—Sam, si algún día dejo de escribirte, no te preocupes. Por favor... —¿Por qué dices eso? —Por si acaso. —¿Me volverías a escribir incluso después? Me refiero a que si llega ese momento ¿tratarías de contactarme de nuevo? —Prefiero no pensar en eso. Dicen que cuando pasa, no queda nada más que la fuerza de los sentimientos impregnada en el vacío del ambiente. No quiero saber de lo que es capaz mi emoción más fuerte sin el raciocinio de mi cabeza. Mi ira. No sé de lo que sería capaz contigo.

Llegó un punto en el cual no sintió nada. Nada le parecía real. Todo perdía el color. La forma. La textura. Ya no había temperatura ni olor. Todo era papel, autos, casas, calles, animales, pero las personas eran de tinta. Nada parecía real. Nada, excepto lo que había encerrado en el libro. El mundo se había invertido y ahora la única realidad se agazapaba entre letras que eran marcas de vida y vida auténtica. Comprendió que, la única manera de vivir, era usando el libro.

En estado de crisis por pandemia mundial, un dictador que se hace llamar presidente abandona al pueblo a su suerte. Consigue los mejores médicos del país y los pone al servicio de su familia presidencial mientras en el pueblo la maligna enfermedad se extiende sin que nadie pueda hacer nada, porque los mejores médicos están encerrados junto a esa familia de egoístas. Los ciudadanos, impotentes, ven esa infamia desde el confinamiento voluntario, en esta ocasión no pueden salir a protestar.

Siempre pensé que sus ojos brillaban por mi, ya que siempre que lo veía adquirían un maravilloso brillo. Luego comprendí, de la peor manera posible, que el refulgente brillo en sus ojos achocolatados era sólo un reflejo de mis propios ojos.

Nunca aprendiste a leerme, eso es tan evidente como irrisorio, en cambio yo te leía tal cual libro de Edgar Allan Poe, difícil pero fascinante. Y aún así, es como si solo me hayas dejado hojear el prólogo. Lo más prodigioso se esconde en las siguientes páginas que, lamentablemente, nunca llegaré a conocer. Pero sé que serias mi libro favorito...

Bajé mi, ahora más atípica, mirada a la firma en la página y dibujé con trazos suaves como la brisa que agitaba su cabello, las letras de su adorado nombre. Ese nombre que acostumbré por tanto tiempo a garabatear en mis cuadernos, en el margen de las páginas y en mi propia piel. Y quizá me pareció a mí, ¿O realmente la letra se tornaba rosa a medida que lo escribía?

Letras ajenas resaltaban aquí y allá con caligrafías dibujadas y otras que daban la ilusión de ser gotas de tinta estrelladas contra el papel, creando garabatos ininteligibles con sus goteos y dispersiones. Unas que subían como enredaderas por sus grisáceas páginas y otras que, como los circuitos impresos de una tarjeta madre, infectaron y a la vez particionaron su historia. Su propia vida había sido enteramente dedicada a otros. Había sido usada para el beneficio de todos... Menos de él.

A los catorce años, descubrí que tengo una percepción extrasensorial muy desarrollada. Soy capaz con tiempo de aislar mi mente y atravesar la fina tela que nos divide de esa otra dimensión y contactar con cosas que están aquí mismo, pero que no vemos con nuestros ojos aunque los percibimos en el ambiente. El asunto es que no he encontrado cosas buenas y tampoco quieren hablar.