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Un encuentro inesperado

Manchando con muerte una tierra pura como con tinta se mancha el papel, llegó a estas tierras un héroe del Sur. Se hizo dueño de lo que pertenecía a un buen señor que murió en la guerra, esa guerra absurda entre Norte y Sur. Esclavizó a su pueblo, sus hijos e hijas y tomó las tierras que eran del señor para ensuciar el nombre y mancillar las vidas de cuanta persona en el Norte quedó.

Una de las hijas menores del hombre del Norte era la más bella de toda la región y por pura envidia el hijo del nuevo dueño a la pobre muchacha enamoró. Con ella se entretuvo le hizo promesas de amor que no cumplió y al ver que la joven esperaba un niño la echo de sus tierras.

Castigo del cielo le vino a este joven, murió de viruela, su padre muy triste enfermó gravemente y en su lecho de muerte a la dulce joven y al bebé en camino le dejó todas sus posesiones del Norte y del Sur.

La bella Graciela de la Paz León dio a luz a una niña a la que llamo Dafne Lucinda Montreal de León y así quedó registrada como hija del conde que tanto daño a su tierra y a su familia hizo. Graciela enfermó de la mente poco después del parto y fue enviada a un convento. Ahí encontró la paz y se convirtió en novicia y luego en monja mientras que a la pequeña Lucy la criaban la nana y una institutriz enviada desde el Sur para hacer de ella una dama respetable.


—Lucy mi niña onde se metió— decía un viejo esclavo que buscaba a la señorita de 17 años dueña de esas tierras— dice la señoritinga esa que la busque, pero en donde estará mi niña Lucy— el pobre señor era el encargado de encontrar a la jovencita descarriada que corría por los campos de sus propiedades, a falta de una madre ella hacia caso a medias a su nana a la que todos en la casa llamaban Ma Dolores.

La joven de cabellos largos y rubios como el sol era muy bella y esbelta pero para dolor de la Hermana Graciela, su madre, se parecía demasiado a su padre el señorcito conde del Sur, eso hacía que la pobre monja no soportara ver a su hija y más le dolía a la pobre niña que creció criada por una institutriz y Ma Dolores.

—Buenas Jesús— dijo Lucy desde lo alto de un árbol cerca del río— quien me está buscando tanto mi viejito que no puede hablar con Ma Dolores ni con la señorita Derby— la señorita Derby era la institutriz que luchaba contra el carácter liberal de la indómita dama del Norte, Dafne Lucinda Montreal de León tenía más de la familia de León que de la familia Montreal.

—Una señora ahí que dice que es condesa de no sé qué— el viejo Jesus no se asustaba de encontrarla sobre un árbol, ya se había adaptado.

—Valla que información, mejor me mandaban al perro a ladrar— dio Lucy mientras bajaba del arbol como si de caminar se tratase.

—Es prima de su difunto abuelo del Sur— contestaba Jesus mientras la ayudaba en el ultimo tramo de bajada.

—Ha ya- dijo Lucy que ya había bajado del árbol—estaba muy lindo el paisaje hoy—decía mientras buscaba entre los arbusto algo.

—Debería vestirse niña Lucy— la regañó Jesus

—Bueno condenado filósofo— dijo Lucy que estaba molesta— si no ve busco mi ropa solo que no la encuentro.

—En las tierras de los de León no hay ladrones— Jesus estaba muy enojada por la incinuacion de la señrita.

—No te indignes— lo calmó lucy mientras aun buscaba— algún forajido pudo ser.

—Y como entrarás a la casona así— miró a la muchacha que estaba solo con el corpiño y con unas pantaloncitos por encima de las rodillas era ropa cómoda para andar entre las ramas de un árbol pero no podía presentarse a la sala del té así.

—Valla me has salido un verdadero erudito— bromeaba Lucy, le tenía mucho cariño a Jesus así que su enojo se le pasaba pronto— vamos a ver si también me das las respuestas y no solo los problemas.

—No sea remilgada que usted solita se metió en la boca del león— dijo un joven que apareció de pronto enfrente de Lucy y del viejo Jesús—que raro, decían que las de León siempre se nos regalan pero nunca me dijeron que se nos encueraban también.

—Eso es lo que merece- dijo Lucy después de haberle dado una bofetada que él joven no se esperaba porque ni se movió, quedó pasmado pero al instante se rió y le alcanzó la ropa a Lucy. Esta la tomo y se fue corriendo a ponérsela atrás de un arbusto.

—No debe jugar así con una señorita señor— dijo Jesús que sabía que aquel joven era de la realeza del Sur porque vestía muy bien.

—Soy el duque de Belmourt— dijo, el duque que estaba muy entretenido con la situacion.

Cuando Lucy se había quitado las ropas él pasaba de casualidad y quiso jugarle una broma a esa dama tan bella. Cuando la vio se dio cuenta que no podría ser otra que Dafne Lucinda Montreal de León la heredera de un primo de su madre el conde Don Felipe Montreal quien había marchado al Norte apenas acabada la guerra.

Él, el duque Dante Belmourt conocía más o menos al hijo del conde y supo que le gustaba engañar a jóvenes hermosas porque podía, era un joven llamativo y aquella niña era su viva imagen con algo Norteño en ella.

—Bueno señor duque así no se trata a una condesa— dijo Lucy que ya estaba vestida a fuerza de mucha practica ya que escapaba al campo mucho y al regresar solo parecía que había dado un paseo, lástima que siempre el pelo la delataba.

—Las condesas deben darse a respetar— dijo Dante mirandola de arriba a abajo— aunque usted nunca será una mientras viva con estos salvajes.

—Más respeto por mi gente duque— lo enfrentó Lucy

—Mi madre la espera para el té y con una petición de la reina, vamos condesa— Dijo dante ofreciondose a llevarla de la mano.

—Voy con Jesús gracias— dijo Lucy negándose a aceptar la mano que le brindaba el duque, ella estaba bien preparada en cuanto a normas de la corte pero no le agradaba acompañar a aquel arrogante joven.


Tomaron el té tranquilamente y la duquesa Karina Belmourt le comunicó que la reina deseaba que la joven fuese presentada en corte. Como Lucy era la heredera de un título de condesa debía seguir el protocolo, además quería ser su tutora, se había brindado ella misma.

Lucy pidió que la dejaran despedirse de su madre antes de partir al Sur. Ella siempre supo que un día tendría que ir al Sur, pero guardaba en su corazón tanto rencor por aquella gente que había maltratado a su pueblo.

Lucy era la más querida en el pueblo y sus trabajadores la respetaban porque no era mala. La querían mucho por esos lugares porque aunque tuviera mitad sangre del Sur era de ahí, para su gente era la típica señora del Norte.


El viaje hasta el convento donde estaba su madre lo hizo en un coche de sus tierras sola con su institutriz, que haría de doncella, la señorita Derby. Luego regresaría la señorita Derby con el cochero a la mansión de León para continuar viaje en el coche de la duquesa, con esta, su dama de compañía y su hijo el duque.

A Lucy no le hacía mucha gracia irse al Sur sin nadie que conociera, se sentiría como un pez fuera del agua y más teniendo que compartir el viaje con ese duque arrogante. Después de un agotador viaje en el que la señorita Derby no dejó de darle consejos a Lucy sobre vestidos y modales de la corte llegaron al convento donde la Madre Constanza le dijo que su mamá estaba muy mal, había vuelto con los delirios y no era adecuado verla así, pero Lucy no quería ir tan lejos sin despedirse.

—Lucinda entra en razón no querrás que tu madre se comporte mal frente a la duquesa de Belmourt— dijo la señorita Derby en cuanto la Madre Constanza salió a buscar a la mamá de Lucy.

—No se preocupe señorita Derby yo sé que la hermana Graciela está loca por eso hice que mi hijo esperase fuera, no quiero que Dafne tenga que pasar un momento bochornoso frente a un caballero, pero yo soy su tutora por ende debo saber todo de ella— la duquesa de Belmourt hablaba con una voz regia y autoritaria, nadie se atrevía a contradecirla.

—Hija mía que agradable sorpresa- dijo una dama hermosa que entró, aun estando vestida de monja se veía su hermoso rostro— ¿Quién es esta dama mi querida Lucy?— dijo Graciela después de haber abrasado a su hija, Lucy estaba tan feliz por sentir el amor de su madre que pasó a presentar a la condesa de manera noble como en la corte y le dijo a su madre que iría a la corte del Sur a presentarse al rey.

Aquello altero a Graciela la cual le dio una bofetada a Lucy quien estaba perpleja

— Hija del demonio, eres igual a esos condenados del Sur mereces la muerte— dijo Graciela y se abalanzo sobre la pobre niña que no veía más a su madre si no a un monstruo que la culpaba por ir al Sur— no debí tener una hija de ese bastardo del Sur—a Lucy le habían enseñado el arte de pelear ya que era la dueña de una fortaleza, sabia luchar como un hombre pero era su madre contra quien debía hacerlo, no podía, además tenía que interpretar el papel de dama.

La señorita Derby salió corriendo y enseguida las monjas se llevaron a Graciela dejando a Lucy llorando, no porque la estuviera asfixiando sino porque su madre no la quería.

Lucinda salió corriendo de aquel lugar, iba llorando, cuando por fin creía que su madre la querría la había intentado matar. Iba con los ojos empañados por eso no vio cuando Dante le cerró el paso y la aguantó tan fuerte que ella no pudo soltarse solo bajo la cabeza para que no la viera en ese estado.

—A escapar de nuevo al monte- dijo él y le levanto la cabeza, él era mucho más alto que ella y era fuerte, debajo de las camisas de seda había un joven fuerte y brioso.

—Déjame en paz por favor— dijo Lucy con lagrimas en los ojos y una suplica en la voz.

—Que te pasó— preguntó Dante al darse cuenta de que ella estaba destrozada, se le veía hasta débil.

—Nada— Lucy tenía la voz en un hilo, habó casi sin fuerzas.

—Esperadme aquí buscaré agua y a mi señora madre para marcharnos— Dante había tratado con muchas señoritas y según su experiencia a veces eran fragiles, pensaba que Lucy entraba entre esas.


El duque se marchó pensando que Lucy solo estaba triste porque debía irse sin imaginarse de que Lucinda escaparía corriendo. Quería ir lejos donde no fuera la Montreal ni la de León, solo fuera Lucinda la que quiere ser feliz y libre.

Pasó horas corriendo, estaba casi oscureciendo y estaba cansada cuando paró. Los soldados que tenía bajo su mando en sus tierras le habían enseñado las artes de las armas y la resistencia necesaria para la guerra ya que ella debía defender su tierra de cualquier ataque, aunque nadie se atrevería a dejar morir a la niña Lucy porque era amada por el pueblo.

El vestido estaba hecho añicos y ella ya tenía hambre, además de haber regresado la cordura ya estaba exhausta y a excepción de una daga preciosa que perteneció a su abuelo, el Norteño, como le llamaba su pueblo, no tenía más armas para defenderse, ninguna dama tendría un sable a juego con sus vestidos.

Encontró unas ramas y encendió un fuego con unas piedras, un trabajo que la cansó bastante, buscó algunas frutas de los árboles más cercanos y se sentó junto al fuego a descasar y a pensar.

Estaba tan cansada y le ardían los ojos por las lágrimas así que entre sollozos y contra lo que quería se quedó profundamente dormida. Ella sabía que no podía quedarse dormida, pero el cansancio la venció.

Cuando despertó se vio abrigada con una capa de hombre de fina complexión y en la oscuridad había un hombre parado. Se asustó mucho, miró a su alrededor y vio en el fuego algo que parecía una liebre cocinándose y recordó que tenía hambre. Miró en dirección a aquel hombre y no lo vio así que se tanteo buscando la daga, la sorprendió la vos de Dante que de pronto estaba como por arte de magia a su lado.

—Buscas esta hermosa daga— dijo y ella se dio cuenta que era el mismo hombre que estaba en la oscuridad, él que la había protegido del frío y él que había cazado una liebre para comer— no te servirá de mucho contra mi si no la sabes utilizar bella Dafne.

—Como me encontraste tan rápido— dijo Lucy mientras repasaba mentalmente lo sucedido y recobraba la compstura.

—Debo admitir que fue un error dejarte sola—dijo Dante reflexibo, en cuanto había regresado y no la había visto había salido en la primera dirección que vio porque eso mismo había hecho ella— en cuanto me enteré de lo sucedido te entendí y salí en tu busca. Vi tus huellas y luego las perdí pero supuse que criada entre luchadores del Norte serias casi como un soldado veterano, no esperé encontrarte dormida.

—Estaba cansada—se justificó Lucy

—Lo se preciosa, por eso busqué algo de comer para ambos ya mañana regresaremos a donde está mamá, ella sabía que yo te encontraría— decía Dante mientras la miraba de arriba abajo.

—¿Cómo un duque puede ser así?— preguntó Lucy visiblemente impresionada.

—Soy un duque distinto— contestó Dante— fui a unas guerras y si no es porque mamá enfermó no hubiese dejado la vida militar.

—Ustedes los hombres no pueden vivir sin una guerra— se molestó Lucy al recordar que su situacion había sido causada por la guerra.

—Te aconsejo que no hables a nadie de tus habilidades— Dante hablaba como si con un niño rebelde se encontrara— el rey las vería como una ofensa. Mejor digamos que te extraviaste y te encontré desmayada.

—Típico— expresó molesta Lucy— les gusta hacerse los héroes a ustedes los del Sur. No importa igual yo sé cómo se comporta una dama.

—Eso querida condesa,— dijo Dante mirandola y con sonrisa burlona siguió— quisiera verlo.


Dante no habló nada más, se acercó al fuego y cortó con su cuchillo un trozo de la carne para ver si estaba, la probo y le indico a Lucy que se acercara le dio un trozo de carne y ella se quemó porque estaba aún atolondrada.

Él se acercó riendo con una hoja de alguna planta en las manos para que ahí pusiera la carne. Estaba molesta, parecía una damita de esas incapaces y Dante no paraba de reír de las muchas tonterías que hacía. Lucy estaba nerviosa y no quería ni imaginar por qué. ¿Se habría enamorado del duque? O por Dios, ¿como podría ella casarse con un hombre que maltrataría de seguro a su pueblo? Para ella Dante representaba todo lo que odiaba de los hombres del Sur.

—Dafne creo que estas helada acércate más al fuego- dijo Dante que estaba viendo como ella casi castañeaba los dientes, esa criatura hermosa y salvaje le hacía arder cada vez que lo miraba.

—Aquí estoy muy bien gracias— Lucy sabía que no temblaba solo por el frio, era miedo a eso que estaba sintiendo en su interior por primera vez.

—Si te congelas yo deberé quitarte la ropa y darte calor corporal— Dante estaba entretenido con las reacciones de la joven inexperta en el amor.

—¿Lo harías?— Lucy no supo si era una pregunta o una suplica y se ruborizó

—Con un gusto tremendo— contestó Dante relamiendose por dentro con la idea.


De mala gana se acercó al fuego pero el fuego en realidad estaba en su corazón inexperto que se acercaba al amor. Dante se sorprendió mirándola y ella también lo miraba se puso de pie como para hacer ademán de huir pero él fue más rápido la aguanto por la mano haciendo que cayese encima de él.

Era inaguantable estar cerca de tanta belleza así que Dante giró dejándola debajo de su cuerpo ardiente pese al frío y besándola en los labios con ferviente deseo. Al principio Lucy se negó pero luego todo su cuerpo respondió ante el beso de Dantes se sintió en llamas y su cuerpo se negaba a obedecerla.

El beso se convirtió en una caricia tras otra y un beso tras otro hasta que Dante se descubrió levantándole las faldas pero ella reaccionó y tomó su daga que estaba en el cinturón de Dantes y se la puso al cuello.

—Piensa que mancillar el honor de una mujer del norte es tan fácil señor duque— Lucy tubo que hacer mucho huso de su autocontrol para no apuñalarlo, el calor y ardor se convirtieron en rencor.

—Tienes razón Dafne no más- dijo y se levantó brindándole la mano para que ella hiciera lo mismo- mejor duermo lejos de ti hoy.

—Si— dijo Lucy mientras se iba calmando poco a poco— sería lo mejor si quisiera que se lo comiera algún animal salvaje.

—No se preocupe— Dante aún no sabía como había podido detenerse, esa pequeña daga no era lo suficiente para detenerlo— más salvaje que yo en este momento no es siquiera un lobo.

—Lo siento Dantes— Lucy estaba entre la ira y el deseo cosas que nunca antes había experimentado.

—Valla ya me llamas por mi nombre- dijo él y le dio un pequeño beso en los labios con ternura- Dafne no lo sientas yo quería ese beso más que tú, yo lo busque así que me lo merezco. Luego se fue a dormir a un rincon oscuro.


—Buenos días dormilona- dijo Dante que ya estaba listo para partir, de echo quizás no había podido dormir.

—Crees que estén muy preocupados por nosotros- dijo Lucy más preocupada por el beso que por nada— crees que me traeré problemas esta conducta.

—No— mintió, al fin el duque Dante de Belmourt iba a tener las tierras que tanto deseaba, las tierras de la familia Montreal, ese siempre había sido su fin y el de su madre.

Ahora ella no podría negarse a casarse con él, estaba seguro que ella lo amaba pero si eso fallaba estaba lo de su honor en duda. Así que él parecería un héroe por casarse con ella después de una noche a solas en un bosque. Es lo menos que se espera de un duque.



Después de unos meses en casa del duque de Belmourt Lucy estuvo lista para ser presentada en corte. Su baile de presentación fue un éxito, la reina quedó encantada con ella, tanto así que la nombró dama de compañía y Lucy la invito a ir a las tierras del Norte.

Ya cansada de tanto tiempo bajo el mandato de la duquesa tomó posesión de sus propiedades en el Sur y vio que todo marchara bien, le molestó mucho ver que Dante había manejado sus propiedades todo ese tiempo con demasiado despotismo. La relación entre ella y Dante iba muy bien a excepción del carácter autoritario de él lo demás le encantaba.

Eran a la vista de todos, la pareja más mentada del momento y la boda era casi un hecho. Iban a paseos juntos, a bailes, a tomar el té, todo lo hacían juntos, al teatro era a donde más les gustaba ir. Pero Lucy extrañaba sus tierras del Norte y veía como a algunos de su pueblo los maltrataban y los trataban como a animales.

Ella comenzó a regir en sus tierras y eso a Dante no lo gustó mucho decía que ella tenía una mano muy suave. Dante veía cada vez más cerca el día de casarse con esa pesada y ponerle una correa bien corta.

Sin embargo no todo iba a salir como el duque y su madre habían planeado y muy pronto lo iban a descubrir.


24 de Maio de 2020 às 09:54 0 Denunciar Insira Seguir história
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