida de residuos en el proceso de fabricación de un producto de control, inmediatamente cerraron toda la producción. Aproveché para salir a ver cómo seguía mi viejita adorada. Cada vez me preocupaba más su condición.
Efectivamente al entrar en la habitación había un insoportable olor a pescado. De inmediato cubrí a mi madre para poder abrir ventanas y puertas para que saliera el olor y comencé a buscar de dónde provenía sin encontrar la razón.
Me acerqué a ella para darle un beso en la frente y el olor se acentuó. Extrañada, seguí el olor y encontré que el olor salía a ras del piso, me asomé debajo de la cama, pero no había nada que lo produjera.
Tomé un aplicador y raspé el piso para sacar una muestra, puesto que cada vez me inquietaba más la situación.
Al otro día, llegué al laboratorio y lo primero que hice fue examinar la muestra. Mi sorpresa fue enorme al ver en los resultados de las pruebas, que se trataba de un
rodenticida. El olor que despedía, era gas tóxico, que efectivamente olía a pescado en estado de descomposición.
Pedí permiso en el trabajo y llegué a casa a averiguar bien qué estaba sucediendo.
—¿Quién pudo poner un veneno para ratas aquí? —pregunté.
—La verdad no sé señorita… —masculló la enfermera.
—A mi no me mires… —respondió con repugnancia mi querida media hermana.
—Alguien debió colocarlo, aquí no hay ratas. ¿Para qué ponen veneno para ratas?
Las dos levantaron los hombros, dieron media vuelta y salieron dejándome sin respuesta alguna.
Limpié a profundidad la habitación, intentando hacer desaparecer tan espantoso olor; pero continuó, sin poder hacer que desapareciera por completo. Intercambié las habitaciones, dándole la mía a mi madre. Fue muy tarde, ya que el olor de este gas le aumentó los problemas de salud, generando sequedad en su boca, sentía presión en el pecho y por supuesto respiraba con dificultad.
Comencé a pensar en lo peor, pero siempre me decía, se va a recuperar y vamos a volver a hacer lo que fuimos hace un tiempo.
La situación en el laboratorio empeoró, así que nos dieron unos días de descanso hasta resolver todo. Así pude dedicarme de lleno a mi madre por ese tiempo. Me llevé una sorpresa al ver cómo comenzó a mejorar cada día, yo estaba feliz de verla así de recuperada. Hasta el médico estaba impactado por su mejoría.
Infortunadamente tuve que regresar al trabajo, pero estaba muy contenta por la recuperación de mi madre. La alegría me duró muy poco, a los pocos días, volvió a recaer sin motivo alguno.
La enfermera cada vez era más cariñosa con mi madre y más habladora, de hecho últimamente me recriminaba mucho por no estar presente para ella y también hablaba pestes de Erica, por ser una malcriada. No podía no darle la razón, pero prefería ignorarla.
—¿Qué le está inyectando? —pregunté un día tomándola por sorpresa.
—Las vitaminas que le envió el médico, seguro no lo recuerda porque no estaba aquí, estaba trabajando señorita.
Era cierto, la última vez, no había podido estar durante la visita del médico. La enfermera me recriminaba cada que se presentaba la oportunidad, haciéndome sentir muy mal por no poder estar pendiente, pero en el laboratorio me necesitaban constantemente.
Esa misma noche salí en la madrugada y vi a Erica al lado de la puerta de mi madre con una pañoleta húmeda en la cara.
—¿Qué haces ahí con eso en la cara? —pregunté haciendo que se sobresaltara.
—¿Cómo crees que hago para soportar el maldito olor que proviene del cuarto de la vieja? —respondió con brusquedad entrando a su habitación dando un portazo.
Estando en la habitación de mi madre, al intentar darle una pastilla, esta cayó y rodó hasta una esquina, cuando fui a recogerla, vi como una de las tablas de madera se aflojo, decidí levantarla y encontré un kit que había traído del laboratorio hacia unos meses para tomar unas muestras de moho en la casa de un vecino. Ahí estaban estos guantes gruesos de caucho negro con el logotipo del laboratorio donde trabajaba, miré con detenimiento y olían a pescado, a su lado había un sobre de rodenticida abierto por un lado, revise con mi mano desnuda donde no se alcanzaba a ver; había una jeringa usada junto a una botella pequeña de vidrio café, con un líquido amarillento. Al destaparlo despidió un olor tan nauseabundo que casi me hace vomitar ahí mismo.
Todo me parecía en extremo sospechoso, justo cuando iba tomar muestras de todo, escuché pasos acercándose, así que reuní todo lo que había encontrado y lo guardé rápidamente donde estaba.
—¿Se le ofrece algo? —dijo la enfermera entrando.
—Tranquila, ya encontré esto que se había caído —dije mostrándole la pastilla en la mano.
Ese día la enfermera tenía que bañar a mi madre, así que no se le despegó un solo segundo. Yo la observé todo el tiempo y noté que la atendía muy bien.
En un momento de descuido, fuí a recuperar todo lo que había encontrado debajo de esa tabla de madera, pero ya no estaba. Inmediatamente pensé que yo lo había tocado todo. Empecé a observar con detenimiento las acciones de la enfermera y de Erica, para dar con la verdadera autora de lo que estaba pasando, pero ellas se percataron de mi vigilancia continua y decidieron ser lo más cautelosas posible.
Un día me llamaron de urgencia del laboratorio. Mientras iba hacia allá, sentí una tremenda corazonada y relacioné el pañuelo húmedo con los rodenticidas, las inyecciones de vitaminas con el frasco de cristal café. La enfermera claramente era cómplice de Erica.
Me devolví corriendo a casa, pero ya era muy tarde. Erica lloraba sin parar, la policía tenía el kit de mi laboratorio en una bolsa plástica y la enfermera me miraba con cara de angustia fingida.
El cuerpo de mi madre yacía sin vida en el suelo. Todos pensaron que la había matado, pero no fui yo. Al otro lado de la habitación, podía ver a la persona que lo hizo, pero denunciarla me condenaría por completo.
Obrigado pela leitura!
Te atrapa de inicio a fin, te metes en la angustia de la protagonista, dudas de los demás personajes y el final resulta sublime
Muy buena historia, atrapante y empatizas con los personajes, quedándote con ese sabor de injusticia, muy bien logrado.
El misterio macabro que se entreteje atrás del estado de la madre envejecida y enferma deja al lector con el alma entre las manos.
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