Histoire courte
1
410 VUES
Terminé
temps de lecture
AA Partager

QUE SEA LO QUE DIOS QUIERA

Alfonso Ortiz Sánchez

Viajaba de Natagaima a Neiva en un bus de Coomotor y en el camino se subió Evangelina, enfermera, a quien no veía desde los años de bachillerato. La noté un poco demacrada y ojerosa; su rostro reflejaba un aire de profunda tristeza, pero a pesar de ello, sonreía como si todo estuviera normal en su vida. Me expresó su alegría por el reencuentro y por la compañía. Preocupado por su aspecto físico, le pregunté si se sentía bien o si había tenido algún percance en su lugar de trabajo. En el lapso de una hora que dura el recorrido de Natagaima a Neiva me contó lo siguiente: Era un viernes, y ese día pensaba salir a las dos de la tarde, pero un aguacero me lo impidió; llovió tanto que todo se puso oscuro, y en los alrededores caían rayos y centellas, y nosotros sentíamos un miedo terrible porque nos parecía que algo malo iba a suceder. El ruido de los truenos era tan grande que parecía un bombardeo de esos que se oyen en las películas, o de esos que, cuentan algunos campesinos, se oyen cuando el ejército bombardea algún lugar de la selva donde supone la presencia del enemigo. Fue por eso, por la tempestad que tardé tanto en llegar a la casa, y, tal vez, sino hubiera tardado había evitado la tragedia. Llegué a Neiva, y me bajé del bus en el terminalito; pero desafortunadamente, el taxi que abordé tomo la Avenida Pastrana, y al pasar frente a la Universidad Surcolombiana nos detuvo un monumental trancón provocado por los estudiantes que, con pancartas y pitos, gritaban algo así como, ¡no más guerra! ¡viva la paz! ¡reconciliación ya!; me extrañó que no vi ningún encapuchado; y, en cambio, las muchachas se acercaban a la policía y les ofrecían una flor; A su vez, la policía respondía con una sonrisa y saludaba afectuosamente a los manifestantes. Debido a la manifestación, y a la congestión vehicular, tardé dos horas en llegar a mi casa cuando normalmente el recorrido se hace en quince minutos. Llegué a la casa, busqué en el bolso, y, solo entonces, me acordé que había dejado las llaves en el lugar de trabajo. A mí nunca me pasa eso, nunca dejo las llaves, pero ese día, no sé por qué olvidé las llaves y una libreta de apuntes que siempre cargo para anotar direcciones y números de teléfono. Llamé varias veces, grité, arrojé piedras y nadie me abrió; pero estaba segura que dentro se encontraba mi hija porque se oía el televisor de dónde salía un ritmo de bachata. Pensé que mi hija estaba concentrada en la música, porque a ella le encanta la bachata, y, en general, toda la música urbana que está de moda y a la juventud le gusta demasiado; o, tal vez, se había quedado dormida pues la noche anterior había trabajado hasta tarde preparando una exposición para la clase de biología sobre el cultivo de ajonjolí en las llanuras del Tolima. No es por ser mi hija, pero ella era muy responsable en el estudio; nunca faltaba al colegio; y cuando le dejaban tareas solo se acostaba cuando las terminaba. Sin llaves, y como no me abrían decidí ir a buscar el cerrajero que vive a tres cuadras de mi casa. Ese señor es muy servicial y cuando alguien le pide un favor, deja lo que esté haciendo para ayudar a resolver problemas relacionados con su profesión. Nunca se niega a ayudar a alguien, y como cerrajero es el mejor del barrio. Tiene las herramientas necesarias, y es muy hábil y eficaz en su trabajo. En pocos segundos abrió la puerta y fue así como pude entrar a la sala, donde estaba el televisor prendido. Allí no estaba mi hija, entonces me dirigí a su pieza donde ella siempre dormía rodeada de sus muñecas; porque el papá, y su novio le regalaban unas muñecas que parecían niñas de verdad y mi hija les ponía vestidos de moda y las consentía como si fueran sus hermanitas. En su habitación recibía a las amigas, estudiaba y hacia los trabajos que le dejaban los profesores. En la habitación no la encontré y, entonces, me fui a mi habitación pues estaba segura que ella me esperaba en la cama, donde pasábamos varias horas hablando y riéndonos. Las dos éramos muy amigas y ella me contaba cómo le iba en el colegio, me narraba historias de las relaciones con sus amiguitas, de sus paseos por la ciudad, y me describía los lugares donde entraba con su novio a comer helado. Las dos manteníamos una relación fluida y nos teníamos mutua confianza. Por lo cercano de nuestra relación parecíamos dos amigas de colegio, y no había una distancia de mamá a hija; simplemente éramos dos amigas. La amistad entre las dos rompía todas las barreras aparentes de la brecha generacional. Como en mi habitación no había nadie, me fui al baño, y tampoco. Preocupada, me dirigí al patio donde había una alberca y allí lavábamos la ropa. Mi sorpresa fue enorme; Sentí desmayarme: Allí estaba mi hija colgada, ahorcada. El espectáculo era aterrador al ver a mi única hija muerta, estrangulada por la soga. Sentí que la tierra se abría y me tragaba. Mi desesperación era tan grande que los gritos convocaron a todo el vecindario, tratando de consolarme, pero en eso momentos, es imposible encontrar un momento de sosiego. La tranquilidad no es amiga de una madre desconsolada para quien el mundo se acaba, un mundo oscuro, y hasta espantoso. Caí en un profundo abismo espiritual, rodeado de heladas tinieblas y de una soledad desgarradora. Mi alma se volvió añicos y sentí, cerca de mí, la muerte que me invitaba a seguir el destino de mi hija. Al día siguiente encontré una ramita de donde me agarré, y jamás la solté. Entendí que tal vez, mi diosito lindo la quería a su lado para protegerla de todas las maldades y sufrimientos de este mundo. Allá, a su lado, estaría libre de todas las injusticias sociales que se ensañan, con particular crudeza, contra la mujer. Posiblemente fue voluntad divina, así que, pensé, ¡que sea lo que dios quiera!

5 Mai 2020 00:03 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
2
La fin

A propos de l’auteur

Commentez quelque chose

Publier!
Il n’y a aucun commentaire pour le moment. Soyez le premier à donner votre avis!
~