simon-acostat Simón Acosta

Un grupo de criaturas se encuentra en una situación de vida o muerte contra un captor misterioso que carece de misericordia.


Fantasia Todo o público.

#cuento #fantasía
Conto
0
4.1mil VISUALIZAÇÕES
Completa
tempo de leitura
AA Compartilhar

Cautiverio

Yo y la criatura. La arena entre nosotros teñida de sangre y sudor. Los gritos en el aire, la música retumbando en mi alma. He salido tantas veces que me siento muerto por dentro, esperando lo que algún día llegará ser inevitable. Bailamos, como siempre, escapando la muerte y la lanza buscando mi corazón; todos ríen menos yo, que sigo esta coreografía de sobrevivir un segundo más. El tiempo se ralentiza y cuando menos lo espero, escucho la bocina, diciéndome que se me ha dado un día más. Me llaman, me encadenan, me lastiman y veo por última vez, antes de la oscuridad, las estrellas brillando a lo lejos. Y luego, silencio.


Nadie de nosotros recuerda cómo comenzó, este ritual donde tantos hemos muerto ya. Sabemos que existen los maestros, dueños de todo lo que camina sobre este planeta, y que nosotros somos sus inferiores. Existen mitos, historias que contamos en las noches para intentar dormir, donde hubo el día donde nuestro pueblo conocía la libertad, donde gobernaba el amor y la aventura, donde cada nacimiento era alegría; no hay joven en nuestro grupo que no pueda recitar de memoria las hermosas descripciones de las praderas, del cielo abierto, de no conocer realmente el temor. Son nuestra droga, nuestra única forma de cerrar los ojos a la realidad que nos carcome.


Pero lo cierto es que hasta los líderes han muerto ya. Los fuertes y valerosos salieron a la arena primero, quizás para dar un ejemplo o quizás porque les tenían miedo. Desde adentro se escuchaban vítores y aún los primeros días tuvimos esperanza. Creíamos todavía que la puerta se abriría, aquellas figuras se harían paso entre nosotros y nos libraría de todo sufrimiento, en búsqueda de aquellas fantasías. Pero no, lo único que llegaron fueron sus cuerpos, ensangrentados y sin vida, tirados por un momento a la vista de todos antes de ser llevados a algún lugar que desconocíamos. La resistencia murió ahí, con todos ellos, para nunca levantarse más.


Aún con el número no somos nadie. Puede que no seamos los únicos ni es esta la única arena del mundo. Afuera, a distancias inconmensurables, hay más de ellas, de diversos tamaños y con cientos, miles de nosotros siempre encerrados. A veces nos ciegan los ojos y con sus máquinas misteriosas, nos transportan y terminamos entonces rodeados de nuevas caras, pero la misma angustia, el mismo ambiente deprimente de cielos tapados y paredes mugrientas. Es, al final al cabo, como si no viajáramos del todo. Como si la vida misma fuera un laberinto con los mismos caminos, pero ninguna salida.


Hemos olvidado a nuestras familias y lo que en algún momento debió haber sido felicidad. Pero algunos guardan la esperanza, no de un escape, pero de seguir sobreviviendo el espectáculo. Porque ahí afuera, cuando llaman nuestros nombres y nos empujan hacia la salida con sus máquinas de tortura, las criaturas esperan ansiosas por vernos correr, caer, pelear y sí, en los peores casos, morir. Cuando hacemos piruetas o sorprendemos hasta a nuestro verdugo, gritan nuestros nombres al aire, aplaudiendo, como si fuéramos amados. Pero todo es una mentira. Nuestros nombres no existen más, reemplazados por sonidos extraños inventados por nuestros captores; los aplausos no son más que la expectativa del sufrimiento; y sabemos bien que aquellas figuras, siempre ahí arriba, no son capaces de amar.


En los últimos días, muy a mi pesar, me he vuelto más cercano con uno de los nuestros. Es un recién llegado, joven, fuerte, todavía con una pizca de coraje en sus ojos. Corren los rumores de que era la estrella en su arena, que no había criatura que podía contra él; dicen que logró matar a una de ellas y en lugar de ser castigado, los demás lo vitoreaban, como si ni siquiera la muerte de uno de los suyos los conmoviera. Cuando habla, me cuenta sobre la sensación de mirar a los ojos a uno de ellos mientras su vida se detiene y que eso solo puede significar un preludio de nuestra victoria. Los jóvenes le escuchan sin perder una sola palabra, creyéndolo un salvador. Lo he odiado, por supuesto, desde el primer momento en que le escuché, pero sin quererlo, mi cuerpo se acercaba a su lugar cada noche y desde las sombras, absorbía cada una de sus ilusiones. Y me preguntaba, ¿y qué si es verdaderamente lo que hemos estado esperando?


Nuestros captores han llamado ya a muchos de los nuestros, pero a él jamás. Los demás hemos empezado a creer que le temen demasiado, para dejarlo ir en la arena, donde con su bravura pueda desafiar la historia misma y elevarse hacia el cielo; las criaturas murmullan en su presencia y buscan no acercarse mucho, mientras él alegremente ignora a todos excepto a nosotros. Fue en uno de esos momentos en que, valiente y brillante, atento a los ojos que lo observaban, se acercó a mí y me pidió ayuda. Mientras más lo escuchaba, más pensaba que estaba loco, pero mi corazón empezó a palpitar como hacía años no lo había hecho y le abrí mi cabeza para que pintara sus planes. Y cuando terminó, creía firmemente que estábamos ante el principio de nuestra revolución.


Tal vez fuera porque yo ya era uno de los más viejos de nuestro grupo, pero lo cierto es que la tribu me respetaba. Cada vez que había salido a la arena había vuelto, sin heridas y sin fracasos, siempre con los gritos a mis espaldas de las criaturas emocionadas. Quizás no fuera ya el más fuerte de todos, pero mi palabra todavía tenía un peso. Y así, él y yo empezamos a planear todo, a reclutar más de nosotros, a venderles la idea que yo ya había comprado entusiasmado. Por un tiempo fue como si el mismo mundo afuera temblará ante nuestra osadía y pocas veces veíamos a nuestros captores en nuestro espacio. ¿Y qué si escaparon ya?, preguntaban los niños, alegres ante la imagen de derribar las puertas y correr sin parar y sin destino. ¿Y qué si por fin fuéramos libres de nuevo?


Noches después estaba en mi espacio con varios de los nuestros más cercanos, inventando historias de qué haríamos cuando estuviéramos por fin afuera. Buscaría las estrellas más hermosas a través de los cielos, dijo uno de nosotros, soñando; mataría a todas las criaturas que me encontrara a mi paso, dejando una estela de sangre por doquier, dijo otro, uno de los más jóvenes. Cada vez más de ellos se acercaban y contaban su historia, su deseo, y no había más que suspiros, risas y deseos. Hasta que una voz, quebrada y vieja, habló. Yo me quedaría aquí, dijo, y en un segundo todas las miradas se volvieron en su dirección. ¿Por qué?, querían saber todos, alguien podría rechazar siquiera una de las bendiciones que tendríamos una vez fuéramos libres. Ha habido tanta muerte ya, habría mucha más muerte afuera. Y sin decir nada más, se volvió y nos dejó con el recuerdo de cuantos habíamos perdido ya, y cuántos más perderíamos. Y la noche se volvió pesada y terminamos por dormir.


Suena la bocina y escucho mi nombre. Me he resignado. Sé que esta será mi última vez. Las criaturas, pensamos siempre que eran crueles y poderosas, pero no astutas. Fue tal vez la siguiente noche, de nuestro grupo contando los días para ser liberados cuando lo llamaron a él. Sí, a él, a nuestro héroe, al líder de nuestra resistencia, al primero que habría de cruzar las puertas hacia lo desconocido. Al escuchar su nombre todos caímos en silencio y supimos al instante lo que significaba. Algunos le clamaban que escapará, que no fuera, mientras otros le pedían matar antes de morir. Si escuchó a alguno de ellos, nunca sabremos. Se volvió hacia mí, inclinó su cabeza en reconocimiento y se fue. Afuera, los gritos de siempre, su nombre en la boca de todos, hasta que todo era silencio. Nunca supimos qué fue de él, porque ni su cuerpo nos entregaron.


Otra vez, mi nombre. Todos se alejan porque la sombra de la muerte ya está sobre mí. Dos captores vienen con cuerdas y armas y se sorprenden al ver que no opongo resistencia. Camino, como muchos de nosotros lo hemos hecho ya, en el último trecho de lo que me queda de vida. ¿Hace cuánto fue que todavía me había creído que existían esperanzas? ¿Hace cuánto fue la última vez soñé en un mundo diferente? ¿Hace cuánto fue la última vez que estuve realmente vivo? No lo puedo evitar y sin querer, las lágrimas empiezan a caer. Primero una pequeña, tímida, pero seguida de muchas otras que no se detienen. ¿Estoy llorando porque voy a morir? ¿O porque no los volveré a ver? ¿O porque todas las historias de nuestra libertad siempre serán una mentira? Sigo caminando, sigo llorando, y por fin estoy ante la puerta final, la arena a unos metros, las criaturas revoloteando ya esperando mi cuerpo. Enderezo mi rostro y aún con las lágrimas todavía cayendo, observo como la puerta se abre lentamente, como la luz se filtra y como el mismo olor, de sangre y sudor, me envuelve. Mis captores se vuelven hacia mí, con algo en sus manos, y escucho un disparate de sonidos viniendo de ellos, justo antes de que siento un látigo en mi lomo que me impulsa sin querer hacia el centro del espectáculo y donde todo se vuelve borroso…


— Manuel, hombre, creo que ese toro estaba llorando – dice un hombre de tal vez 20 años, mientras mira como el toro corre por el redondel, rodeado de toreros improvisados que gritan y saltan.


— ¿Qué va a estar llorando un toro? ¿No sabes que esos animales son brutos y no sienten nada? – le responde un hombre mayor, con un látigo en sus manos – Anda tráete otro y dejate de soñar. Que la noche apenas está empezando.

17 de Setembro de 2020 às 19:22 0 Denunciar Insira Seguir história
0
Fim

Conheça o autor

Comente algo

Publique!
Nenhum comentário ainda. Seja o primeiro a dizer alguma coisa!
~