Histoire courte
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Pasión

De pequeña solía ir a un pequeño cine del pueblo. Se llamaba Cine Pasión. Recuerdo que allí descubrí el amor por las historias, aprendí a olvidarme de todo y dejarme llevar por la magia del cine. Cada semana veía tres películas en aquella gran pantalla rodeada de butacas medio vacías raídas por las ratas que, estaba convencida, venían a ver La cenicienta siempre que podían. Yo las oía corretear entre los asientos deseando ver a sus amigas animadas en la gran pantalla mientras se comían las palomitas que se habían caído al suelo.


Los fines de semana el cine se llenaba de jóvenes enamorados que, hundidos en las butacas frente a la pantalla, se demostraban su efímero amor de verano devorándose a besos. El teatro olía a polvo y a viejo. Había humedades en las paredes y junto al haz de luz que desprendía el proyector volaban pequeñas partículas de polvo amarillas que, para la mente de una niña con el corazón lleno esperanza, parecían hadas que danzaban al son de la música de El mago de Oz. Para los demás era un pasatiempo, un mero entretenimiento de fin de semana, sin embargo, para mí, aquel era un lugar mágico donde todo podía pasar. Siempre que iba me sentía fuera de mí, me dejaba envolver por los personajes y sus las aventuras. Desde fuera parecía un lugar fantasmagórico, embrujado y tétrico, pero en cuanto descorría las cortinas de terciopelo rojo ese ambiente abrazaba a cualquiera que quisiera viajar a otros mundos, vivir locas aventuras de vaqueros, enamorarse de vampiros, descubrir bosques encantados y llorar romances imposibles.


La dueña del cine era una joven mujer morena de labios rojos, tras los que escondía una preciosa sonrisa amable. Era una mujer decidida, con mucho carácter y un poco testaruda pero muy inteligente. En el pueblo solían decir que se parecía a su padre, pero yo nunca llegué a conocerlo. Lo imaginaba siendo el zapatero de una tienda donde cada zapato que hacía otorgaba a su comprador un poder secreto que le ayudaba a conseguir aquello que necesitara. Sin embargo, en aquella tienda no solo se vendían zapatos mágicos, la mujer del zapatero cosía preciosos vestidos que hacían sentirse princesas a todas aquellas que los vestían. A su hija le hizo el vestido más bonito que al resto, un vestido verde que siempre llevaba a todas partes y que yo, en secreto, deseaba que me regalara algún día.


Ella elegía todas las películas que se pasaban en su cine y tenía un gusto exquisito. Aunque el cine no le diera mucho dinero me explicaba que aquel lugar guardaba secretos y que se había convertido en su sueño. Poder mostrar a aquel pequeño pueblo alejado de las novedades de la ciudad cientos de películas le daban la vida, para ella esas películas invitaban a soñar y arrancaban una sonrisa incluso a los más difíciles, como a mi vecino, un hombre cascarrabias al que le gustaba echarme cubos de agua por la cabeza cuando me escapaba de casa por la noche para ir a ver una película. Ese hombre era más tonto que un zapato y más duro que una piedra pero se embelesaba cada vez que veía a Marlene Dietrich en El expreso de Shangai.


Ella una vez me contó que cuando era niña quería protagonizar una de esas películas de Hollywood en las que la mujer es valiente y divertida y consigue todo lo que quiere por muchos problemas que se le presenten.

-Nunca conseguí protagonizar ninguna película. Pero soy la estrella de mi propia vida y con eso tengo más que suficiente.- me dijo con una sonrisa triste y melancólica. Yo le di la mano y la abracé fuerte. Me sentí muy triste por ella. Entonces, me explicó que aquel cine lo había diseñado y construido ella y entonces volvió a sonreír, esta vez de verdad. Se paseó por todo el cine bailando, luciendo su vestido y sonriendo como una niña pequeña.

Yo la perseguí como una loca entre las butacas y el escenario. Corrió por las escaleras hacia la sala del proyector, siguió bailando con los ojos entrecerrados y abrió una pequeña puerta de madera de su despacho. Me enseñó un armario secreto donde guardaba sus películas favoritas y bajó la escalera sentada en la barandilla. Esa noche acabamos viendo una película llamada La fiera de mi niña comiendo palomitas y regaliz y partiéndonos de risa con Susan Vance.


Un día cualquiera llegué al cine y vi que estaba cerrado. Me colé por la puerta de atrás y vi que todas las luces estaban apagadas y no había nadie dentro. Soñando despierta, me imaginaba que aquel cine estaba lleno de los fantasmas de las viejas leyendas del cine. Los creía ver sentados en las butacas discutiendo sobre las historias que veían. Se habían acostumbrado tanto a verme por allí que ya no les molestaba mi presencia. Hablaban sobre el vestuario, sobre los personajes y la música. Cuando acababa la película que veían, se reunían todos en el salón del cine y comentaban qué les había parecido y cómo la arreglarían. Yo les servía palomitas y les daba mi opinión. Ellos sonreían de manera tierna al oír la voz de una niña sin experiencia en la vida y mucha menos todavía en el cine comentando la actuación de John Wayne en La diligencia, los míticos planos de Hitchcock en Rebeca, los guiones de comedia absurda sinfín de Chaplin, el París de Rick e Ilsa... Boquiabiertos, empezaban a escucharme y a darse cuenta de que, como ellos, yo había aprendido cine viendo películas.


Esa noche, decidí que abriría yo el cine. Era sábado y no podía permitir que todos nos perdiéramos el estreno de la semana. Preparé las butacas y encendí las luces de dentro y fuera del teatro. Me subí a la escalera y coloqué las letras para escribir el título en grande. Hice (y comí algunas) palomitas y me senté en la taquilla esperando los clientes. A las siete y media empezaron a venir parejas y familias enteras. La cola se alargó hasta la esquina y empecé a vender entradas. Las miradas sorprendidas y de desaprobación de los más mayores, mi vecino entre otros, me hacían sentirme orgullosa de mi misma y los despachaba muy rápido para no aguantar la bronca que estaba claro que sus ojos delataban, me querían echar. En cuanto estuvieron dentro, les vendí palomitas y refrescos a todos y a las ocho y veinte todo el mundo estaba en su correspondiente butaca. Corrí hacia la sala del proyector y coloqué la cinta. La película empezó. Desde allí no oía bien qué decían los personajes. Quería bajar pero no podía. Oía a la gente reír y comentar la película. Me sentía al margen de todos, sin mí no estarían cómodamente en sus butacas disfrutando y sin embargo, nadie podía verme ni reconocerme el mérito porque era totalmente invisible para el público. Me sentí frustrada y empecé a bajar las escaleras para poder ver la película en condiciones. De repente, ella apareció por la puerta con una sonrisa y me miró a los ojos. Me cogió de la mano y me dejé guiar de nuevo hacia la sala del proyector. Cogió un taburete y se sentó junto a mí. Yo seguía enfadada.

-Lo has descubierto. Este es el mejor secreto de este cine. Puedes oír la música pero no los diálogos.

Yo no entendía cómo eso podía ser nada bueno si nos perdíamos la mejor parte de la historia, entenderla.

-Justo aquí puedes ser la protagonista de todas las películas. Puedes ser todos los personajes que quieras y puedes vivir todas las aventuras que viven ellos. Porque justo aquí puedes escribir tus propios diálogos a través de las imágenes. Puedes inventar una historia nueva cada vez que ves la película, puedes vivir mil aventuras y tú decides cómo acaban. Todo lo que tienes que hacer es dejarte llevar por tu imaginación y escribir con tus labios todo lo que quieres que ellos digan.

Entonces, miró a la pantalla y empezó a poner la voz de un hombre mientras Greta Garbo movía los labios. Se me secaron las lágrimas y vi cómo ella interpretaba a todos los personajes y construía una historia de la nada. Me uní a ella y pasamos el resto de la película inventando una historia sobre la marcha y cuando al final todo el mundo lloraba, nosotras nos reíamos. Sentíamos la presencia de los fantasmas del cine con nosotras disfrutando de todas las historias que contábamos y cada una de las películas que veíamos hasta que se apagaban todas las luces.

17 Mars 2020 15:20 1 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

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NR Neus Ribera
Precioso relato ❤️
March 26, 2020, 21:42
~