u93 Cúmulo

Presa en el año 1915, Anne intentará por todos los medios regresar a su época correspondiente, en el año 2065, y así librarse de los prejuicios que la gente posee sobre ella; asimismo, recuperar su vida en el sitial donde vive su medio hermano e imposible amor, Pierre.


Fantasia Impróprio para crianças menores de 13 anos.

#drama #elviajedeanne #viajeeneltiempo
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La profundidad de una lágrima


Día - Año 2065.


Y ahí lo divisó, ingresando por la escolta de rocas hacia la cerrada playa de arenas grises; entre el barullo, entre la díscola gente que se paseaba por la pequeña bahía de aguas tranquilas y de fondo conífero verde, la cual enredaba sus pisadas y desaparecía al mismo tiempo producto del humo de intenso aspecto volátil.


Lo vio sonreír, y él ni siquiera giró su mirada hacia la sobresaliente manta de piel del extinto oso polar azul en que se encontraba sentada. Ni siquiera los lizos, cortos y dorados cabellos que oscilaban al viento y el fuerte sonido de las olas que reventaban mar adentro causaban la atención de ese hombre de sencillo y perfecto bailar, lo que a ella le provocaba un silencioso estremecimiento de cabeza a pies.


Quería ponerse de pie y correr, pero sus extremidades descalzas y la jarana no se lo permitían. Más aún, cuando aquel muchacho de rudo pero perfecto aspecto, de perfecta estatura, de perfecta nariz, de perfectos ojos grises, se alejó más allá, donde estaba su madre de psicodélico vestir, Gredy.


Los melodiosos tarros que hacían vibrar el momento, también hacían vibrar sus tímpanos en un ir y venir de colores, sabores y aromas; los mismos no le dejaban oír la ya lejana pero perfecta voz del muchacho. Sin embargo no le importaba. Sólo su mirada perfecta y ruda, su sonrisa perfecta y encantadora, y su esencia rebelde y perfecta la hacían ser sorda al contexto.


El aplauso de la fiesta volvía a hacer vibrar su mirada, sus ojos, su acelerado pulso. Juntó sus pestañas por un segundo y el calor la volvió a recorrer como un irónico escalofrío. Separó sus párpados, pero perdió el rastro de su perfecto motivo, quizás por aquella multitud que se difuminaba entre risas, aplausos y la ya poca distintiva línea de la arena y la niebla. Al estruendo de un fuerte reventar, el vaso que sostenían sus transpiradas manos ya no estaba, la mancha en la manta de piel había desaparecido; pero ella continuaba allí, en el mismo lugar; sentada y consumiendo aquella bruma que inundaba el bullicio del atardecer; sola, pero rodeada de desconocidos, hasta que alguien tocó su hombro y acarició sus delicados y cortos cabellos color del trigo.


- ¿Nuevamente, Anne? – le susurró, con esa mirada profunda pero tan comprensiva con que siempre la observaba.

- ¿Qué sucede? – replicó la muchacha, sin mucho ánimo. - ¿Qué quieres y haces aquí?

- ¿No crees que ya ha sido mucho? – sonriente, el muchacho tomó su delicada mano. - ¡Necesitas irte a casa! Yo te llevaré.

- ¿Dónde está? ¿Dónde está él? – Respondió, impulsiva, sin prestarle atención, casi ahogada pero manteniendo la calma que tanto la caracteriza por fuera. – No me puedo ir sin él.

- Tranquila – Se sentó a su lado, protector y amigo. – Estás pálida.

- No tengo frío, Phillipe, no necesito abrigo en estos momentos – Rechazó aquel abrazo y cobijo, colmada y seria. – Vete o búscalo...


Phillipe, el joven y alto muchacho de ojos color verde, con su eterna sonrisa –en ese instante un poco más incómoda, pero siempre comprensiva- volvió a colocarse su futurista chaqueta de colores extravagantes, tantos como el arcoíris, que contrastaban con el tristón atardecer manchado por los agrestes estratos costeros.


Phillipe, luego de unos segundos de silencio, se sentó a su lado nuevamente y detrás de ella le comenzó a hablar.


- ¿Ves ese árbol seco que está frente a nosotros? ¿Ese árbol de color marrón que contrasta con el resto del verde de las coníferas?

- Claro que lo veo. No soy ciega, Phillipe…

- ¿Qué forma tiene? – Volvió a preguntarle, siempre sonriente y ameno.

- ¿Acaso no lo ves que me tienes que preguntar a mí?

- Pero respóndeme tú a mí, Anne…

- La forma de una mujer sonriente abrazada a ese árbol y mirando al mar – exclamó, luego de unos segundos de silencio, mirándolo a los ojos y haciendo nuevamente una pausa por un largo rato. - Siempre me había llamado la atención, pero justamente en estos momentos no me interesa contemplarlo.


Phillipe le dio una sincera sonrisa y apoyó su tranquilo rostro sobre aquel femenino y distante hombro. Ella aceptó aquel acto con una ligera y fría sonrisa, buscando con su mirada ya no la perfección, sino un punto sobre el verde bosque, observando, ahora con cierto temor, hacia la oscuridad en que se sumergían los troncos simétricos, los cuales se alejaban de la arena con el sonar del viento. Pero de un momento a otro desvió su mirada, y repitió con preocupación:


- ¿Dónde está? ¿Lo ves? (…) ¿Puedes divisarlo?


Phillipe alzó su mirada, descendiendo el nivel de su sonrisa, tragando saliva.


- Si. Ahí está – Le respondió su amigo de ojos claros, señalándole; sereno, poniéndose de pie y perdiéndose entre la multitud, ya sin muchos ánimos de voltear la mirada hacia ella.


Anne volvió a sentir un calor en su cuerpo, inundada por el barullo y el humo inhalante, la ácida y platinada música. Finalmente lo volvió a divisar. Volvió a divisar aquella perfecta sonrisa, aquel perfecto caminar, aquella perfecta vestimenta ad-hoc a la época, y aquel perfecto mirar no correspondido.


Por fin se puso de pie, sintiendo casi levitar, buscando la perfecta sombra del muchacho que conversaba mas allá con la madre, el padrastro, la madrastra; su también madrastra, su también padre, su también madre, respectivamente.

Alcanzó a tocar su perfecto hombro. Su corazón agitado la envolvió en un sonar más intenso que el que su entorno producía. Le habló. Le habló fuerte. Pero no la oyó. Seguía observando impávida esa sonrisa perfecta que la sumergía en un sueño.


La copa que llevaba en la mano cayó al arenoso suelo. Creyó que el sonido del romper haría que aquel hombre de cabellera ondulada perfecta la mirara. Pero no. Le volvió a gritar.


- ¡Pierre! – Con más fuerza. - ¡Pierre! ¡PIERRE!


Él nunca la escuchó. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Sus manos transpiradas dejaron caer una mezcla de polvo blanco y arena. Sus lágrimas nublaron sus hinchados y rojos ojos y sintió su cuerpo flotar en un agua turbia y salada.


Se reincorporó al rato. Vio como mucha gente pasaba por su costado, de lado a lado, abrazados, sin preocupación y sin prestarle importancia, a ella ni a nada. El humo la volvió a inundar y sus ojos se volvieron a cerrar.


La noche cayó frente a ella cuando volvió a abrir los ojos. Aquel humo intenso era más débil y se mezclaba con la húmeda bruma. No oyó a nadie más que al celoso océano. Se levantó al instante tan rápido como pudo, pero sus piernas eran literalmente dos tanques de cemento.


Su característico rostro pálido y ojos pardos angustiosos lo buscaban, a él, al de perfectas manos y caminar. Sin éxito, se aferró a aquel legendario tronco que su amigo hace un rato atrás le había mostrado, y que la erosión eólica y marina parecen haber tallado casi a la perfección.


La noche, el sonido del mar, y ella sola frente a ese oscuro bosque le generaron cierta angustia, cierto cansancio, cierto temor. Miró los misteriosos ojos de aquella rugosa estatua color marrón, los cuales se transformaron en un azul tan fuerte como el del mar de media mañana.


Sus ojos se volvieron a cerrar. El cuerpo finalmente cedió ante los excesos y aquellos brillantes soles la barrieron en un ir y venir de vueltas eternas. El bosque se transformó en un pasillo de negros y brillantes pasadizos, tan brillantes como la ciudad misma donde vive, como la de los autos que corren sobre las casas por la noche; tan brillantes como la perfecta sonrisa de él, del perfecto, de su imposible amor: su hermano Pierre.


Noche - Año 1915.


Sintió que fueron horas, pero pocos segundos bastaron para que se reincorporase. Anne se encontró, sin embargo, en un lugar distinto, muy silencioso, en donde en vez de oír tarros, oía insectos; un lugar desconocido, oscuro y de un fuerte olor a hierbas de campo, a fresas, a roca metamórfica, a naftalina, a todos los olores que conocía pero que en aquel preciso momento eran irrecordables.


Se levantó, asustada y con su vulnerable mirada buscando un norte. Aplaudió pero la luz no se encendió. Hizo sonar sus dedos pero aquella mujer de sonrisa metálica y servicial no apareció. Entonces gritó, desesperada y aterrada.


- ¡Qué gritos son esos! – Exclamó una extraña mujer de ceño fruncido, rostro pálido y pelo liso tomado color negro, quien atinó a acentuar su rostro luego del encuentro. - ¿Sucedió algo? – atinó a decir luego de cruzar miradas, con su voz estricta y sus suspiros muy seguidos.


El rostro de Anne era de una completa perturbación. Sus manos se aferraron a esa rugosa pared de rocas pegadas en barro. Sus ojos observaron impávidos y con miedo a aquella mujer de largo vestido negro que desde la puerta la observaba severamente.


Aquella mujer de aspecto respetable e intachable, al no oír una respuesta y ver el estado en shock de la muchacha, tragó saliva, como si con eso quisiese ocultar su incipiente pánico, y sin quitarle la vista de encima cerró la puerta poco a poco hasta salir.


Dentro de la habitación todo era desconocido pero a la vez parecido a lo que alguna vez, y en algún lugar, había observado. Ese reloj de péndulo largo, la amplia cama con cortinas y flecos a los lados, ese armario de roble viejo y gastado, la lámpara de gas a un lado del catre, el intenso olor a hierbas de mezclas indómitas.


Gritó, fuerte. Corrió a la ventana pero la oscuridad solo le dejaba observar la espesa niebla que se paseaba por el lugar.


Sus ojos no se detenían. Sus pálpitos agitados la hacían ser precavida ante un llamado irreversible del desmayo. Sus manos tiritaban, pero de pronto se calmó. Una idea surgió en sí y se sentó sobre ese amplio catre de sustento metálico. Esa bruma ardiente y etílica, probablemente, la hacían vivir algo así, algo que antes muchas veces casi conoció. Miró hacía la ventana y ahora la luna la dejó divisar un pequeño campo de frutos rojos escoltado por una verde pared de base color marrón.


Una inconfundible voz, de pronto, llamó poderosamente su atención e hizo girar su mirada.


- ¿Se puede? – Exclamó aquella muchacha que entró por la ancha y sonora puerta, encendiendo la tenue luz media naranja que salía desde una bombilla rodeada de vidrio y pegada a la pared de líneas color marfil.


Anne frunció el ceño, acelerando nuevamente su respiración y empuñando sus manos, mientras observaba como aquella muchacha, casi con extrañeza y arritmia, llevó sus manos al rostro, sin huir, al contrario, acercándose lentamente hacia ella.


Sus manos se volvieron de hielo, el habla le jugaba una broma como si quisiese esconderse de ella. Quería pedir ayuda, gritarle a aquella mujer que la devolviese a su mundo, a donde ella pertenecía y se encontraba su perfecto amor, pero le era imposible y nada más que unas gruesas lágrimas hablaron por ella, mientras sus manos recorrían con furia aquel apretado, largo y rugoso vestido color azul que ahora llevaba puesto.


- Tranquila. No te haré nada – musitó la muchacha, sentándose a su lado, llevando una metálica taza con agua y vapor.

- ¿No sabes quién soy, cierto? – Por fin exclamó Anne, con una voz profunda e inundada en llanto. Con desconcierto, temor y náuseas provocadas por el intenso olor de aquella hierba que gorgoreaba en aquel tacho.


Aquella mujer de ojos negros profundos, pecosa, con rizados y perfectos rulos de rojiza alcurnia, solo atinó a sonreírle levemente provocando algo de calma en Anne, quien tomó en sus manos aquella taza de olores mágicos.


- Tengo que volver. Tú me tienes que ayudar, por favor. ¡Sácame de este lugar! ¡Quiero volver!

- Tranquila…

- ¿Qué hago aquí? – desorientada, miró hacia todos lados. - ¿Dónde estamos? ¿Quién eres tú?

- ¿No lo sabes? – Le preguntó la pecosa muchacha, siempre serena y aparentemente comprensiva. – Creí que al menos me ubicabas.

- Por favor, devuélveme a mi casa… ¡Devuélveme con él!

- Lo sé – Exclamó ella, tomándole levemente la mano, generando confianza, sonriéndole de nuevo. – Yo te ayudaré.

- ¿Y cómo?

- Calma. ¿Acaso olvidaste nuestra promesa? ¿Olvidaste que todo esto sería un secreto entre nosotras?


Anne miró a la desconocida, frunció el ceño y bebió lentamente aquel brebaje que hizo arder sus resecos labios. Sintió vivo el misterio que le provocaba aquella muchacha de ligera sonrisa y calmado respirar que la acompañaba en todo momento. Se puso de pie. La muchacha también.


- ¿Y ahora, no te acuerdas de mí? – Exclamó la de pelos rojizos, siempre a su lado.

- ¿Quién eres? – Respondió Anne, sorprendida y observando como la niebla que se paseaba por fuera de la casa ingresaba por la ventana.

- Raquelita… - Correspondió, imitando el recostar de la otrora sobre el amplio catre.

- ¿Raquelita…?


Sus ojos le comenzaron a pesar. Y sus piernas atinaron automáticamente a correr hacia la ventana para detener el ingreso de aquella húmeda y fría bruma que le provocaba pánico. Su correr al parecer era más lento y en un momento se sintió inválida pero ya sobre la ventana, cayendo al instante entre la espesa bruma metros y metros a un suelo que jamás la golpeó.


Noche - Año 2065.


Despertó, acostada sobre un sofá color blanco, expresando al instante una larga arcada ya sin náusea. Sus ojos se abrieron poco a poco y brillaron de emoción al ver aquel humo seco e inodoro, palpitante y sabroso en jarana y alegría.


Se puso de pie, como pudo, y observó con alegría que se encontraba en su casa, aquella de paredes altas, de shockeantes colores vivos, con vidrios movibles, divisando a la mujer de robótica sonrisa que le llevó una especie de brebaje color azul que su nariz no dejaba saborear.


Saltó con entusiasmo, aplaudió fuertemente y la intensa luz brillante de color rosado la bañó, volvió a tañar y esta cambió a un verde metálico. Desde allí pudo observar la luna que se movía sobre sus cabezas, la gente que transitaba a gran velocidad por las afueras de su casa; a su padre abrazado a dos jóvenes mujeres: Su madre y su madrastra. Esto último le provocó un leve rechazo pero hizo vista gorda cuando sus sentidos, por fin, identificaron el perfecto sonar de los zapatos de él, de Pierre. Emocionada, sintió como su corazón volvía a latir. Caminó, tan rápido como pudo entre la multitud, siendo sorda a todo lo que le sugiriera aquel potente tronar de las guitarras y cuarzos musicales.


Estaba feliz, estaba emocionada, contenta. Estaba en su casa, en su mundo, con su gente, en su avanzada época de revoluciones y psicodelia. Pero se dio cuenta de ese vestido que llevaba puesto, de ese vestido color blanco, apretado, rugoso. Sus ojos comenzaron nuevamente a cerrarse, pero luchó contra aquel velo que tapaba su rostro y lo lanzó al suelo, quedando de pronto, semidesnuda, sin temor, sin pudor, como muchos que andaban por ahí.


La delgada puerta blanca se abrió y dejó ver en todo su esplendor a aquel muchacho -más bien un hombre- de estatura perfecta, de sonrisa ancha y ojos negros profundos. Ese pelo ondulado y medianamente largo que se meneaba al compás del aire que entraba desde una caja pegada a la pared. Con ese caminar perfecto, esa ropa perfecta y a la moda.

Embobada, enamorada y con esperanzas, caminó para encontrarse con él. Sus miradas por fin se cruzaron y el corazón de ella se aceleró a tal punto de casi desmayar. Él le sonrió levemente para luego seguir su camino. Su rostro pálido se llenó de color y su caminar de emoción. Sin embargo, todo se volvió gris cuando se percató que la perfecta mano de Pierre traía consigo aferrada otra de un menor tamaño. Cerró los ojos. Los volvió a abrir y un calor recorrió su rostro, sus senos, su espalda y su ego…


Anne vio como aquel hombre ingresó de la mano junto a una mujer de perfecto tamaño, de perfecto peinado, de perfecta sonrisa. Una lágrima la cubrió de angustia. Pero el asombro fue mayor cuando divisó el rojizo cabello de la mujer, esa sonrisa leve, ese caminar lento, esas pecas sobre su nariz. Sus ojos, impávidos e impactados, no se despegaban de aquella conocida muchacha que cada vez se alejaba más y más junto a Pierre.


- ¿Raquelita? – Un miedo enorme la invadió, comenzando a acercarse hacia donde ambos estaban. - ¡¿Raquelita?! – Repitió, asombrada e impactada.

12 de Janeiro de 2017 às 03:30 4 Denunciar Insira Seguir história
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Paula  Sandoval Paula Sandoval
¡Hola! La historia me esta encantando, al igual que sus personajes, espero que subas el siguiente capitulo que me he quedado con ganas de leer mas. ¡Saludos!
August 30, 2018, 20:27

  • Cúmulo Cúmulo
    Me alegro mucho que te esté gustando.. los siguientes capítulos están disponibles! así que ojalá te agraden. Un abrazo! September 05, 2018, 23:34
PI Gonzalez PI Gonzalez
Me encantó, sigue así, amo a Anne. también a Phillipe. Saludos desde México
July 21, 2018, 23:16

  • Cúmulo Cúmulo
    Oh, Muchas gracias ! No me había percatado no haber subido los demás capítulos. Ahora lo hice. Esta es una historia que escribí el año 2013... La subo tal cual fue originalmente. Espero la sigas disfrutando :) un abrazo. July 27, 2018, 04:04
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