La brisa del tiempo Seguir história

—¡Disparad!

Las balas cortan el viento y explotan misiles en la barrera del barco. Desde mi camarote sigo con la mirada el comienzo de una batalla, a la par que recojo en dos coletas mis rizos y visto mi traje marrón, guardando varias navajas en este. Cubriéndome con mi gabardina blanca, moteada de pólvora vieja, salgo sosteniendo dos pistolas sónicas.

—¡Recojan las velas, imbéciles! —grito furiosa al tiempo que esquivo una bala.

Unos cuantos siguen mi orden, quitando las velas y así calmando un poco los movimientos bruscos de la embarcación; las ráfagas de energía que oleaban no permitían apuntar, solo dejando de opción disparar al otro lado, probando suerte a que un enemigo cayera muerto.

Descargo toda mi munición en la torre de suministro contraria sin poder explotarla. Enfurecida, aviento mis armas en la marea y corro hacia el otro barco.

—¡Seguid a Jasmine, hay que acabar con ellos de una! —vocifera el jefe desde los parlantes, mientras él continuaba manejando el mal tiempo.

Todos los sicarios se apuntaron a mi dirección, adentrándose en un torrente de muerte; sangre borbotea de brazos amputados y los rostros reventados por la lucha escupen maldiciones, varios agarraban del cuello a su oponente y se lanzaban a la oscuridad en su misión suicida.

Dentro de los rugidos de dolor y aullidos de rabia, la alerta de huida retumba en ambos barcos.

«“Adán” está en la Zona, refugiarse en sus cuartos de sueño. Repito. “Adán” está en la Zona. 10 años luz para el impacto…».

Sin dudarlo, volteamos hacia nuestra nave velozmente, buscando escapar pronto. Veo de reojo a los cadáveres de un montón de piratas, aplastados por las patas, pies y muchas más extremidades curiosas que huyen de una fuerza inigualable.

El pedazo de universo donde tuvo la batalla, comienza a aclararse de golpe, aumentando la temperatura del espacio y quemando cada respiro. El jefe sacude sus brazos desde la ventana del timón, alentando a sus vasallos en continuar; sin embargo, las olas rompen sin parar, mi corazón se comprime a cada pequeño paso y estoy muy lejos aún del barco.

“Puta sea mi dicha, no pensé de verdad que hoy sería la última, menos absorbida por ese maldito”, no avanzo más en vano y saco una navaja. A pesar de ser la mano derecha de tal imponente grupo, quedo apabullada en otro barco, en una riña cualquiera, frente a ese cobarde ser que inunda de luz y no se enfrenta directamente.

En mi último aliento, levanto con fuerzas mi brazo y apuñalo profundamente el centro de mi ser, desconectándome de esa imagen blanquecina de un universo perdido.