milalac_00 Mila LaC

Atlas, el reino protegido por el Alitio, el elemento divino, pronto se verá amenazada por la oscuridad y los peligros del mundo exterior. La paz y prosperidad que por décadas habían gobernado el reino llegarán a su fin. La luz, energía y poder que el Alitio había otorgado a los atlanos finalmente se terminarán. La esperanza de un reino devastado por los apagones, aterrado por las misteriosas desapariciones de su gente y atormentado por su tirano rey caerá en un joven atlano que esconde el mayor secreto de todo el reino… el elemento reside dentro de él.


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#sobrenatural #elemento #misterio #hermanos #energía #reino #peligro #montaña
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Capítulo I: El hombre en la montaña


Después de un largo y duro camino por la montaña, el joven aprendiz llegó a una altura dónde podía apreciar el inmenso océano de nubes que cubría el reino. El sol del atardecer por fin le calaba y podía sentir los rayos calentando su cuerpo que había pasado días soportando fuertes vientos y noches heladas. Dejó caer la mochila donde cargaba un aparato metálico que muy probablemente, después de tantas caídas provocadas por los fuertes vientos de las tormentas, ya habría estado hecho pedazos. En aquel momento, al joven ya no le importaba el buen estado de aquel fastidioso objeto que había provocado que su viaje fuera tres veces más imposible de lo que ya era. Así que se recargó en la roca en la que estaba parado y se dejó caer en la nieve. Recostado en la roca contempló la pacífica vista mientras recuperaba el aliento. La enorme tranquilidad que aquel panorama le daba lo hizo dudar por unos momento, si en realidad había logrado llegar a aquel sitio o había muerto en el intento. Podía sentir una llenadora paz mientras volteaba su cabeza hacia el cielo que comenzaba a tornarse azul marino con naranja rosado y las estrellas daban sus primeros destellos. Poco a poco sus ojos comenzaban a cerrarse cuando…

―¡¿Me vas a dejar esperando mientras tomas la siesta o traerás tu trasero aquí?!―. Una fuerte y sarcástica voz se escuchó a lo lejos.

El joven se sobresaltó intentando ponerse de pie rápidamente mientras resbalaba y revoloteaba toda la nieve a su alrededor. Unos cuantos metros más arriba, un hombre se encontraba hincado en una roca mirándolo fijamente.

─No señor ─respondió con la voz apretada por los nervios tratando de recuperar el aliento─. Solo estaba… disculpeme…

—Deja de gastar el aire que necesitas para traer tu trasero acá arriba. ¡Ahora cierra la boca y sube!

El joven se quedó bastante confundido por todo lo que acaba de ocurrir. Era la primer conversación con la primera persona que había visto desde hace dos semanas. ¿Acaso había olvidado lo groseras y rudas que eran las personas? Sin saber más que responder, el joven se apresuró a ponerse de nuevo la mochila y subir hasta donde el hombre se encontraba.

—Lo siento señor yo…

—Deja de hablar —lo interrumpió aún más irritado apuntándolo con su dedo—. Yo te diré cuándo hablar, cuándo callarte, cuándo moverte, incluso hasta cuándo respirar.

—¿Está claro?—le preguntó amenazantemente al joven.

El joven lo miraba atentamente a los ojos mientras el hombre se levantaba lentamente para examinarlo. No había tenido idea de su tamaño hasta que se puso de pie. El hombre debió haber tenido unos cincuenta años. Tenía una barba densa que estaba cubierta de copos de nieve y tenía el cabello amarrado en un pequeño chongo. La larga capa de piel de oso que cargaba sobre sus gruesos hombros lo hacía parecer un hombre bastante robusto y alto. El joven decidió mejor no compararse de ninguna manera con aquel intimidante hombre, pues su complexión era completamente opuesta a la suya. El joven tenía apenas unos veinte años. Su pelo alborotado le cubría la mayor parte de su frente y simplemente tenía sus pieles de lobo tejidas en sus harapos. Era fácilmente una cabeza menos alto que el hombre, la mitad de ancho y no tenía nada que lo volviera un persona intimidante.

—Sí, señor —le respondió con el poco valor que le quedaba de alzar su voz.

El hombre clavó su mirada al atardecer. En lugar de darle paz como le había dado al joven, la vista pareció estresarle y angustiarle bastante. Metió su mano a su bolsillo y sacó un reloj plateado que evidentemente era muy viejo por los pedazos oxidados y los rayones que tenía por todos lados.

—Es tu día de suerte, novato —le dijo con una pequeña sonrisa—. Un par de segundos más tarde y moríamos por tu culpa. Ahora camina y pisa justo en los lugares donde yo. No quiero tener que limpiar los restos de tu cadáver si te resbalas.

Aunque había escuchado esas palabras vagamente reconfortantes del hombre, el joven no había recuperado ni una sola gota de tranquilidad que hace unos momentos había sentido. No podía dejar de temblar de los nervios que la altura de aquella montaña le causaba. El hombre tenía razón: un paso en falso y caería por un enorme barranco de rocas y hielo que romperían todos los huesos de su cuerpo como si fueran hechos de cristal.

Los pasos del hombre eran tan grandes que avanzó rápidamente por las rocas, sin siquiera fijarse si el joven lo seguía. El joven estaba increíblemente exhausto y sentía como si las piernas le fueran a estallar. En aquel momento el joven necesitaba más concentración para controlar el temblor de sus piernas que el dolor le provocaba. Cada paso que daba se volvía cada vez más pesado.

A medida que la noche se acercaba era cada vez más difícil para el joven poder mantener la velocidad del hombre. Una tormenta empezaba a hacerse presente mediante los retumbantes truenos que se comenzaron a escuchar. El viento cada vez más dificultaba la vista del joven.

— Mierda— mencionó el hombre—. Olvidé preguntarte ¿Cómo te llamas?

El joven no se había dado cuenta que tampoco sabía el nombre del hombre. Apenas había escuchando la pregunta gracias a los fuertes vientos que empezaron a aparecer.

—Oliver —contestó.

—¡Oliver…! —su voz cada vez se perdía más entre el viento—. ¡Tienes que avanzar más rápido… si no…!

—¡¿Si no, qué?! —exclamó volteando hacia el frente apretando sus párpados y tratando de cubrir su cara de la nieva con su brazo. Se dió cuenta que había perdido de vista al hombre. Se había concentrado tanto en su camino que descuidó la dirección que había tomado el hombre, quien ni siquiera tenía alguna forma de llamarlo. Empezó a avanzar más deprisa, pero no lo vio por ningún lado.

En medio de la desesperación giró su cabeza hacia el cielo y pudo visualizar un enorme tornado que se acercaba hacia él. La magnitud de aquella intimidante figura de la naturaleza hizo que el aliento se le escapara. Empezó a correr en línea recta hacia donde había escuchado las últimas palabras del hombre. En eso se topó con una enorme roca cubierta de hielo imposible de escalar y permitirle alejarse del tornado.

— ¡Oliver!— se escuchó la voz del hombre a unos metros hacia su derecha— ¡Por aquí, rápido!

Oliver avanzó hasta visualizar un hueco entre las rocas. El viento del tornado cada vez se sintió más fuerte hasta que lo empujó fuertemente dentro del hueco. Rápidamente se adentró al oscuro cañón de hielo, en el cual la luz no penetraba en lo absoluto. Oliver se puso de pié mientras los truenos y los fuertes golpes de viento que el tornado emitía en el hielo le seguían provocando saltos de nervios. Avanzó lentamente tratando de encontrar la pared de hielo para guiarse.

—¡Oliver! —unas manos lo agarraron por los hombros que lo hicieron gritar— Sí que eres un hijo de puta muy suertudo, hahaha. Habría apostado mi valioso reloj a que no lo lograbas.

Oliver aún no podía creer que lo seguía subestimando tanto. Acababa de librarse de un tornado. ¿No podía al menos felicitarlo por haber seguido con vida?

—Te lo dije, ¿no? Por un segundo más habríamos muerto— le recordó en su típico tono burlón—. Pero tengo que admitirlo, novato. Eres el aprendiz más veloz que he visto hacía mucho tiempo.

Oliver por fin se sintió bastante halagado con este último vago cumplido. Podía decir que el hombre le desagrada un poco menos. En ese momento el hombre encendió una antorcha que calaba la vista.

—Mi nombre es William— dijo amablemente.

—Mucho gusto Will— respondió halagado Oliver.

—Oye— dijo volviendo a su severa personalidad— por ahora me llamarás William. Si logras impresionarme más, podrás decirme Will.

— De acuerdo William— contestó mientras contenía la sonrisa que le provocaba lo graciosa que fue su forma de disimular su amabilidad.

Oliver empezó a recordar sus lecciones y el nombre de William le sonaba familiar. Después de unos momentos pudo recordar un apellido: Lockett. ¿Acaso el hombre que tanto admiraban sus amigos y tenientes estaba justo enfrente de él? ¿El hombre que salvó a todo un grupo de viajeros militares de las criaturas del exterior? ¿En serio podía ser posible que tuviera a William Lockett como mentor centinela?

—Discúlpeme… — dijo temeroso—. ¿Es usted William Lockett?

—Por supuesto que sí, Oliver— contestó mientras se ponía de pie—. Ahora para con las preguntas.

William comenzó a avanzar por el cañón doblando en algunas esquinas, mientras que Oliver, como siempre, trataba de mantener su paso. No podía controlar la alegría y el asombro que le causaba saber que su mentor era el mismísimo William Lockett.

Conforme avanzaban una luz más clara que el fuego de la antorcha se podía visualizar a través del hielo. William ya la había apagado para cuando Oliver le había alcanzado.

—Prepárate para lo que estás a punto de ver, novato— le dijo mirándole fijamente a los ojos—. Créeme, no cualquier persona tiene la suerte que tú de poder apreciar esta maravilla.

Los nervios empezaron a recorrer sus piel mientras procesaba sus palabras.

—¿Hemos llegado?— preguntó lleno de entusiasmo.

—Hemos llegado, Oliver —contestó asintiendo con su cabeza—. Estás por ver la labor más importante de la energía del Alitio.

6 Mai 2020 02:24 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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