Este es un personaje al que todos estamos acostumbrados, y al menos una vez en la vida, vamos a toparnos con él y creer en sus palabras. Al menos, en un principio. Tan originales en sus patrañas, pero a la vez tan obvios, como cortados por la misma tijera.
Aunque esta no es la historia del mercader de humo, sino de uno de sus conocidos. Un hombre joven pero no tanto, de aspecto tranquilo pero de alma impaciente y llena de deseos de triunfo, quien luego de muchos años de cuestionamientos, logró comprender el poder de la apariencia.
Nuestro protagonista recibió por cuarta vez una invitación por parte del mercader de humo; y un poco cansado de la insistencia, un poco curioso, aceptó ir a visitarlo.
El patrañero le había contado sobre su nuevo hogar, una casa bonita y agradable, según su descripción. No obstante, al llegar se encontró con un panorama un poco diferente al que imaginaba: una casa bonita, en efecto, pero el olor a incienso y orina le dieron ganas de salir corriendo de allí.
Al parecer, el mercader de humo había traído a casa a otro gato, el tercero en cuestión, y el pequeño salón era ahora un caos. Pero eso no parecía ser un problema para él, como lo habría sido para mucha otra gente.
El mentiroso estaba acostumbrado a exagerar las cosas, y según sus palabras, ese lugar sería solo temporal. Ya tenía en vistas una pintoresca casona cerca de allí, y planeaba comprarla con el dinero de su último negocio. No detalló muy bien de qué se trataba, pero según sus historias, le estaba yendo muy bien.
Nuestro protagonista miró alrededor y contemplando el lugar el silencio, se preguntó:
«Si acaso su negocio es tan exitoso, ¿por qué están vacías sus alacenas? ¿En dónde está su cama o su litera? Parece que duerme en unos cojines en el suelo».
Al cabo de un rato, decidió marcharse, confundido. No entendía cuál era el propósito de las mentiras. ¿Por qué hacía esto?
Algunos años pasaron y el mercader de humo, lleno de deudas de fallidos negocios y sin dinero para pagarlas, se vio obligado a marcharse. Nadie sabía a dónde había ido. Según los rumores, debía marchar para cuidar a su enferma madre, pero cuando los cobradores fueron a la casa de la pobre y anciana mujer, él no estaba allí. Como el humo, se había esfumado.
Pero una tarde de un cálido otoño, nuestro protagonista se encontraba de pasada en una pequeña ciudad de pescadores. Mientras paseaba por las calles del mercado, vio un tumulto. Un grupo de hombres se encontraban reunidos, escuchando a un enérgico vendedor. Este les mostraba unos modernos relojes de bolsillo; no paraba de hablar de las maravillas de su producto. Aunque muchos se iban sin comprar nada, el vivaz caballero hizo algunas ventas.
El hombre se le hacía familiar, y cuando se acercó a ver, se dio cuenta de que se trataba de su viejo conocido.
Se acercó a saludarlo luego de que sus compradores se fueran. El mercader se sorprendió al verlo, mas lo saludo con una sonrisa.
Le contó que se había marchado porque su hermano había tenido problemas con unos maleantes y él debió ir a ayudarlo. Por supuesto, nuestro protagonista ya no creía en sus vacías palabras, sin embargo, decidió darle el beneficio de la duda.
El mercader de humo también habló sobre su vida. Se había casado y tenía dos hermosos hijos. Vivía en una casa grande, con un amplio jardín, y lo mejor, su propia playa. Disfrutaba mucho nadar allí y pescar con su hijo.
Al cabo de un rato, se despidieron. Nuestro protagonista estaba allí de paso, y todavía tenía muchas cosas que hacer antes de embarcar.
Al día siguiente, nuestro hombre zarpó hacia su destino. Como hacía un buen tiempo, decidió salir a leer y a fumar en la cubierta.
Le llamó la atención una pequeña casita en las orillas del río, en medio de la nada. Estaba muy lejos de la ciudad.
Vio a un niño pescando en un montículo de fango y a una niña limpiando los pescados. También a una mujer ensillando un caballo. Y de la casa salió un hombre vestido con una elegante chaqueta color granate.
En ese momento los reconoció. ¡Se trataba del mercader de humo y de su familia! Y de nuevo, había manipulado la realidad.
Entonces comprendió todo: quienes viven su vida a través de los ojos de los demás, cultivan un éxito ficticio; y muchas veces, hasta llegan a convencerse de que este es real.
Merci pour la lecture!
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