«Cuando el universo era joven y las estrellas salpicaban el espacio vacío como lejanos diamantes, se escribió la primera historia de amor.
Lejano en el cielo, brillante, radiante y poderoso, El Dios de la Luz, Antaruk, iluminaba a las almas guiándolas en su amanecer.
Lejos de él, en un planeta pequeño, la Diosa de la Vida, Ramaya, despertaba. Una energía sutil y cálida, como el abrazo de una madre; hermosa, encantadora y poderosa.
Cuando Antaruk conoció a Ramaya fue como si el vasto y solitario universo repentinamente cobrara sentido.
Ramaya no podía vivir sin la cálida presencia de Antaruk, era una necesidad incontrolable, un deseo desesperado, un magnetismo peligroso.
Lamentablemente Antaruk, la Luz, estaba demasiado lejos. No podía besarla ni tocarla, pero también era peligroso si lo intentaba. Su cercanía podía destruirla. La Luz no solo nutría, también irradiaba calor, y la Vida era sutil y delicada. Podía romperse en cualquier momento.
Al verse desesperado por estar con ella, Antaruk decidió quitarse un pedazo de su corazón y enviarlo a aquel planeta pequeño que era su amada.
Magníficamente aquel trozo de su alma se fue transformando a medida que se acercaba a ella.
Para cuando el pequeño halo de luz tocó tierra firme, el corazón se expandió, y en un estallido luminoso y radiante Ramaya súbitamente se vio rodeada de agua. Agua que caía del cielo, que afloraba en las montañas y que besaba sus pies.
Fue una atracción sin precedentes, inevitable, maravillosa e instantánea.
Fue tal el amor entre la Vida y el Agua, que éste cobró vida propia, transformándose en un nuevo Dios: Elderon.
Inesperadamente Antaruk se vio apartado de ese pequeño pedazo de su propio corazón, dejándolo abandonado en la lejanías del cielo.
Los celos, la rabia y la traición causaron que se apagara por un instante, entonces Ramaya comenzó a morir.
Fue tal el dolor de Antaruk al verla sufrir que volvió a iluminarla. No podía acabar con ella. No tenía la fuerza ni la voluntad para extinguir la Vida. La amaba demasiado.
La Diosa de la Vida necesitaba de la Luz para vivir, y ahora, también del Agua.
Antaruk tuvo que aprender a resignarse a que Ramaya y Elderon convivieran mutuamente en una danza que duraría toda la existencia.
Fue así como la Luz no vio otra alternativa que iluminar a la eternidad en soledad... nutriendo a La Vida para que no muera... envidiando al Agua, que se la ha quitado...»
Página suelta de a bitácora de Eydis Sólmundursdottir
Mayo 1996.
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