Finalmente me encontraron. Estaba tumbada sobre la tierra despertándome de un sueño que parecía eterno. Me sentía feliz de ver la luz, pero no entendía exactamente por qué me hallaba en ese extraño y frío lugar. Había gente a mi alrededor, gente que me miraba pero al mismo tiempo no. Sus murmullos incesantes llegaron a aturdirme, pues no comprendía por qué no me daban la mano ni me tocaban. Entonces, alcancé a escuchar la voz de un hombre: "Está muerta". Y el tiempo se paralizó para mí.

La pistola cayó al suelo. Pero fue ella quien la dejó caer. Ella, un tanto sin oxígeno, permaneció inerte, de pie, dentro de la bóveda fría en la que se encontraban. Sus ojos parecían desorbitados. Y la sangre que recorría su cuerpo ponía en evidencia la cruel masacre. Su hermana, quien estaba a su lado, con un rostro pálido y lleno de terror. reaccionó: "Lucía, ¿qué has hecho?". Pero Lucía parecía no ser quien decía ser. Entonces sonrió. Parecía feliz. Feliz de haber matado a todos esos niños...

Sus miradas se encontraron. Y no existía nada más alrededor. Él la miraba como quien conociése a alguien de toda la vida, y ella, igual. No se habían conocido antes, o al menos eso creían, pero algo los ataba el uno al otro como si fuesen dos imanes casi imposibles de separar. El ambiente empezó a iluminarse, pero por alguna extraña razón, el alegre y pacífico rostro de él se transformó en penumbra, y el de ella en confusión. Entonces lo revivieron, pero diciéndole que su novia no lo logró...

Él le dijo que se quite la venda. Que tenía que salir. Que enfrentarse al mundo. Que no se quede discapacitada. Que una cosa era físicamente estarlo, pero otra era escoger serlo. Ella le esquivaba la mirada. Bajaba la cara y no quería escuchar. El cruel accidente la había dejado sin su pasión: la danza. Pero le regaló una vida. Una vida que a ella ya no le apetecía tener. Pero él estaba ahí, y nunca la dejó. Más bien la transformó en un ser de luz que bailaba con una sola pierna como si fuesen dos.

Kakashi poderia se lembrar perfeitamente as expressões de Gai. O mover frenético de seus lábios murmurando seu nome. Os olhos negros que encaram o vermelho do seu, brilhando excitados por saber que ele nunca esqueceria nenhum detalhe daquela cena. E Kakashi sorria, porque não tinha o menor problema com isso.

Mesmo depois de tantos anos sem poder treinar como antigamente, Gai ainda acordava cedo. Às vezes ele iria até a varanda observar o nascer do sol, faria algumas flexões e depois prepararia o café da manhã. Mas algumas vezes, ele apenas ficaria observando seu rival dormindo tranquilamente em sua cama.

Daquela vez, havia sido Kakashi a escolher o desafio, e era por isso que Gai estava sob uma velha cerejeira, com Kakashi deitado com a cabeça em seu colo, relendo seu livro favorito. Porque manter-se calmo e atento aos pequenos detalhes, era uma importante habilidade que um shinobi deveria ter.

Kakashi observava escondido o treino intenso demais de seu autoproclamado "Eterno rival". A cada soco, ele percebia o tremor de dor. Nos chutes, cada um mais forte que o anterior, ele via os rasgos no estúpido spandex que o garoto usava. E soube que tinha razão em trazer alguns suprimentos médicos que haviam em sua casa. Porque Gai era um idiota que sempre se machucava além da conta e ele era aquele que se preocupava em colocar um curativo em seus cortes para que seu pai não se preocupasse.

Gai se preocupava. Diferente de todos, que apenas o parabenizavam pelo trabalho bem feito, pelo sucesso nas missões, por ser tão eficiente. Aos outros, não importavam os pesadelos que o atormentavam noite após noite, o sentimento de raiva contra si próprio que crescia cada vez mais, nem sequer a escuridão que lentamente o consumia. Mas a Gai sim. Mesmo que não o quisesse, ele sempre estava lá, como um único ponto de luz que iluminava seu escuro caminho.